diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Un dramático acorde en do menor: la maldición que salva.
La pasión según G. H. de Clarice Lispector. Buenos Aires: El cuenco de Plata. 2010.

¿Se puede escribir después de atravesar una experiencia radical? Clarice Lispector (Ucrania, 1920/Brasil, 1977) dijo alguna vez que escribir es una maldición pero una maldición que salva: “Salva el alma presa, salva a la persona que se siente inútil, salva el día que se vive y que nunca se entiende a menos que se escriba. Escribir es buscar entender, reproducir lo irreproducible, y sentir hasta las últimas consecuencias el sentimiento que permanecería apenas vago y sofocante. […] Me acuerdo ahora con saudade del dolor de escribir libros” (Aprendiendo a vivir y otras crónicas, Madrid: Siruela, 2007).

De origen judío, llegó a Brasil a los dos años. A los 19 escribió su primera novela que publicó a los 21, y a partir de entonces, escribir fue el dolor, en medio del inmenso dolor pero además la única manera de vivir para soportarlo y sobrevivir. Por novelas como La pasión según G. H. –antes, fueron Cerca del corazón salvaje (1943), La araña (1946), La ciudad sitiada (1949) y La manzana en la oscuridad (1961)-, se la consideró una de las voces más significativas del tercer modernismo brasileño, la generación del 45. Su obra completa, inclasificable pensando en los géneros e inconfundible en el estilo, consta de veinticinco volúmenes. Murió en Río de Janeiro en el verano de 1977, a los 56 años. Para más datos, véase aquí la exquisita reseña de La araña, por Adriana Astutti, aunque también se podrá navegar por Internet y visitar sitio tras sitio en los que se accede a la exposición de una vida, la de Lispector, nimbada siempre por el misterio, el hermetismo, lo desconocido, el viaje, la fuga, con orgullo –dice- “sin concesiones”. Es raro y paradójico que los calificativos para referirse a su prosa recurran a esta misma gama dado que sus textos son un perpetuo desdoblarse en heterónimos personajes, especialmente las mujeres, que, siempre Clarice, se dejan ver en carne viva, tal el corazón sangrante de las imágenes religiosas de un Cristo resurrecto. La alusión no es arbitraria. La pasión… de Lispector lleva implicada los diferentes relatos teológicos de la Pasión y también todas las Pasiones a las que se diera lugar en el arte. Entre estas últimas, posiblemente la de J. S. Bach, un artista tan sencillo como ella según declara. En especial La pasión según San Mateo cuando, aquietada la marea de lamentos ante la muerte de quien se considera el salvador, un acorde en do menor, dicen los especialistas, alcanza el dolorosísimo estado de plenitud, la sensación de haber llegado al lugar donde se descubre que el dolor tiene sentido y que es, al mismo tiempo, el dolor más intenso y fuente de sobrehumana felicidad. La Pasión según G. H., habla de esto. No, no habla, escribe esto. Lo escribe. Lo desarrolla. Lo desenvuelve. Literalmente. El yo que allí escribe/habla/escribe pide, le pide a alguien –un lector, una pareja, un analista, un amigo, un hijo- no soltar su mano, para poder salir del Infierno/Paraíso. La pasión según G. H. se despliega minuciosamente sobre una vida hasta el centro incandescente de la nada para encontrarse una vida. Pone al descubierto y muestra cómo se llega hasta ese acorde y, también, intenta mostrar cómo se sale, cómo se vuelve del Infierno/Paraíso.

La ¿novela? parece no tener principio ni fin –se abre en una serie de guiones y así vuelve a cerrarse- pero sí una advertencia y un epígrafe. “A los posibles lectores” dice Lispector: “me sentiría contenta si fuese leído sólo por personas de alma ya formada. Aquellas que saben que la aproximación, a lo que quiera que sea, se hace gradual y penosamente” […] “Sólo ellas, entenderán muy lentamente que este libro nada le quita a nadie. A mí, por ejemplo, el personaje G. H. me fue dando poco a poco una alegría difícil, pero alegría al fin”. La advertencia se pronuncia por la afirmativa, de alguna manera, a mi pregunta inicial. Ahora bien, “los posible lectores” sólo después, mucho después de esa primera advertencia comprenderán, también poco a poco, cuál podría ser esa experiencia radical, de transfiguración, la transmutación de la carne y, entonces, recién entonces, la “alegría difícil”. Enseguida, el epígrafe de Bernard Berenson (1865-1959), especialista de arte y autor de Ver y Saber (1953), donde desarrolla una teoría que haría pasar los valores del arte por cierta empatía a través de lo táctil, desbarata cualquier tranquilidad: “A complete life may be one ending in so full identification with the non-self that there is no self t odie”.

