diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
Editora
Consejo editor
Columnistas
Colaboran en este número
Curador de Galerías
Diseño
"10.12.1925. Eu nasci na Ucrânia, mas já em fuga", dice Clarice Lispector. Sin embargo, según algunos, nació en 1920. Su cara de inusual belleza, que mereció ser retratada por De Chirico sobre el fin de la segunda guerra mundial, o las imprecisiones de costumbre en los papeles de inmigración, o su propia coquetería, habrían alimentado el error. (En el "Diccionario de autores latinoamericanos", César Aira, que parte de la fecha de 1925, pone entre paréntesis que Lispector podría haber nacido 10 años antes, con lo cual la publicación de su primera novela "Cerca del corazón salvaje" no rondaría los magníficamente precoces 18 años sino los previsibles 30). Joven de todos modos, Lispector murió en Rio de Janeiro el 9/12/1977. Cuando tenía dos meses, con sus padres y dos hermanas, Tânia y Elisa, llega a Brasil. Siempre se consideró brasileña y si su hablar a algunos le suena extranjero, aclara, es por un problema de frenillo, y no por llegar a la lengua desde el extranjero. Vivió en el estado de Alagoas hasta 1929 y en Recife, hasta 1937, cuando lo que queda de la familia se traslada a Rio de Janeiro. "Crieime em Recife, e acho que viver no Nordeste ou Norte do Brasil é viver mais intensamente e dé perto a verdadeira vida brasileira que lá, no interior, não recebe influeência de costumes de outros países. Minhas crendices foram aprendidas em Pernambuco, as comidas de que mais gosto são pernambucanas. E através de empregadas, aprendi o rico folclore de lá", cuenta.
Los siete primeros años de la vida familiar de Lispector transcurren en Idish, lengua que se deja de hablar con la muerte de la madre. Después pasará a un portugués que su escritura quiere forzar hacia el "brasilero", el idioma desafectado en que "la palabra tiene que encontrarse con la palabra [...] no puede ser adornada ni artísticamente vana, tiene que ser sólo ella" como se lee en "La hora de la estrella". Esa lengua se plasma en una prosa sin estilo, testimonia Cristina Peri Rossi, una de sus traductores, en el prólogo de "Silencio": "Podríamos decir [...] que Clarice Lispector escribe mal: repite palabras continuamente [...], enlaza difícilmente una frase con otra, no se preocupa de la continuidad narrativa, introduce numerosos comentarios personales ajenos a la acción". Logra, con esto, seguir el hilo de la asociación libre: el inconsciente. Pero lo sigue a riesgo de perderse en el relato, en la frase, en la conversación: en las entrevistas se va por las ramas, pierde el hilo de la respuesta y lo retoma todo el tiempo, "es así –dice ella–. Me quedo mirando, pasmada".
