diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
Editora
Consejo editor
Columnistas
Colaboran en este número
Curador de Galerías
Diseño
Este nuevo libro de Mario Bellatin es el segundo publicado en Argentina. El anterior, Shiki Nagaoka: una nariz de ficción (Sudamericana, 2001), pasó casi en silencio. A veces los buenos libros pagan un alto precio por no pasar desapercibidos, por eso uno no sabe muy bien qué desearles. Como en el caso de Shiki Nagaoka y de varios otros del autor, el protagonista de Perros héroes tiene una particularidad física que lo limita o estigmatiza. Igual que los viajes, podría decirse que la individualización (por la procedencia, el aspecto o la conducta) frente al entorno es un elemento que pertenece al origen de la construcción de los relatos, si es que existe tal cosa. El individuo está rodeado de mundo, responsable activo o pasivo de su excepcionalidad; y como los lectores u oyentes de la historia también pertenecen al mundo, esos relatos tienden a proponer enseñanzas y a dictar ejemplos provechosos.
En este aspecto, Perros héroes habla el lenguaje de las alegorías; el largo subtítulo del libro expresa la intención didáctica: Tratado sobre el futuro de América Latina visto a través de un hombre inmóvil y sus treinta perros Pastor Belga Malinois. Por supuesto no es una alegoría tradicional, sino sumamente contemporánea; es muy solipsista, y por ello precisa del subtítulo para presentarse como tal. Es como si “el futuro de América Latina” estuviera a miles de kilómetros de los elementos de esta historia; una distancia tan larga e intermediada por otros hechos y actores que resulta imposible verificar alguna correspondencia cierta.
Por ello el subtítulo restituye esas líneas; es un acto de la voluntad que supuestamente busca orientar la comprensión del relato. A la vez, la distancia tiene un sentido irónico, porque sólo a través de esta maciza formulación (Tratado sobre el futuro de América Latina...) puede proponerse una relación entre el texto y este objeto álgido o complejo, esa suerte de botón retórico de los políticos y estudiosos de la región. A veces la literatura realiza gestos así de desmesurados, anunciar lo imposible para revelar la minucia como equivalencia de la hipérbole. En este caso es, digamos, un procedimiento heroico que busca lo inalcanzable, un poco a la manera de la titulación de la antigua literatura fantástica y de los tratados naturalistas. Así, el subtítulo consiste en un accidente temprano para el lector, y a la vez un detalle que lo orienta respecto del carácter formal de la obra –sobre lo que volveremos más adelante.
Con qué
Los personajes de Perros héroes integran una comunidad reducida y especialmente cerrada: el hombre inmóvil, especie de motor eficiente del relato, la madre, la hermana y el enfermero-entrenador. También están los animales: los treinta perros, una docena de pericos de Australia, un ave de cetrería y algunos ratones anónimos que son su alimento. Entre los perros, el único que se destaca es Annubis, el preferido, suerte de perfecto ejemplo de su raza. Las paredes de la habitación del hombre inmóvil son verdes y están ocupadas por objetos diversos, diplomas y distinciones que premian su labor como criador, láminas de naves espaciales y un mapa de América Latina.
El hombre inmóvil se la pasa acostado en la cama o apoltronado en un sillón que está junto a ella; todos los días el enfermero-entrenador ata a su cabeza el auricular del teléfono, que usa para recabar en la Central de Informaciones datos heterogéneos, como si esa central fuera un númen autoritario y omnicomprensivo. La madre y la hermana se dedican a clasificar bolsas de plástico, tarea en la que a veces ayuda el enfermero-entrenador. Para comunicarse con los perros, aunque no solamente con ellos, el hombre inmóvil profiere unos sonidos particulares que los habitantes de la casa han aprendido a entender y obedecer. Las jaulas de los perros ocupan la fachada de la vivienda, que está sobre la vía que comunica el aeropuerto con Ciudad de México.
