diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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El taller, la escritura y lo inasible
Las clases de Hebe Uhart, de Liliana Villanueva, Buenos Aires, blatt & ríos, 2015.

 

“Cuestión distinta a la teoría de la literatura (y mucho más feliz) es la teoría de la escritura”

Andrés Neuman, El equilibrista.

 

La voz que rodea a la escritura

No es una novedad que la Argentina tiene una extensa y rica tradición de reflexión sobre “el taller de escritura”, muchas veces en boca de escritores pero también de otros especialistas del campo cultural y educativo. Hace algunos años una investigadora extranjera interesada en el tema, me llamaba la atención sobre la cantidad de talleres “literarios” o “de escritura” que existen en Argentina, sobre todo en Buenos Aires. No se trata aquí de analizar el alcance y sentido de este fenómeno, pero lo cierto es que hay casos insoslayables, sobre todo cuando observamos algunos libros y publicaciones claves de los últimos cuarenta años. Podríamos citar, por caso, El taller literario de Nicolás Bratosevich, publicado por Edicial, o la tradición que inauguró el grupo Grafein a principios de los setenta, reflejada en ese libro fundamental que es Teoría y práctica del taller de escritura, y en los desarrollos que se desprendieron de esa experiencia, en especial los libros de Maite Alvarado y Gloria Pampillo, más orientados al campo educativo.

Las clases de Hebe Uhart, de Liliana Villanueva se inscribe en esa tradición de libros relevantes para pensar los sentidos que tiene o podría tener un taller de escritura dirigido a escritores en formación -queda a cada cual dar el contenido que quiera a este último concepto- como también a personas -niños, jóvenes y adultos- que participan en espacios donde se escribe ficción, literatura o, más ampliamente, se exploran los lenguajes de la imaginación.

El origen de estas “clases” son las notas con las que Villanueba llenó, literalmente, decenas de cuadernos durante los más de diez años en los que participó del taller de Uhart. Como en otros casos de celebridad indiscutible, es el registro amoroso de una discípula preocupada por atrapar esa voz que se despliega en una situación de transmisión única, el taller de escritura. “Un intento de capturar las palabras que ella decía y que a mí me parecían imperdibles”, como nos cuenta en el prólogo. El lector que recorre las páginas se encuentra con un registro coloquial, cercano a la oralidad, que invita a jugar con la ilusión de “estar ahí”, como si fuéramos uno más en el taller, escuchando “la voz de Hebe”, su indiscutible capacidad para generar interés desplegando humor, ingenio, observaciones agudas y eficaces figuras de pensamiento. Todo lo que suele permanecer oculto e inasible  cuando se reconstruye la dinámica de un taller de escritura. Ahí radica, tal vez, uno de los aciertos más evidentes de estas “clases”.

Por otro lado, es un libro sobre literatura -una reflexión sobre la práctica de escribir literatura- así como un ejercicio reflexivo sobre la transmisión y los modos en que un grupo de personas accede a la escritura literaria y construye determinados conocimientos sobre ese objeto estético. Aquí hay una preocupación que va más allá de mostrar “una metodología”. Hay una manera particular de pensar la literatura, los saberes prácticos del escritor y la transmisión de un oficio, esa “artesanía extraña”, como le llama Uhart. “Lo que hacemos -dice “la voz de Hebe”- es un trabajo, una tarea, una especie de artesanía, cierto que se trata de una rara artesanía. Si hago un texto mal hecho o una silla de tres patas o una mesa sin terminar, demuestro falta de interés o apuro por publicar. Primero hay que sembrar un campo grande y después ver qué cosechamos”.

El taller que coordina Uhart, nos cuenta Villanueva, se organiza en tres partes: primero, la devolución que hace la escritora de los trabajos entregados en el encuentro anterior “punto por punto del texto, a partir de las notas de sus cuadernos”; a eso le sigue la lectura de los textos que han traído los participantes; y finalmente, el desarrollo del tema que Uhart ha preparado para ese día. Justamente, el libro recoge las notas de este último momento del taller. Cada capítulo gira en torno a ciertos aspectos de la escritura, entendidos como problemas a los que se enfrentan los escritores, pero también como aproximaciones conceptuales al fenómeno literario. Uhart tiene una capacidad notable para elaborar figuras precisas que dan cuenta de esos problemas. Dice, por ejemplo: “Al personaje se entra por la fisura” o “Todo cuento tiene un “pero”. El “pero” me abre el cuento”. Enunciados que resultan interesantes como ejemplos de la mediación oral entre la escritura de un “aprendiz” (las cuestiones a las que se enfrenta alguien en formación) y la teorización sobre esa práctica en el contexto de un taller.

