diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Encuesta (Edición a cargo de Osvaldo Aguirre)
El lugar de Zelarayán

Encuesta

(Edición a cargo de Osvaldo Aguirre)


El lugar de Zelarayán

La publicación de Lata peinada (2008) y Ahora o nunca (2009) repuso en las librerías la obra de Ricardo Zelarayán, un escritor marginal respecto de la industria cultural y a la vez central en la valoración de autores que comenzaron a publicar en los años 90. La reedición de sus libros y la publicación de textos inéditos es una buena ocasión para interrogar a esta obra a través de algunos de sus lectores. ¿Qué libro o texto de Zelarayán es el más importante y por qué? ¿Qué aporta la obra como contribución singular a la literatura argentina? ¿Ha sido bien leída la obra de Zelarayán? ¿Su valoración se debe a la lectura de los poetas de los 90? ¿Qué posibilidades nuevas de lectura suponen las ediciones recientes? A continuación, cinco respuestas.

Pueden escuchar a Zelarayán leyendo algunos de sus poemas en el sitio "Autores de Concordia"


Daniel Durand

Conocí la obra de Ricardo Zelarayán gracias a Darío Rojo. A Ricardo personalmente lo conocí por intermedio de Marcelo di Marco, aproximadamente en el 88 u 89. Solamente había leído algún texto fotocopiado y escuchado su anecdotario de “enfant terrible” a través de Ricky, el gran librero de Premier en aquella época. Poco tiempo después leí los poemas inéditos de Roña criolla de los cuales publicamos algunos en el número uno de la 18 Whiskys. Roña criolla es el libro de Zelarayán que más me impresionó desde un primer momento, nunca había leído algo parecido, y en ese sentido Roña criolla para mí es un libro clave para la poesía argentina, a partir de él comienzan a caer las barreras entre neobarroco y objetivismo, ya que Roña criolla es una síntesis de ambas estéticas. A partir de ese texto se produce una inversión del principio de restricción postulado por el clan Diario de poesía a través de Helder y comienza a operar otro principio, de irrestricción, que propició el desarrollo de las estéticas de la generación del 90 y de todo lo que vendría después.


Daniel Freidemberg

Accedí a Zelarayán por La obsesión del espacio, que me prestó Elvio Gandolfo a fines de los 70 o principios de los 80, mucho después de su aparición, y me pegó muy fuerte por un poema, “La Gran Salina”, que sigue pareciéndome uno de los mayores poemas que dio la poesía argentina en el siglo XX, al menos si pensamos en el poema extenso y de gran aliento. Digo que me lo sigue pareciendo porque su lectura no se me agota y cada vez que lo leo vuelvo a decirme “cómo es esto posible”, de la misma manera en que me maravilla descubrir que ha sido posible que un cerebro humano lograra ciertos momentos de Beethoven o ciertas luminosidades en el “Café nocturno” de Van Gogh.

No sé si la obra fue bien leída porque no estoy al tanto de cómo transcurre la vida literaria. Respecto de lo que llaman “los poetas de los 90” (rótulo que, por supuesto, no abarca a todos ni a la mayor parte de los que empezaron a escribir poesía entre 1990 y 1999), estamos hablando de un grupo de intereses, entre autores de poemas, críticos y difusores, y algo propio de un grupo de intereses es reciclar o resignificar en función de sus intereses todo lo que no descarta: el Zelarayán inventado y promovido por “los 90”, más o menos el que aparece en el librito de Cucurto, no es el que yo leo en los textos de Ricardo Zelarayán, y encuentro que más bien en algunos aspectos, caricaturizados, los más pintorescos y “revulsivos”, aptos para futuras biografías que vendan bien, coincide con el personaje que Zelarayán suele jugar a ser en su teatro de vida social, por motivos que no vienen al caso.

