diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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No soy psicoanalista, no escribo esta reseña para una revista de psicología ni de psicoanálisis, me dedico hace años a la teoría (¿cuál teoría?); no obstante, no podría decir que soy una teórica. Leo bastante, escribo un poco, traduzco mucho menos. Soy tan solo ¿docente? El lector estará preguntándose por qué se habla de sí, a qué tanto reparo. La historia de lo psi en la Argentina lo amerita, cuanto más cuando Jacques Lacan está entre medio. Pero el punto, por suerte, se justifica desde dentro. La pregunta sería si alguien puede, acaso, enseñar –¿podría decirse reseñar?– lo que aún se está aprendiendo. Jacques Rancière, puesto hoy de moda, nos justificaría sobradamente con “su maestro ignorante”. El descubrimiento, el mío, es que Oscar Masotta lo era ya en las décadas del ´60 y ´70, vanagloriándose incluso. Y haciendo de ese enseñar mientras se aprende, enseñando como se aprende además, todo un posicionamiento político, una forma de vida. Carlos Correas, su amigo de los veintitrés o veinticuatro años junto a Juan José Sebreli, recuerda sus andanzas allá por la “facinerosa” década del ´50, cuando Masotta profería una de sus fórmulas: “Seremos inteligentísimos, cancherísimos, bellísimos y crudelísimos”. Masotta lo fue, lo hizo.
Justificada, puedo decir con cierta tranquilidad que la reedición de los Ensayos lacanianos, dedicados a Susana Lijtmaer, brindan una posibilidad única: mirados como objeto cultural dejan ver el lugar de nacimiento de una formación discursiva –Foucault dixit– en la Argentina, allá por 1964. El texto recorre y pronuncia los tics, formula el secreto e instaura la manera característica, el estilo, de los iniciados -novatos seguramente en ese momento- que escucharemos a lo largo y lo ancho de la academia argentina sobre el tema, sea en las carreras de Psicología como en Letras, Historia, Filosofía o Ciencias Sociales. Desde 1964, más precisamente el 12 de marzo, cuando Masotta expone su primer trabajo en el Instituto de Psiquiatría Social de Pichon-Rivière, “Jacques Lacan o el inconsciente en los fundamentos de la filosofía”, hasta otro marzo, de 1976, en el que firma el prólogo en Londres. En Argentina, por lo menos, no puede empezarse por otro lado.
Para poner en caja el estilo, “claro y sencillo” según Masotta, que finalmente no lo es, resulta más que interesante acompañar estos artículos, por un lado, con La operación Masotta (1991) de Correas –ensayo en clave noir, tal dice la contratapa del texto de su amigo/enemigo– y, por otro, con los artículos y actividades discipulares que pueden seguirse en el sitio de la Fundación Descartes (http://www.descartes.org.ar/index.htm) dirigida por Germán García, otro amigo entrañable con quien fundara la Escuela Freudiana de Buenos Aires. Se abre allí un friso de historia argentina, de historia intelectual argentina. Imperdible.
Quiso la suerte, dado que estaba revisando las traducciones de Walter Benjamin al castellano de H. A. Murena y también sus libros escritos sobre la misma época, contra los que se pronunciaron los jóvenes Masotta, Sebreli o Correas, que el rompecabezas fuera tomando forma. Murena, quien se nos ocurre viejísimo, muere a los 52 años en 1975. Masotta, el joven porteño “canchero”, muere en Barcelona apenas a los 49, en 1979. Contemporáneos y enfrentados, traduciendo uno a Benjamin, otro a Lacan, ninguno de los dos llegó a hacer carrera en la universidad a la que aspiraban y, al mismo tiempo, defenestraban. Ensayos lacanianos, como ciertos textos de Murena pero en el envés, muestran el punto nodal de una formación discursiva. Se trata, más acá o más allá de la introducción del psicoanálisis lacaniano en Argentina, del documento de una época.
Se ha transformado en un tópico hablar de Masotta como “adelantado”, “outsider” o “recienvenido” respecto de aquella introducción. Entre otras cosas, ello retoma el prólogo de Marcelo Izaguirre a estos ensayos y, bien dice, la cuestión será reobservar esta posibilidad de adelantamiento. Según cuenta, cuando Masotta expone su trabajo sobre aquella figura que todavía no había sufrido la excomunión de la Asociación Psicoanalítica Internacional, Lacan claro, se ve al porteño, otra vez, navegando a dos aguas. Sin terminar de estar en la filosofía se desliza hacia el psicoanálisis como en otro momento lo había hecho hacia la literatura o el arte, a lo mejor para volver a la literatura o el arte, siempre sobre sí. Lo suyo, un arte del deslizamiento. Pero en los deslizamientos, acumulación.
