diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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A comienzos de este año Ivan Rosado publica en su colección “Selecciones” un conjunto breve de crónicas, prosas y críticas de arte de Joris-Karl Huysmans, traducidas de modo impecable por Claudio Iglesias (quien además escribe la semblanza de cierre). Aun si breve, la selección es una excelente muestra de textos escritos por el autor entre fines del siglo XIX y comienzos del XX, extractos de publicaciones como L´Artiste, Croquis Parisiens, la maravillosa Le drageoir à épices, la Revue Mensuelle, la République des Lettres, La jeune Belgique, De tout. Una buena muestra que da con la clave de la mirada dislocadora y plástica del escritor francés.
Paul Valéry consideraba a los libros de Huysmans cargados de una “aspiración poética” anclada en la acumulación de elementos visuales, situada en la facultad que cada cosa posee para sugerir otras, en la capacidad evocativa de las destrezas sinestésicas. Y todo esto se lee, sin desperdicio, en La epilesia del cielo. Porque si hay un punto que lo define, y que nos hace preguntarnos, sobre todo, por qué leer hoy estos artículos de Huysmans, es, precisamente, esta cuestión de las aspiraciones poéticas situadas en la capacidad evocativa de las imágenes, en las destrezas plásticas de una mirada que evoca de modo constante e impiadoso.
Huysmans fue un observador minucioso que supo sortear las peripecias positivistas (para éste la actividad poética no se subordinaba a las ciencias experimentales sino que, muy por el contrario, en el ejercicio de la precisión descriptiva abrió un nuevo camino: el de la plasticidad de las imágenes). Mostrar, describir, evocar con precisión, experimentar la mirada en el registro de las impresiones fue el camino que lo alejó del naturalismo y lo llevó, casi sin detenerse, al decadentismo –a una amplia red de diversos registros– y a la reivindicación de la autonomía del arte como salida de una sociedad hipócrita y conformista, la de fines del siglo XIX.
Experimentar es aquí la acción clave, experimentar la mirada es el trayecto que vemos cumplirse en esta selección de artículos. Experimentar un nuevo orden de la percepción, volverlo a accionar, centrado en el valor de la minuciosidad y el detalle. Podría decirse que la mirada de Huysmans trabaja en el ficcionar de la descripción, que ejercita el ojo para entregarnos una fábula radicada sólo en nuevos objetos perceptibles, que adquieren existencia en el despliegue y creado orden de los sentidos. ¿Qué otra cosa podría, si no, ser la posibilidad de que el cielo epilepsie?
Hay en sus artículos objetos inventados por la mirada, objetos que van apareciendo con el recorrido de la mirada huysmaniana. Objetos que recuerdan a otros (los dibujos de Victor Hugo traen el recuerdo de las cabezas de Odilon Redon), objetos que comportan impresiones ambiguas y disformes, viejas y nuevas. La disformidad viene a ser la condición plástica de la mirada de Huysmans, ésta que transforma aun los dibujos hechos “a la mala”, las torpezas de un dibujante tosco, la falta de delicadeza, en una revolución perceptiva. Tal como la epilepsia, tal como un ataque súbito de la percepción que provoca un recogimiento, la mirada sorprende por su condición de afectada, por la transformación que –de golpe y sin aviso– se ha instalado sobre nuestros hábitos, desfocalizándolos.
Una visión afectada, “la misma visión del tétanos del mar y de la epilepsia del cielo, la misma locura de los elementos oceánicos y fluidos” (para seguir con el ejemplo de los “Los dibujos de Victor Hugo”) que define un punto bizarro (y espléndido), desde el cual o bien se recorre la ciudad de París (“La Bièvre”) desplegando el ribeteado de la descripción para contar la coexistencia dolorosa entre pasado y presente (entre lo moderno y lo arcaico, que incluye asimismo la historia de los cafés de antaño en “Los habitués del café”), o bien relatando la transformación “clorótica” de la puesta de sol (“Balada clorótica”), o bien saturando de rojo un interior imposible (“Rojo monocromo”), o bien leyendo modos del paisajismo contemporáneo, naturalezas muertas (devenidas vivas en su escritura), dibujos, o cuadros puntuales (tal los casos de “La Naná de Manet” o las exquisiteces de “Tissot”).
Una visión espasmódica (pienso en el tétanos, en los espasmos que produce), por disruptiva, en tanto corta con una manera de describir imponiendo otra, pero que le permite escribir sus artículos mostrándonos su singular emergencia, imponiéndonos la transformación desde las delicias de la descripción. Haciendo ver como nuevo lo viejo.
Huysmans dibuja con destreza, pinta con método, con precisión, clasifica con astucia, saca partido de todos los recursos que se reúnen, con felicidad, en esa condición de la mirada saturada. Saturada e inquieta, tanto que nos alcanza hoy, para transmitirnos el deseo de seguir leyéndolo (y de buscar de modo constante adjetivos).
Como él mismo diría sobre James Tissot: “En estos tiempos, no es poco decir”.
(Actualización septiembre – octubre 2017/ BazarAmericano)