El relato se divide en párrafos aislados, que comienzan en cada nueva página; como en general nunca son demasiado largos, se producen grandes blancos sobre el papel. Por lo tanto uno tiende a considerar que cada párrafo consiste en un momento particular de la historia o una nueva escena aislada e independiente; pero esta impresión visual choca con la naturaleza del discurso, cuya reticencia narrativa, junto con su predilección por las situaciones genéricas, o más bien generales, aunque inevitablemente unidas por la escasez de elementos y la parquedad de las acciones, tiende a la concentración. El resultado es un vacío gráfico persistente y un enigma, digamos, conceptual. El conjunto da la impresión de ser una serie de comentarios ilustrativos, de acotaciones hilvanadas que buscan describir una situación inescrutable y particular.
Cómo
El libro tiene una segunda parte, más breve que la primera. Se trata de pequeñas fotografías puestas en hileras irregulares, según los espacios libres dejados por las imágenes que, se supone, debieron haberse desechado en alguna selección previa. Esta sección se llama “Dossier Instalación” (la primera, la textual, carece de título). Son fotos que tienden a mostrar de un modo parcial o impreciso algunos elementos descriptivos del relato. Pero mostrar quizá no sea la palabra más adecuada; en realidad buscan representar un clima de fragmento y de caricatura. Son fotos bizarras, como el ambiente del texto; espontáneas, apresuradas, truncas, accidentales, intervenidas, todas sobrecargadas de artificio con su parejo viraje al morado. A su modo, buscan equilibrar la discreción o la medida de los párrafos: ante la falta de elocuencia para representar la escena barroca a la que aluden las palabras, las fotos recurren al barroquismo de la composición.
México es un país particular, donde el sentimiento de lo heroico tiene algo de arrojo vano e irónico, de rebelión incongruente con la fuerza de los hechos, siempre capciosa. Con este título, Bellatin no parece remitir sólo a esos perros mensajeros de la Cruz Roja y salvadores de personas en peligro. También está la peripecia de los Niños Héroes, los adolescentes patriotas inmolados en 1847 frente a las tropas de Estados Unidos queriendo defender el último bastión de Ciudad de México en una lucha sin posibilidades. No hay viajero foráneo que, ante el nombre de esta estación del subterráneo, no se sobresalte ante lo hiperbólico de la fórmula: niños… y encima héroes, algo inocente y definitivo a la vez; una ecuación incluso inalcanzable para las futuras generaciones infantiles, que se supone difícilmente estarán a la altura, ya que la heroicidad no se mide, se decreta, y el casillero de los niños, así como el de los perros, ya se encuentra ocupado. En este país lo heroico pertenece al orden de lo instintivo y, por ello, abarca las destrezas naturales dignas de elogio; en la base del libro está la admiración infantil por este tipo de actos.
Mascotas útiles a la sociedad, que sin embargo se manifiestan en el texto de la manera más agresiva. Ese matrimonio entre la inocencia animal y lo salvaje es también propio del mundo infantil. El imaginario escolar planea sobre Perros héroes, reflejado en primer lugar en la tendencia del hombre inmóvil a rodearse de objetos o seres heterogéneos y tramar con ellos una lúdica vida en comunidad. Hay una escena fundante en la historia del hombre inmóvil que tiene la ambigüedad de las fantasías infantiles; es cuando, siendo pequeño y estando a merced de permanentes internaciones debido a su mal, cierto día recibe la visita piadosa de otro niño que le cuenta haber escrito un libro con historias de perros héroes. Se produce entonces un hecho confuso, el futuro hombre inmóvil siente haber sido tocado por el destino, o por una revelación: sabe que su futuro está asociado a los perros héroes, aunque el lector no tiene claro si ello implicará dedicarse a criarlos o simplemente escribir el libro sobre un criador imaginario cuyos detalles laterales leemos en ese momento.