Cabe ser dicho, no era la primera vez que Lacan era aludido por aquí. Pizarro Crespo lo había hecho en la década del treinta y Masotta mismo lo mencionaba en pie de página en 1959, cuando comentara la escisión producida en la Sociedad Psicoanalítica de París en 1953. Aunque en los ensayos Masotta cuenta haber visto salir de la biblioteca de Pichon-Rivière, “como conejos de la galera seminarios mimeografiados de Jacques Lacan, dedicados de Lacan a Pichón”, en definitiva, se dirá en lengua psi, habría ido a buscar, en la biblioteca de Pichon-Rivière, lo que ya había encontrado antes en Les Temps Modernes -allí publicaba Pontalis- o en La psychanalyse. Leído seguramente antes, es allí donde en verdad se produce el encuentro. Entre tanto, confesaría en 1970, en el prólogo al resumen de los Seminarios 5 y 6 de Lacan, que hasta que leyó el trabajo de Lagache –recuérdese un artículo para Centro en 1959–, ignoraba a Freud. Algún distraído podrá preguntarse, entonces, quién es este Masotta que se presenta como quien introduce Lacan en Argentina mientras ignora a Freud al mismo tiempo. Pregunta difícil si pensamos en el ámbito en el que se formula, y que por lo general resolvemos dentro de las convenciones biográficas. Los encuentros no siempre coinciden con las presencias materiales. Se habla de otra cosa: la cita, podría decirse, no garantiza el encuentro.
De 1964 habrá que deslizarse, nuevamente, hacia 1968, cuando este Masotta publica Conciencia y estructura donde trata todavía de sostener íconos del sartrismo a pesar del peso conceptual y operativo que ya había asumido la idea de “estructura”. Reitero 1968. No es menor la disputa que aquí se presenta. Y decimos aquí sabiendo que su especificidad es indefinible. ¿De qué “aquí” se habla? ¿El libro de Masotta? ¿Buenos Aires? ¿Argentina en 1968? ¿El Mayo Francés? “Aquí” es todo a la vez para el personaje. En 1976, otro deslizamiento, y posiblemente el último, cuando publica Ensayos lacanianos. Pero hay que recordar: desde 1967, incluso antes según algunos, Masotta ya había conformado el primer grupo lacaniano a partir del cual, pareciera, encuentra su objeto definitivo. De aquí en más se lo podrá rastrear tratando de leer, explicar, hablar de Jacques Lacan y el psicoanálisis, o como quería Correas, lo que llama La operación Masotta, exponer y contar su “Freud leído por Lacan”. Es decir, llevar adelante una enseñanza al mismo tiempo que un aprendizaje. Y eso se ve en la propensión al estilo “sencillo y claro” de las explicaciones en contraposición a la jerga lacaniana, o el lacanés que inmediatamente invadió toda otra explicación de Lacan.
Masotta, dice Izaguirre, “no oculta sus equivocaciones o misreading” y por ello confiesa sus ignorancias, sus equívocos, y además, porque en el transcurso de la enseñanza-aprendizaje aprende y promueve “la diseminación del yo” antes que su “fortalecimiento”.
Masotta escribe estos ensayos entre Argentina y España. Nueve son charlas o escritos producidos entre 1964 y 1973 –el citado “Jacques Lacan…”, “Presentación del Segundo Congreso Lacaniano”, “Prólogo a Las formaciones del inconsciente”, “Aclaraciones en torno a Jacques Lacan”, “Reflexiones transemióticas sobre un bosquejo de proyecto de semiótica translingüística”, “Consideraciones sobre el padre en El Hombre de las Ratas”, “El Hombre de los Lobos: regalos dobles, padres dobles”, “Edipo, castración, perversión” hasta “Sigmund Freud y la fundación del psicoanálisis”– otros dos, “agregados” –así los llama–, “Psicosis” y “Aporte lacaniano al estudio del lenguaje y su patología”. Amalgamados unos y otros por la presentación de la Escuela Freudiana de Buenos Aires en la École Freudienne de Paris, de 1975, incluido a modo de epílogo. En Londres escribe el Prólogo, que data en marzo de 1976, y le permite llegar a Barcelona con el libro como carta de presentación. En enero de 1978, Germán García lo presenta en la Argentina junto a Lecciones de introducción al psicoanálisis, también de Masotta, en la Escuela Freudiana de Buenos Aires. Cada uno de los artículos, cada una de las presentaciones, resultan hitos de una historia personal –así nos lo hace saber Masotta en el prólogo–, también un ajuste de cuentas reconociendo de antemano su imposibilidad y, además, señas sobre una historia de la teoría y la academia en Argentina.