En cuanto a la edición reciente de su poesía, no vi el libro. El trabajo anotado de edición, selección, comparación y ordenamiento de la enorme y despelotadísima cantidad de material inédito o disperso que estuve haciendo durante aproximadamente un año por pedido del propio Zelarayán fue desechado por el editor por motivos que no entiendo o prefiero no entender, así que no sé qué habrá quedado. Sí, entre las cosas que puedo decir con cierta seguridad después de aquella exhaustiva experiencia es que Zelarayán sabe muy bien, como muy pocos, lo que hace y lo que quiere hacer, como sólo puede saberlo un obsesivo extremo. Y si me preguntan qué es eso que hace y que quiere hacer no sabría decirlo: él lo sabe, hay que indagarlo. Yo pensaba hacerlo en el estudio introductorio, pero, como dicen en las series policiales, me sacaron del caso. Únicamente poniendo en marcha un potente y persistente trabajo de indagación podría hacerlo. De otro modo no, porque esta es una poesía con la que tengo muy poco feeling, no es de la poesía que me voy a poner a leer cuando tengo ganas de leer poesía. Sí me importa mucho su originalidad, el desafío radical y fascinante que plantea como escritura: puedo pasarme días y semanas trabajando en eso, pero es a esa zona mía, más “profesional”, a la que le interesa. Ojo: esto no vale, por si no se notó, para “La gran salina”, pero tampoco veo que “La gran salina” tenga mucho que ver con el resto de la poesía de Zelarayán: es algo así como una iluminación milagrosa en el medio de una cosa que apunta para otro lado. ¿Y en el resto? Claro que puedo leer y disfrutar mucho fragmentos, tramos, en distintos poemas, como quien va a picotear distraído por ahí, sobre todo en Roña criolla, un libro en el que además me gusta mucho percibir algo así como un gruñido o ronquido áspero de fondo, como un motor siempre prendido (¿de moto?) que ritma desde su subsuelo el movimiento de los poemas, muy congruente en su granulosidad con la coloración gris ocre y terrosa y herrumbrada que la escritura da a todo: es como tocar con la lengua, el oído y la mirada las superficies. Eso me gusta de verdad.


Elvio E. Gandolfo


Lo primero que leí fue La obsesión del espacio, hace muchos años, libro que conservé hasta hoy, en que tengo además la segunda edición. Eran épocas en que sacábamos el lagrimal trifurca. Conocimos personalmente a Ricardo cuando fue a Rosario a entrevistarnos. Un tipo genial. La obsesión... es uno de esos libros que no cumple un papel de aporte, sino de existencia oronda, de aire libre, sobre todo en los poemas largos y otro más breve en que va al cine con la mina, y dice algo así como que la película fue lo de menos. No recuerdo si es también ahí en que habla de los ojos de los gatos y de los autos que entran a Río Cuarto, y de la palabra “cinzas”. El aporte de La piel de caballo es igualmente indefinible como categoría, esta vez en relación a la prosa. La leí en la primera edición, y no tengo la segunda.

La obra de Zelarayán ha sido bien manijeada por sus adictos, entre los cuales me cuento, comentando el culto, pero no sé si ha sido bien leída, o qué es exactamente ser bien leído. En las ediciones recientes me desorienta un poco el criterio, desordenado: son dos libros que empecé a leer más de una vez, sin seguir. Los dos que recuerdo como sus libros son La obsesión... y La piel de caballo.


Silvio Mattoni

Lo primero que leí de Zelarayán fueron algunos fragmentos muy raros en la revista Literal, cuyos ejemplares llegaron en los 70 a la biblioteca de mis padres con el auge del psicoanálisis lacaniano. Después me parece que vi algún texto en la revista Sitio, en los 80. El recuerdo más claro y consciente fue la lectura de La obsesión del espacio, que me llegó a través del sitio poesia.com que hacía Martín Gambarotta, en los 90, aunque ya muchos amigos me habían hecho sonar de cerca el poema sobre la Salina Grande. Sin dudas, ahora que se reunió una buena parte de su poesía (Ahora o nunca, bien dice el título), La obsesión del espacio pareciera el libro más importante, e incluso “La Gran Salina” se destaca como la inauguración y la culminación de un estilo. Dado que no se puede superar ese poema, diría que Zelarayán prefirió variar, pasar a otras cosas, experimentos. No obstante, “La Gran Salina” es uno de los grandes poemas de los 70, y si aceptamos la idea involuntaria, vectorial de la poesía que figura en el posfacio de aquel libro, no pertenece a un estilo, sino a un habla que se dio, que apareció, que ritmó la misteriosa memoria de un lugar inmemorial.
Para señalar lo que me aporta ese poema, transcribo unos párrafos fragmentarios de unas notas inéditas (ver aquí).

