diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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La literatura argentina parece ocupar un nuevo lugar en la producción editorial. Las antologías de nuevos narradores, las colecciones en proceso de edición, los rescates de autores del pasado y las perspectivas de exportación a otros mercados son líneas visibles en el horizonte. Algunos editores explican sus criterios y el modo en que se proponen incidir en el panorama.
El cuestionario
a) ¿Cómo se decide la publicación de un libro de literatura argentina en su editorial? ¿Quién o quiénes deciden y según qué criterios?
b) ¿Cuál es su visión de la literatura argentina contemporánea? En tanto editor, ¿cómo actúa en ese marco?
c) ¿Qué libro de literatura argentina le hubiera gustado publicar?
Las respuestas
Leonora Djament (Eterna Cadencia)
No hay un solo criterio a la hora de decidir sobre la publicación de un libro. Por supuesto siempre intentamos publicar la mejor literatura argentina. El problema es que “mejor” no refiere necesariamente a cuestiones de “calidad” (¿qué es la “calidad” en literatura?) o a cuestiones de gusto, sino a un problema de valor. ¿Cuál es hoy el valor de lo literario? Por un lado, diría que nos importa una literatura que diga algo del presente, dentro de su especificidad (si todavía creemos que hay una especificidad de lo literario). Y que en ese decir algo sobre el presente dialogue con la tradición o con sus contemporáneos. Nos importa que la literatura sea “atrevida”, en el sentido de que se proponga como una apuesta o un riesgo en el panorama actual.
En nuestro catálogo queremos sostener la producción de autores con una larga obra publicada (Juan Martini, Daniel Guebel, Miguel Vitagliano) así como también encontrar nuevas voces que se sumen al panorama actual de la literatura; a esto se suma la publicación de “rescates” de autores inhallables en el mercado. En ese sentido, nuestras elecciones, intentan visibilizar (o volver legible) parte de la narrativa argentina que leemos o que queremos leer.
Quiénes tomamos las decisiones: Pablo Braun y yo, siempre con el aporte valioso del resto del grupo editorial que hacemos Eterna Cadencia Editora (Claudia Arce y Ana Mazzoni).
Creo que después de algunos años donde las aguas estuvieron un poco más quietas (o el ruido venía por la suma de antologías, pirotecnia marquetinera o la abundancia de un realismo poco interesante), hay una importante producción contemporánea: la propuesta de Gabriela Cabezón Cámara, por ejemplo, Hernán Ronsino, Oliverio Coelho o Iosi Havilio en lo que hace a “nuevas plumas” (o no tan nuevas), por nombrar solo algunos nombres, y, por el otro lado, la narrativa de Marcelo Cohen que sigue duplicando la apuesta literaria en la creación de mundos o zonas a partir de un trabajo político siempre preciso con la lengua.
Me hubiera gustado publicar Casa de Ottro, de Marcelo Cohen.
Francisco Garamona (Mansalva)
Por el gusto, el placer, la elegancia o la falta de elegancia, el amor o el odio, la impronta del estilo, las ideas, los marcos, los problemas que se plantean, pero también las soluciones, etc. En mi caso, siendo Mansalva una editorial casi unipersonal, decido yo, con todo el margen de error que eso supone.
La Literatura argentina contemporánea vista desde lejos es una especie de bloque uniforme, con más o menos realismo, más o menos delirio y aventura, pero si se lo somete a una observación bien detallada, en esa especie de llanura se perciben todas las fisuras, las cicatrices y marcas, y ese es el lugar donde prefiero actuar, ya que pienso que de ahí surge lo nuevo, lo que todavía es incipiente y está innominado.
Por suerte todos los libros que quise los pude editar. Pero me hubiera gustado sacar la obra completa de Osvaldo Lamborghini, Lata Peinada de Zelarayán, Memorias de un provinciano de Mastronardi, etcétera, etcétera.
