diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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En Noticias de la antigüedad ideológica (2008) de Alexander Kluge los objetos son vistos desde el punto de vista de su historia. Una cámara recorre una calle de Berlín y algo tan cotidiano como una cerradura o una bufanda pueden descifrar un sistema de pensamiento o una revelación que proviene de la industria. ¿Cuándo fueron creados por primera vez? ¿Cuál era su uso original? ¿De dónde proceden los materiales que los constituyen? De modo similar, Harun Farocki inspecciona con detalle la trayectoria histórica y estética de una tabla de quesos y de la cerveza en Naturaleza Muerta (1997). A partir de la repetición, asistimos a una sesión de fotos y la comida es la protagonista, la modelo muerta que se consuma en una publicidad. Una impresión similar, la de estar asistiendo a un hallazgo arqueológico de la urbanidad industrial, es la que dejan algunos textos de Cecilia Pavón; sin ser de ningún modo objetivistas, contienen esta misma visión extrañada del mercado y de los objetos con los que convivimos. En un texto de Poema robado a Claudio Iglesias (2009) refiere que: “Los recuerdos son ilusiones, la única verdad que permanece, tiempo y dinero. Cuando te mueras lo harás en tu cama, rodeada de objetos bellos y significativos, ropa de diseñadores talentosos, libros de fotografías con hojas pesadas”.
Puede pensarse en esta cita como una insistencia que intenta descifrar las relaciones entre los objetos, el dinero y el mercado, que ya se manifiesta en textos anteriores, y reaparece en Pequeño recuento sobre mis faltas (2017). Podría caracterizarse a simple vista como un libro extraño, conformado por seis relatos independientes: “Do it yourself” –anécdotas de una profesora de talleres de poesía–; “Free Style rap” cuenta la historia de una de las alumnas que ha asistido a ese taller; “Trisha Erin” o en realidad deberíamos pensar en la artista británica Tracey Emin y cómo se configura el campo del arte plástico en el que la poeta/traductora es una intrusa; “Todas las carteras que he tenido” como autobiografía material; “Un frasco de líquido desmaquillante marca Vichy que le robé a un poeta en Berlín” se presenta como el relato de un objeto que proviene de Europa; y por último “Diario de una observadora de nubes” que traslada la idea del blog de un amigo al texto.
Termino de leer por segunda vez el libro y me pregunto: ¿de dónde proviene la extrañeza? En principio, advierto la capacidad de Pavón para manifestar en su escritura un sesgo autobiográfico hábilmente mezclado con la invención. Es decir, lo que en un comienzo atrapa es la referencia real: el taller de poesía que realmente existe en Once, y al que asistí una sola vez en el año 2013. Sin embargo, rápidamente esa referencia “real” se borra, se desintegra: “Y este breve borrador es sólo para dar testimonio de que tengo setenta y tres años y las décadas pasaron sin que yo pudiera sentarme y decir: ahora. ¡Ahora! Ahora es el momento de escribir”. De este modo, el texto se instala como un espacio de interrogación pura –¿qué es realmente la literatura y la escritura?– y se propone como una posible definición: “Pienso en la literatura como un gran manto que cubre la ausencia” o “cada sábado estoy por decirle que me parece que estar solo en un bar es de alguna forma la esencia de la literatura”.
Cada texto, entonces, manifiesta el proceso, el borrador de cómo está construido –bajo qué ideas de carácter esencialistas fue escrito–, por eso también adquiere, de repente, el tono de un manifiesto: “Porque cuando uno escribe se abre un vórtice en el cielo y la voz de un padre sin autoridad te grita Do it yourself, do it yourself, do it yourself. Hazlo tu mismo, nadie va a ayudarte”. Esta frase dentro del libro se vuelve una consigna, un estribillo, y resuena como un slogan que tiene autonomía propia. Si bien se refiere a la escritura en sí misma, es casi imposible no asociarlo a ciertos canales de circulación de la propia poesía, las editoriales independientes, la cultura de la autogestión artística. De este modo, los dos primeros textos se constituyen también, en un carácter polifacético, como una teoría sobre los talleres de poesía pero también del arte. Los talleres despegan de su acartonamiento –como mero modo de supervivencia– y la profesora recorre con sus alumnos las lecturas de poesía, como una manera de experimentar la escritura y lo urbano: “O, cuando terminaba el taller y caía el sol, los acompañé en colectivos a lecturas en sótanos en los que leían solamente chicas haciendo mil poses distintas”. Es, en este sentido, que se produce un sincretismo; por un lado, “do it yourself” como consigna que se opone al mercado que todo lo absorbe; por otro lado, los objetos del mundo, fabricados por las industrias, que se despliegan ante nosotros como pequeñas obras de arte.
En este sentido, el arte y sus espacios de legitimación se constituyen como tema central en “Trisha Erin”. Una artista británica es invitada por el Museo de Bellas Artes y todo resulta ser una decepción. Si bien “Trisha” es monstruosa, la realidad del arte contemporáneo parecería causar verdadera desazón y vacío. El arte, única ganancia epistemológica que no puede ser traducida a categorías económicas, termina construyendo una lógica idéntica a la del mercado. Al igual que en “Congreso” de Hebe Uhart, la poeta advierte el absurdo de este tipo de eventos a los cuales quiere pertenecer: “A mí me habían sentado en una mesa bastante lejos de ella, con otros artistas de segunda línea”. El mundo de arte está constituido por aquellos que pertenecen al primer mundo y “vuelan para los eventos importantes de sus allegados” y aquellos otros que miran desde afuera “el glamoroso y ubicuo mundo del arte contemporáneo”. La conclusión es “La gente que hace un negocio del arte, intercambia espíritu por dinero”. La literatura, entonces, entendida desde un punto de vista esencialista, será la única estrategia realmente combativa. El lema “do it yourself” de nuestra época se constituye como el único espacio deseable que generará un movimiento contrario al del mercado.
Si bien el relato más bello será “Diario de una observadora de nubes”, “Todas las carteras que he tenido” puede pensarse como una autobiografía material que pone el foco en la vida como una serie de objetos. ¿Un sujeto puede pensarse como una sumatoria de “cosas” que ha tenido desde su infancia? Estos objetos, a simple vista inanimados casi estúpidos, hechos de materiales diversos, pueden ser interrogados y poseen una historia. Se piensa que algo es valioso porque “había sido fabricado en otro país” y “durante mi infancia la industria argentina era precaria, incipiente”. De este modo, la idealización recae en aquellas cosas “de calidad” fabricadas en países europeos. Son los objetos inalcanzables para la clase media argentina: las carteras de Prada, los tapados de alta costura, los desmaquillantes marca “Vichy”. De manera incandescente una serie de objetos hermosos nos rodea como una fantasía aurática.
(Actualización septiembre – octubre 2017/ BazarAmericano)