diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Palabra, imagen y plegaria
Nombres propios de Yaki Setton, Buenos. Aires., Bajo la Luna, 2010.

Desde hace décadas hay poetas que, programáticamente, decidieron escribir prescindiendo de las mayúsculas, buscando, a la vez, un efecto de extrañamiento y la abolición de la jerarquía que distingue entre sustantivos propios y comunes. El procedimiento no resulta todavía insignificante, aunque en su reincidencia, como es razonable, su extrañeza se ha atenuado y hoy es un recurso que acaso debe adoptarse luego de un cuidadoso razonamiento.

 Nombres propios, al revés, es un libro donde las mayúsculas proliferan y no cabe duda de que eso es producto de una decisión largamente razonada por su autor.

 Por un lado, la abundancia de sustantivos propios refiere no sólo a nombres de personas sino también de lugares, y ése es un posible eje de lectura del libro: trata de personas (Paul Celan, Elías Canetti, Joseph Roth, Pablo y Gabrielhermanos del autor–, River Phoenix, Nicolino Locche, Pier Paolo Pasolini, Miguel Ángel Bustos, Ezequiel Demonty, entre otros) y de lugares (el puente Mirabeau de París, los campos de concentración de Auschwitz, Dachau o Stutthoff; una casa en Freire al 2000 y otra en Senillosa 607; Campo de Mayo y la ESMA; Orán y Puente Alsina y muchos más). Para ser más precisos, el libro trata de personas reales en lugares reales y, por lo tanto, pide ser considerado en su dimensión referencial.

 Por otro lado, son nombres propios en el sentido de que el yo poético los ha hecho suyos, y solo gracias a esa íntima apropiación es que puede escribirlos. De ahí que las mayúsculas, en este libro, señalan a vidas humanas particulares y a experiencias –dolorosas, trágicas– familiares, sociales, políticas e históricas.

 Sin embargo, este libro sobre nombres propios ajenos es un libro de la intimidad; no, claro, en el sentido de una exposición del yo como espectáculo, sino en el de que cada poema es resultado de una experiencia en la que algo exterior al yo poético –un sujeto, un lugar, un hecho, una historia– ha devenido parte de su intimidad.

 Nombres propios está compuesto por 38 poemas; los primeros 37 se proponen así para la lectura: su título, debajo una pequeña ilustración en blanco y negro –de calidad gráfica muy dispar– y luego el poema, que tiende a ser extenso si se lo compara con los de La apariencia de lo espléndido, el libro inmediatamente anterior de Setton.

 ¿Cuál es la razón de esas ilustraciones de origen heteróclito y, probablemente, recogidas de sitios señalados por Google?

 En principio, no ocurre como en los libros de Sebald, donde las imágenes se acoplan a la prosa formando un continuum y, a la vez, ofrecen un valor documental; son testimonios de lo que el narrador ha visto.

 Tampoco se trata de que estas imágenes “ilustren” el contenido de cada poema, a la manera de los libros infantiles donde los dibujos duplican al texto escrito.

 En tercer lugar, no parece que las imágenes se propongan como el origen, el desencadenante de cada poema; antes bien, parecen seleccionadas luego o al menos durante la escritura de los versos.

 Como hipótesis propongo que aquí las imágenes tienen, entre otras, una razón autobiográfica. Las solapas de Quirurgia (2002) y Niñas (2004) declaraban que Setton es licenciado en Letras y también egresado del Instituto Nacional de Cinematografía. Esa doble formación es callada en las de La apariencia de lo espléndido (2006) y Nombres propios, pero acaso explique la necesidad de acompañar cada poema con una imagen, como si las palabras del poeta ya adulto se reencontraran con la mirada de quien fue un joven estudiante de cine y las ilustraciones, entonces, en su sucesión, fueran, por su naturaleza discontinua, inestable e inorgánica –dibujos, mapas borrosos, fotografías testimoniales, portadas de diarios y revistas, insignias, croquis, historietas, retratos, carteles– fotogramas de una película que, en 2010, remeda la discontinuidad de filmes de vanguardia fraguados hace ochenta o noventa años. No me parece menor el hecho de que luego de la escritura del libro Setton haya realizado un cortometraje, llamado Izcor, que remite a esa doble formación y donde algunos de los poemas del libro son leídos sobre un fondo de imágenes que pertenecen a fuentes tan diversas como las de las que aparecen en el libro. (http://www.youtube.com/watch?v=V88r4yH-WPo)

