diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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1. EL MALESTAR COMO ESTÍMULO
Walter Benjamin sostuvo alguna vez que no puede existir ningún estudio profundo sobre la obra de Baudelaire que no se ocupe de la imagen de su vida; y tenía razón. No en vano, acaso el mejor paso previo a la lectura de su libro "Pobre Bélgica" (en rigor, un proyecto de libro), sea remitirse a la correspondencia que mantuvo con su madre durante los dos años de estancia en Bruselas. Esas cartas de algún modo aclaran los motivos que originaron el texto más bizarro de su producción.
El 24 de abril de 1864, Baudelaire llegó a Bélgica con la intención manifiesta de dictar un par de conferencias pero, sobre todo, con el secreto propósito de contactar a un editor. El 6 de mayo le escribía a su madre: "Te adjunto una reseña que se ha publicado sobre mi primera conferencia. Aquí dicen que ha sido un enorme éxito. Pero, entre nosotros, todo va muy mal...el verdadero objeto de mi viaje era seducir al editor Lacroix para venderle tres obras mías...Desgraciadamente el Lacroix ése está en París. Acabo de pedir el derecho a otras tres conferencias coincidiendo con su vuelta, pero no le digo la finalidad a nadie". En una nueva carta, del 11 de junio, vuelve a referirse a Lacroix: "Las cinco conferencias las di sólo por él. Recibió cinco invitaciones, y no vino a ninguna".
De la venta de sus obras dependía la posibilidad de cancelar algunas de sus muchas deudas. No obstante, aquel viaje a Bélgica, lejos de ayudar, agravó la situación. En la última carta citada, Baudelaire explica que a la ausencia del tan esperado editor, se sumó otro problema: Cuando los organizadores del ciclo de conferencias le hablaron del pago, con soberbio descuido él respondió que lo arreglaran a su gusto porque era incapaz de discutir semejantes asuntos; tomando al pie de la letra su aparente desprecio por el dinero, al concluir el ciclo le dijeron que ese año los recursos se habían agotado, pero que por supuesto guardarían un buen recuerdo suyo. "¿Qué hacer? ¡No había contrato escrito!", fue su comentario.
Aun así decidió quedarse en Bélgica y seguir con el plan de acceder a Lacroix. En las cartas conjetura, por ejemplo, que como éste era el editor de Víctor Hugo, probablemente el propio Hugo -o "alguno de su banda"- se había ocupado de predisponerlo contra él. Finalmente, logró ponerse en contacto; pero, al cabo de unos días, el socio de Lacroix le transmitió que sus libros habían sido rechazados y, acto seguido, le preguntó al autor de "Las flores del mal" si no podía ofrecerles una novela. La ofensa llegó todavía más lejos pues, meses más tarde, supo que los editores acababan de encargarle a otra persona una traducción que él les había propuesto. En la carta en que relata el hecho extrae una conclusión tajante: "¡Belgas! ¡Tenían que ser belgas!".
Baudelaire estaba alojado en el Hotel Grand Miroir y vivía como un indigente. Sus únicos fondos consistían en módicas cantidades que le enviaba su madre para salir del paso: "Me veo obligado una vez más a invocar tu bondad". "¿Podrías una vez más, y sin poner en riesgo tu pobre presupuesto, enviarme una pequeña suma?" (abundan en la correspondencia frases como éstas). Además de la ruina económica, lo aquejaban los primeros síntomas claros de la sífilis -neuralgias, diarrea, catarro, vómitos, reuma. "Estoy sin libros, estoy mal alojado, sin dinero, y sólo veo a gente que odio", escribe el 3 de febrero de 1865.
Ahora bien, la pregunta que surge ante tal cuadro es por qué no optó por volver a París. ¿Por qué Baudelaire eligió permanecer en un país que le era tan completamente hostil? Al margen de otros posibles motivos menores, parece haber sido su aversión hacia la comodidad lo que lo indujo a quedarse. De hecho, si un rasgo de carácter se desprende de sus datos biográficos, es su constante inclinación a rechazar de inmediato cualquier alternativa autoindulgente que se le presentara. En buena medida ello explica que haya decidido permanecer y que, redoblando la apuesta, se planteara el siguiente desafío: Escribir un libro sobre Bélgica a partir de sus observaciones ahí. En tal sentido, no sería irrazonable creer que su obra es un ejemplo de que el malestar funciona a menudo como un estímulo privilegiado de la creación artística; y que de su voluntad de mantenerse en un estado permanente de tensión, puede inferirse una clave valiosa para pensar su poética. Claude Pichois, su más lúcido biógrafo, asegura que aquello que lo ató a Bélgica fue precisamente el odio.
