diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Una unidad plebeya
Prosa plebeya, de Néstor Perlongher, Buenos Aires, Excursiones, 2013

La primera edición de Prosa plebeya (ensayos 1980-1992) fue publicada en 1997 por Editorial Colihue, en una colección que dirigía Horacio González; a diferencia de la reedición publicada recientemente por Editorial Excursiones, (una editorial independiente que, pese a llevar sólo a llevar tres títulos publicados, se dedica a la edición de no ficción), contaba con textos literarios, poemas como “Cadáveres” y “Acreditando a Tancredo” y el relato “Azul. El único texto literario que sobrevivió fue “Evita vive”. La otra diferencia es que hay tres ensayos nuevos que operan como descubrimientos: “Brasil, la explosión de los travestis”, por ejemplo, fue encontrado a fines del año pasado, y es una continuación de su trabajo La prostitución masculina o El negocio del deseo. Los compiladores del volumen son los mismos, Osvaldo Baigorria y Christian Ferrer, quienes en el nuevo prólogo, muy similar al anterior, vuelven a insistir en que más que un intelectual, Perlongher fue un “pensador crítico”, y que el gran tema de su obra fue la idea de identidad: “Primero quiso resolver el tema de la identidad por medio de la orgía… Luego, en la religión del Santo Daime, la identidad se hace evanescente, se vuelve lumen”. Ante la falta de los textos literarios, esta “obsesión” por la identidad se hace más latente y cobra consistencia a lo largo de todos los capítulos del libro.

                 Si bien los textos no están ordenados cronológicamente, la estructura planteada por los compiladores, esto es sin los árboles de los textos literarios, sirve para ver el bosque, o como guía de lectura para ir observando esta obsesión con mayor claridad. Deseo y Política es el primer capítulo de Prosa plebeya, y aquí Perlongher reflexiona sobre la identidad como ghetto que supone lo gay. Escribe cómo la persecución hace que lo homosexual tienda a refugiarse con el objetivo de constituir una fortaleza “que resista a la dictadura heterosexual”. Pero ello implica un “identificarse”, un “asumirse” como homo o hetero. Para Perlongher, lo único que ello provoca es ampliar la normalidad: “Esta normalización de la homosexualidad erige, además, una personología y una moda, la del modelo gay”. Ampliación que “arroja a los bordes a los nuevos marginados, los excluidos de la fiesta: travestis, locas, chongos, gronchos –que en general son pobres– sobrellevan los prototipos de sexualidad más populares”. A medida que va reflexionando sobre la identidad homosexual, en el mundo van sucediendo cosas, como la desaparición de las dictaduras en el cono sur y el surgimiento del SIDA. En este punto, para Perlongher, aparece la posibilidad de que la homosexualidad, tal como él la conocía (es decir sin preservativos, con una conducta en tránsito, a la deriva), esté en peligro. Y por eso se pregunta: “¿Asistimos a una muerte de la homosexualidad?”. Más que la enfermedad provoque muertes, lo que le preocupa es –como si eso fuera posible– que una identidad esté enfermando y muriendo: “Podría, sin embargo, pensarse que la homosexualidad como fenómeno de masas y particularmente sus aspectos más ofensivos y agresivos –como el sexo anónimo y promiscuo, propio, por añadidura, de la prostitución– estaría desapareciendo”.