 Pero algo más. Si esas imágenes –copiadas veces y más veces y en muchos casos perdidas y olvidadas en múltiples páginas de la web–, carecían necesariamente de aura, inesperadamente lo adquieren al ingresar al libro de Setton y establecer contacto con las palabras. Cada poema las ha vuelto necesarias, imprescindibles, y allí radica uno de los hallazgos formales del libro.

 Sólo hay un poema que carece de imagen que lo acompañe, Izcor, el más extenso y el que, por estrictas necesidades internas del libro, debía cerrarlo. Es una hermosa plegaria en la que cada una de sus cinco partes recupera nombres, tópicos, palabras y temas de los poemas que la anteceden.

 ¿Por qué este poema prescinde de la imagen?

 Tal vez porque la religión judía –tan presente en este libro sin religión: “Y mis hermanos veneraron lo que nunca pude hacer:/ veneraron a Dios desde su profunda intimidad.”– también prescinde de la imaginería; ésa puede ser una de las razones, pero añadiría que la ausencia de la imagen, la desnudez del poema en su única dimensión, la verbal, responde a que se trata de una dolorosa plegaria en la que el yo poético, luego de haberse consubstanciado con tantos nombres propios, manifiesta en el fin de esta experiencia poética la soledad y el desamparo: “... tu voz tu llanto se irán solos a la tumba / y nadie sabrá de vos, de tus amores, tu madre / tus maestros o tus compañeros de fábrica...”

 El poema es el cierre exacto para un libro transido por un hondo e intenso tono elegíaco.

 Ignoro las intenciones de Setton pero, tanto al nivel de las imágenes como al de los poemas, su libro se declara prescindente de las modas y los oportunismos poéticos. Confesando, con sincera vergüenza, mis limitaciones como lector de poesía, arriesgo sin embargo que este libro de Setton –y podría decir lo mismo de los anteriores– se ha desinteresado no sólo de lo que se está escribiendo ahora sino también de lo que él mismo había escrito antes.

 Al releer sus cuatro libros publicados, compruebo que en cada uno de ellos Setton domina cada uno de los procedimientos que se autoimpuso sucesivamente y, a la vez, que esos cuatro libros son diferentes. Acaso resulte extemporáneo –aunque importa poco si se comprende mi sincera intención– pero ¿qué espectador de Accatone hubiese previsto, en el mismo director, la futura filmación de Edipo Rey? ¿Y qué lector, para circunscribirlo a los términos poéticos, hubiese conjeturado que a los versos de Los heraldos negros podrían sobrevenirlos los de Trilce? De esas imprevisiones se congratula la historia del arte y de la poesía, y en este sentido Nombres propios trae novedades inesperadas –en su forma y en sus temas– en la obra de Setton.

 Entiendo que es vago, impreciso, tal vez inconducente, hablar de madurez en referencia a la obra de un autor, de manera que prefiero señalar que Nombres propios sólo es posible luego de un largo camino poético y, si se me permite, existencial. No encuentro un solo verso que parezca producto de un rapto súbito, de una ocurrencia; al contrario, la selección léxica, la solución sintáctica, los cortes de verso, la puntuación son obra de un poeta que domina, aunque sin suficiencia ni infatuación, la compleja materia con la que trabaja.

 Tan compleja como la de convertir en poema el bombardeo a una ciudad devastada donde

Una mujer con el pelo chamuscado

cruza de una vereda de cráteres a otra

con la pequeña valija marrón

en su mano tropieza y se lastima

-una ceja le sangra-, la valija

se abre como una explosión

y cae el cuerpo de su niño muerto.

 

(Actualización marzo-abril 2011/ BazarAmericano)

 




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646