Ana Mazzoni

Mis primeros contactos con la obra de Ricardo Zelarayán se dieron de modo bastante tangencial. El primer recuerdo que tengo es ver su apellido estampado en la tapa de un libro de Washington Cucurto: un poemario que sigue varias premisas estéticas del autor entrerriano y que, además, lo incluye como personaje (“Ricardo Zelarayán/ era arrastrado de los pelos/ por los guardias de seguridad/ por tirar las espinacas/ al piso, / por destapar los yogures/ de litro”). Luego fue leer sobre él algunos relatos mistificadores y alusiones, recomendaciones hechas por poetas de los 90 (Damián Ríos, Fabián Casas, Daniel García Helder) y sólo al cabo del armado de esa ficción monumental, pero todavía incierta, volátil, vinieron las lecturas. Había poemas sueltos en fotocopias o en internet, papeles que pasaban de mano en mano en los talleres o lecturas de poesía, más tarde el libro reeditado por Adriana Hidalgo, La piel de caballo, y al final vinieron otros, prestados, que había que leer pronto y pasar al compañero (no se conseguían en librerías ejemplares de Roña criolla y La obsesión del espacio). Las pruebas empíricas no defraudaron al mito; le dieron sustento.

Se sabe: la obra de Zelarayán se caracteriza por su incompletud; su figura, por un aura de misterio; su prosa, por la capacidad de plasmar un tipo de oralidad; su ritmo viene marcado por la velocidad de la peripecia. RZ no se inscribe en la gauchesca, rechaza la parodia, no distingue entre prosa y poesía. ¿Qué agregar, entonces?

Hay dos contribuciones fundamentales que Zelarayán ha hecho a la literatura argentina. La primera consiste en que, siendo la suya una literatura de referentes concretos, que trabaja con una serie de determinaciones ideológicas (la inmigración del norte argentino en Buenos Aires, por ejemplo, es uno de sus temas fundamentales), no descuida sin embargo el estilo, una característica que comparte con Marcelo Cohen, Leónidas y Osvaldo Lamborghini, Salvador Benesdra, entre otros. Al respecto hay una excelente nota publicada por Damián Selci y Nicolás Vilela, que resalta lo fundamental de cualquier lectura que pueda hacerse de RZ y que está publicada aquí: http://www.plantarevista.com.ar/spip.php?article14. Sintéticamente, esta nota se concentra en la demostración de que “se puede escribir bien sin ser un tilingo”, esto es, que la preocupación por el estilo, por lograr un trabajo original del lenguaje, no es excluyente de la poesía, ni de la literatura propia de la burguesía (ni de la borgesía, camorrea RZ) y que la narrativa que busca una verdad histórica no debería perder esa premisa de vista, pues ahí debe encontrar su eficacia comunicativa: “si la realidad está en alguna parte, está en el lenguaje”, sentencia RZ.

La segunda contribución consiste en que los textos que se dejan ver de su obra (poemas, especialmente sus variaciones, prosas, ensayos, entrevistas) son a su vez generosos manuales de estilo y en eso hay que reconocer en RZ a un escritor con vocación de maestro. Sus reflexiones sobre la literatura incluidas en, por ejemplo, Lata peinada, abundan en claves acerca de cómo concibe su propia escritura, sobre su interés por los climas, sus rupturas, la angulación que permite encontrar un tono, los timbres, el carácter fundamental de la respiración poética en la prosa, sus ejercicios, su recomendación de leer poesía, de escuchar lo que se escribe.

Las ediciones recientes habilitan la posibilidad de que poetas y narradores más jóvenes (y ni tanto) puedan nutrirse de estos hallazgos; hecho festejable, dada la sorprendente indolencia con que ciertas escrituras contemporáneas observan el armado de las frases, la composición de los textos, como si no se tratara, al fin y al cabo, de literatura.




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646