diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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"A decir verdad, nada es de uno, ni siquiera el padre". Hasta hace unas semanas no había oído hablar del uruguayo Roberto Appratto, responsable de que haya tenido que poner en la frase anterior unas comillas que habría preferido ahorrarme. Encontré su nombre en un libro de Alberto Giordano (¿El tiempo de la convalecencia?, ¿El tiempo de la improvisación?), lo anoté bajo la etiqueta "Sospecho que puede gustarme" y al poco tiempo Bulk anunció la publicación de dos de sus libros reunidos en un solo volumen. Los planetas se alinearon, como dice una de nuestras tantas imágenes astrológicas: de un día para otro, un autor desconocido se me volvió familiar. No exagero. Una noche, de charla, le dije a un amigo: ¡¿cómo que no leíste a Appratto?!, con ese tono entre la pregunta y la reconvención que intenta comunicar el doble signo. Era incredulidad, no pose. Pasa así cuando la lectura nos toca.
El primero de los libros, Íntima, está dedicado al padre. El segundo, El origen de todo, a la madre. Uno es de 2008, el otro de 2020. Resistentes al soborno de los lugares comunes, aferrados, como Appratto dice en Íntima, a "las dos únicas armas de que se dispone: la memoria a velocidad y la resistencia a la blandura”, los dos libros tienen una cualidad que no abunda: emocionan sin apelar a la emoción, muy de a poco, confiando en la literatura antes que en la obvia identificación que estos temas pueden producirnos,
El libro del padre es continuo: cien páginas sin punto y aparte. El de la madre es entrecortado: setenta páginas divididas en diez capítulos con párrafos al estilo tradicional. La forma que cada libro adapta se dice por lo menos en dos momentos. En Íntima: “Por debajo de cada acto, de cada chiste, está ese enjambre de datos, preferencias y recuerdos que componen el continuo de mi padre, la historia de su vida que yo desconozco y que corresponde desentrañar, al menos en lo visible”. En El origen de todo: “De manera que, de un modo que no me sucede con mi padre, la vida de mi madre se me presenta como una serie de puntos aislados que apenas llegan a explicar cómo era, o mejor dicho cómo había llegado a ser lo que era”. Esta diferencia no se debe al tema, como si dijéramos: en tanto hablo del árbol sugiero la forma de un tronco y sus ramas. No hay un caligrama secreto sosteniendo todo. Se debe a una necesidad interna, que los libros instituyen. En otra dimensión (en otra prosa), podría haber sido al revés: la madre, continua; el padre, entrecortado. Porque si hay algo claro es que la necesidad es un efecto de la literatura y no un ajuste a criterios que existen independientemente de ella. En este sentido (que es el que más importa), los libros de Appratto son magistrales. Nos convencen de que este padre y esta madre no podrían haber sido contados de otra manera.
Íntima empieza con el padre apareciendo ante el hijo para silbar un tango, con seguridad e histrionismo. El origen de todo empieza con el hijo yendo en busca de la madre, describiéndola frente al televisor, con el tejido en las manos, en penumbras y en silencio. Un pediatra reconocido socialmente, seguro de sí. Un ama de casa aficionada a la lectura y el cine, reservadísima. Los inicios los presentan. Pero más que señalar: acá está todo lo que vendrá luego, es decir, más que funcionar como cifras, las imágenes con las que Appratto empieza sus libros establecen el punto de partida de una indagación no lineal, que no recorre las concentraciones del sentido sin recorrer también sus expansiones, incluso hasta perderse. En efecto, padre y madre son figuras alrededor de las cuales Appratto prueba acercamientos que insiste en señalar como no definitivos. Es la única certeza: no hay manera de agotar estos temas, no hay figura en el tapiz que pueda reunir todos y cada uno de los hilos que dan cuenta, también ellos parcialmente, de algunos aspectos del padre y de la madre.
Los dos libros están llenos de tanteos, iluminaciones y derivas. Escribir sobre el padre y la madre es escribir también sobre las dificultades que el texto enfrenta y sobre las tentaciones que debe evitar para poder hacerlo honestamente. Esta última palabra es importante. Appratto recurre a ella a menudo, o a otras que forman parte de su ámbito más cercano, por afinidad u oposición. Por ejemplo, a la palabra “falso”. Íntima: “Nunca es fácil ser fiel a la verdad, porque de inmediato nos caen sobre la cabeza cientos de lugares comunes o huellas culturales que corroen nuestra manera de evocar y convierten todo relato biográfico en falso, en ejercicio de una licencia poética que funciona, más bien, como vacación del cerebro”. El origen de todo: “Me es imposible resumir o tratar de definir por trazos rápidos, descartar todo lo accesorio, para llegar a un centro, que siempre sería falso”.