Forzada por sus viajes unas veces, por sus hijos otras (escribe "O mistério do coelho pensante" cuando estaba escribiendo "A maça no escuro" porque el hijo le exige "ya" una historia para él, y lo escribe en inglés para que se lo pudiera leer la criada) o por las necesidades de la cosa misma que está contando, en su correspondencia alterna entre el portugués, el francés y el inglés: "Eu preguntei sobre Valéry e ele respondiu coisas que eu não tinha perguntado e que não me interessan muito. Que Valéry era muito pornográfico, mais quel esprit! Il était un roi! e ele era amante da cunhada. Não me interessa", le escribe desde Berna a Fernando Sabino el 8/2/47. En Rio, a partir de 1941 trabajó como periodista y estudió Derecho. Entre 1943 y 1960 estuvo casada con Maury Gurgel Valente, diplomático, motivo por el cual vivió largos años fuera de Brasil, en Nápoles primero, en Berna después y finalmente, entre 1950 y 1959 en Washington. Tuvo dos hijos, Pedro y Pablo. Si bien en sus declaraciones siempre se afirma como madre y no alude con pesar a la vida doméstica, sí odiaba la vida diplomática, que a la vez que la obligaba a ver a demasiada gente, la sumía en la soledad y le impedía escribir: "Tenho visto pessoas demais, falado demais, dito mentiras, tenho sido muito gentil. Quem está se divertindo é uma mulher que eu detesto, uma mulher que não é a irmã de vocês. É qualquer uma", escribe en una carta a las hermanas. No sólo por sus comentarios sino sobre todo por el primer capítulo de la segunda parte de "La araña", que encuentra a Virginia de pronto adulta y viviendo en la ciudad, en la comida de Irene, donde "se quería decir algo gracioso, sin saber qué, y se continuaba esperando sentados", nos viene a la mente la incomodidad ejemplar del protagonista de "Cena de pie" el relato inicial de "Última Navidad de guerra", de Primo Levi, la incomodidad de un canguro invitado a un vernisage. Ejemplar raro y amenazado de extinción (como Virginia) el cuerpo del invitado-canguro no encaja en los salones. Claro que si éste puede huir de un gran salto de la reunión formal apenas ve dos metros de piso libres detrás de la mesa de los bocaditos, a Virginia solo le queda el pobre recurso de pasar por tonta o de beber un poco de más para que los acontecimientos "se sucedieran a los saltos, suaves, insensibles, levemente fatales". Por su parte Clarice Lispector, que siempre se define a sí misma como "tímida/atrevida", según algunas anécdotas se permitió más de un salto. Un ejemplo: en una crónica publicada en Hoje em Dia (Belo Horizonte, 1/12/1995) Roberto Drumond cuenta que, después de leer una crítica poco generosa que Fausto Cunha (al parecer de escaso metro y medio de estatura) había hecho de su última novela, "A maçã no escuro", Lispector decide aceptar la invitación a una fiesta al saber que asistiría el crítico. Vestida con "la elegancia de siempre y unos zapatos de tacón extrañamente alto". Cuando la autora entró a la reunión "haciendo con las manos el gesto de quien mira con lupa, se puso a decir a los gritos: –¿Dónde está el enano? ¡Me habían dicho que el enano estaba aquí! ¿Dónde está el enano?", sin poder encontrarlo porque, previsiblemente, el crítico desapareció.
En 1944 Lispector publica su primera novela "Perto do Coração Selvagem" y, ya en Europa, recibe la noticia de que el libro había sido premiado por la Fundação Graça Aranha. Antonio de Candido y Sergio Milliet elogiaron esta primera obra, a pesar de que señalaron la influencia de Joyce y de Virginia Wolf en su prosa, si bien ella, (a pesar de tomar el título de Joyce), en una entrevista sobre el final de su vida, en 1977, afirma no haberlos leído sino hasta mucho después y en el caso de Virginia Wolf sólo "Orlando". En 1944 se publica "O Lustre". En su correspondencia con Lucio Cardoso, quien le señala que el título de libro, mansfieldiano y demasiado pobre, le disgusta, Lispector replica que es justamente la pobreza lo que le gusta del título, pobreza con la que se identifica y que planea expresar algún día, no con palabras sino con "una caja de polvo de Clarice".