diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Tránsitos entre países, entre lenguas, entre generaciones; las formas del impacto de las coyunturas políticas argentinas sobre ciertas vidas; las búsquedas en los itinerarios familiares, marcadas por las discontinuidades, abandonos, pérdidas, recuperaciones: la novela Mar azul (publicada originalmente en portugués en 2012) continúa y amplía el mundo ficcional que Paloma Vidal viene construyendo, a través de dos libros de relatos (A duas mãos y Mais ao sul), otra novela (Algum lugar) y los textos teatrales agrupados en Três peças. Su otro texto traducido al español es Mais ao sul (Más al sur, por Eterna Cadencia).
La protagonista de Mar azul es una mujer –no se nos dice su nombre– que emigra de Buenos Aires a los treinta años, poco tiempo después del golpe del 76, y que se instala para siempre en Brasil. Casi cuarenta años más tarde, ya anciana, recibe el diario personal de su padre, muerto recientemente, lo que la hace revisitar una serie de acontecimientos que marcaron la historia de ambos.
La vida de la protagonista se narra a partir de dos instancias bien diferenciadas: una primera parte de la novela reproduce diálogos que en la adolescencia, en Buenos Aires, a fines de los años cincuenta, mantenía con una amiga. La segunda parte de la novela está situada en Brasil, en la actualidad, después de la muerte del padre: encontramos la voz que acompaña la lectura de los diarios que él había escrito a lo largo de toda su vida, fusionada con la propia escritura de la mujer, en las páginas en blanco de esos diarios.
Los diálogos de la primera parte tienen lugar por las noches, en el dormitorio de las dos adolescentes. El texto de contratapa asocia la adolescencia con un “diálogo infinito, poderoso”. Estos fragmentos de una “conversación infinita” –para retomar la expresión feliz de Alberto Giordano sobre Puig– se desarrollan en la oscuridad compartida del cuarto, lo que parece amplificar el poder evocador de esas voces y suspender el tiempo. Es una escena difícil de fechar; no nos enteramos de entrada que esos diálogos ocurren a fines de los años 50, que la protagonista vive allí porque su padre emigró a Brasil, dejando a su hija sola en Buenos Aires (no tenemos datos de la madre o de otros parientes). La deslocalización espacial y temporal saca a las amigas de las restricciones de su punto de vista adolescente, pueden imaginarse adultas, incluso ancianas. Los diálogos recogen la vibración del día a día y también sensaciones más vagas, hasta premoniciones; se anuncian peligros que golpearán con fuerza tiempo más adelante. La protagonista parece, de entrada, más expuesta a esos peligros que su amiga; si bien recibe el afecto de quienes la albergan, su relativa orfandad la convierte en una suerte de extranjera: adquiere el tipo de vulnerabilidad del que no pertenece del todo al lugar en el que vive. Las relaciones sentimentales que inicia parecen las que establecen los inmigrantes recién llegados, con un perfil de personas con las que nunca habrían tenido contacto en su país de origen.
La voz de la segunda parte marca un contraste fuerte: si hay un diálogo, no es en una situación de oralidad sino a través de la escritura, entre el diario del padre, que no se reproduce, y lo que la hija escribe en el reverso de las mismas hojas. No hay inmediatez sino un salto temporal importante, y la cualidad “dialogal” de la escritura de la mujer se vuelve dudosa: el diario del padre muerto funciona como el disparador de una voz que toma un itinerario subjetivo, un vuelo propio por el espacio de la memoria, por el espacio de la vida del padre y de la propia.
La comunicación entre las voces de Mar azul y el lector es abierta como la de quien escucha secretamente una conversación ajena: tenemos a la vez la sensación de cercanía, de verdad, de una voz que no está distorsionada por nuestra presencia, con las dificultades naturales de esa situación de escucha furtiva: no se nos dan de entrada los elementos que nos permitan entender cuándo, dónde, cómo sucede todo. El lector va recibiendo con lentitud los indicios que le permiten situar los acontecimientos que atraviesan los setenta años de la vida de la protagonista, y no es hasta el final en que nos es posible completar la secuencia de sucesos. Esta condición de escucha secreta vale tanto para el diálogo entre las adolescentes como para la voz que acompaña la lectura del diario del padre muerto.
La novela se construye, más que con revelaciones, con los efectos subjetivos de la falta de certezas sobre el pasado. Como es frecuente en la narrativa de Vidal, sus personajes buscan rastros de un linaje un poco nómade, entre diferentes territorios y lenguas. Siempre sobrevuela la sensación de incertidumbre en la explicación de las causas últimas de los movimentos entre los países, y la indicación de aspectos de contexto (guerras, crisis económicas, represión, etcétera) no resulta suficiente. Se arma una cronología, pero la novela gana si el lector no está demasiado atento a la determinación y ordenamiento de tiempos y lugares; se disfruta más la fluidez entre épocas y sujetos distintos. Es interesante que las protagonistas de sus relatos no se constituyan como el último sino como uno más de los elabones de una cadena, y la mirada sobre los hijos, en otras ficciones de la autora (como en Algum lugar) reproduce la mismas preguntas que surgen al mirar al pasado. En ese mundo en que los padres y abuelos tomaron decisiones que implicaron cambios radicales para los hijos, la búsqueda de los lugares y espacios del pasado lleva a un camino medio a ciegas por ciudades o barrios poco conocidos; se da con frecuencia la paradoja de que padres y abuelos intenten que algún descendiente conserve lo que, desde los hechos, le quitaron. En otras ficciones de Paloma Vidal las conexiones más fuertes con el lugar las dan los hijos, por ese fenómeno que los emigrantes ven con extrañeza: ven crecer personas que parecen más formados por el medio que por su origen familiar. Algo de ese fenómeno se observa en la novela: a la protagonista se le aparece en sueños un hijo que anuncia que la protegerá, un muchacho que habla con un acento “bien de esta ciudad”, la ciudad brasileña en la que ella nunca dejará de ser una extranjera.
