diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Convengamos que el libro Voz de vaca de Ernesto Gallo crea un mundo propio que se despliega a lo largo de ocho cuentos. Existe una zona demarcada, “un espacio geográfico definido para la acción”: el campo chaqueño; existen personajes que se mueven dentro de esa zona y que componen un núcleo familiar: los tres hermanos, el padre y la madre. Como telón de fondo tenemos la tradición literaria (molesta, pesada, innegable) en la que Gallo no va a inscribirse como un escolar aplicado sino más bien que se encargará, como señalan Black y Quirós en el prólogo del libro, de ampliar, explotar y resignificar.
Los personajes de los cuentos tienen que aprender a vivir. Todavía son demasiado jóvenes, débiles y pajeros para moverse con soltura en el campo. Por eso siguen al padre en cada una de sus travesías, observándolo detalladamente y a veces imitándolo. En Voz de vaca vivir en el campo significa aprender el lenguaje de las vacas, saber comunicarse con ellas. En Gallo el desafío es igualmente difícil. “Escribir es el esfuerzo de dirigirse a las vacas, de aprender su lenguaje, de hablarles como nadie lo ha hecho”, señalan Black y Quirós. Y el esfuerzo está, justamente, en las operaciones de ampliación, explotación y resignificación de la zona demarcada en los cuentos. Porque justamente se trata de una zona, si me permiten, gastada por la gauchesca, por el regionalismo y por el folclorismo de provincias, Gallo opera sobre ese espacio transformándolo en lo que podríamos denominar el nuevo campo, el del siglo XXI, el que está siendo gradualmente comido por los tentáculos de asfalto de las grandes ciudades.
En “Sobrevivir”, el primer cuento, el personaje principal (uno de los tres hermanos) se mimetiza de tal modo con el padre que ambos se funden en un solo cuerpo. La narración empieza así: “Aparecí manejando la F100 de papá. Estaba dentro de su cuerpo. No controlaba ninguno de sus movimientos, pero el tacto y los otros sentidos me afectaban como si fuesen los míos”. Luego, se da lugar a la descripción de la zona y a una particularidad de la misma: hay que cuidar a las vacas de la seca, porque pueden morir de sed. A lo largo del cuento, el joven sigue mimetizándose con el padre hasta un punto culmine que coincidirá con el final.
La identificación del hijo con el padre persiste: “si quería ser un hombre de campo, como papá, tenía que gustarme el mate bien caliente.” En “Hombre de campo” se constituye un tipo de personaje, el hombre que habita una zona rural, la de Plaza, alejada de la ciudad, de Resistencia, tanto física como espiritualmente. En contraposición a la figura de la madre, que envía a los niños al colegio de la ciudad, el padre parece su reverso. Los lleva al campo a trabajar, por más que tengan ocho, seis y cinco años. “Mamá nos había dado, sin que él [el padre] se enterara, protector solar: él odiaba ese tipo de cosas de la ciudad.” Lo del mate bien caliente no es nada más que una punta del iceberg de este tipo. En las capas subterráneas podemos encontrar lo más feroz, como el reconocimiento del horror en pos de la supervivencia. Por ejemplo, aceptar que no está mal matar quince perros a tiros (acción que se produce en el primer cuento y se ratifica en este, el segundo de la serie) para ajusticiar la intromisión de intrusos en lo propio.
Quizá el libro completo pueda sintetizarse en este párrafo de “Hombre de campo”: “Papá jodía mucho con el tema de sobrevivir, él mismo, decía, era un sobreviviente. Nunca nos explicaba por qué, y cuando le preguntábamos, nos respondía que de grandes íbamos a entender.” El aprendizaje sucede durante todo el libro, en forma de espiral. No se aprende linealmente, sino volviendo sobre lo anterior. Tampoco se termina de aprender nunca. Pero los niños se transforman en adultos, y ese es un primer aprendizaje que deja quemaduras de por vida.
