diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Fundirse en otro
A medias huidiza, acaso laberíntica, muchas veces reticente a responder las preguntas más o menos usuales y repetitivas de cualquier entrevista –nada más porque los libros están ahí, y una vez escritos ya no le interesa regresar a ellos: que se valgan por sí mismos–, María Martoccia encara las preguntas que le saben a diques que hay que evitar, o en el mejor de los casos poner entre paréntesis hasta que queden las palabras de los libros: cinco en catorce años.
Y esa forma de retracción encuentra su modo –y su desarrollo– en la voz que narra las historias en Desalmadas, (La Bestia Equilátera, 2010), una voz tan sigilosa como consistente que se las arregla para seguir los enredos de ciertos personajes en las sierras cordobesas, espacio donde transcurre una novela que hunde su materia en el melodrama, las disputas por la tierra y los amores imposibles o posibles por descarriados. Y esa voz se amolda y al hacerlo construye sus maneras, entreteje una trama donde se despliegan las voces de la curandera Artemia, las de Fanny y Melina, la del comisario Julio, entre muchas otras. Mientras la voz que narra, como si hiciera silencio, captura escenas y se reafirma en su zurcido invisible.
Allí donde Puig retrae y camufla su narrador entre registros orales, la voz narrativa de Martoccia –económica, despojada y hasta ascética, se ha dicho– se adelgaza, con delicado esplendor mimético, para acompañar las hablas, los devaneos y las acciones de los personajes que pueblan Desalmadas. En todo caso, el efecto de sustraer o acompañar es semejante cuando el lenguaje es exhibido “en sus diferentes apetitos de comunicación”, para decirlo con palabras de Libertella.
En la superficie de la página los personajes conversan para ver qué trae el otro y si le pueden sacar partido. Las desalmadas arriban a un lugar de gentes “sin alma”: un “antiparaíso” donde los “temas de siempre” son tres: plata, muerte y cama, como apuntan Luis y Artemia. Allá arriba, donde la mezquindad es una práctica social muy difundida, diríase una necesidad: una sed. Y donde la voz del otro prende como abrojo y punza hasta convertirse en obsesión, condensada en una sola pregunta: cómo hacer, cómo hacer... Y en ese “hacer” –acomodar la realidad para sacarle el jugo– se define el movimiento continuo de los personajes. Así, el arroyo en apariencia seco de la historia gana curso entre las piedras, y la dispersión de hablas encuentra cauce y empuja la historia hacia una resolución tan intensa como mínima.
María Martoccia nació en 1957. Publicó un libro de cuentos, Caravana (1996, reeditado por La Bestia Equilátera en 2009), Cuerpos frágiles, mujeres prodigiosas, un libro de semblanzas biográficas en coautoría con Javiera Gutiérrez y las novelas Los oficios (2003), Sierra Padre (2006) y Desalmadas, que vendría a cerrar la trilogía involuntaria sobre historias ambientadas en las sierras cordobesas.
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Hace catorce años, y en relación con tu primer libro, Caravana, afirmaste que siempre ibas atrasada con los lugares, que no escribías en el lugar en donde te encontrabas. Tus tres novelas parecieran contradecir aquella apreciación, porque las historias de Los oficios, Sierra Padre y Desalmadas ocurren en escenarios de las sierras cordobesas, donde vivís. Digamos que el espacio de la ficción se emparejó con el de la vida real. ¿Qué sucedió ahí? Este cambio de percepción o de mayor o menor distancia con los materiales, ¿cómo influyó en tu experiencia como narradora?
La literatura desbarata cualquier creencia, debe ser por eso que intento practicarla (a propósito, digo que nunca vuelvo a leer lo que escribo y es cierto, aunque en la actualidad me veo obligada a releer Sierra porque intento una continuación). De todos modos, nunca escribo “de inmediato”, dejo asentar los registros, las costumbres nuevas y hasta el paisaje. Escribo después del asombro; la “novedad” –a mi juicio– es mala consejera, uno corre el peligro de apurarse, no llegar a descubrir aquello que se quiere “develar”, y siempre hay que saber más, lo que queda escrito es apenas una muestra; además, en esto, tenemos todo el tiempo del mundo.
