diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Matías Moscardi
/  Osvaldo Aguirre

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La escuela Neobenjaminiana de Buenos Aires
La rosca profunda, de Matías Moscardi, Córdoba, Prebanda, 2018.

Un libro hecho de frases, un libro de ensayos y compuesto por ensayos, un libro armado por intuiciones, ideas y lecturas, un libro con muchas lecturas y tantísimas ideas. Una escritura que construye cajas de herramientas, procedimientos y métodos, un ensayo de ensayos que no busca (necesariamente) polemizar entre escuelas, tradiciones y autores (como sí sucede con Eduardo Grüner, Cristian Ferrer, María Pía López y Horacio González), un ensayo que no amplía el campo de batalla sino que procede de otro modo, buscando la fuga, la errancia o los movimientos aberrantes de la cultura.

La intuición vuelta escritura, la lectura como consumo y la escritura como droga, la escritura como intoxicación voluntaria y la lectura como adicción, como escribe David Foster Wallace citado por Moscardi, la adicción implica estar comprometido y dedicado legalmente o espiritualmente, dedicar la propia vida, zambullirse en algo. Entonces, ¿cuál es el compromiso de Moscardi, cual es la dedicación legal, su nomos interno, a dónde se zambulle cual surfista en una ola de textos, materiales, discos y películas?

El foco de Moscardi, y estamos pensando en un método moscardi de escritura, está puesto en el nudo magnético de la constelación, ¿qué es lo que atrae, vincula y pone en relación un elemento con otro? ¿Cuál es el secreto del seductor magnetismo que La rosca profunda ejerce sobre les lectores? Y es ahí donde radica la potencialidad de los ensayos que componen este libro, en el trabajo de juntura y atracción, en el modo de componer constelaciones a través de lecturas críticas y linkeos impensados. De allí su afiliación a la escuela neobenjaminiana, con Luis Sagasti a la cabeza (la contratapa del bahiense es un sin lugar a dudas un acierto editorial) y sus aires de familia con los cuadernos de Mario Ortiz, las conjeturas e historias imaginadas en Respiración artificial de Piglia o los Papeles falsos de la mexicana Valeria Luiselli. Decíamos, el de Moscardi es un trabajo sobre el magnetismo, es decir, no solo arma conexiones inexplicables entre elementos presuntamente inconexos y heterogéneos entre sí (y vale citar el dictum popular que reza “todo tiene que ver con todo”). Me atrevo a decir, el magnetismo es un modo de componer constelaciones a través de lecturas sonoras, porque el magnetismo es un efecto de reverberación de sonidos y melodías, así escuchamos, por ejemplo, cómo la literatura infantil resuena en las melodías de Marx o de Zizek, la literatura de terror se solapa en los estribillos del materialismo histórico, una literatura edilicia que inaugura un espacio resonante a partir de escuchas furtivas, películas posapocalípticas que cantan estribillos psicóticos e inventan un mundo de dinero o en los géneros musicales que nunca provienen de sí mismos (no son autotélicos afirma el autor marplatense), como los Ramones que nunca escucharon a los Ramones pero si a los Beach Boys, como afirma el autor, ex estudiante de bata, guitarra y bajo. Libro sonoro, hecho de sonidos y melodías que resuenan dentro y fuera del texto, hasta en colofón editorial (publicado por la cordobesa PreBanda) donde se lee “el vecino de la derecha gritaba por su gata perdida, la vecina se excedía en el volumen de la serie de Netflix o Canal 12, mientras de la calle invadían los bocinazos de los autos y una frenada del 32 o el 36. Los sonidos de la ciudad estaban presentes mientras el libro se producía, editaba y mandaba a imprimir. Todos y cada uno de los sonidos”.

El método moscardi funciona proyectando imágenes, produciendo cual tramoyista de una antigua cinemateca, imágenes de la cultura y de la singularidad de lo literario (y ese es un foco central sobre el que vuelven sus imágenes). La rosca profunda, entonces, se dispone como un conjunto de engranajes que, siguiendo la imaginación fabril y materialista que anima su escritura, se componen de imágenes e imaginarios culturales. En este sentido, La rosca profunda es una suerte de autómata que proyecta y propone imágenes de lapsus culturales.

