diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Entre historias íntimas y acontecimientos imperceptibles, Lo que la gente hace (2012) de Marina Yuszczuk se estructura en tres secciones: “En el agua”, “A veces pasa”, y “Cuentos de los días frágiles”. Cada una de estas partes podría ser un libro independiente si no fuera por la articulación de una voz que hilvana la experiencia, la intimidad y la observación detallista del mundo. Los textos se sitúan en esos lugares mínimos e interiores para narrar dos historias simultáneas, la personal y la familiar.
La yuxtaposición de distintos textos produce el efecto de entradas de blog. De hecho, muchos de ellos provienen del archivo que Marina Yuszczuk ha generado luego de siete años en su página “loquelagentehace.blogspot.com”. Este blog está compuesto por poemas, anotaciones (podría pensarse en un diario íntimo), comentarios sobre libros y películas, relatos, invitaciones a eventos y a lecturas de poesía, canciones, fotos, entre otros materiales. En este sentido, el blog de Marina guarda similitudes con otros, como por ejemplo, “oncesur.blogspot.com” de Cecilia Pavón, “granpatocriollo.blogspot.com” de Inés Acevedo, “pajaritoscantan.blogspot.com” de Belén Iannuzzi, “pulpopolar.blogspot.com” de Marina Alessio, entre muchos otros. Este tipo de páginas o no se limitan sólo al texto, sino que se presentan como patchworks que expresan un lugar de enunciación, un modo de escritura que tiene su anclaje en la vida diaria (“el dentro de” la intimidad, cómo se mira desde allí a los demás). Todas ellas instalan una perspectiva femenina, como lugar desde el que se observa, o territorio de una escritura –personal, única e irrepetible–. Como si la intención fuera justamente “hacer hablar a los muros” de una habitación o de un departamento pequeño, en donde alguien se sienta, escribe y postea cosas, sin importarle mucho lo que piensan los demás. Entonces, la escritura que da forma al libro es el resultado de una operación de recorte en la que se organiza, selecciona y clasifica este material.
“En el agua”, la primer parte, reconstruye –a modo de serie– un curso de buceo. Podría compararse con el diario de un explorador o el cuaderno de notas de un biólogo que traduce acontecimientos naturales: describe, analiza y nombra por primera vez, como si la capacidad de asombro se fuera renovando continuamente. Es el experimento de una vida acuática, una chica buceando con lobos marinos, una serie de relaciones que se conforman a partir de esas experiencias en el agua. La escritura traduce el aprendizaje y los tecnicismos del buceo (“restinga es una formación rocosa en el fondo del mar”); y al mismo tiempo, los aprendizajes que originan responsabilidades nuevas:
Con solo tres minutos que se interrumpa la comunicación a alguna parte, el cerebro puede lesionarse para siempre, y la persona puede dejar de ver, dejar de hablar o dejar de caminar. Son las enfermedades del buceo. Nos enseñaron que cuando estamos buceando somos como una botella de soda.
Cada conocimiento es una información preciosa que debe tratarse con cuidado, como si todo el tiempo estuviera presente esa tensión, entre la aplicación correcta de lo que nos enseñan y las posibilidades de fallar: “Yo tuve miedo algunas veces en el fondo de la pileta, no sé de qué (…) No es miedo. Es solamente haber pensado, o no haber pensado lo que en ese momento tenía que pensarse lo que nos hace ahogar”.