¿Cómo surgió Desalmadas? ¿Existió algún plan previo a la escritura de la novela? ¿En el principio apareció una voz y luego las otras, o crecieron simultáneas?
Parece que siempre empiezo otra cosa: Luis (Chitarroni) me había pedido un cuento sobre el diablo y escribí “La diabla estrafalaria”, después se me ocurrió que “ayudara” a conseguir tierras y, aunque supongo, que lo mitigué bastante, es uno de los hilos conductores (hay algunos para mí y otros para quienes leen). Entonces, escribí otro cuento con un diablo masculino para la antología de Luis y seguí zurciendo las historias de las viejas, etcétera, en la diabla inicial. Cuando encuentro el ritmo (alrededor de unas cincuenta páginas) ya está cantado, es cuestión de saber “escuchar” y ponerse a trabajar.
Visto en perspectiva, ¿Caravana fue un “campo de pruebas” de lo que iba a venir después, tus novelas? Pienso en la variedad de registros en las voces de esos cuentos, incluso en ciertas indagaciones tales como las diferencias insalvables entre personas, la incomprensión, el malentendido, por poner ejemplos en el cuento “Lutan quieta” y a la vez en el capítulo de Desalmadas donde Marta recuerda su experiencia de “ayuda” fallida a Liú, la china del supermercado…
Me cuesta mucho hablar de teorías y modos de escribir y encima no leo jamás aquello que ya publiqué (ya lo mencioné antes, ¿no?). Caravana son los inicios y debe estar allí todo lo que iría a desplegar. Uno siempre dice lo mismo, o por lo pronto, a esta altura, las cartas están echadas. La variedad me importa siempre, creo que si hay algo que grito a voces, en la literatura y en la vida... es: ¿Cómo es ser otro? Pregunta insoluble que me fascina... Si pudiera me fundiría en otro. La literatura permite muchas vidas y la espantosa vida nos recuerda que es apenas una, y mala.
La potencia del registro de los personajes pareciera exigir del narrador múltiples maneras de acompañar la historia, sin ocupar un papel central. ¿Qué tensiones te plantearon esas voces a la hora de narrar? Pienso esta pregunta en una novela donde la mayoría de los personajes son protagónicos y en cuyas voces se dirimen todas las batallas…
Me preocupa el equilibrio, el balance, que se podría lograr aunque todas las voces fueran protagónicas. ¿Qué es el protagonismo? ¿Una cuestión estadística? Cuando escribo, leo y releo hasta el cansancio, como mantras y en ese cántico saltan los gritos estridentes, algo chillón que desentona y por momentos siento una felicidad y una armonía que desconozco en otros terrenos.
“Así es la memoria. Elige cosas que a una normalmente no se le ocurriría elegir”, dice Irma en Desalmadas. ¿Narrar sería sacar a luz ese material?
Narrar para quienes no podemos hacer otra cosa –ni queremos– es donde realmente somos quienes vinimos a ser; hay más verdad en nuestros párrafos que cualquier otro compromiso que hayamos tomado: así de patético es.
“¿Para qué escribir? ¿Será un alivio escribir?”, piensa Fanny sobre estas afirmaciones de su hija Melina. ¿Funcionan estas preguntas para vos?
Indudablemente. Digo en broma que toda la literatura es de autoayuda, sobre todo para quien la escribe... Hay momentos –muchos– en que me doy cuenta que es una terrible “frivolidad” Y me cuestiono: ¿Me siento bien porque armo “cuentitos”? ¿Qué es lo que anda mal conmigo? ¡Qué pavada...! Pero sigo, no me interesa hacer otra cosa, jamás siquiera lo intenté. ¿Cómo se formó en mí este gusto? No tengo idea.
(Actualización mayo-junio 2011/ BazarAmericano)