2. BÉLGICA, METÁFORA DE UN TIEMPO
Una de las ideas de Benjamin en "Zentralpark", se refiere a la predominancia de lo sensorial en Baudelaire y sostiene que su fundamento decisivo es: "la relación de tensión existente entre una sensibilidad al extremo intensa y una contemplación al extremo concentrada". De ahí que Baudelaire le permita a Benjamin concluir que el goce sensorial y la comodidad son incompatibles; y que esa incompatibilidad básica es la característica central de una "auténtica cultura de los sentidos". (La conclusión merece realmente ser recuperada hoy, con el fin de discutir las reivindicaciones simplistas del placer y la libertad de los deseos en fuga, combinadas como suele ser frecuente con un difuso culto del cuerpo como pseudo-divinidad). Lo destacable es que en Baudelaire ese predominio de lo sensorial -particularmente, de lo óptico- se conjuga con una notoria tendencia a poner la imagen al servicio del pensamiento. Así, los fragmentos que componen "Pobre Bélgica" son observaciones de un extranjero empecinado en captar -atendiendo a las costumbres de la urbe- imágenes susceptibles de ser presentadas como pruebas del envilecimiento de los ciudadanos: "Lavado de aceras hasta cuando llueve a torrentes. Manía nacional. He visto a unas niñas frotar con un trapo un trozo de acera durante horas enteras. Señal de imitación y característica de una especie poco sofisticada en la elección de sus entretenimientos". "El belga en un concierto acompaña la melodía con el pie o el bastón para hacer creer que la comprende".
La mirada de Baudelaire, concentrada al extremo y siempre incómoda, atrapa detalles que condensan -en su versión más burda- algunos de los males que la civilización moderna había generado. De ese modo, con macabra ironía registra al mismo tiempo el origen de su propio padecer: "Los belgas muestran sus vinos pero no los beben por gusto, sino por vanidad y para parecerse a los franceses...Bodegas burguesas, maravillosamente abundantes. Los vinos envejecen en ellas". "Aquí un crimen es más feroz y más estúpido que en otras partes. Violación de una niña de catorce meses...Huérfanos en remate. Maravilla que sólo puede tener lugar en un pueblo sin alma".
Brutalidad, tilinguería, espíritu servil, mezquindad, tales son los rasgos que una y otra vez descubre en los belgas. El punto está en que Bélgica no es sólo Bélgica, sino también la metáfora de un tiempo histórico. Mejor que en cualquier otro lugar, Baudelaire pudo observar allí que la organización social moderna producía un perfil de sujeto que le pareció pasmoso: "Los belgas forman sociedades para encontrar una opinión. Por eso no hay personas que sientan más asombro o desprecio por aquellos cuya opinión no está de acuerdo con la de ellos...Sólo piensan en patota". "El belga tiende siempre a alegrarse de la desgracia ajena. Además, eso constituye un tema de conversación ¡pues se aburren tanto!".
Los ciudadanos que muestra "Pobre Bélgica" actúan de manera alienada y gregaria; consumen sus días en vulgares pasatiempos; profesan hacia sus semejantes sentimientos bajos; ignoran la delicadeza; se escudan en una cruel practicidad; han perdido la capacidad, incluso el deseo, de plantearse miras vitales más nobles que la sumisión a la insipidez pornográfica de un modelo propuesto por la economía. Bélgica es a todas luces un pueblo más dispuesto, declaró Baudelaire, a luchar por el encarecimiento de la cerveza que por las ideas: "Educación para hacer ingenieros o banqueros. Odio a la poesía. Nada de metafísica". "¿Para qué puede servir decretar la libertad en un país en que nadie la comprende, la desea ni la necesita?".
En la producción de Baudelaire "Pobre Bélgica" ocupa un lugar parecido al que ocupa "Bouvard y Pecuchet" en la de Flaubert. Incluso presentan una serie de similitudes: ser la última obra que escribieron y haber quedado inacabada; suponer un momento de abandono de todo lirismo en dos autores de marcado estilo lírico; estar estructurada en base a una sintaxis fragmentaria y a un registro irónico que hacen que hoy nos suene muy contemporánea; constituir una crítica bufa a la lógica de la modernidad; haber sido tomada como un texto menor por la mayoría de los estudiosos.
Además de su afinidad con la novela de Flaubert, cabe señalar que el contenido crítico de "Pobre Bélgica" admite ser leído en relación con los postulados de obras teóricas como "La democracia en América" de Alexis De Tocqueville, y "La voluntad de poder" y otros escritos de Nietszche. Como es sabido, Tocqueville vislumbró en Norteamérica una opresión de nuevo cuño: "un poder que no destruye, impide nacer; no tiraniza, molesta, comprime, apaga, embrutece y, en fin, reduce a cada nación a no ser más que un rebaño de animales tímidos e industriosos". "Es extraño", decía Tocqueville, "ver con qué agitada pasión los norteamericanos buscan su bienestar, y cómo se muestran atormentados por el temor de no haber escogido el camino más corto que los conduzca a ese bienestar". Asimismo, Nietzsche criticó al liberalismo en términos de decadencia; lo imaginó como un triunfo de la voluntad de la nada por sobre las fuerzas creativas. "La felicidad", señaló, aparecerá "primordialmente bajo la forma de estupefaciente, de entorpecimiento, de reposo, de paz, de aquelarre, de relajación para la inteligencia y el cuerpo, en resumen, como pasividad".
