diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Autobiografía, autoficción, autorreferencialidad, nuevas o renovadas formas de la literatura, que surgen primero tímidamente y luego como aluvión. Claro que nadie está inventando la pólvora y, como se dice, puede ser que “ya todo ha sido escrito”, “ya todo está inventado”, pero lo cierto es que estas historias hubieran sido impensadas hace una década o un poco más, cuando la literatura y lo literario parecían pasar por lados bien distintos: ¿El autor se separó de su mujer y en estado de desolación decidió, en vez de arrojarse por la ventana, escribir una novela? ¿A quién le importa?
Gonzalo Garcés, escritor argentino radicado en España, escribe en El miedo la historia de su separación. Después de estar en pareja durante doce años su matrimonio se termina, su ex mujer se va a vivir a París con sus hijos, y él se instala en Barcelona. En un estado de abatimiento absoluto, tiene ganas de tirarse por la ventana, pero escribe una novela. Es, explica, el orden del relato frente al desarme, la coherencia contra el caos. No se trata de una novela de autoayuda ni aleccionadora, sino una forma de búsqueda de alguna verdad.
Me pregunto si nuevas formas literarias permiten la aparición de nuevas categorías de análisis, porque las clásicas, las de siempre, pierden sentido si la literatura está buscando tan por otros lares. Cuando cerré el libro (en ese momento único de la lectura en el que leés la última oración y cerrás el libro) me pregunté si lo que había leído era sincero. Se me ocurrió entonces para pensar esta obra usar la sinceridad como categoría. Claro que lo que esta pone en tensión no es la relación historia-verdad, sino la sinceridad entendida en términos narratológicos. Me pregunté si el autor era sincero con la historia, si ésta lo era con el relato, si el relato era, en definitiva, sincero con sus lectores. Estoy pensando, en todo caso, en la honestidad de un proyecto que revisa los vínculos (ahora sí) entre ficción y realidad. ¿De qué se compone, en el orden de lo real, aquello que organiza, ordena el relato de ficción? El límite se permeabiliza hasta perderse. Ya desde el epígrafe de Emerson: Estas novelas darán paso a diarios o autobiografías, se discute la línea de frontera, proponiendo a la literatura como origen ¿de otras literaturas?
Si la novela se propone indagar las relaciones humanas, buscar una verdad para contar, narrar una (entre muchas) explicación del mundo, puede pensarse a la literatura en términos casi antropológicos. Entonces la discusión parece ser otra y, en ese sentido, me pregunto si la novela es sincera. Lo que se pone en juego es la pregunta motora que fuerza la máquina de todas las disquisiciones de todos los tiempos respecto de las ficciones: qué es la Literatura, cuáles son sus límites y cuál es, en definitiva, su relación con el mundo. Desde cuándo (o desde cuando “de nuevo”) la Literatura explica la vida.
La sinceridad de la novela puede medirse cuando esta tensión sobre el límite aparece como postulado, se enuncia, se sugiere al menos. El protagonista-narrador de la novela no es solamente un esposo deviniendo en ex, sino que es también escritor, lector, académico, inmigrante, padre e hijo. Desde cada uno de esos espacios el relato en primera persona habilita reflexiones no sólo respecto de las relaciones humanas sino del quehacer literario. Por qué la amistad no aparece mucho en la novela moderna. Por qué hay un momento en que las personas determinan que uno ya está demasiado grande para los libros con dibujos. Son preguntas que el personaje propone y arriesga, en la respuesta, una concepción de la Literatura.
El relato cuenta, con avances y retrocesos temporales que le dan ritmo de respiración agitada, la historia de esta relación amorosa, desde sus inicios (las mudanzas, los amantes, los hijos) hasta su separación. El hecho de arrancar desde el final y el punto de vista de la primera persona al narrar, vuelven al texto cuestionador, reflexivo. No es un devenir anecdótico, sino que el tono de la novela propone muchas veces el oleaje calmo del pensamiento crítico. Las reflexiones no son solamente respecto a las relaciones con su esposa, hijos, padre, sino también sobre la construcción de la propia novela. Es decir, sobre Literatura. Explica el narrador: “Todo esto, por supuesto, es ficción; todo lo que yo pueda escribir sobre Cora nunca será otra cosa que especulaciones, ya que la única historia que puedo contar, y ni siquiera con certeza, ahora que mi propia identidad aparece como nunca dudosa tras el paso arrasador del amor, pero digamos con alguna legitimidad, es la historia de mi propio derrumbe, quiero decir el derrumbe de la historia que había imaginado cuando conocí a Cora, y la desintegración del personaje que esa historia había vuelto posible.”
El autor construye un narrador que se propone como autor disimulando lo más posible los efectos de la pincelada, los modos del artificio. En una entrevista que Roberto Careaga hizo a Garcés para el diario chileno La tercera, el escritor vuelve a pensar sobre estos límites, reconociendo la construcción del narrador pero a partir, no de una necesidad literaria, sino vital: “Yo estaba, literalmente, hecho pedazos. Así que quería una voz que hablara de lo que fuera, pero que fuera reconocible como individuo completo. Que fuera inteligente, a veces imbécil, que a veces hablara en frases bien formadas, otras veces fuera argótico, otras un balbuceo.”
A partir de esta cita pueden pensarse dos aspectos: por un lado, el desarrollo de un procedimiento literario, legitimado, digamos, por el uso habitual, porque resulta sencillo de reconocer. Por otro lado, la motivación que en el autor pone en funcionamiento el mecanismo necesario para llevarlo a cabo. Su legitimación, en este caso, no está naturalizada, y cabe preguntarse qué importancia tiene a efectos de la lectura. Está claro cuál es la voz que el autor quiere construir, por qué quiere hacerlo, no marca necesariamente una diferencia. En esa misma entrevista Garcés se refiere a la importancia que este libro tiene para él (siempre ligada a la situación particular en la que lo escribió) y dice algo que no puede pasarse por alto: “Para mí esto no es literatura. Fue escrito para no tirarme por la ventana”.
La novela es, por lo menos, interesante. Su prosa atractiva, sólida, discurre construyendo una historia tentadora que atraviesa momentos de pronto divertidos, de pronto reflexivos, o inesperados, o conmovedores. Se proponen personajes complejos, seductores, alejados del estereotipo, delineados a través de la mirada empañada del narrador, que habla de sí mismo al decirlos. Cuánto suma a la experiencia de lectura el relato de las condiciones de producción es una pregunta que no logro responderme. Temo que para hacerlo deberé pensar algo más que nuevas categorías de análisis. Deberé revisar algunas verdades cuyo derrumbe podría poner en riesgo las concepciones acerca de lo literario desde las que regularmente leo. El desafío es difícil, está claro, pero es una obligación del lector, en todo caso, moverse, correrse de los lugares que ha conquistado. Ya sabe que si permanece cómodo, los cigarrillos a mano, reposando en el respaldo del sillón de paño verde, corre el riesgo de ser asesinado.
(Actualización septiembre-octubre 2012/ BazarAmericano)