Siempre se presenta a Masotta como un “adelantado” pero visto que no es así habrá que pensar un poco más en qué sentido puede plantearse este “adelanto”. Creo que, más bien, cabría hablarse de un leer “adelantado”, a Lacan incluso alguna vez -solo como ejemplo, descubre tesis de los alumnos de Lacan que éste “no suscribiría” y relaciones y divergencias entre las hipótesis lacanianas sobre el inconsciente “estructurado como un lenguaje” y las influencias de Levi-Strauss, con el claro establecimiento de las diferencias entre psicoanálisis, lingüística y antropología por caso. Desde aquella intervención de 1964, publicada por primera vez en Pasado y Presente, se pone en duda que Masotta estuviera en condiciones de trasmitir Lacan. Poco lo había leído, no conocía las críticas, casi ignoraba a Freud. De hecho el mismísimo Lacan no era en Buenos Aires quien es hoy, entre otras cosas, por Masotta. Lo interesante, nuevo y diferente, es que en ese momento apuesta por un hacer al mismo tiempo que aprender y trasmitir. Para decirlo con otras palabras, se apropia de lo que todavía estaba en ciernes. Y la cuestión parece funcionar. Masotta vive de ello.
Avant la lettre, ranceriano antes de Rancière, Masotta enseña lo que todavía no sabe con el mismo ejemplo metodológico destacado por Rancière respecto de su Joseph Jacotot, la traducción. Está visto, son años de traducciones intensas: de otras lenguas pero también en la misma lengua. Sur habría hecho lo suyo, si pensamos en lo que generó por sí o en su contra: tan solo volver sobre Murena al frente de la colección “Estudios Alemanes” en 1967 o Contorno, y los contornistas apropiándose del Martínez Estrada del mismo Murena y retraduciéndolo al interior de la cultura argentina. La traducción, la práctica de la traducción como apropiación, se plantea decididamente como enseñanza/aprendizaje a la par. Masotta no lee a Lacan desde Lacan, no puede cronológicamente hablando, aunque sí lo lee desde donde el mismo Lacan lee: Levi-Strauss, Kojève, Heidegger, Jakobson, Benveniste, Sartre… Es decir, desde el estructuralismo y sus disputas interiores que habrán de reconvertirse, devenir, posestructuralismo, entre otras razones, otros discursos teóricos, a instancias del propio Lacan. Así, podría decirse, Masotta lee a Lacan desde Buenos Aires, en Buenos Aires, como los integrantes de los Seminarios de los miércoles allá en Paris, y hace su propio camino teórico. La teoría, ya entonces, es para él un trabajo en proceso, como bien indica Izaguirre, tal como en simultáneo lo está siendo para Foucault, Deleuze, Guattari, Althusser o Bourdieu, en París. Ricardo Piglia, al comentar “Robert Arlt, yo mismo” de Masotta, y Horacio González, en “Oscar Masotta. Una teoría del sí mismo”, destacaron este hacer teoría del “porteño canchero” al tiempo que se constituía en los otros a través del dar cuenta de otros -ahora Freud y Lacan como antes Sartre y Merlau Ponty-.
En el prólogo de los Ensayos lacanianos declara abiertamente su posición que va a resumirse en el texto de 1975 que elige como epílogo, “Comentario para la École Freudianne de Paris sobre la fundación de la escuela Freudiana de Buenos Aires”: lo que muestra, pone a la escucha, es un “itinerario histórico”, el derrotero de los propios “hitos identificatorios”. Allí, y ante la École, cuenta su historia, como puede –sabe que todo no se puede–, se confiesa, se analiza. Lo sorprendente es cómo habla: parece hacerlo ahora, aquí no más, con la lengua de hoy. Y la sorpresa surge en la confrontación con aquella otra lengua de Murena. Contemporánea, la lengua de Murena parece morir con él, en tanto Masotta abre un ciclo por el que todavía andamos. Contemporáneos traductores, uno lo cierra con unas ciertas maneras de leer a Benjamin –y lo que lee Murena no es sino una concepción del lenguaje en Benjamin–, otro lo abre haciéndonos saber alguna relación más que peligrosa entre lenguaje e inconsciente a partir de lo que se lee en un tal Lacan que lee a Freud –y lo que lee Masotta en lo que lee Lacan no es sino una concepción de lenguaje–.
¿Hace falta alguna otra justificación para reeditar Masotta? No me parece. El dilema, más retórico que cierto, será desentrañar si en verdad se nos adelantaba -como se ha dicho- o más bien, nosotros atrasamos y los tiempos que corren se parecen a esos en los que él decía, a contrapelo de lo pronunciable en cualquier ámbito académico, “si uno es un desocupado le puede ocurrir morirse de hambre”.
(Actualización septiembre-octubre 2011/ BazarAmericano)