Es en el cuento homónimo donde Nelson, el narrador, empieza a ser un púber. La conversión impacta en el físico y en las actitudes. Le crece el bigote, los pelos de la axila, empieza a tener olor a chivo, y el padre le dice que deje de ser un pajero de mierda. Se convierte en un “experto cebador de mate”, aprende a manejar, prende el fuego y, lo más importante, comienza a alejarse de sus hermanos. Él es el más grande, y el primero en transformarse en adolescente. En él recae la novela familiar del padre, la tradición, la tierra. “Tenés que aprender, hijo, tenés que aprender, porque toda esta tierra va a ser tuya el día de mañana.” Le enseña a Nelson a hablarle a las vacas pero el chico no puede, las palabras le salen pero las vacas no lo reconocen. Quizá sea porque a su tono le falta autenticidad, porque la voz es lo último en madurar. “Al impartir órdenes a los novillos, pensé, papá dejaba salir su animal interior. Un animal interior que se mantenía libre por pasar tanto tiempo en el campo. En la ciudad, el animal de cada uno de nosotros se domestica y a fin de cuentas se convierte en un simple perro, o a lo sumo un gato. A papá se lo escuchaba como una auténtica vaca.”
“Nelson, vas a tener que aguantar” le dice el padre, como si predijera su futuro. “Dos elefantes” es la historia sobre el comienzo y el fin de la amistad. También es una historia sobre el duelo; en este caso, el primer duelo que Nelson tiene que vivir. Otro paso para ser un hombre: aceptar que el amor falla (como le dice el padre a Anselmo: “estas cosas pasan”) y que la muerte puede venir a buscarnos en cualquier momento.
A medida que transcurre el tiempo, y avanzan los cuentos, la salud del padre empeora. En “Apéndice” llega a un nivel crítico: “el médico le dijo que eligiera, el trabajo o la vida.” Elige la vida, se cura, y del campo empieza a ocuparse Nelson, el mayor de sus hijos y quizá el mejor capacitado. Ahora, ya sabe cómo guiar a las vacas y cuidarlas. También tiene en claro cómo sobrevivir a los peligros del campo sin ayuda de su padre. Lo curioso es que, ahora, el que sufre de salud es Nelson.
Los padres se divorcian, y la madre se deprime profundamente en “Mamá flotaba como si tuviera el cuerpo de madera”, el cuento más oscuro y espirituoso de la serie, tanto por los hechos como por la forma de narrar de Nelson que ya vive solo; sus hermanos, Simón y Matías, tienen dieciséis y dieciocho años y son los que encuentran a la madre después del intento de suicido.
En “La diligencia”, Nelson sale desde el Chacho hasta Capital Federal por un encargo. El viaje es largo y tedioso. Primero en colectivo hasta Rosario, después en tren hasta Capital. La zona demarcada no es desplazada, sino más bien ampliada. Las diferencias entre una provincia y la otra le permiten a Nelson seguir configurando el paisaje del campo chaqueño. En Santa Fe “los campos son más abiertos” y “el monte era menos espeso”; además, las vacas “parecían en mejor estado —más gordas y con el pelo brilloso— que las de nuestra zona.” Nelson también reconoce en carne propia el cambio abrupto que se genera entre el paso del campo a la ciudad: “Me sentía mugriento, hubiese dado cualquier cosa por un baño. Y eso que en el campo pasé semanas sin pegarme una ducha. Pero ahora se trataba de una suciedad distinta.” Esta vez el aprendizaje se produce en la ciudad; el personaje se topa con la burocracia en su máximo esplendor, con la indigencia, el desempleo, la miseria urbana y la suciedad del asfalto, que parece más densa que la mugre del campo.
Todos los cabos se anudan en “La noche más oscura”, el último cuento de Voz de vaca. Aquel niño ya es un hombre, y tiene que hacerse cargo del campo. Es ahora el momento en que se ponen en juego los saberes aprendidos durante los años anteriores. Pero, ¿cómo sobrevivir al silencio y a la soledad del campo? ¿cómo no creerle al vecino que habla de las uras y de la maldición que provocan cuando se acercan? ¿cómo sobrevivir a la adultez?
(Actualización diciembre 2023 – febrero 2024/ BazarAmericano)