diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Antes de hablar de “La poética del asunto” hago una necesaria (al menos para mí) introducción.
El cuento argentino vivió durante las décadas del 60 y del 70 una época dorada. Ese impulso productivo terminó generando una especie de marcar registrada nacional, carta de presentación a la hora de mostrar al mundo nuestras virtudes. Se escribieron muchos, muchísimos cuentos y también mucho, muchísimo sobre el género cuento. Porque así como en el comienzo de Star Trek el locutor anunciaba que el espacio era la frontera final, el cuento para el sistema literario argentino constituyó una especie campo imposible de no conjeturar (y hasta sufrir) una nueva definición. Esto permitió encontramos con escritos sobre el cuento de Horacio Quiroga, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Abelardo Castillo y más acá Ricardo Piglia, Mempo Giardinelli y Guillermo Martínez, entre muchos otros.
De toda esa amplia lista elijo –no al azar- dos autores que parecen trabajar en ciertas zonas contiguas o que en todo caso los argumentos que plantean me permiten volver sobre algunos puntos que considero claves a la hora de pensar el género cuento hoy.
Comienzo con una breve referencia a Borges. Para él, el cuento debe concentrarse en trabajar la trama, los personajes son piezas suplementarias. Esa creencia la sostuvo contra viento y marea, hasta el punto de casi anular a los personajes. Hay infinitos trabajos sobre el problema de la falta de cuerpo en los personajes de Borges. Como sea, para él, la idea, el argumento, siempre le ganaba al protagonista circunstancial. Era su filosofía o como se diría ahora, su ADN.
Otra referencia ineludible a la hora de hablar del cuento es Julio Cortázar. En las célebres conferencias que dictó en La Habana, en 1963 –que se conoce como “Algunos aspectos del cuento”- se encargó de marcar una base conceptual precisa. Allí dijo:
El cuentista sabe que no puede proceder acumulativamente, que no tiene por aliado al tiempo; (…) El tiempo del cuento y el espacio del cuento tienen que estar como condenados, sometidos a una alta presión espiritual y formal (…) Basta preguntarse por qué un determinado cuento es malo. No es malo por el tema, porque en literatura no hay temas buenos ni temas malos, solamente hay un buen o un mal tratamiento del tema. Tampoco es malo porque los personajes carecen de interés, ya que hasta una piedra es interesante cuando de ella se ocupan un Henry James o un Franz Kafka. Un cuento es malo cuando se lo escribe sin esa tensión que debe manifestarse desde las primeras palabras o las primeras escenas. Y así podemos adelantar ya que las nociones de significación, de intensidad y de tensión han de permitirnos, como se verá, acercarnos mejor a la estructura misma del cuento.
Para Cortázar la estructura no parece ser algo externo sino que nace desde lo que el cuento irradia desde adentro. Lo que sostiene a la estructura es la intensidad y la tensión. La virtud de su planteo es que maneja dos conceptos lo suficientemente amplios para que los ejemplos que da más adelante funcionen perfectamente. Hay tantos modos de crear tensión e intensidad como buenos cuentos posibles. O en todo caso un buen cuento seguro tiene eso que Cortázar llama tensión e intensidad. Como sea, los devotos de Cortázar se lanzaron a la búsqueda de tensiones e intensidades aun cuando no supieran muy bien si la tensión implicaba mantener un falso suspenso y la intensidad incluir una revelación sorprendente o para ser más cortazarianos, fantástica. Pese a todo, se escribieron cuentos interesantes, aun cuando cuesta saber si fue gracias a esos dos conceptos que durante casi tres décadas siguientes funcionaron como el password para ingresar al sistema-cuento.
