diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Colaboran en este número

Matías Moscardi
/  Osvaldo Aguirre

Carlos Ríos
/  Ana Porrúa

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Julio Schvartzman
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Diseño

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El pos diario íntimo
Diario de limpieza, de Matías Moscardi, Buenos Aires: Bosque Energético, 2023

Quizá el diario nunca se reponga de la herida que Alberto Giordano infligió en él. En todo caso, los ejercicios espirituales de Giordano parecen acomodarse a cierta pos-intimidad del diario, desde que en sus páginas ya no se expone la cosa del diarista, su piedra eternamente tropezada. Los diarios de Giordano empiezan cuando esta piedra ha sido removida, cuando el diarista —en algún ámbito anterior y no en el diario mismo— ya ha hecho las pases con su lado sombrío, ahora reducido a berretín (de ahí el título con el que comienza la serie: no El tiempo de la enfermedad sino El tiempo de la convalescencia).

Este arreglo del diarista con su cosa supuso una posibilidad hasta ahora desconocida: la destitución, justamente, de la ardiente intimidad (lo que parece no tener arreglo, y que se evidencia en la notación ciega y obsesiva) en virtud de una meditación episódica, de publicación inmediata.

Antes, cuando el diario era íntimo, todo en él estaba en entredicho, en particular su pertenencia a la vida, de la que el diario habría sido arrancado por su retorno inevitable, su reincidencia, su ceguera (el alcohol en Cheever, el juego en Tolstoi, la literatura en Kafka). Pero también su condición de “pieza estética” parecía dudosa, por levantarse justamente sobre las bases de una repetición sin sistema.

Hoy, por su publicación urgente (publicidad que se ha vuelto muchas veces automática al volcar el diarista las entradas a Facebook, en lo que Giordano también fue pionero), el giro esteticista del diario ha quedado sellado. Además, se hizo necesario ir más allá de la mera notación, antes soberanía del diario íntimo, luego usurpada por las redes. El propio Giordano compone con gracia los episodios de su pos guerra íntima, combinando una límpida exposición de la anécdota de la jornada (vivencial o memorialística) con el saludo al pasar de autores amados. 

 

De este diario crucial para la historia del género, los nuevos diaristas han tomado, no su pasado (la intimidad) sino su actualidad (su estetización, ordenada a una publicación cercana), a la vez que exploran en él formas futuras. Diario de limpieza, de Matías Moscardi, no es indiferente a este estado de cosas; al contrario, pone en juego todos los aspectos del diario pos-íntimo, y agrega otros problemas hasta construir un libro nuevo. 

La función del diario, su dirección (que está presente en todo diario: recordemos si no la descontrolada proliferación de “Diarios de la pandemia”), se plantea de inmediato: justamente, la limpieza. Desde luego, no se trata solamente de una tarea concreta, la de limpiar la casa, por ejemplo, sino también de una tarea del espíritu. Pero es aquí —es decir, de inmediato, donde toca su función— que el diario comienza a separarse de la intimidad. Si se tratara de un diario íntimo, el diarista incurriría en la siguiente coquetería: “me propongo ser limpio, terminar con mi tarea de la limpieza” y luego, entre sus páginas, nos encontraríamos con la dificultad que entraña la tarea. “Otra vez me acosté sin bañarme, y para colmo, vestido”, diría el diarista, lo que vendría adosado quizá a una alerta de orden interior, del tipo “tendré que revisar cuáles fueron hoy los episodios, encadenados a estados de ánimo, los que no me permitieron entrar limpio a la cama. Así modificaré por fin mi conducta”, etc. En suma, nos encontraríamos con el pudor de la reincidencia. (Esto ocurre, en Diario de limpieza, una sola vez, al final, donde el diarista dice: “no soy, en definitiva, una persona limpia. Eso me vuelve un extranjero en mi propio diario”. Es sugerente que justo allí donde el diarista reconoce su signo de extranjería, es decir, su intimidad, el diario termine). 

¿Pero qué cosa hay entonces en Diario de limpieza en lugar de intimidad? Lo vemos casi de inmediato, cuando el diarista acude al diccionario en busca de la palabra “limpiar”, cuyas averiguaciones, desde luego, responden a una necesidad de definición: qué es la limpieza, qué es estar limpio (a las que luego se agregarán etimologías, entre otras, de la palabra higiene, además de un cuantioso relevo bibliográfico: el Manual de limpieza del monje budista, Una historia de la mierda, una Filosofía de la suciedad, Pureza y peligro, etc.). Y bien, esta necesidad de definición supone una inquietud del orden del tema, y siempre que hay tema, y preocupación por su estatuto, como sabemos, hay ensayo. 