* En otra carta, del 19/6/1946, esta vez a Fernando Sabino, dice que ha leído una nota de Álvaro Lins, quien encuentra sus dos novelas mutiladas e incompletas, que Virginia y Joana se parecen, que sus personajes no tienen definición y que en sus novelas "Claricinha" brilla siempre, con exuberancia excesiva. Lloré de desánimo y cansancio al leer la nota –dice Lispector–, porque todo lo que él decía era verdad. "No se puede hacer arte sólo porque se tiene un temperamento infeliz y dolido". Acepta la crítica aparentemente sin resistencia, pero, de todos modos, piensa que solo no deja de escribir porque "trabajar es mi verdadera moralidad". En 1953, ya en Estados Unidos, nace su hijo Pablo, y ella divide su tiempo entre sus hijos, la escritura de una novela y de un libro de relatos, y la literatura infantil. Cuando vuelve a Brasil en 1959, tras su separación, y con los dos hijos, una pensión escasa y casi nulos derechos de autor empieza a escribir cuentos para la revista "Senhor" y se vuelve columnista del "Correio da Manha" y de la columna "Só para Mulheres" (donde tenía a cargo el correo sentimental) del "Diário da Noite". La perseguía el insomnio y, a causa de las pastillas con que lo combatía, en 1967 tuvo un accidente horrible: las llamas envolvieron su cama y desde ella el departamento en que vivía en Leme. A causa de ese incendio, en el que casi muere, se somete a muchas operaciones en la mano derecha y en el cuerpo. A fines de los 60 hace entrevistas para la revista "Manchete" y entre 1967 y 1973 escribe una crónica semanal en el Jornal do Brasil. Entre 1975 y 1977 hace entrevistas para "Fotos & Fotos". En 1975 es invitada a participar en Bogotá de un Congreso Mundial de Brujería. Viaja y lee el cuento "O Ovo e a Galinha". En 1976 recibe el 1° premio del X Concurso Literario Nacional, por su obra. En 77, enferma, concede una entrevista a TV Cultura, con el compromiso de que será transmitida sólo después de su muerte. Allí anticipa la publicación de "A Hora da Estrela" (1977), novela que en los 80 fue llevada al cine por Suzana Amaral. Lispector muere en Río de Janeiro el 9 de diciembre de 1977. Quiso que la enterraran en el Cemitério São João Batista, pero como era judía la enterraron en el Cemitério Israelita de Caju.
"La araña", ("O lustre") es, como dijimos, el segundo libro de Clarice Lispector. La crítica en su momento no fue muy generosa con él y, si bien en "La araña" están ya de algún modo todos los rastros que hacen a la obra de Lispector (la percepción exterior, seca, como se ha dicho, tanto de la experiencia del campesino del nordeste brasileño como de los hábitos y usos del habitante de la ciudad; la sucesión de desencuentros, malentendidos y violencias entre un ser aparentemente más débil pero sumamente terco que se resiste a expresarse con claridad y otro que trata de imponer una lógica precisa, lineal, definitiva para encausar la conversación, que caracterizan en general sus diálogos (modos antagónicos que no siempre se distribuyen entre una mujer y un varón); el pasaje abrupto de la dilusión del personaje en una miríada de sensaciones contadas desde un narrador a la vez exterior e íntimo (íntimo al punto que se sospecha que ese narrador está creciendo desde adentro del útero del personaje, suspendido en una sustancia prenatal, como si el personaje estuviera en el proceso de dar a luz a su propio narrador) a la plasmación quirúrgica de ese mismo personaje en cuatro trazos externos, cinco, seis frases cortas, precisas e impiadosas al borde de la caricatura: "El director del diario tenía las orejas carnudas y ávidas, groseramente abiertas al lado del rostro y mientras hablaba señalaba con un dedo las cosas más imposibles de estar presentes", o "En ella existía la preocupación de reír cada vez que fuera necesario y eso le daba un rostro afligido como el de un sordo, pensó Adriano", o "había conocida a la hermana de Vicente, que vivía con los tíos. Los senos grandes, el rostro puro sin pintura donde la nariz se destacaba delgada, pálida y recurva; los brazos desnudos, los ojos oscuros y calmos –pero ella sería impura cuando le llegara su turno–", por ejemplo. Si bien, decía, todos esos rastros de Lispector que se afilan hasta una prosa de honestidad inaudita en "La hora de la estrella" y algunos de sus cuentos y la convierten en una escritura única, están ya