Tanto en Borges, como en Cortázar la trama parece estar en un lugar privilegiado. Esto posiblemente sucede porque la variable comparativa que utilizan ambos autores es el cuento con la novela. Es lógico o previsible que si se compara el cuento con la novela la trama gane la pulseada a los personajes. Desconozco de donde nació esta comparación, se supone que se debe a que son los registros ficcionales preponderantes en el siglo XX. Pero ya no estamos en el siglo XX. Hoy podríamos, por ejemplo, comparar al cuento con Twitter. De ese diálogo ya no podríamos decir que el cuento desarrolla poco a un personaje o que lo importante es la intensidad. Twitter, en sus 140 caracteres mantiene una intensidad mucho mayor que un cuento y no tiene espacio para el desarrollo de los personajes. Posiblemente, exagero, lo sé. La pertinencia ficcional del cuento y la novela es mucho mayor que la del cuento y Twitter. Pero creo que se entiende el núcleo de mi argumento: nada nos obligaba, ni nos obliga a comparar cuento con novela.
Y justamente Federico Merea, por fortuna, no parece haber caído en ese encorsetado movimiento pendular. A lo largo de los doce cuentos que se incluyen en “La poética del asunto” nos encontramos con una serie de personajes que demuestra que el género puede vivir en una cuidada o “bien pensada trama”. Esto, al menos aquí, no es una pérdida, sino pura ganancia. Así podemos disfrutar de esas viejitas que le ofrecen licor, masitas y un álbum de fotos a un muchacho que si no bebe alcohol, no puede ser feliz. O esos depredadores de empanadas gratuitas. O dos jugadores de pool que siempre parecen estar en desfase y sin embargo insisten en encontrarse para conversar o simplemente estar. En ese cuento, “Bola 8”, parece anudarse el sentido que la escritura tiene para Merea. Ambos personajes están a la deriva, condición que cuadra muy bien con el espíritu del libro. Es un cuento largo que parece ir para ningún lado y sin embargo lo que busca tematizar es cierto estado de contingencia. Eso que parece ocurrirles a los protagonistas de “Habitación doble” que luego de instalarse en un hotel, de dormir y despertarse, descubren la aparición de un objeto inesperado. Este cuento, que podría haber funcionado de manera cortazariana, por lo fantástico de esa aparición, trabaja en otra sintonía, con un final en abismo, que no busca un terreno sólido o una explicación. Juego narrativo que se repite en “La foto rota”: contingencia, inestabilidad, lo real como soporte siempre borroso. El final de “El conejo” el narrador explicita algo que también funciona para varios de los personajes de Merea:
Posiblemente a casi todos la experiencia les cambió la vida. Habrán sido más buenos. Alguno habrá sido peor. Algunos habrán sentido el impacto del hecho pero luego se habrá diluido todo y con el tiempo habrán vuelto a ser más o menos los mismos.
“Posiblemente”, “habrá”, “pero luego se habrá diluido todo”. La música de Merea siempre oscila, nunca se queda quieta. Y esto vuelve más vivos a los personajes. Al leer “La poética del asunto” pienso en Flannery O´Connor. Y no es que entre Merea y la autora norteamericana haya una misma línea estética. Coinciden, creo, en una misma propuesta narrativa.
O´Connor decía:
Desde mi punto de vista, hablar de la escritura de un cuento en términos de trama, personaje y tema es como tratar de describir la expresión de un rostro limitándose a decir dónde están los ojos, la boca, la nariz. (…) Un cuento compromete, de un modo dramático, el misterio de la personalidad humana. (…) Debe transmitir todas esas cosas, sí, pero provistas de un cuerpo: el escritor deber crear un mundo con peso y espacialidad. En la escritura de ficción, salvo en muy contadas ocasiones, el trabajo no consiste en decir cosas, sino en mostrarlas. (…) Toda acción deberá poder explicarse satisfactoriamente en términos de motivación.
Lo que O´Connor llama motivación, sería ni más ni menos que responderse qué queremos contar. Borges o Cortázar parecían creer que antes de preguntarnos qué queremos contar debemos pensar en el preciso continente donde debemos incluir esa historia. Es como si antes de pensar en la motivación específica que nos lleva a acostarnos con otra persona, debamos ya elegir una –o hasta dos- posiciones del kamasutra. Federico Merea en La poética del asunto sabe que su motivación son siempre los personajes, personajes con peso y espacialidad. Imposible no disfrutar un libro con esa premisa.
(Actualización mayo - junio 2015/ BazarAmericano)