diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?
Juego de damas. Nueve cuentos y una obra de teatro, de Jane Bowles, Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2012. Traducción de Gabriela Bejerman.

“Dejá de pensar pavadas, Jane”, le habrá dicho más de uno a Bowles, al escucharla soltar  frases como las que dicen algunas mujeres en sus cuentos. La Obsesión con mayúsculas estructura sus relatos, especialmente la que se desenvuelve a lo largo de diálogos que no llevan a ninguna parte. Es cierto que uno podría o debería leer esos tándems de Juego de damas. Nueve cuentos y una obra de teatro en la clave del género: Laura y Sally, Janet y Bozoe, Dora y Lane, Gertrude y Molly, reiterando los pares amor y desamor, mujeres fuertes y débiles, mayores y menores, sensatas o sensibles, cuerdas o locas, que, según cuenta Gabriela Bejerman en su prólogo, signaron a la escritora a lo largo de su vida, especialmente después de su estadía en Tánger, donde cayó severamente enferma a causa de Cherifa, una amante muy joven, muy pobre y muy inteligente. La determinación sexual de Bowles y la serie de oposiciones que de ella se desprende, entre el aislamiento (In the Summerhouse) y la voluntad de alcanzar el gran público (Out in the world), parece central para leer su obra. La introducción de Bejerman es, a tal efecto, una pequeña novelita en sí misma, que transmite, de entrada, el fascinante mundo del personaje-Bowles, riguroso y singular como aquel “personaje Pizarnik” que utilizara César Aira cuando quiso entender los engarces entre lo biográfico, lo literario y lo teatral de Alejandra. “Jane Bowles hubiera sido una encantadora y divertidísima amiga que todos hubiéramos querido”, dice Bejerman, “pero para ella no era nada fácil ser amiga de ella misma”.

Bowles tuvo una vida exótica acompañada de una narrativa dispersa y sobre todo escasamente publicada. Sus cuentos no fueron exactamente “cuentos”, sino más bien “señalamientos” de cuentos, operaciones de lectura posteriores realizadas por su marido, Paul Bowles y su biógrafa, Millicent Dillon. Fragmentos que surgieron de la edición, algunos pertenecientes a su primera novela Two Serious Ladies y otros de su novela inconclusa, Out in the World. Revisando sus papeles, Paul encontró historias allí donde la escritora creía embarrarse o fracasar.

Y ciertamente, leyendo Juego de damas, uno se imagina a Jane escribiendo en cuadernos imposibles y la entiende; esmerándose para dar forma de novela, de gran obra decimonónica, a una miríada de voces que se pelean entre sí por tener prioridad, o peor, que se hablan a sí mismas sobre lo que se imaginan que la otra piensa. Hay una escena en “Laura y Sally” fabulosa para entender esta dificultad:

-Rita, ¿te gustan los domingos?

Su rostro permaneció cerrado, no parecía tener ninguna intención de hablar. Solía contestar las preguntas de Laura apenas con una inclinación de cabeza. Esto hacía que Laura se empecinara aún más en conocer cómo se sentía Rita y qué pensaba acerca de todo. Probó formular la pregunta de otro modo.

-¿Los domingos te ponen nerviosa? –preguntó esta vez.

-No sé –dijo Rita sin la más mínima expresión en su tono de voz.

-A mí me gustan si está lindo el clima y si no, también –dijo Berenice incluyéndose en la conversación-. Si está lindo voy a pescar o a buscar hongos y frambuesas, y si está feo escucho la radio. Obviamente, en invierno no salgo a buscar hongos y frambuesas.

-¿Tú también sales los domingos a buscar hongos y frambuesas? –le preguntó Laura a Rita, interrumpiendo a Berenice.

Sally estaba exasperada con Laura por mostrarse tan interesada en los domingos de Rita Cassalotti. ¿Por qué no me pregunta a mí lo que hago los domingos en vez de preguntarle a esa perra? Obviamente, no puede hacer nada interesante si se queda todo el día en bata.

[…]

En este punto Laura se dio por vencida y dejó de pensar en ella, le resultaba tal misterio que parecía no haber esperanzas de comprender mejor que ahora cómo se sentía Rita, aunque siguiera haciéndole preguntas durante los siguientes cincuenta años. En algún sentido sintió la satisfacción de saber que semejantes misterios existían pero que ella no necesitaba seguir indagando.

 La proliferación dramática que bloqueaba a la novelista resultó un acierto en el teatro (¿habrá algo mejor que la dramaturgia para objetivar las voces, sacarlas del martilleo mental y la abstracción?). Hacia los cincuenta y sesenta, Jane alcanzó cierta consagración con su festejada pieza teatral “Verano en la glorieta” (In the Summerhouse). En ella las obsesiones ridículas se articulan con lo trágico en un sentido clásico; un destino que se reitera a partir de la desmesura de las mujeres que viven en un medio hostil. Este último dato, la cuestión del medio, no es menor. Gertrude y Molly viven en una especie de frontera, entre los hispanos y los norteamericanos, en el Sur de California, una playa, un espacio semi-poblado, semi-salvaje. Esos entrelugares se repiten en el resto de las historias, Jane no se esfuerza en analizarlos como zonas al margen de la ley, pero sí en observar con cierto extrañamiento las costumbres de sus habitantes; una mirada un poco molesta que transforma lo que ve en una atmósfera inarmónica. ¿Por qué tanto afán en describir los ravioles de los Casalloti o los espagueti con albóndigas que come la familia del Sr. Solares? En cada relato se despierta un espíritu exotista pero sobre todo, un ambiente de sujetos sin radicación, on the road, claro, pero sin nada de la bohemia alta (y masculina) del hipster.

 

(Actualización septiembre-octubre 2012/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646