Hay muchas formas de llevar adelante un taller de escritura. A partir de consignas o sin ellas, escribiendo in situ o fuera del taller, con lecturas teóricas o prescindiendo de ellas. Sin embargo, hay una cuestión siempre presente, inevitable: la oralidad que rodea a los textos y a la misma práctica de escribir. Podríamos decir que un taller se define tanto por la producción de los participantes, como por lo que se dice en ese espacio de escritura y reflexión. La oralidad es parte sustancial de la transmisión, de la construcción de determinadas prácticas y saberes sobre la escritura, como bien lo saben los investigadores que utilizan la etnografía para indagar contextos concretos y específicos de acceso a la cultura escrita, de los que el taller es uno de los avatares posibles. El libro de Villanueva tiene especial interés para observar un modo muy particular de abordar esa cuestión, esa otra “artesanía extraña”, la de llevar adelante un taller de escritura. El escritor artesano tiene su figura en espejo, el coordinador de un taller, artesano también de prácticas de enseñanza y mediación.

 

Escritura y experiencia

Los mundos de ficción de Uhart suelen ser exploraciones minuciosas de la vida cotidiana, de los detalles que enmascaran y condensan una lógica siempre subterránea e inquietante (Graciela Speranza ha dicho de ella que es una “etnógrafa vocacional”). “Cuando pongo ideas contrapuestas creo un misterio, algo enigmático, que debo develar” afirma, aludiendo al imperativo de preservar el momento de extrañamiento que todo cuento, desde su perspectiva, debe tener. En su “método” esa extrañeza surge de la inmersión deliberada en el detalle: “A mi me interesa la especificidad de las personas” o “Todo lo que se exhibe o se expone en la escritura -o en el pensamiento que se le da al narrador- debe estar hecho desde la observación y la especificidad de los hechos.”

Para Uhart, la cualidad fundamental que debe trabajar quien aspira a escribir literatura es un estado de curiosidad voraz, de apertura hacia el mundo y los demás. Para escribir hay que ir hacia lo concreto -afirma- no hacia las ideas o las explicaciones totalizantes, hay que prestar atención al detalle inadvertido que puede esconder una historia o el perfil de un personaje. Esa actitud es la que recupera de Lucio V. Mansilla en un fragmento que da cuenta muy bien del tono y el contenido del libro:

Mansilla cuando se va a cambiar cautivos, a acristianar, se queda observando el vestidito de una india. Dice: “el vestido de esa indita no es ni de pueblo ni de ciudad”, y se pregunta cómo es que está vestida así. Hasta que le explican que es de un malón, se lo habían sacado a una virgen y se lo pusieron a ella. Mansilla era escritor y tenía la curiosidad de dónde había venido ese vestido.

Mansilla es una referencia permanente en el libro, así como Clarice Lispector, Felisberto Hernández, Mijail Chejov y Flannery O´Connor. Esa es la biblioteca a la que vuelve una y otra vez para ejemplificar un modo de resolver un problema de escritura o señalar alguna  reflexión que considera interesante para quien aspira a escribir.

Sin embargo, la premisa central que parece organizar todo el libro es una confianza irrenunciable a tomar la experiencia personal como una cantera inagotable para la escritura. La propia vida, la atención deliberada y sistemática al entorno cotidiano, la exploración del sí mismo son para Uhart materia invalorable para el escritor: “El primer personaje, el que tenemos más a mano, somos nosotros mismos”. Pero se trata de una materia que no surge por pura espontaneidad sino como fruto de un trabajo sistemático de exploración y extrañamiento: “el que va a escribir tiene que aprender a acompañarse, a desdoblarse de alguna manera siendo a un mismo tiempo el personaje que siente y el otro, el que observa a ese que siente o que está viviendo algo”. 

Esta veta, la experiencia personal como cantera, acerca el libro a una zona que quizás hable de su vigencia e interés para el debate contemporáneo. Desde hace tiempo los estudios literarios vienen abordando las relaciones complejas, interesantes y dinámicas entre la literatura y la experiencia, esa frontera cada vez más difusa y problemática entre realidad y ficción. Pero no a la manera de los problemas tradicionales de la representación o la ficcionalidad, entendida como una forma autónoma distanciada de lo real, sino asumiendo los modos en que la literatura contemporánea trabaja el material de la experiencia, incluso la propia vida. Eso que Florencia Garramuño llamó, en La experiencia opaca, “la literatura como resto de lo real”. Esto supone poner en cuestión la autonomía de la literatura y repensar las modalidades de una escritura “porosa a lo exterior”. Pero, sobre todo, significa ampliar el campo de lo imaginario hacia “lo real”, al punto de volver irrelevante la indistinción entre ambos espacios. Dice Uhart: “Escribir no es inventar. La realidad ya es un invento, porque lo real no existe, ni es real de igual manera para todos. Escribir es partir de algo que tiene que ser verosimil y que puede ser una sensación o un sueño pero debe tener pies y cabeza”. La misma escritura de Uhart es un testimonio de esa frontera porosa entre realidad y ficción, en su modo de pensar la crónica y sus relatos de ficción.

En suma, a lo largo del libro la voz de Hebe Uhart aconseja, cuenta anécdotas, cita con inteligencia, despliega un humor oblicuo y sutil, dispara metáforas reveladoras, pero sobre todo va configurando una teoría de la escritura literaria que tiene mucho para aportar a la reflexión no sólo sobre la literatura sino también sobre los modos posibles de su enseñanza.

 

 

(Actualización noviembre 2015 – febrero 2016/ BazarAmericano)

 

 




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646