diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Muy lejos de Kensington, de Muriel Spark, Buenos Aires, La Bestia Equilátera, 2012
Muy lejos de Kensington cuenta la historia de Nancy Hawkings, una mujer viuda que trabaja como correctora y que vive en una pensión. Con este punto de partida Muriel Spark (Edimburgo, 1918) despliega todo su oficio en una novela que posee el valor de presentar un irónico diagnóstico sobre la vida social a mediados del siglo XX. El abanico de motivos incluye un sostenido juicio sobre las imposturas de las clases altas, la vida de los inmigrantes en Londres a mediados del siglo XX, la constelación ególatra de los escritores y sobre todo cierta metafísica del ser. No obstante, un tópico llama particularmente la atención: la relación de la protagonista con su cuerpo. Quizás en este último punto se encuentre la clave de lectura que mejor abarque a la totalidad de la novela.
Spark, a quien David Lodge ha calificado como la más innovadora y talentosa novelista británica de su generación, edifica un texto ficcional donde el cuerpo de Nancy Hawkings -protagonista y narradora- no es sólo un elemento descriptivo importante, sino la piedra angular sobre la que se erigen los hilos narrativos. Empecemos con la trama. Como en El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, el relato presenta dos cuerpos: por un lado la robusta señora Hawkings y por otro la agraciada Nancy. Pero a diferencia del cuento de Stevenson, aquí no hay pociones mágicas, ni cambios repentinos de estado. Nancy Hawkings es, ante todo obesa, hasta que, luego de cierta epifanía, decide comenzar a ingerir exactamente la mitad de la comida a la que está acostumbrada: “Me quedé allí de pie, enorme en mi camisón suelto y abrigado. ¿Qué defecto tenía? ¿Por qué me habían elegido en Mackintosh & Tooley? Entonces se me ocurrió la razón: estaba inmensamente gorda, pensé, hasta el punto de que cualquiera que me diese un empleo tenía que estar chiflado. Comprendí claramente que nadie que tuviese que presentar una queja o manifestar algo contra la empresa, sobre todo un autor ofendido podría expresarse enérgicamente ante mí. Hubiese sido poco caritativo. Hubiese sido como atacar a su madre. Era una de las coartadas de Mackintosh & Tooley. Desde esa noche decidí comer y beber la mitad.”
Hasta ese entonces ser la confiable “señora Hawkings” le había permitido obtener ciertos beneficios: “Sea como sea, en el año 1954 yo estaba cómoda con mi gordura y se me consideraba una mujer maravillosa aunque nunca había hecho nada maravilloso. (...) “Más adelante, cuando decidí ser delgada, noté inmediatamente que la gente no me contaba tanto sus pensamientos.” En tanto “señora Hawkings” las personas que la rodean no la ven como una amenaza. Eso le permite tener un devenir sin contratiempos y sobre todo sin conflictos. Pero a medida que avanza su vida nota que algo falla: “Sus palabras exactas fueron: La señora Hawkins es un mujer extraordinariamente responsable. Tuve la sensación de que me ofrecía cosas abominables para mí, como el café descafeinado o el coitus interruptus y en aquel momento yo no deseaba, bajo ningún concepto ser una mujer extraordinariamente responsable.” Aquí aparece un posicionamiento clave: las personas confían en los gordos, pero no los desean. El deseo es algo que les ocurre a los flacos. Muriel Spark lleva a su máxima expresión la escena del “gordito bonachón” y al hacerlo expone un modus operandi de la sociedad moderna. Porque Nancy Hawkins descubre que no la contratan por lo que es sino por lo que representa. En este punto la novela podría haber tomado el camino del alegato, hacer de esto una denuncia. Sin embargo -y por fortuna- Spark no escribía para caer simpática en un hipotético INADI británico. Hawkins decide adelgazar porque siente que ese contrato que mantiene con su entorno la agotó.
Ahora bien, ¿Cómo se construye ese cuerpo que ocupa el centro del relato? Allí esté tal vez una de las elecciones narrativas más cuestionables: el cuerpo ocupa solo un lugar propositivo. Procedimentalmente Spark no lo introduce en el interior del discurso, sino que lo ubica como un aspecto nominal de la voz narradora. Hawkings habla de lo que representa para ella, pero la narración no lo muestra en acción. No es un cuerpo que se cansa, que transpira, que jadea, que siente la ajustada presión de una prenda. Es un cuerpo nombrado. A veces por la protagonista, a veces por las referencias que ella dice que hacen los otros. Es un cuerpo que, al ser solo nombrado, pierde entidad.
Un párrafo aparte: en la extensa contratapa del libro, los editores de La Bestia Equilátera, usan el amortiguado calificativo de “rellenita” para describir al personaje. “Rellenita” es una manera tibia de describir a un personaje que se presenta como “gorda”. De todos modos entiendo a los editores: el lenguaje se ha vuelto en la vida civil un asunto serio –casi solemne diría– y parece que hay que tener mucho cuidado con lo que se dice.
(Actualización marzo – abril 2013/ BazarAmericano)