diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Colaboran en este número

Matías Moscardi
/  Osvaldo Aguirre

Carlos Ríos
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Julio Schvartzman
/  Federico Leguizamón

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Curador de Galerías

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Diseño

Esteban Prado

Chispazos de infancia y el repliegue del arte contemporáneo
Guerra de soda, de Jazmín Varela, Buenos Aires, Maten al mensajero, 2017.
Sadbøi, de Berliac, Buenos Aires, La pinta, 2017.

1.

 

En Guerra de soda Jazmín Varela apela al recurso de la ficción de verdad, trabaja con el recuerdo y lo dibuja. Se me ocurre el vínculo entre el trazo de Varela y una invitación de América Sánchez y Norberto Chaves que en breve cumplirá cuarenta años, porque ella recupera el “medio de expresión más antiguo, moderno, difícil y barato del mundo” (Sánchez y Chaves, 1979) y lo hace con tinta azul y papel y con la desproporción espacial de los recuerdos de infancia.

Con esos medios, arma un recorrido en seis capítulos anecdóticos en el que pasa por los primeros días de jardín a la falta de tacto de los adultos para entender las catástrofes cotidianas de sus hijos; del colegio caro en una casa que no da para el 0 km a de las travesuras de rodillas raspadas; de la mudanza y el divorcio a Miguel, la pareja de mamá; del encuentro con un “loco” en la calle al cuento hiperbólico de un hermano de una amiga al que nadie le cree y así.

Como buena parte de la producción de historieta y novela gráfica indie actual, Guerra de soda tiene la gracia del reconocimiento mutuo, entre quienes hacen y quienes leen, a partir de lo que podríamos denominar, traba lingüísticamente, “generacionemas”. Unidades mínimas de lo que permite una identificación generacional, porque no se trata sólo de un relato de infancia sino del anecdotario de una infancia fechada. Algunos de estos chispazos son de un espectro temporal corto y otros, de un espectro más amplio, y cruzados dan una fecha más o menos exacta. Probemos. Una canción: “Brinca, brinca, palma, palma”. Un rol y un nombre de pila: “Señorita Viviana”. Un dispositivo de comunicación a distancia: “teléfono fijo con botones rectangulares y cable ensortijado”. Un calzado: “sandalia playera con doble abrojo”. Un helado:“menta granizada con lluvia de rocklets”. Otro dispositivo, esta vez para escuchar música: “walkman”. Una programa de TV: “María, la del barrio”.

Entre los rasgos destacados están los ases con los que Jazmín Varela remata los capítulos de Guerra de soda: el salto del dibujo a la foto. La reproducción de las fotos del álbum familiar, que entran como una viñeta más, son una suerte de certificado de existencia pasada que termina por afianzar el vínculo generacional, como si quien lee pudiese decir, “yo también me saqué esa foto”. En ese juego se arma un pequeño cortocircuito a partir del cruce de registros, entre ficción y verdad, entre recuerdo dibujado y documento fotográfico.

El dibujo da lugar a la recreación de la memoria, la imagen fotográfica le da la “gracia” de un “esto fue así”, “esta era yo y estas mis amigas”, “esta, la orca de Mundo Marino”.

 

2.

 

I call myself mangaka like a male-born transexual call herself a “she”.

Berliac

 

La novela gráfica de Berliac, Sadbøi, aparece como un suceso en la historieta “argentina”, después de haber protagonizado cierto “escándalo” virtual que terminó derivando en consecuencias muy concretas: la editorial canadiense, Drawn & Quarterly, canceló su publicación, anunciada para enero de este año. Este “escándalo” reviste de una suerte de malditismo a una humorada, a lo sumo una torpeza. En un ensayo (2015) en que trataba de explicar su pasaje al manga a partir de una comparación con quien sale del clóset, Berliac cruzaba géneros literarios (genre) y géneros (gender) y mezclaba pronombres a granel, como puede leerse en el epígrafe. Por ese texto, fue capturado por la policía de la corrección política y esa captura derivó en expulsión de un catálogo editorial.

Más allá del entretelón, anotaba historieta “argentina”, entre comillas, porque Sadbøi tiene la factura propia de un producto global alternativo: un argentino dibuja desde Europa con tinta japonesa y es publicado por un subsidio noruego para ser reeditado en mercados nacionales de Norteamérica, Europa y Latinoamérica. Digo con “tinta japonesa” porque como él decía en aquel ensayo del conflicto, Berliac deviene japonés a partir del trabajo con plenos azules, sombreado a base de puntos y muchas líneas de velocidad, de una exploración de los espacios y la arquitectura propia del manga y un modo de la gestualidad acorde. Deviene japonés a pesar de la tan noruega “ø” del título.

La novela gráfica desarma las referencias geográficas y culturales, se sitúa en un “Neotokio” nominal, después de una Tercera Guerra Mundial, pero enseguida se reinscribe a partir de la acción: las cosas suceden tal cual podrían hacerlo en la Europa de estos días, (1) en especial en Alemania o los países nórdicos. Hay inmigrantes que cruzan en barco y, entre ellos, niños que se crían lejos de sus familias por haber sido separados en algún punto del éxodo. También hay una sociedad que se pregunta por qué lidiar con los inmigrantes y, dentro del mismo entramado, un grupo de personas e instituciones encargadas de efectivamente hacerlo, para neutralizarlos y/o para mejorar su “calidad de vida”, sin que pierdan su estatuto de “refugiados”.

La trama relata los sucesos de una noche partida a la mitad por un flashback de varios años en el que se reconstruye cómo llega el joven Sadbøi a ir en un auto deportivo, rodeado de matones y armas que no sabemos si están con o en contra de él, rumbo al Museo Nacional, donde realizará una performance basada en la pregunta “¿puede un crimen ser arte?”. Con una campaña de prensa exitosa, la sala se ha llenado por un público de personas adineradas, periodistas y asistentes sociales. En el medio, desde ese viaje en auto hasta la performance se relata la peripecia del marginal y sus múltiples iniciaciones como criminal, preso, gay y artista.

Al explorar las experiencias de este inmigrante que no se reconoce en el destino ni en el origen, Sadbøi invita a pensar la juventud, la violencia, el arte y los subterfugios posibles para seguir escapando, los modos en los que se le podría hacer trampas a la Cultura para la que el marginal se constituye como tal.

Quedará flotando la lectura en clave de autoficción, la que postula no un homenaje a Genet como pretende el libro desde la dedicatoria, sino una parábola del recorrido del propio Berliac.

 

Notas

(1) Tal es así que el epígrafe de la portada del libro de la reseña publicada en La Nación del 28/1/2018, dice: “Sadboi trata de un inmigrante en Europa que intenta rebelarse al sistema”.

 

(Actualización marzo - abril 2018/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646