Sebastián Martínez Daniell (Editorial Entropía)
El azar, las impredecibles afinidades estéticas, la valoración de los textos en su particularidad y al margen de las nomenclaturas, las divergencias razonadas y las coincidencias intuitivas entre los cuatro responsables de Entropía… Todo eso, y algunos elementos más, configuran un mapa dinámico y algo caótico que va determinando la forma de una criatura parecida a un criterio editorial. Como resultante de ese proceso incierto se ha ido configurando un catálogo que algunos juzgan coherente o que, por lo menos, ha iniciado un camino en busca de cierta identidad. Sopesar cuándo es el momento de reafirmar, quebrar o forzar la mutación de esa identidad es el trabajo que intentamos realizar cada vez que evaluamos un manuscrito, consideramos una propuesta o pergeñamos un proyecto de publicación que engrose la nómina de los títulos que editamos.
No sé tan siquiera si estamos capacitados para ofrecer una respuesta articulada y sintética ante el inmenso, amorfo y diverso corpus que presenta “la literatura argentina contemporánea”, de la cual (por otra parte) apenas si conocemos sólo una porción. Sí, en cambio, podemos tratar de dejar por escrito algunos apuntes que habría que desarrollar, corroborar y, posiblemente, refutar en un análisis más concienzudo. Primero, habría que aclarar que ni “lo argentino”, ni lo “contemporáneo”, son temas que nos desvelen, aunque no reneguemos en absoluto de que éste sea nuestro tiempo y ésta sea nuestra geografía de aplicación. En segundo lugar, podríamos decir que observamos una tendencia algo simplista a ver a “la literatura argentina contemporánea” como un fenómeno mucho más homogéneo del que percibimos desde nuestra editorial. Suele haber algo de pereza epistemológica en algunos análisis críticos, que gustan de encasillar en capas generacionales, o en tradiciones algo forzadas, series de textos que difícilmente podrían convivir pacíficamente bajo un mismo rótulo. En este sentido, pareciera existir la tentación de poner en serie cada texto con aquellos otros textos que resultan más próximos. A esta altura del siglo XXI, con el arte de traducción universalizado, el acceso a los libros popularizado a través de la red, las reediciones económicas, mecanismos de importación de ejemplares más o menos estables, y empresas multinacionales encabezando las cifras de producción editorial, ya no parece demasiado esclarecedor establecer tradiciones o genealogías que se limiten a un ámbito territorial. Lo que les ocurre a los estudiantes de Princeton cuando piensan que pueden analizar con relativo rigor toda la literatura latinoamericana como un corpus único, le ocurre a algunos académicos y críticos locales a quienes les resulta más sencillo rastrear afinidades dentro de un ficticio universo endogámico que se limita a “lo argentino”, en lugar de buscar conexiones entre un texto producido en la Argentina contemporánea con textos editados en la Francia del siglo XIX o en el Japón de la posguerra. En tercer lugar, sí se podría esbozar una ligera generalización y decir que, en términos globales, “la literatura argentina contemporánea” es un fenómeno vital. Es decir: que desde 2001 a esta parte se nota una cierta explosión en la producción textual que redunda en la proliferación de instituciones que antes languidecían, como los talleres literarios, las editoriales independientes, las ferias autogestionadas de comercialización de libros casi artesanales, y los soportes digitales o audiovisuales dedicados al asunto. Por supuesto, esto no habla ni bien ni mal de la producción literaria. Simplemente, la multiplica. En cuanto a nuestro rol como editores dentro de este panorama, diríamos que un poco por ignorantes y un poco por iconoclastas, desde Entropía intentamos desligarnos en lo posible de todo aquello que pueda esquematizar o encasillar nuestras lecturas: cánones, tradiciones, tendencias. Esto no quiere decir que los libros que publicamos sean radicalmente marginales y rupturistas. Ellos también, como es obvio, pueden ser puestos en serie con otros textos y pasar a formar parte de un universo hermenéutico más amplio. Pero, como editores, tratamos de dejar eso para más adelante y entregarnos, mientras se pueda y más humildemente, al goce de leer, cuando la simbiosis entre texto y lector así lo permite.
La última pregunta es más difícil que la anterior. Vamos a eludirla tratando de ser elegantes y señalando que si se le realizara esta misma pregunta a cada uno de los cuatro responsables de Entropía, las cuatro respuestas serían demasiado disímiles. Sí, como pista a rastrear, se puede decir que es nuestro propósito que el catálogo que hemos ido construyendo puedan ayudar al lector a darse una idea de cuáles serían los libros que cada uno de nosotros pondría en esta nómina.
