diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Hacer crítica es -etimología mediante- hacer pasar algo del orden de lo real por un tamiz; y aunque el tamiz mismo no deje de pertenecer al reino de lo real, con su singularidad y sus mutaciones, el mismo intenta sostener una consistencia interna que permita sobrevolar lo contingente y alcanzar, si no una necesidad, sí una ejemplaridad. El tamiz es una lectura; y la crítica, la escritura de una lectura. Es decir, y para jugar con los términos del libro que acá nos reúne, la escritura crítica es anudar una lógica de los accidentes, algo más que lectura impresionista pero algo menos que ciencia de lo necesario: la crítica es -lo siento, Estagirita- ciencia de lo particular y lo singular. Entonces, antes de enunciar cualquier sensación sobre el poemario de Nurit Kasztelan, Lógica de los accidentes (Vox, 2013), requiero exhibir mi tamiz, ya que es con él sobre mis ojos como me topé con el libro.
Hace tiempo que se articularon dos variables a partir de las cuales leo y escribo lo que leo. La primera variable: que la unidad de gusto y sentido no es el poema, sino el libro, tal como se puede ver en el caso de Martín Rodríguez, que arma libros en los que los poemas no están agrupados sino que hacen serie y cada uno reenvía al otro creando así sistemas abiertos; o también, más radicalmente, que la unidad ni siquiera es ya el libro sino “el proyecto”, tal como sucede en el caso de Mario Ortiz, que lo que hace es inventar dispositivos de escritura que le permitan avanzar, y en los cuales los libros funcionan como engranajes. La segunda variable, más caprichosa: hay demasiados libros de poesía, se publican uno detrás de otro y a veces porque sí, como si no necesitaran alcanzar, no digo “la genialidad”, sino un cierto grado de consistencia, una solidez media que les permita entrar al torbellino del tiempo y resistirlo más de unos pocos segundos. Si intercepto las dos variables, mi posición de lectura se puede resumir en una interrogación (nadie dijo que una posición es una afirmación, siempre más proclive a devenir en Dogma): ¿justifica este poemario su existencia como libro, más allá de si tiene algunos poemas memorables? Es un primer umbral de exigencia luego del cual comienza el pensamiento y la escritura, porque uno no piensa ni escribe sobre cualquier cosa sino de aquellas que nos afectan, esto es, que atraviesan el umbral detrás del cual estamos nosotros. Entonces vamos, ahora sí, al nudo crítico en cuestión: desde la primera lectura que hice de Lógica de los accidentes no tuve duda alguna que era un libro que tenía su existencia justificadísima, con una solidez que permite intuir su entrada y salida de los remolinos de los días, y que atraviesa el umbral con un par de elementos poéticos cuya utilización puede catalogarse -si el calificativo aún tiene sentido- de “novedosa”. Mi lectura del libro como eje del sentido, el dibujo que las estelas del pasaje por el umbral dejaron flotando, es la escritura de un "yo accidentado”, es decir, de un yo inquieto y desequilibrado. Esa sería para mí la torsión que realiza este libro: cómo retomar la línea lírica del yo pero saliendo del “Gran Yo" hacia lo insignificante, logrando así volver a habitar su vacío original de deíctico; los poemas, entonces, no se erigen desde un Yo sustancial previo al mapa de su entorno -con sus "accidentes geográficos-afectivos"- sino que trazan el recorrido en cuyos repliegues asomará un yo posterior y vulnerable, una suerte de re-flexión del entorno pero que se interrumpe antes de aprehenderlo en su totalidad. Si el accidente es -Aristóteles dixit- lo no necesario, lo que no es en sí ni por sí, sino en otro y por otro, lo más llamativo del libro de Nurit son esos poemas donde el Yo (accidentado, y no substancial) es en otro y por otro, donde para entrar a su zona de experiencia hay que salir a los objetos, a la materia, a los recuerdos, a la narrativa familiar, a los discursos del saber científico, incluso exiliarse en las variaciones de su Voz: hay poemas en primera persona, los hay en tercera y hasta algunos en segunda. El mejor modo de entrar a una habitación es saliendo primero de ella; del mismo modo, el mejor modo de exponer al Yo y sus afectos es entrando desde afuera o por caminos indirectos (los correlatos objetivos, las comparaciones, etc.). La tercera sección -el libro está compuesto de tres secciones- es la que más acabadamente condensa esta lógica del Yo fisurado y atravesado por la intemperie del afuera; y es el último poema de esa sección, que es el último poema del libro, el que coagula y exhibe la ética de esta lógica:
Necesidad de lo liviano
Dejá que el silencio
desactive la inercia del ruido
sé un hablante silencioso
perdé características de especie
volvete piedra
volvete hueso, cáscara
convertite en algo insignificante
que apenas posea
un comportamiento animal.
Movete como una figura
que se desliza subrepticiamente
violá las leyes de la materia
rodá por el espacio. Comportate
como una membrana
y dejá entrar a tu cuerpo
sólo lo que te sirva.
Devorá insectos
dejate contaminar. Olfateá
como si fueras un perro.
En el precipicio del libro, justo antes de caer al final, surge su dirección ética: si vamos a caer -y vamos a caer- es necesario ser liviano, que es otro modo de abandonar la pesadez humanista del Gran Yo y su retórica de palabras altisonantes para una interioridad igualmente ruidosa. Por eso este poema aglutina y anuda lo mejor del libro, pero también anuncia otra deriva apenas entrevista entre las rendijas de los versos. Si en varios poemas del libro se activaban resonancias de Iannamico, de Clara Muschetti en La campeona de nado y Karateka, de la Wittner de La tomadora de café, y algunas zonas de Osvaldo Bossi, en este último poema resuenan Espacios Naturales de Paula Jiménez, La plenitud y Geología de Claudia Masín, y Materia de Carlos Battilana: un nuevo tono de voz que no anula el Yo pero lo pone en otra órbita, como un sonido más en "la pequeña voz del mundo" ( la expresión es de Diana Bellesi).
En resumen, y porque un tamiz excesivamente mostrado corre el riesgo de pulverizarse, lo esencial -que como siempre llega demasiado tarde- es que Lógica de los accidentes es un poemario que conquista su necesidad porque re-inventa senderos para escribir desde un Yo ansioso, neurótico, pero que no caiga en el embudo yoico de la neurosis, y encuentra caminos indirectos para alcanzar y habitar la vaciedad de un Yo accidentado.
Deleuze escribió: "la sintaxis es el conjunto de caminos indirectos que un escritor crea para liberar la vida ahí donde se encuentra apresada". El libro tiene su sintaxis y permite liberar lo que aún tenga de interesante el Yo para decirnos y escribirlo.
(Actualización septiembre – octubre 2013/ BazarAmericano)