                 Un lugar central ocupa, en este capítulo, el ensayo “Los devenires minoritarios”, escrito a propósito de la visita de Félix Guattari a Brasil en 1982, un país que iniciaba su transición a la democracia. Para Perlongher, Guattari, Deleuze y Bataille son centrales en su reflexión como “pensador crítico” y a medida que va evolucionando (este libro y el mundo), cada uno de ellos va cobrando (o dejando de cobrar) protagonismo. En esta parte de Prosa plebeya, Deleuze y Guattari tienen mayor relevancia, y Mil mesetas y El antiEdipo son textos con los que va dialogando. La visita de Guattari a Brasil debió constituir para Perlongher, que ya vivía en ese país, además de la confirmación de una influencia, la reafirmación de un diálogo. Sobre todo cuando la visita de este filósofo tenía como objetivo realizar una cartografía del deseo junto a la analista brasileña Suely Rolnik. El impacto que tuvo la visita de Guattari fue grande, “entrevistándose en varias ciudades, con todo tipo de disidencias ‘alternativas’ autónomas, libertarias y, en fin, políticas –ya que la integración de esas minorías al heteróclito y pujante PT (Partido de los Trabajadores) era por él impulsada”. En ese tiempo el PT era un partido en formación, liderado por un joven líder sindical llamado Lula, quien estaba en campaña por primera vez como candidato del PT al cargo de gobernador del estado de San Pablo y nadie imaginaba que estaría en el poder tantos años. De esta visita, Félix Guattari haría una entrevista al líder sindical, que más tarde se convertiría en un libro. En una nota publicada en Radar el 9 de mayo de 2004, Suely Rolnik recuerda este hecho del siguiente modo: “Entre agosto y septiembre de 1982 organicé un mes de trabajo con Guattari en cinco estados de Brasil. No sólo hubo conferencias y debates públicos, siempre a sala llena, sino, sobre todo, una frenética agenda de reuniones, encuentros y conversaciones con gente, con movimientos y asociaciones, ligados o no al PT, a otros partidos o a ninguno, que se mostraban activos en el proceso político que se desarrollaba por aquel entonces. En ese contexto se produjo el encuentro entre Lula y Guattari”.

                Cuesta imaginar la tríada Guattari-Lula-Perlongher, pero a principios de los ochenta, donde la homosexualidad aún no era un ghetto, cosas como ésta eran posibles. “Los devenires minoritarios” funciona como una cartografía de la cartografía de Guattari-Rolnik, una identificación con el comentario, pero también una apuesta sobre lo que la democracia podía significar para países en desarrollo. De hecho en 1983 Toni Negri visita Brasil y es testigo del descontento de las masas en la gobernación de San Pablo; ambos intelectuales observan dichos gestos como “un anuncio, a largo plazo, de ‘un nuevo tipo de movimiento autónomo-comunista-anarquista”. Quizá este movimiento es lo que con los años se llamaría populismo latinoamericano.

                Barroco Barroso se llama el segundo capítulo y aquí de nuevo está el tema de la identidad, esta vez como poeta neobarroso. Perlongher explica cómo llegó el barroco, no sólo a él, sino además a América Latina, y cómo luego siguió camino a Argentina. Neobarroco y neobarroso (o “barroco gauchesco”) pueden parecer la misma cosa, pero para él hay diferencias: en el neobarroco está como figura central Severo Sarduy, mientras que en el neobarroso, Osvaldo Lamboghini. Para ahondar más, cita a Héctor Libertella cuando define al barroco como “aquel movimiento  común de la lengua española que tiene sus matices en el Caribe (musicalidad, gracia, alambique, artificio, picaresca, que convierten al barroco en una propuesta –‘todo para convencer’, dice Severo Sarduy) y que tiene sus diferentes matices en el Río de la Plata (¿racionalismo, ironía, ingenio, nostalgia, escepticismo, psicologismo?)”. Identidad literaria e identidad de género, barroco y homosexualidad, se funden explícitamente como en un acto sexual-literal (literario), cuando cuenta las campañas antihomosexuales de la Revolución Cubana, el éxodo masivo de 125.000 “indeseables” (casi veinte mil de ellos homosexuales) y la presión que tuvieron que soportar sobre sus hombros (o en el lugar del cuerpo que prefieran) dos figuras literarias de la isla: José Lezama Lima y Sarduy. Si bien estos escritores no fueron perseguidos por ser barrocos, sino por ser putos, para Perlongher es imposible separar la identidad literaria de la identidad de género. Esto queda en evidencia cuando escribe lo que dijo Sarduy sobre la novela de Lezama Lima: “Paradiso sería, por orden de adjetivos, una novela barroca, cubana y homosexual”. Es interesante además la mirada latinoamericana que tiene Perlongher, ese “estar al tanto” de lo que sucede en las letras; de ahí que construya su canon: “Coral Bracho en México, Mirko Lauer en Perú, Gonzalo Muñoz y Diego Maquieira en Chile, donde también se destaca, dentro de esta corriente, la novelista Diamela Eltit”. Mientras que de Brasil rescata a Glauco Mattoso, Haroldo Campos y Paulo Leminsky y en Uruguay a Marosa di Giorgio.