en "La araña", lo están de un modo que exige del lector una disponibilidad, una constancia y una entrega a la que la confianza en los valores sabidos –y a veces el goce de las obras de Virginia Wolf, de Proust, de Joyce, de Kafka o de Henry James- ya lo tienen predispuesto –después de todo bien o mal, pasaron sesenta años–; pero de ningún modo esta disponibilidad debe haber estado dada en su momento y, además, incluso hoy no garantiza una comprensión inmediata, una atención sostenida, una lectura continua. Sólo resignándose a una lectura agujereada por el rumor de la distracción hasta llegar a la frase final del libro: "abriendo en su pecho una claridad violenta que tal vez fuese un nuevo nacimiento", y tomándose el tiempo necesario para que las briznas de "polvo de Clarice" se constelen de algún modo, se formará algo que acaso se parezca a la novela. O al germen o la proliferación o acaso al posible nacimiento de las historias de Virginia, de Adriano, de Daniel, de Vicente, de las primas solteronas, de la abuela muerta, del portero del edificio o de Esmeralda, sin que haya la repetición de un tema que las contenga ni un fin que las oriente sino una percepción "estrellada", (como dijo Roberto Schwarz hablando de "Perto do coração salvagem"), sometida a los avatares del humor. Como si, condenado a las orillas del relato, el lector dejara correr la mirada por una habitación a medias iluminada donde sucede una reunión y donde a veces se hablara, azarosamente, una lengua que conoce, aquí, más cerca de él, otras veces allá, en el fondo, otras en todas partes a la vez, y otras en ninguna y de cuando en cuando, sin ritmo previsible, un haz de luz guillotinara la escena y toda ella se ralentara en la cortina de partículas brillantes, opacas y traslúcidas que se ocultan en el aire, con voces lejanas ahora, por un instante, décadas, tres líneas, una página, dos. La plancha de luz, que no detiene el tiempo pero lo vuelve pesado de espacio, aparece y desaparece en la conciencia, con la duración insustancial de una luciérnaga, como un recuerdo que apenas constituye memoria o acaso no llega a intentarlo. Y después de una sucesión de tiempos y de páginas de eso, uno sabe que Virginia amó a su hermano, Daniel, con pasión incestuosa y que toda ella, desde antes de caminar o de tener consciencia, le perteneció a él; sabe que Daniel era más mezquino, más limitado y altanero y mucho más inteligente y hermoso que ella, pero también más débil; sabe de la tranquila tristeza de la memoria que sólo trae el sabor de la infancia como un gusto que jamás se estaba sintiendo pero que ya se había sentido, nunca en el presente pero sí en el pasado; sabe que Adriano está atraído por Virginia y que la cree vulgar, sin secreto y a la vez misteriosa; sabe que ella se da cuenta sin saberlo de todo eso; sabe de los ruidos del campo y del ruido de la ciudad; de la decadencia de la casa de campo, de las arañas peludas que acaso arruinaron un ojo de Virginia y de la araña deslumbrante en la escalera, de la vida ordinaria de las pensiones de la ciudad, de la intimidad "envolvente y poco familiar –como la bañera sucia de algún extraño en la que fuera necesario desvestirse y entrar en contacto bruscamente–" de la casa de las primas solteronas, de la indiferencia de los que pasan por la calle o al contrario, de su voracidad indiscreta, de los chismorreos chatos, de la banalidad; uno podría reconocer los vestidos que los personajes usaron, incluso, y cuándo llevaron zapatos y cuándo estuvieron descalzos. Uno sabe que, como Macabea en "La hora de la estrella", Virginia es un poco lenta y también que vive con extraordinaria intensidad, que tiene la inmensidad de la vida por delante y que, como a tantas mujeres de Lispector, la muerte la atropella, justo cuando se sentían plenas de esperanza, casi felices, y las deja tiradas, anónimas en medio del tránsito de la ciudad. Uno lo sabe casi sin advertirlo, como sabe la vida en la que está inmerso. Como sabe sus afectos, sus impresiones, sus sensaciones, aquello de que su cuerpo es capaz, o la punta del pensamientos que, quizá está por llegar. Lo sabe del modo que sabe que leyó "La araña" en medio del ruido del mundo, en medio de la distracción.