Pero antes que el sonido metálico, de engranajes fabriles, lenguajes binarios, algoritmos digitales y de ambiente industrial, La rosca profunda es una pedagogía sensible, un mecanismo que hace de lo sensible, de los afectos y la capacidad sensorial su inercia interna. Porque en cada uno de los ensayos se convocan, como en un teatro de operaciones, una capacidad afectiva y sensorial: lo auditivo como espacio resonante en la literatura de Alfred Polgar o John Cheever (en ese ensayo hit que es Las pantuflas de Proust), lo gustativo y lo delicioso del chocolate en Charlie y la fábrica de chocolate, la cacofonía capitalista, los zumbidos, crepitaciones y estallidos de presión en la novela de Kuprin, la disposición espacial de la danza y los efectos emocionales del ritmo sobre el cuerpo, la hipnosis, el dormir y el soñar que pueden provocar ciertos textos soporíferos, una voz acusmática del perro ante el gramófono o la vista como sentido rector ligada al avistamiento de naves espaciales (ovnis).

Recién decíamos que este es un libro de ensayos que no busca (necesariamente) polemizar, ampliar el campo de batalla, diagramar un espacio de contienda, confrontación y crítica. Sin embargo, podría decirse, a nivel de las texturas temáticas, que La rosca profunda gira entorno, le da vueltas, le merodea y vuelve sobre sí, a un estado de cosas en el marco del capitalismo avanzado, el capitalismo tardío o el capitalismo neoliberal contemporáneo. En efecto, una tonalidad crítica marca las páginas de este libro, siguiendo un halo benjaminiano pero también una zona de cruce entre psicoanálisis y marxismo, el peine de La rosca profunda lee a contrapelo un momento crucial de nuestra cultura: los mecanismos internos, los flujos y reflujos, los circuitos de producción y gestación del valor, de la mercancía, de las desigualdades e injusticias, los imaginarios, promesas y proyecciones capitalistas pero sin caer en simplificaciones, gestos moralizantes ni bajada de líneas. Así, en la entrada La pregunta de Susana (Giménez) leemos que el acto de preguntar -su condición ontológica si se nos permite- exhibe sus efectos políticos como contrapoder en el marco del capitalismo avanzado, era del agotamiento de lo real y del ocaso de todo asombro. O la fascinación por el dinero que enuncia Fitzcarraldo de Herzog o en el borramiento de su funcionamiento interno (alienación de la técnica) que implica la lectura de libros electrónicos, o como en las producciones de Disney que explica el funcionamiento del capital y del consumo, a través del corazón pulsional del chocolate o como en la novela Moloch del ruso Aleksandr Kuprín donde la dimensión auditiva de la fábrica parece haber inventado los nervios modernos, junto con la ansiedad y los afectos del apuro o la aceleración.

Y este procedimiento hace de la cultura un síntoma de las transformaciones en curso o de otro modo, hace de las superficies literarias y culturales una indagación política porque, justamente, no busca una clave que late detrás de los materiales, aquellos elementos misteriosos e indescifrables a develar por la crítica. El gesto crítico y neomaterialista de Moscardi, que resuena mucho en la poética y la crítica de Javier Ramaccioti, se coloca junto a los textos culturales y en la inmanencia próxima de la literatura. Y es ese procedimiento de lectura, precisamente, el que inaugura un vínculo democratizante entre materiales culturales de distinta procedencia. La cultura ilustrada y la alta cultura parecen coincidir, en un plano de contigüidad, con la cultura popular, la industrial cultural televisiva y la estética pop. Un ejemplo de este movimiento, la entrada Poderes de Hypnos que va desde la película La Cordillera de Santiago Mitre al origen de la hipnosis occidental (Hypnos, dios del sueño hermano de Tanathos) pasando por la historia del cine alemán con El gabinete del doctor Caligari de Robert Wiene y El Testamento del doctor Mabuse de Fritz Lang y de vuelta a los Manuscritos económicos filosóficos (1844) de K. Marx