La segunda parte, “A veces pasa”, se compone de textos breves que pueden pensarse como fragmentos de un diario o cuaderno de escritura (aquí es donde el blog estaría proporcionando un ritmo y una forma). Éstos procesan la inmediatez de un acontecimiento que se transforma en un relato, para luego disparar reflexiones que mezclan ideas y sentimientos: una conversación telefónica, un email, una tormenta, unos chicos peleando por el cadáver de un picaflor hace muchos años. Textos como “los días gore”, “no te lo tendría que haber dicho” o “si estos muros hablaran, qué dirían” podrían ser nombres de canciones. En este sentido, esta escritura no se limita a contar “la procesión interior” –aunque también lo hace–, sino que indaga sobre las relaciones que tenemos con los demás, lo que la gente hace y dice dentro de su casa, en el trabajo y en la calle:
Me da culpa colarme, me da vergüenza que una vieja se ponga a aplaudir en la cola de una boletería del cine como vi el otro día, porque los empleados ganan poco y sé que tienen frío.
Esta mirada busca atravesar esa delgada distancia entre lo que hacemos cuando estamos solos y el comportamiento de los demás ¿qué es lo que hace la gente? ¿Qué es lo que hacemos nosotros? Marina Yuszczuk realiza un análisis preciso –como el que podemos observar en los relatos de Hebe Uhart o de Aurora Venturini–, buscando atrapar lo peculiar en ese sistema de relaciones. En este sentido, textos como “una familia” parecen comulgar con el hecho de “atrapar, pescar algo que sucede”. Una familia saca en verano la mesa al patio y desde allí mira documentales. Estas nimiedades suceden a la vista de una vecina que observa estos movimientos desde la ventana:
Mi ventana más grande da al patio de ellos, que son una familia. En cambio yo no tengo familia (tampoco la deseo). Hoy es feriado y en días como estos se quedan en casa, así que escucho la música que ellos eligen, los juegos de los chicos, las peleas. Me llega por momentos una voz de locutor que dice: “a millones de años de su formación…”, cosas por el estilo. Lo escuché justo cuando pasé camino a la cocina, me paré y pensé: “están aprendiendo”.
Lo que a simple vista parece usual –una familia en su casa aprendiendo a través de documentales– se vuelve un acontecimiento extraño sujeto a ser reinterpretado; como un modo de pensar que procede sociológicamente: ¿Cómo funcionan las familias? ¿Para qué sirven? ¿Por qué todos provenimos de una? ¿Por qué no la deseamos? La opinión que suscita una familia cualquiera no es definitoria ni estática, ni siquiera luego haber pensado a través de un verso de Casas: “Nunca espero volver a decir ‘No, así no se aprende nada, no se sabe nada, todo lo que se pudre forma una familia’, cosas por el estilo”.
El tema de lo familiar y su constitución problemática vuelve a aparecer en los “Cuentos de los días frágiles”, la última parte del libro, en donde contar el pasado se vuelve siempre una experiencia delicada: la historia de un tío, una abuela que viene de Ucrania, un territorio extraño, una relación amorosa que no pudo ser. Pareciera que las respuestas se siguen encontrando en la posibilidad de escuchar y de narrar. En “De banquito” se reconstruye el lenguaje chapuceado de una abuela inmigrante:
De monte había monos, cosas que nunca habían visto, y tuvieron que sacar yuyo con macheti. Dipó, uno por uno los hermanos se fueron yendo para Buenos Aires, y si les iban bien iban los otros (…) Tuvo varios perros uno después de otro y todos se llamaban Bobik. Una noche sintió que alguien trataba de entrar a la casa, entonces desde la ventana le gritó “Se ritira o tiro tiro”, porque era guapa.
El hecho de reconstruir una historia familiar –y al mismo tiempo, un lenguaje–está directamente implicado con la demarcación del propio territorio de escritura –encontrar sus orígenes e influencias–. Como si la “familia” fuera un productor de discursividad imposible de elidir; se escribe de la familia o prescindiendo de ella, pero jamás sin ella. Este universo familiar nunca está completamente ausente de la escritura. Quizás, a partir de esos significantes recordados íntimamente sería posible comprender qué es lo que está haciendo una familia rusa en Paraguay o en la Argentina, o la fundación que implica este hecho, esa extrañeza.
(Actualización marzo – abril 2013/ BazarAmericana)