Ricardo Romero (Gárgola)
El ser una editorial chica en un mercado chico, tiene sus desventajas obvias pero sus ventajas también. El imperativo de “lo vendible” es un factor a tener en cuenta, pero que no tiene la preponderancia (la prepotencia, diría yo) que seguramente tiene en una editorial grande. Podemos elegir con un poco más de libertad, arriesgando y curioseando más. Por supuesto que esto no quiere decir que no nos preocupe vender, el tema es que nuestro caudal de venta es alcanzable sin la necesidad de dar un batacazo (cosa que por cierto, nos encantaría que nos sucediera, claro). Otra cuestión pasa también por la posibilidad de parar la pelota sin que eso no implique un “pasivo” desmesurado. A las editoriales grandes les cuesta más caro parar su maquinaria, que editar títulos que al año ya están en saldo. Nosotros podemos pensar un poco más, y dedicarle más tiempo a cada libro, por el sólo hecho de que con cada uno estamos apostando el equilibrio y la continuidad. Respecto a quién decide, en general las propuestas salen de mí, y son aprobadas por el director editorial, Pablo Albornoz.
Creo que la narrativa argentina (no hablo de la poesía porque no me creo capacitado para hacerlo) está pasando por un momento excelente. Yo no sé si pecaré de optimista, pero la variedad de autores y sobre todo de proyectos, la vuelven muy rica. Hay una relación con la tradición más sana, en donde no parece necesario matar a nadie ni aferrarse a ninguno de los grandes nombres de nuestra literatura. Lamentablemente creo que esta idea no es tan clara para todos. Pero esto, me parece, no es tanto una cuestión de quienes escriben y no piensan en eso mientras escriben, sino de los lectores calificados, no todos sino aquellos que no pueden leer sin trazar mapas, cartografías dudosas que pierden más de lo que encuentran. Creo que el problema está en quienes, desde alguna tribuna más o menos legitimada para hacerlo, sea un suplemento cultural o alguna cátedra universitaria, no se permiten apreciar esta riqueza. Para mí estaría bien, ellos se lo perderían, si no fuera porque desde donde están sus voces hacen eco, y eso debería generar otro tipo de responsabilidad: la de mostrar todas las posibilidades y no sólo la que uno abandera (a veces bandera, a veces meros barriletes). Creo que a algunos les falta hablar menos y sentarse a leer; a otros, les falta perder el miedo a la convivencia. Por ejemplo, he escuchado bastante decir que la nueva generación de escritores es autoreferencial, lo cual me parece una versión muy pero muy pobre de lo que está pasando, de lo que se está escribiendo. Hay mucho de eso pero hay mucho más que eso. Y es que cualquier generalización termina por ser mezquina. Por lo tanto, cómo actúo en este marco. Tratando de mantener la mente abierta.
De los últimos 15 años, digamos, me hubiera gustado publicar El año del desierto, de Pedro Mairal, La ley de la ferocidad de Pablo Ramos, La saga de los confines, de Liliana Bodoc, Plop, de Rafael Pinedo. También me hubiese gustado hacer algunas reediciones de autores como Haroldo Conti, o una novela como Intemperie, de Roger Pla, que acaba de reeditar la Editorial Municipal de Rosario en una hermosa edición.
Florencia Ure y Pablo Avellutto (jefa de prensa y director editorial, RHM)
La publicación de un libro depende del director del sello, en este caso Mondadori y Lumen, que son nuestros sellos de literatura, y luego previa discusión en comité editorial (integrado por el director editorial y los editores).
Creemos que se está editando más literatura argentina que en estos últimos años. Creemos que al haber tantos sellos independientes y, mientras las editoriales grandes sigan manteniendo estos sellos, es y será más fácil acceder para un escritor a la publicación de sus libros. Esto último comparado con los últimos años. Hace mucho tiempo que no se veían en el mercado tantas primeras novelas publicadas.
Nos hubiera gustado publicar Pájaros en la cabeza, de Samantha Schweblin. Todos los demás libros que quisimos publicar, los publicamos.