El hombre inmóvil posee el don de controlar a los perros desde su dominio en la planta alta, rodeado de objetos y seres en convivencia inestable, que requieren de acciones escalonadas y precavidas para no romper el equilibrio alcanzado. El hogar del hombre inmóvil consiste en una concentración de símbolos culturales diversos, de distinta procedencia, uno presume que reunidos, a veces, por la casualidad y otras por el gusto o la necesidad. Es una casa de pobres (el exceso no traduce abundancia, sino el mero paso del tiempo y la inevitable acumulación) con muchos objetos dentro, donde las cosas están para ser contempladas y donde se desarrollan acciones obsesivas, mecánicas, por otra parte también dudosas o contradictorias con hechos ocurridos antes o después. Es una puesta en escena sin avance del tiempo, una ficción de pantalla televisiva, como si nos asomáramos al mundo invertido, pero igualmente sobredecorado, de un héroe de la lucha libre.
Dónde
Leamos: “Existe una antigua técnica sumeria, que para muchos es el antecedente de las naturalezas muertas, que permite la construcción de complicadas estructuras narrativas basándose sólo en la suma de determinados objetos que juntos conforman un todo. Es de este modo como he tratado de construir este relato, de alguna forma como se encuentra estructurado el poema de Gilgamesh. La intención inicial es que cada capítulo pueda leerse por separado, como si de la contemplación de una flor se tratara.”
Esta nota precede a su novela Flores, de 2001. Puede servir de indicio acerca de la importancia que Bellatin otorga a los elementos aislados que traman una solidaridad de hecho, casi por fuerza de contigüidad, pero en especial muestra la idea de que la literatura está soportada por lo visual; el relato es algo que requiere ser visto y después leído; y en este sentido se propone como algo adicional, un suplemento.
En el plano de la letra, Perros héroes cuenta una situación permanente y algunas anécdotas contradictorias. Es un hecho continuo que no se dirige a nada en particular, como no sea verificar los elementos heterogéneos que lo componen. Allí se trama la representación de un emblema bajo la forma de marcas culturales: objetos del pasado, del consumo, de la familia y de la comunidad que se han reunido en una habitación donde un hombre sin moverse educa a perros rescatistas que ha aprendido a amar en su infancia. El flujo incesante del mundo mexicano precisa de la detención para ser contemplado. La carretera hacia el aeropuerto, una vía donde la ciudad se descompone en su serie indistinta de gris, plástico y oscuridad, contiene en un punto impreciso al hombre inmóvil que congela el tiempo de ese momento junto con sus pruebas y sus testigos colaboradores.
Es conocido el gusto de Bellatin por escribir textos acompañándose de imágenes impresas (historietas, fotos). Creo que el punto de cierre de este relato no está en la historia irresuelta en la que se apoya (ahí no podemos buscar ninguna verdad, apenas algún indicio), sino en la lógica desviada de su concepción. Perros héroes (la parte escrita) es un texto secundario que existe como residuo: parece haber sido el argumento de una instalación plástica, la serie de explicaciones que sirven para revelar o facilitar el recorrido espacial del visitante. De ahí quizá los párrafos entre los amplios blancos, semejando comentarios silenciosos que antes, en su tiempo de verdad, o sea cuando fueron textos funcionales, acaso subrayaron un aspecto, un detalle, un nuevo agregado material en el conjunto heterogéneo de objetos y combinaciones que el artista había armado –y del que quedaron como prueba unas pocos y fragmentarias fotos.
Así, Perros héroes plantea una relación singular con sus referentes y con los lectores. En la medida en que asistimos, supongo, a las migajas de una instalación, tanto unos como otros son transitorios, existen mientras dura la lectura. Esos párrafos aislados le han dado algún sentido a algo que ya no vemos y que probablemente se ha disuelto; pero esa presencia retorna mencionada, como la única forma de registrar su antigua entidad. Ahí se establece un cambio, es una escena poblada de mutantes. Rastros de objetos, marcas de lo que existió, presencias cuyos tiempos distintos han coincidido en un mismo sitio (sala, habitación o museo) para ser contemplados como prueba. Quizá el subtítulo no postule el futuro sino bajo la forma como se verá nuestro presente cuando le toque ser pasado.
(Actualización agosto - septiembre - octubre - noviembre 2004/ BazarAmericano)