Autómata que proyecta imágenes culturales, decíamos, una pedagogía de lo sensible que hace de los sentidos y afectos su foco magnético, decíamos también, y una tonalidad crítica de inspiración materialista-psicoanalista y marxista, pero más aún La rosca profunda “se encuentra, como todos sabemos, entre los dos extremos”, como apunta el epígrafe inaugural de Eugene Ionesco. El texto de Moscardi es un largo ensayo hecho de tantos ensayos que construye cajas de herramientas, aparatos e instrumentos para proyectar imágenes sin un punto de llegada fijado a priori. En la escritura moscardi nos encontramos con un cierto gesto de arrojo. Porque pareciera que su cadencia está marcada, no por la eternidad editorial, sino más bien por una cierta imprevisibilidad, un salto al vacío, muchos de estos ensayos comienzan con una referencia o una premisa a la cual le siguen un conjunto vertiginoso de citas y conceptos, autores, tradiciones, anécdotas y efemérides, intuiciones e hipótesis que, en principio, no parecieran conducir a ningún lugar predestinado. Y quizás sea la ansiedad propia y no la ajena, pero un cierto ritmo vertiginoso, cual melodía punk, recorre los ensayos de La rosca; así escribe Moscardi “me gustan las personas que, cuando recomiendan un libro, lo hacen de manera exagerada, ansiosa”. De nuevo, los ensayos de La rosca profunda están escritos con un pulso vertiginoso y precipitado que resulta en una cierta agilidad en la lectura o en la misma temporalidad de su lectura,  aun cuando (valga la paradoja) su autor apueste por “volver más lenta la escritura”, como reza el proverbio zen, cuál elogio del detenimiento o de una paciencia compositiva.

Como un magma en estado de ebullición, que va creciendo de texto a texto, en un fluir continuo y maleable, como en un sistema de encastres múltiples, el libro de Moscardi marca un movimiento geográfico, de rastreo giratorio y oscilante, una experiencia topológica, de miradas macro y microscópicas, de cambio de escalas, planos y relieves, que vuelven sobre un punto en particular, la singularidad de lo literario: desde el tan trillado “bloqueo de escritor” del psicoanalista Edmund Bergler, César Vallejo y Mario Levrero, la sensibilidad, emoción y expresión en literatura, las formas disruptivas y el sinsentido literario, pasando por el relato como estructura ordenada de los acontecimientos o las relaciones entre realidad y ficción en la era Netflix, una cultura globalizada atravesada por la producción masiva y continuada de ficciones, hasta el estatuto fragmentario e incompleto de las frases en las novelas de Thomas Bernhard, la transitividad del objeto literario y su exterioridad, el género aforístico de Emil Cioran y su verdad literaria, la especificidad de la disciplina literaria y los cruces diversos con otras prácticas, el sustrato brujo y no lingüístico del lenguaje. ¿De qué está hecha la literatura, cuál es su materia sensible, cuáles son sus prácticas? Pareciera que esa es la obsesión que mueve la escritura de Moscardi, escrutar de mil modos posibles aquello que sabe y enuncia la literatura, en sus modos compositivos, los géneros y la tipología de personajes, la estructura narrativa, sus tópicos y tradiciones. Y esa es, finalmente, la adicción de Moscardi por el ensayo, por una escritura que se muestra en la politicidad misma de lo literario, porque muestra el conflicto inherente a los procesos creativos y al sistema de formas, en las disputas y pujas en el reparto de lo sensible, sobre los lugares asignados que definen toda topología social.

Por eso y como sentencia el final de la fiesta de El gran gatsby (1925) de Scott Fitzgerald o como bien sucede al terminar La rosca profunda (2018) de Matías Moscardi: Si fuéramos jóvenes, nos levantaríamos y nos pondríamos a bailar.

 

 

* Texto leído en la presentación platense de La Rosca Profunda, realizada en Auditorio del Centro de Arte de la Universidad Nacional de La Plata,  el Jueves 16 de Mayo de 2019.

 

(Actualización mayo – junio 2019/ BazarAmericano)

 

 

 

 




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646