Como en la mayoría de la obra narrativa de Paloma Vidal, Brasil es el lugar desde el que se narra, y Argentina es un espacio que se recuerda y olvida, se visita y abandona, se siente o recupera como propio o se vuelve extranjero. El hecho de que casi toda su obra esté originalmente en portugués reafirma ese efecto. Sin embargo, en las ficciones de Vidal, Brasil tampoco termina de ser el lugar de lo propio: sus personajes, aun los que nacen allí, viven como en un espacio en que se adaptan, funcionan, estudian, trabajan, pero con el que se mantiene cierta distancia; los acontecimientos políticos brasileños no parecen llegar a importar, o siquiera resultar narrativamente significativos, en la vida de estos seres que se hospedan allí por años, décadas, o para siempre. Lo que permite historizar la vida en Brasil termina por ser lo que sucede en Argentina: si uno recorre, junto con Mar azul, toda la obra narrativa de Vidal, casi no se menciona ningún hito de la vida política brasileña, pero sí se arma un mapa de acontecimientos marcantes de la política argentina y su impacto sobre las historias personales. Encontramos referencias al 55, al 76, a los desaparecidos, a la guerra de Malvinas, a la llegada de Alfonsín, a la crisis del 2001, a la muerte de Videla.
Los tránsitos de Paloma Vidal entre el español y el portugués se muestran en distintas dimensiones. La novela fue escrita en portugués, y traducida al español. Toda la primera parte es un diálogo que en la ficción ocurre naturalmente en español, y la traducción devolvería la escena a la lengua original, por así decirlo. La segunda parte, la voz que se crea a partir de la lectura de los textos del padre, sería en portugués (“esta lengua que me gusta tanto”, dice la mujer), y la traducción al español parece volver a la protagonista más a la que fue que a quien es. Estos pasajes entre español y portugués dejan marcas en cada transición, y terminan por producir un efecto de exterioridad, extrañeza, sobre ambas lenguas.
En una de las escenas que la protagonista recuerda de la infancia con el padre, en Buenos Aires, se describe un viaje a Mar del Plata. El relato va en un vaivén entre el registro del poco transparente mundo de los mayores –el mundo del padre, con sus amigos, con cierto “algo de clandestino”, de “conspiradores”–, y la observación del mundo externo: la playa, el viento, un paquete tibio de facturas atado con un hilo. El lector se involucra y oscila, junto con la niña, entre la inquieta mirada sobre los mayores, que uno sabe que estarán tomando decisiones que le afectarán la vida, y la contemplación del mundo mucho más tranquilizador de los detalles materiales del entorno. Las voces de los mayores suelen no ser cooperativas: las búsquedas que más tarde emprenderán los hijos se dan por caminos difíciles, y contrastan con la contemplación muda de la escena presente. Allí radica una de las dimensiones poéticas de la textualidad de Paloma Vidal. La voz de la novela registra pequeñas escenas del exterior por el que circulan sus personajes, los breves vuelos de pájaros, el sol en un patio, los movimientos de desconocidos en un parque, la sensación del propio cuerpo mientras nada en una pileta, el horizonte marino. Esa voz crea una exterioridad luminosa y muda que deja sentir de fondo el rumor oscuro de otras voces. Esas escenas no son metáfora de nada: es el goce de lo presente, de lo existente. Crea una poética de la objetividad que funciona como contrapartida de las búsquedas interiores que no puede evitar seguir y que conducen por caminos más arduos y oscuros.
Recién en la última página, la novela retoma el diálogo inicial entre la protagonista y su amiga. A pesar de que ya sabemos situar el diálogo, las voces se desprenden de su contexto, como suele ocurrir con los cierres de los libros ficcionales de Paloma Vidal (“Pájaros” en Más al sur; “Vidas futuras” en A duas mãos): son expresión de un puro presente, o a lo sumo miran un futuro limpio de sombras del pasado. La decisión de un cierre más poético que estrictamente narrativo muestra la confianza más en un mundo de resonancias difusas que en la búsqueda premeditada de una narración que fije causalidades, sentidos. Al final de cuentas, las búsquedas son vuelos breves, o muy largos, pero que terminan por devolver a un presente, a un cuerpo, a un paisaje, a la lengua que mal o bien es la que termina siendo nuestro destino, aunque, para citar a la propia autora, nunca llegue a pertenecernos del todo.
(Actualización noviembre 2015 - febrero 2016/ BazarAmericano)