diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Mientras leía Casa en el agua por primera vez, deslumbrada por la forma en que el libro me arrastraba de un verso a otro, de un fragmento a otro, con el interés que despierta una buena novela, me preguntaba: ¿cómo será leer estos poemas sin conocerla a Irina, sin estar familiarizado con sus gestos, su entonación, sus silencios, su manera tan particular, tan discretamente amorosa, de rodear las cosas con la mirada y con las palabras? No porque los poemas tengan elementos autobiográficos reconocibles, no era eso; lo que me impresionaba era que toda ella estuviera en los poemas, como si hubiese logrado, a fuerza de un trabajo poético riguroso, dejar afuera la impostación, detener la máquina de la autofiguración; como si hubiese conseguido eludir por completo la tentación de la exhibición de lo personal para que sólo quede a salvo su perspectiva, esa que irradia, de una forma tan misteriosa, la forma-Irina hacia todo lo que roza.
Me pareció, a lo mejor me equivoco, que Casa en el agua habla del paso del tiempo. Cómo crecen las plantas, cómo crecen las nenas, las adolescentes, los primos, cómo se alejan los padres, cómo envejecen y mueren los abuelos, cómo es que un amor se vuelve desamor y cómo el amor nace otra vez, lleno de hojas nuevas; cómo se arman y desarman las tormentas y cómo cambia la luz de la casa, de su casa, a lo largo del día (¿cómo será, me preguntaba con una insistencia un poco tonta, leer estos poemas sin conocer la casa, el balcón, los gatos de Irina?); cómo se alarga la noche y cómo se van los recuerdos diurnos para dejar espacio a los sueños. La casa en el agua es el lugar donde, de pie en una superficie inestable, si se está atento al movimiento, se puede ver pasar el tiempo en el momento preciso en que pasa, en que ya no es más. Es la casa del pensamiento, la casa del ser de la poeta. No tiene, claro, cortinas con volados, florero y un comedor para ocho; es la casa de una viajera curiosa e intuitiva que encuentra en el desorden una guía de la aleatoridad, como dice en un poema, y hace con ella un lugar para habitar. Para contemplar.
Me puso un poco triste este libro la primera vez que lo leí; después, cuando pasaron los días, me hizo bien, tanto bien como hacen las obras en las que alguien pone generosamente la vida. Porque ahí, y sólo ahí, está el futuro. Dice Irina en uno de mis poemas preferidos:
El futuro es una palabra mágica
que se repite en abismo.
Siempre es distinta
es bien aburrida
pero no hay manera de invocarla que no sea mirándola.
(Actualización julio – agosto 2017 / BazarAmericano)