* En 1949 se publica "A cidade Sitiada", escrita en Berna. En 1950, en Inglaterra, empieza a escribir "A maça no Escuro", que se publica en el 61 y recibe el Prêmio Carmen Dolores Barbosa. En 1960, "Laços de Família" (cuentos); "A Legião Estrangeira", y "A Paixão Segundo G.H.", en el 64. En el 69, publica la novela "Uma Aprendizagem" ou O Livro dos Prazeres". En 71, los cuentos "Felicidade Clandestina"; en 1973 publica "A Imitação da Rosa" (cuentos) y "Água Viva" (ficción); "A Via Crucis do Corpo" (experimentos eróticos escritos por encargo que la crítica acusó de extremadamente crueles y que César Aira describe como "extraordinario experimento de escritura") y Onde Estivestes de Noite (cuentos que fueron traducidos como "Silencio", por Cristina Peri Rossi), en el 74. "Visão do Esplendor" (crónicas) y "De corpo enteiro" (entrevistas), en el 75. Después de su muerte se publican "Um Sopro de Vida" (1978), "Para Não Esquecer" (crónicas - 1978) y "A Bela e a Fera" (cuentos, 1979), "A descoberta do mundo" (crónicas - 1984) y "Como nasceram as estrelas: doze lendas brasileiras" (1987). También escribe libros de cuentos para chicos: "O Mistério do Coelhinho Pensante" (1967), "A Mulher que Matou os Peixes" (1969), "A Vida Íntima de Laura" (1974) y "Quase de Verdade" (1967). También tradujo al portugués, por otra parte, obras de Oscar Wilde, Poe, Jack London, Bella Chagall, Agatha Christie, John Farris y Anne Rice.
En parte gracias a que sirvieron como fuente de las teorías feministas de Helene Cixous, en parte por su valor indiscutible, los libros de Lispector son, en este momento, ampliamente traducidos a otros idiomas e indiscutiblemente prestigiados. Desde antes de su muerte Carmens Balcells es su agente literaria. Sus traducciones al castellano en muchas casos fueran hechas por escritores (Marcelo Cohen, Rodolfo Alonso y Cristina Peri Rossi, para nombrar solo a algunos) pero, si bien en una entrevista ella cuenta que vino a Argentina a mediados de la década del 70 y que, ante su sorpresa, una mujer le besó la mano y sus libros estaban traducidos en Buenos Aires y todos parecían conocerla (pero nadie le había hecho saber de las traducciones ni pagado los derechos, se queja), hoy distan mucho de ser fáciles de encontrar en las librerías y bibliotecas argentinas. Apenas quedan ejemplares circulando de "La hora de la estrella", "Un aprendizaje o El libro de los placeres" y "Un soplo de vida", traducidos por Siruela en el 2000. De "Silencio", "Lazos de Familia", "Felicidad Clandestina", y "Cerca de un corazón salvaje", quizá alguna aparición afortunada en librerías de usados. En septiembre del 2002, Alfaguara-España reunió los cuentos completos en un solo volumen, que no se distribuyó en Argentina hasta hoy. Por eso es doblemente valiosa la publicación, dentro de la colección "Vereda Brasil" de la editorial Corregidor (dirigida por María Antonieta Pereira, Florencia Garramuño y Gonzalo Aguilar) de esta segunda edición en castellano de "La araña", que conserva la misma traducción de la primera, de Haydée Jofre Barroso. Quien quiera situar la obra de Lispector va a agradecer la precisión del prólogo a esta edición, de Raúl Antelo. Su amabilidad para ubicarlo en el contexto de la literatura brasilera y su acierto a la hora de reproducir largas citas de lo mejor de las críticas a Lispector y, sobre todo, de la conferencia que dio la misma autora en Texas sobre la literatura de vanguardia.
(Actualización diciembre 2002 - enero febrero marzo 2003/ BazarAmericano)