Este primer movimiento —la pregunta por el ser de la cosa— viene encadenado a su inquietud fundamental, la que mueve a la escritura y que sólo en ella se desentrañará: qué es la limpieza para mí. De la distancia entre una cosa y otra —entre pareceres ajenos y mi singularización, introducida a modo de paradoja—, saldrá el ensayo. La preocupación del ensayista es en definitiva la de su singularidad, que ha sido invadida, en sus temas, por el sentido común. Si el ensayista detesta al poder, es porque, con su burda opereta, ha ensuciado sus temas.

Desde luego, como buen ensayista que es Matías, el problema de las relaciones entre limpieza y poder no tarda en salir disparado a la superficie, de un modo, se diría, genealógico (donde hay método genealógico —sospecha de poder, es decir, de sentido común— hay ensayo; aunque no siempre donde hay ensayo hay método genealógico). ¿Por qué es la cuchara la que está manchada con la gota miel y no la miel la que está sucia con la cuchara?, se pregunta, históricamente, el ensayista. Respuesta: porque en la sola mención de la palabra “mancha” hay interés, hay cultura, hay sistema.

De modo que el nuevo diario, en lugar de intimidad, contrabandea ensayo. Pero tampoco se trata de un ensayo convencional, desde que ha sido escrito desde la plataforma del día a día y su registro. El ensayo, tal como lo conocemos, está al final de todas estas investigaciones: empieza allí donde el terreno ya ha sido dispuesto para dialectizar el cuerpo de las citas con el cuerpo del ensayista. En Diario de limpieza, en cambio, ese registro, y su eventual pertinencia al futuro ensayo, se hace en vivo. 

Estamos entonces antes del ensayo sobre la limpieza, en sus preliminares, que incluye, en su entramado, el hilo contextual del cotidiano del ensayista. Podría decirse que Diario de limpieza practica una escritura en tiempo real del ensayo o —desde que ese ensayo no está escrito todavía, o está disperso entre sus páginas— que asistimos a la preparación del ensayo sobre la limpieza. 

Pero, ¿dónde terminaría este diario ensayístico? Si fuera un diario íntimo, terminaría con la muerte del diarista (Matías está vivo); si se tratara de un ensayo más o menos convencional, llegaría al final al cabo de un devaneo breve, poco después de haber tocado una verdad. Como Diario de limpieza no es ninguna de las dos cosas, cobra relevancia el suspense abierto en un principio y retomado capítulo a capítulo: la presencia de ratones en la casa, y la necesidad de erradicarlos.

Y bien, desde que hablamos de capítulos (y, sobre todo, si hablamos de suspense), somos testigos otra vez de la mutación del diario, desde el orden de la intimidad hasta el de su estetización. El diario ha mutado a novela, o en todo caso, ha debido echar mano de su organización, la de cierta linealidad, en una hibridación que le permitiera llevar las cosas hasta su final. En el significante y su deslizamiento, nos encontramos con una metáfora del devenir histórico del diario hasta su actual estetización: antes, el diarista habría dejado testimonio de “sus ratones”, de manera secreta y sin solución alguna frente a su insistencia ciega; ahora, con el diario novelado, los ratones se han convertido en un recurso argumental, el hilo que permite al diarista llevar el diario hasta su conclusión.

Para terminar, algunas apreciaciones desde el lugar de la lectura. Diario de limpieza, como los buenos ensayos, es capaz de desautomatizar no ya el lenguaje sino la vida. En todo momento, el libro me recordó mis modos de interferir el discurso histórico de la limpieza, en raptos personalísismos de suciedad: viví mi propia mugre a la manera de pequeños actos, heroicos pero secretos, de subversión. Durante los días en que lo leía, me vi a mi mismo limpiando y ordenando, así como lo vi en libros, películas y canciones, tal como lo hace el diarista, quien se ha convertido en un radar de los discursos de la limpieza por culpa del diario. La limpieza, así lo enseña el diario, está por todas partes.

En tanto novela, como quería Lukacs, me devolvió una imagen de su época, de la que Diario de la limpieza funciona como una síntesis frágil, tendida entre dos tiempos. No todavía el de las identificaciones, pero sí ya el de la pérdida de aquella contradicción, lo radical desconocido que es lo íntimo. En palabras de Levrero: “aquello que hay en mí, que no soy yo, y que busco”.

 

(Actualización septiembre – noviembre 2023/ BazarAmericano)

 




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646