diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Hay poetas que buscan en las piedras enterradas en la profundidad de la tierra una especie de tesoro donde se halla el secreto de la lengua, como es el caso del sanjuanino Jorge Leonidas Escudero; otros encuentran, metafóricamente, en el agua el material necesario que habilita la enunciación poética. Edgardo Zotto (Rosario, 1947), a partir del título del libro, se sumerge en un mundo subterráneo en el que explora la memoria y en el que halla, de modo imprevisto, tesoros extraordinarios en los avatares anodinos y aparentemente estables de la cotidianeidad (“Bucear en lo perdido/ y hallar el rastro,/ la estela de lo nuevo”).
Para Edgardo Zotto la poesía es un modo de restituir aquellas zonas veladas que el tiempo se encargó de ocultar, cuyas imágenes insisten en regresar, ya no de manera exacta sino transfiguradas. En ese sentido, la experiencia, por mínima que sea, se torna un acontecimiento que reverbera durante toda la vida.
Bucear en el sueño mediante la evocación se constituye en un acto cuyos resultados son precarios. A pesar de eso, el poeta insiste, de manera tenaz, en “esperar y recomenzar”, porque sabe que allí, en ese territorio líquido y oscuro, se encuentra una fuente de revelaciones que, paradójicamente, nunca se logra aprehender del todo: “Pide y pide/ lo que nunca le darán”. El sueño es un tópico capital de este libro, y no sólo es un espacio donde habita el misterio, sino también el lugar de donde “exhumar la palabra arcaica,/ la desconocida”. Al margen de que los poemas representen escenas de la vida corriente, o evoquen avatares surgidos en los viajes, o reflexionen sobre la vida de los seres queridos, hay un repliegue sobre sí mismos que interpela al propio discurso. El lenguaje se vuelve, entonces, un objeto de reflexión, y de manera secreta, es el verdadero tema del libro.
Hugo von Hofmannsthal, en su famosa Carta de Lord Chandos (1902), narró la experiencia del desasosiego que se sufre al intentar escribir, y cuenta cómo las palabras se le volvían “hongos podridos” en el momento de la enunciación. Zotto, también, concibe el lenguaje en términos de decepción. Buceo cuenta la tentativa por designar un referente, y la manera en que las palabras, finalmente, no logran decir aquello que se proponían. Sin embargo, la frustración y el fracaso encuentran una compensación en los incesantes intentos por volver a escribir: el impulso, e incluso el esfuerzo por escribir parecen justificarse a sí mismos. La transcripción de la experiencia subjetiva mediante las palabras se torna un acto imposible, pero hay un movimiento perpetuo, y hasta feliz, por lograrlo. Por esa razón, traducir de una lengua a otra, en el caso de Zotto, es la metáfora de otra traducción, la del desciframiento trunco del mundo: “¡tantas cosas se pierden/ en la traducción!”. Aun así, los poemas, como pequeñas miniaturas, son el testimonio de un roce de las palabras con la experiencia, más que el resultado de una traducción imposible.
La obra de Edgardo Zotto va encontrando, de manera discreta, una visibilidad pública. La aparición tardía de sus libros no significa falta de consistencia ni de destreza poética. Acaso la “espera” que invocan sus poemas tenga algún paralelismo con la propia demora por publicar. Concebida como una “tarea meticulosa”, su obra consta, además de Buceo, de los siguientes libros: Memoria de Funes (1998), Restos de una civilización personal (2001) e Impluvium (2004). La brevedad de sus poemas nos recuerda, en parte, la poesía de Ungaretti; tres o cuatro líneas, versos cortos, a veces de un solo vocablo, tienen en la iluminación de un momento efímero su imagen más memorable. Levemente irónicos, estos textos muestran un yo poético atribulado por el paso del tiempo, pero sin estridencia ni lamentos exagerados. De allí que en esa salida reticente y elegante, encuentre, también una esperanza: el vértigo del instante como un hecho que merece ser celebrado.
(Actualización marzo-abril 2011/ BazarAmericano)