diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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No es fácil entender qué es lo que pasa en la narrativa argentina, favorecido el enigma por la incapacidad de los críticos para comparar y llegar a alguna conclusión cuando leen la literatura que se hace acá, [y] este deíctico proclama su alevosía venenosa y no se atreve a dar un paso atrás (si lo hiciera le pisaría el pie al primero de una cola larguísima).
Es cierto que los libros argentinos son los más reseñados, pero eso parece deberse a que quienes reseñan ignoran entre otras cosas todos los demás contextos. La narrativa local, a su vez, atraviesa otro de sus ciclos xenófobos de altivo naturalismo, tan peatonal y pedestre como [todos] los anteriores; no es inútil predecirla y seguir infundando y difundiendo sus promesas con predicados mansos y conciliadores. Además, cualquiera cree estar capacitado hoy para opinar sobre los relatos y las traducciones. De modo que «tararean al unísono» las taradeces se apilan también o hacen cola. De los libros escritos en castellano o traducidos, el crítico inconformista (una figura de parodia ya, con tan pocos conocimientos y argumentos como los que representan el papel en la T.V.) dirá que el libro denostado parece o ha sido escrito en un taller literario; de la traducción, que es floja si contiene palabras que no entiende (y castiza si reconoce la procedencia española).
Pero no quiero parecerme a Chitarroni, uno de los que hasta ahora se ha dedicado a elogiar la narrativa de Martoccia, y llenar el escaso espacio del que dispongo atacando a los otros, pervirtiendo, como él lo hace, la inteligencia de los alegatos con una erudición un tanto obtusa. Enemigos de la lluvia es una de las colecciones de relatos más entretenidos e inteligentes que se hayan escrito en los últimos veinte años, y no conviene el menor amago para disminuirlo.
Hay en estos once relatos una intención más tenue que en la colección de relatos anterior de Martoccia, Caravana (1996). Hay menor empeño, como si algo se hubiera extinguido o difuminado, o como si se hubiera cifrado en otra clave, subalterna, subyugante y distinta. Habría que considerarlo parte del aprendizaje del narrador/a, un aprendizaje riesgoso, puesto que en Caravana se ofrecían las trazas ya de una maestría inobjetable. Esas tensiones y distensiones pueden observarse a veces en narradores tan puros como quien encuentra enemigos de la lluvia, y precisamente en razón de la pureza específica de la experiencia. El espectro temático asombra: un hospedaje inglés, con el nombre de la querida de Charles II, da lugar a todo tipo de observaciones y especulaciones, y en razón de su ambigüedad —una riqueza, como se encargaba a veces José Bianco de señalar— concentra las idas y salidas en algo que podría llamarse la vida privada de los ascensores, el buen o mal aliento, el vocabulario íntimo de un ocio subrepticio y servil. La apostura de un mozo domador, el tatuaje de una moza, la casi violenta inocencia de los incrédulos defensores de Monzón (del boxeador que se deshizo de su mujer o amante tirándola por el balcón). Martoccia invade sin ambages el mundo poético, pero de un modo muy feliz (e inusual en la narrativa argentina): no lo hace arrojándose al abismo insondable de las palabras sino articulando un poema de las circunstancias y los hechos. Todo parece enseñar un rondó, un rigodón o una ronda (la de los versos de “Tinta roja” se cita en este libro que solícitamente renuncia a las citas por preferir la alusión) y los encuentros voluntarios e involuntarios —“los extremos me tocan”, escribió André Gide— en ciclos, en vueltas, en —precisamente— el ritornello del que Enemigos de la lluvia es autor, cultor y culpable, la llovizna como testigo y rumor.
Los temas van y vienen. María Martoccia ha averiguado ese secreto topos de un libro de relatos, lo ha compulsado con el de la novela y ha elegido sostener en ese extremo el compás para que los personajes, sin encontrarse, se encuentren. Es como una cubierta, una perezosa cubierta donde los personajes se regodean de su tránsito. Implica lo transitorio de cualquier permanencia, pero también la conciencia. “the awareness of all”…, como escribe E. M. Forster.
Es el ideal para cruzar los repertorios y alterar los elencos, ensancharlos, ampliarlos para cambiar de tema. Una inversión del uso rutinario del diálogo en las ficciones argentinas, esas conversaciones, a veces apagadas y sin desenlace no se graban (así como las deudas, de acuerdo con lo predicado por Simone Weil y su traductora al italiano, Cristina Campo, no se reclaman). Se reconocen solo, pasión o gesto que identifica y despide finalmente a los tripulantes del mismo sueño.
Más que en cualquiera de los anteriores ejercicios narrativos (aunque parece deshonesto llamarlos así, la muy bien disimulada destreza del conjunto es, a su modo, experimental), hay un tratamiento tan especial y cuidado de lo que se cuenta, que a menudo (se) encuentra (uno) que el gesto narrativo es ínfimo. Es el poder final, un colorido, una coloratura, la que le proporciona al relato su dimensión verdadera, pese a la insuficiencia de la anécdota. Hay poquísimos narradores que sepan sacarle [ese] provecho. Los que lo hacen e hicieron —Isak Dinesen (Karen Blixen), Elsa Morante, Sylvia Townsend-Warren, Jane Bowles, para limitarnos al siglo anterior— lo hacen de una manera distinta entre sí: escamotean un episodio, enfatizan algo insignificante, neutralizan énfasis y diminuendos, bathos y pathos en una especie de uniformidad sin accidentes [ni sobresaltos]. María Martoccia oculta en la banalidad y la frivolidad los indescifrables recursos del destino. Esa distracción, esa torpeza fingida ayuda a hacernos creer que los añora y los ignora simultáneamente , como si la huella cautelosa, el sendero que ilumina no hubieran sido copiados con genio por esta narradora ideal, que ha recaudado con fruición todos los procedimientos del policial para despilfarrarlos en tramas generosamente despojadas de tragedia.
* Dolores Dorfles nació en Buenos Aires y ejerce la crítica [literaria] en diversas publicaciones locales y extranjeras. Con Dorotea Mauberley dirige la editorial Adalgisa, que da a conocer en castellano lo mejor de la literatura italiana. Licenciada en Letras, se gana la vida como actuaria, profesión que le permite escribir sin ningún tipo de presiones ni adhesión a los falsos influyentes que reducen el ámbito literario y lo convierten en un círculo vicioso.
(Actualización julio - agosto 2015/ BazarAmericano)