El combate contra lo falso exige una fidelidad no a los datos sino a la literatura. La forma, escribe Appratto en Íntima, es “una voz autónoma de la realidad”; por lo tanto, hay que decir, instituye ella misma los criterios según los cuales algo puede ser calificado como falso o como honesto (la palabra aparece más que verdadero). Incluso permite poner en suspenso un presunto compromiso con lo verificable, tal como se señala por lo menos dos veces en Íntima: “Como no hay confrontación con la realidad, nunca, más allá de una óptica personal, yo prefiero bajar un escalón y pasar de lo fidedigno a lo creativo: a la construcción de un padre desde lo que puedo saber de mí”. / “Parece que solo de golpe, eliminando la noción de fidelidad, puede recuperarse una perspectiva no codificada del padre”. De ahí que, en última instancia, el tema de Appratto sea la literatura misma: la búsqueda de un tono para la rememoración que no pueda ser capturado por los lugares comunes, que se dicen fatalmente a sí mismos. Para que esto no ocurra, para que lo falso no gane el juego, Appratto se mantiene siempre a cierta distancia, como probando distintos modos de aproximación. Como si dijera: un escritor procede al revés que los vampiros: si acepta la invitación de su tema, pierde. Una cita de Íntima: “No es difícil hablar bien de mi abuelo, o del abuelo en general. Sí lo es hablar bien del padre, siempre y cuando uno no quiera aflojarse, empezar a decir que es una autoridad serena, una presencia rectora, un ejemplo”. Una cita de El origen de todo: “Es uno de esos puntos de esta historia en que la búsqueda del perfil de mi madre retrocede ante la facilidad de caer en la relación madre-hijo para liquidar el asunto con la ternura segura o algún otro lugar común”. Y una tercera, que separo del texto porque me parece especialmente notable (proviene de Íntima):
"Hablar bien del padre, o de la madre, o del hermano, hablar de modo complaciente, quiero decir, es cubrir todo con un manto homogéneamente falso: si uno registra, con cierta intensidad y sin facilismos, sin caer en la enumeración que devuelve lo personal a lo impersonal, al triunfo triste del código del recuerdo ´fuerte´ en que los padres y los hermanos son lo mismo para todos, es decir, tipos, y por lo tanto entidades inverosímiles, una media estadística que incorpora rarezas o colores locales para confirmar la regla, entonces puede al menos estar cerca de lo que para uno es la verdad: capas y capas de diferente calibre, voces o carteles o titulares o frases: única manera, por lo que parece, de absorber en la escritura lo que está y lo que no está en lo verbal".
Todas estas facilidades contra los que lucha el escritor, y a las que convoca una y otra vez, para hacer pública su batalla, no proceden solo del sentido común cotidiano (“ternura segura”, “ejemplo”, “autoridad serena”, “presencia rectora”) sino también de quienes se dicen sus críticos. Si hay que cuidarse de la expresión cristalizada entonces hay que poner guardias en todos los frentes, y especialmente ahí donde la crítica del lugar común se ha vuelto ella misma lugar común. En este punto, Appratto da la mayor pelea que puede dar un escritor: la pelea contra los códigos por medio de los cuales la cultura convierte en institución a la literatura. O dicho de modo afirmativo: la pelea por lo singular. Dice en Íntima: “No sé: es una cuestión de no caer en lo previsible, de no enganchar inmediatamente lo personal a lo impersonal y disolverse en un saber borroso, de informativo, en que tantas veces se hunden tipos que tienen que ver con la cultura, por cumplir con la cultura”. Y dice en El origen de todo: “Un episodio del pasado brilla solo, llama la atención por lo que tiene de narración, si conserva su condición de escena, si no se borronea o, peor aún, se vuelve síntoma general de un estado”.
En algunos momentos, Appratto dice que lo que busca es acercarse. En otros, señala que la cercanía lo conduce al lugar común, y entonces se aleja rápido. Este juego de distancias recorre los dos libros. Appratto advierte insistentemente sobre los límites de su aproximación. Sigue un camino, se detiene, piensa: después continúa en la misma dirección, dobla o salta hacia otro lugar. Si no se tratara de un escritor, uno diría: testimonia los fracasos. Tratándose de un escritor (y de uno notable) habría que decir justo lo contrario. Hay un deleite en las dificultades, en las demoras, en los tanteos, en las oraciones largas, en las comas que no empastan la prosa sino que la vuelven oscilante, incluso ebria. Además de una cuestión de distancias, la prosa es una cuestión de tiempo. En un momento Appratto dice, sobre la resistencia de la madre a poner en palabras su gusto por los libros y las películas, pero reconociendo en ella un vínculo propio, singular, más libre que el de los profesionales, que tan bien hablan la lengua de la cultura: “Lo que hacía era quedarse un rato de más en las cosas”. Es una definición extraordinaria, que vale también para él mismo: una verdadera ars poetica.
(Actualización diciembre 2021 – febrero 2022/ BazarAmericano)