                El lenguaje de Perlongher –vale la pena la aclaración–, en casi todos los textos, salvo tal vez “Antropología del éxtasis” (que tiene un carácter más académico y que es la trascripción de la conferencia que dio en el Colegio Argentino de Filosofía), es barroco, es decir no es un poeta o un escritor asumiendo la voz de intelectual o de “pensador crítico”, sino que utiliza los materiales a los que estaba acostumbrado. En este sentido podría afirmarse que no se (ni) traiciona (a nadie). En el ensayo dedicado a Puig escribe por ejemplo: “Piruja minoritaria, los onduleos del bretel, el banlon del saquito, arrastra esparce por la polvareda barrial o pueblerina. Voz de mujer, lengua de mujer, decir menor, un entretejido de ‘lugares comunes’ –trama de la linaza, estraza strass– deja sentir, como al trasluz, la fina agudeza de la vocecilla impertinente”.

                Antropología del Éxtasis es el último capítulo grande de Prosa plebeya, los otros dos –Malvinas Argentinas y Eva Perón– son breves. Es muy interesante la visión crítica que tiene el primero de la identidad nacional y luego del papel de la izquierda en la guerra de Malvinas. En el texto “El deseo de unas islas” empieza con una proclama del desparecido Ejército de Liberación Homosexual de las Malvinas (en el exilio), en donde se recomienda “entregarse indistintamente a cualquier soldado”, y enseguida agrega en el mismo tono: “De ahí que cualquier movimiento homosexual que se preciara debería haber declarado la inmediata solidaridad con las maricas malvineras –quedando, de paso, mejor que los izquierdistas que se solidarizaron con la dictadura argentina…”.

                Aquí se nota el viraje hacia Georges Bataille. Es la época del SIDA o, como repite Perlongher, de la desaparición de la homosexualidad; en su permanente búsqueda, participa de ritos de la religión del Santo Daime, “una creencia que se basa en la experiencia de la divinidad, vivenciada a partir de la visión propiciada por la ayahuasca”. Perlongher la llama “la religión del ayahuasca”. Pero incluso en ella ve “una disposición poética y barroca” y también un modo de aproximarse al éxtasis: “Esa poética es en última instancia barroca: elementos de un barroquismo popular se encuentran abundantemente en los poemas musitados que son himnos, siempre impregnados de la deliciosa ambigüedad de la expresión poética”. En el éxtasis entra precisamente Bataille, para quien la idea de individualización se rompe a través del erotismo de los cuerpos, luego a través del erotismo de los corazones y, en un estadio superior, en lo sagrado, donde, según la interpretación de Perlongher, “la salida de sí se produce con el sentimiento de la unión cósmica, de armonía con las cosas, que es uno de los sentimientos que acompañan al éxtasis”. Pero además para él esta religión tenía una dimensión sociopolítica, porque propugnaba “un modelo comunitario de gestión de vida”.

                Los últimos textos que escribió Néstor Perlongher corresponden a un año antes de su muerte. Pero más que aferrarse a una creencia por temor a la muerte, lo que sentía era un llamado de comunión con el universo, que es todo lo contrario al temor, que en esencia es individual. Tres meses antes de su muerte en 1992, escribió a su amiga Sarita Torres: “Preciso un poco de mimo, porque en general me siento solo. Esta enfermedad provoca un aislamiento progresivo porque uno no consigue acompañar el ritmo de los otros y va quedando rezagado”. Él quería romper con la idea de individualidad, en el sexo, en el amor y también en lo sagrado, pero tampoco quería entrar en esa otra idea de individualidad, que es el ghetto. Perlongher no era solamente homosexual, tampoco exclusivamente poeta neobarroso, ni un devoto del Santo Daime; él era una multiplicidad y a la vez una simultaneidad de todo eso. De ahí el valor de Prosa plebeya, ya que hace entrar en contacto con todas estas dimensiones, dando una idea de totalidad, y de aproximación a su obra. Tal vez por eso en la entrevista que inaugura el libro cuando le preguntan para qué sirve ser escritor, él responde: “Para divertir la magia, desfigurar, confundir, desperdigar las palabras de la tribu”.

 

 

(Actualización noviembre – diciembre 2013. enero - febrero 2014/ BazarAmericano) 




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646