diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Bombones que van sobre papelitos
El primer capítulo compendia una serie de acciones propias del quehacer diario de un niño y su familia en una chacra: juegos al aire libre, almuerzos, tareas domésticas. Para enunciar estas actividades, Luzzi transita un registro informativo –por momentos puramente emplazado en la descripción– a través de una primera persona que comanda el acto de escritura.
Voy hasta la quinta, saco rabanitos acelga un balde de habas. Corto carne de la despensa. Pelo papas zanahorias batatas.
El código de escritura asumido en el primer capítulo –luego hay variaciones–, se permite jugar con las posibilidades expresivas de la prosa de los chicos:
Mi hermana menor es gorda y rubia. Tiene cara de torta. Siempre la mandan a jugar con nosotros. Con mi hermano la dejamos tirada en el campo y nos vamos a andar a caballo.
Un microcosmos mínimo de la acción –juegos entre hermanos, usos del lenguaje– estructura los poemas; un registro fragmentario en que el acontecimiento más trivial se singulariza en anécdota los reproduce.
En definitiva, el universo de los chicos es una gran travesura, una gran anécdota, y así se vive.
No debemos pensar, sin embargo, que el lenguaje se mantiene inalterable a lo largo de la obra; por momentos, destellos de otra intensidad afloran a la superficie de la enunciación:
Una vez se me metió una espina, el cura dijo, cuando la espina se infecta el cuerpo la larga sola. Pero la espina puede también puede correr por las venas hasta el corazón. Una espina en el corazón te mata.
Liebre
Aquí se divisa un cambio en la posición de la voz; alejada de la inocencia de la niñez, asume la necesidad de cuestionar el rol de la escritura y sus alcances; es allí cuando la distancia entre un poema que se vuelve objeto ideal y lo que sucede en el interior de la voz que lo enuncia comienza a rondar los versos:
Este poema es una casa
está al otro lado del río
es más preciosa
para todos
que yo misma
y cualquier palabra que ponga
la escondería.
La voz poética, anteriormente dispuesta al relato simple, se abisma ahora en las proyecciones desatadas por el propio acto de escritura:
escribí una poesía horrible
fría
una poesía donde traté
de esconderme bajo una manta de lana cruda.
Ciudad
Aquí nos encontramos ante una renovación contextual: de la chacra a la ciudad. La modificación de escenario da lugar a otro tipo de necesidades aunque, al igual que en el capítulo anterior, la pregnancia de la duda –en este caso una sensación de incomodidad frente a lo que sucede– subyace en los versos:
estábamos en una casa
desconocida
los dueños dormían
sólo se levantó uno de ellos
con la camisa arrugada/
para pedirnos:
¡Hagan lo que quieran…!
Son las voces del exterior las que allanan el rumbo de la acción y la movilizan; por momentos, la voz protagonista no se involucra directamente en la acción sino que se acopla a un funcionamiento externo, a un estado de cosas en curso. De ahí que sus intentos por modificar la situación la dejen con la sensación de que pisa en falso:
la fotógrafa me contó
que si hacía foco, si buscaba
un lente teleobjetivo
encontraría una forma
de ser mucho más feliz.
Luzzi construye un sujeto de la enunciación que juega con las posibilidades de su mejoramiento, que no agota su realidad a los límites contextuales y que, por ello, se introduce parcialmente en lo que sucede, como una liebre que mientras corre no deja de observar posibles vías de escape.
Corcovado Sur
De regreso al paisaje de la chacra, la escritura se fragmenta en contactos más cercanos con la naturaleza: la jauría bajo un techo de troncos, los pajaritos muertos, los ratones congelándose a la intemperie. Se interpela a la naturaleza en su fuero, en su despliegue más cabal:
Dos avutardas
sobre la montaña
tienen plumas blancas
azules y rosadas
cuando está por nevar
bajan un poco
y se comen los pichones.
Encontramos pajaritos muertos
y los enterramos
hasta los ratones se congelan
pero la grasa que tienen aviva el fuego.
Sin distinguirlo
El último capítulo plantea un regreso al lenguaje de las travesuras:
robamos galletitas
las atamos a un hilo
y las pegamos con engrudo
en la ventana
escondemos a mi primo
con una infección en los riñones y 39
grados de fiebre.
Hay una intención comunicativa entre voz y paisaje forjada en el uso de materiales: ramas, árboles, plantas, fuego; a su vez, en estas interacciones o vínculos asoma una necesidad de transgresión en la voz poética que, a pesar de los diferentes avatares de la acción, nunca se había abandonado:
pelo una rama de sauce
hasta que alcanza
un color parejo
la soga más corta
que llevaba en los bolsillos
hace ahora de arco.
Pruebo si lanzando una flecha puedo cruzar el alambrado.
Los poemas de Liebre son animalitos que intentan escapar al rango de tiro del cazador. Nos interpelan ahí donde realidad y paisaje conjugan un intento por desvanecerse en las formas de lo cotidiano; ¿es todo? ¿hay algo más? nos preguntamos cuando observamos el cuadro que nos presenta Luzzi y quizás no haya respuesta. En cualquier caso, la posibilidad de representar tales cuestionamientos ya significa algo. Lo que sí podemos percibir son los colores, las texturas, los materiales, de un cuadro feroz: la Naturaleza avanzando sobre sí misma, ciegamente.
(Actualización septiembre - octubre 2015/ BazarAmericano)