La línea de lectura que trazo resulta quizá sintetizable en cierta figura que Baudelaire enuncia: "Bélgica es un caso que confirma la teoría de la tiranía de los débiles". El fantasma de una "tiranía de los débiles" impregna su texto, en clara alusión a una multitud de individuos mediocres e iguales al parecer llamados, por la propia dinámica social, a ejercer formas del despotismo sobre aquello que aparezca como diferente. Si bien la reacción elitista ante el ascenso de las masas cuenta con una vasta tradición de exponentes en la literatura del siglo XIX, la originalidad de Baudelaire radica en haber ido más allá de las superficiales quejas de un alma aristocrática y haber registrado, en clave satírica, hasta qué punto el candoroso ethos de la burguesía podía ser complementario del avance de un modelo de vida pueril y de nuevos modos del control autoritario.
3. UN HEROISMO BUFONESCO
Baudelaire no fue un mártir, ni un nostálgico, ni un profeta pesimista. No se creyó nunca víctima de sacrificios impuestos, ni añoró supuestas ventajas del Antiguo Régimen, ni habló sobre cuál sería el futuro de la sociedad burguesa. Probablemente ni siquiera haya sido del todo conciente de los temas decisivamente nuevos que trató en su obra. Paradigmático de ellos es, en "Pobre Bélgica", el cómico registro de los cambios que el capitalismo había provocado en el ámbito del arte.
Dos citas resultan emblemáticas de su agudeza para diagnosticar dos fenómenos que continúan siendo actuales: "Especialistas. Un pintor para el sol, uno para la luna, uno para los muebles, uno para los paños, uno para las flores y subdivisiones de especialidades hasta el infinito, como en la industria...Se censura a un artista si quiere pintar todo. ¿Cómo
-preguntan- puede saber algo si no insiste en nada? Pues aquí hay que ser pesado para pasar por serio". "Los belgas miden el valor de los artistas por el precio de sus cuadros...Cuando durante tres horas han citado precios de venta, creen que han disertado sobre pintura. Y luego hay que ocultar los cuadros, para valorizarlos, pues las miradas los gastan...Un ministro cuya galería visito me dice, cuando le elogio a David: -Me parece que David está en alza. Yo le replico: -Nunca David ha estado en baja entre personas cultas".
Si las fuertes lecturas de Benjamin condicionan casi inevitablemente el trabajo de cualquiera que estudie hoy a Baudelaire, debe admitirse que en especial a la hora de abordar su relación con el mercado la referencia a ellas se vuelve obligada. De sus numerosas ideas al respecto me interesa traer a cuento una singularmente bella: Baudelaire fue el primero en advertir los cambios que afectaban a la producción artística (la forma de mercancía en la obra de arte y la forma de masa en su público). Tales cambios fueron los que llevaron a la decadencia de la poesía lírica. Baudelaire respondió a ellos con "Las flores del mal", un libro de poesía.
Ese gusto por las actitudes heroicas recorre su vida y su obra. Desde luego, se trata de un heroísmo bufonesco, propio de quien se encapricha en reivindicar la dignidad del artista, sabiendo que la sociedad en la que se encuentra no está dispuesta a conferirle dignidad alguna. A la misma lógica responde que se obstinara en mantener -a expensas de la madre- su dependencia económica: "Baudelaire supo poner a prueba ininterrumpidamente a esta sociedad adoptando la actitud de quien recibe limosna", resume Benjamin. Tal vez sea dable imaginar que al mismo tipo de heroísmo pertenece su decisión de responder a los males que Bélgica le deparó, enquistándose en el país y en sus suplicios para escribir "Pobre Bélgica".
Tan sólida su decisión, que fueron necesarias razones de fuerza mayor para quebrarla: El 30 de marzo de 1866, su ya maltrecha salud se vio afectada por una hemiplejía acompañada de afasia; el 2 de julio su madre viajó a Bruselas a buscarlo y lo trasladó a París, donde murió el 31 de agosto. Veinte años después de su muerte se hicieron públicos algunos fragmentos de "Pobre Bélgica" (la versión completa se editaría recién en 1952). Eugene Crépet, el responsable de las "Obras póstumas" publicadas en 1887, dio a conocer la mayor parte de "Cohetes" y "Mi corazón al desnudo", pero únicamente un breve muestrario de aquello que el autor llamaba su "estudio sobre Bélgica". Crépet explicó: "Tuvimos que resignarnos a realizar algunos recortes indispensables en muchos sitios del libro que contienen ataques violentos...También hemos eliminado ciertas frases que por la crudeza de lenguaje no están a la saga de algunos pasajes de Aristófanes". Hugo Savino y Américo Cristófalo -a cargo de la introducción y las notas de esta primera versión en español de "Pobre Bélgica" editada por Losada- cuentan que sólo Leon Bloy condenó por entonces la alevosa censura de Crépet, alegando que reprochaba la "prudencia" del "bibliófilo tumulario, poseedor de las reliquias del más altanero de los genios".
(Actualización diciembre 2001 - enero febrero marzo 2002)