Las aproximaciones críticas sobre La pasión…, la contratapa incluso, extracto del prólogo, hablan de una “historia sencilla” alrededor de la presencia de una cucaracha en el cuarto de la criada -que ha sido despedida- de una mujer en un barrio acomodado de Río de Janeiro. Dice el prólogo: “En un momento, G. H. (nunca sabremos el nombre completo de la narradora y protagonista) aplasta a la cucaracha con una puerta, la toma entre sus manos y la devora”. Y si bien el prólogo aclara que las “cavilaciones” de la protagonista, a partir de allí, van en viaje inmóvil, atroz, hacia la pulsión de muerte que finalmente sería pulsión de vida, preferiría haber sido precavida en cuanto que la historia, en realidad, es bien compleja, difícil, dolorosa: la presencia del insecto ancestral, muriendo a lo largo de toda la novela, frente a G. H., escultora, también muriendo mientras se vive, en un cuarto de luz, vacío, blanco, caverna habitada por tres imágenes inscriptas sobre una de las paredes (una mujer, un hombre, un perro), allí, muriendo vuelvo a decir mientras se vive, es donde se produce, se va produciendo, la historia de una pasión, es decir, la transfiguración/transmutación. Es el espacio del gerundio, su posibilidad de proceso siempre inacabado, la única forma lingüística que permite hablar de lo que allí ocurre. No se trata de reflexiones. Nada más lejos. Es más bien el pasar por la escritura, un volver a morir para volver a vivir una pasión, un via crucis, la vía dolorosa. En más de un lugar, La pasión según G. H. -el largo monólogo, la larga carta, un largo poema en prosa, la larga crónica de un proceso interior dividida en 33 parágrafos-, se refiere, alude y describe imágenes, símbolos, íconos, tanto de los Viejos como de los Nuevos Testamentos, los hace jugar en el propio relato, montando los sucesivos escenarios en la incandescencia del cuarto y, a la vez, en el interior de una mujer, hasta llegar a ser un “cuerpo negro”, la absorción de toda la luz y toda la energía que nada puede reflejar. “Voy a crear lo que me pasó. Sólo porque vivir no es narrable. Vivir no es vivible.[…] será más un grafismo que una escritura, pues intento más una reproducción que una expresión”.

El punto clave, sin embargo frente a cualquier otra Pasión, teológicas o las de su representación artística, es aquí el lugar desde donde se produce esta pasión: una mujer abandonada, alguna vez en cinta, que recuerda recorrer cuadras y cuadras mirando sin mirar vidrieras para hacerse a la idea de un aborto, decidido ya, del hijo que todavía lleva consigo. ¿Será un lugar común hablar de escritura femenina en este caso? Podría decirse que se trata de una obviedad. La cuestión es de qué otra manera señalar, marcar, reseñar este texto cuando lo que se narra, la historia bien compleja, es el desarrollo pausado, lento, aterrador, del conocimiento de sí y encontrar, entre las únicas pocas certezas, una mínima conciencia que se reconoce, no puede hacerlo de otra forma, hembra. A través de una experiencia que sólo las hembras pueden atravesar, por sí o por no: sólo las hembras pueden procrear y dar a luz… o abortar. Sólo las hembras de la especie humana pueden ser sometidas a la decisión de abortar desde un nivel racional o intelectual. Lispector ofrece aquí la posibilidad de ver, letra a letra, cómo se arma la historia de una angustia frente a la agonía, una pasión, la pasión de un insecto elegido entre otros insectos cualesquiera. Pero lo ancestral, lo prehistórico, la joya, el brillo, lo facetado irrumpe con la cucaracha. También lo mínimo, lo inferior, el último escalón. En el justo centro del texto apenas se revela, apenas se dice, lo que apenas puede decirse y desde allí vuelve a leerse lo leído. Escritura recursiva, obliga ser vuelta a leer. En el centro de esa incandescencia la historia empezaría a rearmarse… o perderse para siempre: está la mujer, también la cucaracha, se dice “la vez que había estado embarazada”, “atrapada por la cintura”, la mujer, la cucaracha, se dice “aborto”, se pide, se ruega, se le habla a una Madre, otra vez a la cucaracha. Cuando quien lee se queda sin aliento, la narradora dice “Dame tu mano. Porque ya no sé lo que estoy diciendo, creo que lo inventé todo, ¡nada de eso existió! Pero si inventé lo que me pasó ayer -¿quién me garantiza que también no inventé toda mi vida anterior a ayer? Dame tu mano”.

El apartado siguiente que, como todos y cada uno de los pasos que se han venido dando hasta aquí, se inicia con la última frase del parágrafo anterior -repetida, letra por letra, pero entonces diferente-, “dame tu mano: te voy a contar ahora cómo entré en lo que siempre fue mi búsqueda ciega y secreta (…) Lo sé, es desagradable sujetar mi mano. Es desagradable quedar sin aire en esa mina hundida hacia donde te traje sin piedad por ti, pero piedad por mí. Pero juro que te voy a sacar vivo de acá –aunque mienta, aunque niegue lo que mis ojos han visto”. Lo peor, pareciera, ya ha pasado, iniciándose ahora un retorno, un lento volver que no puede ser, de ninguna manera, el estado del principio. Sin embargo, el estado de principio corresponde aquí al de escritura, cuando ya se ha pasado por la pasión, la transfiguración. La vida muerte- fue ayer, se dice, ya se es otra. El retorno en todo caso es la maldición de la escritura que es, a su vez, la única manera de salvarse y recién ahora, en verdad, comienza El lector/a será testigo/mártir de esta otra pasión.

La cosa, la materia, lo neutro, lo atonal, lo inexpresivo. ¿Cómo contar haber entrado y estar siendo en ese estado? ¿Cómo hablar del lugar donde no hay lenguaje, donde sujeto y objeto desaparecen haciéndose sólo núcleo de un “en sí”? Allí, entonces, la protagonista se prepara, y prepara al lector/a, para el cumplimiento del ritual antropofágico: finalmente, sólo al final, come la masa blanca de la cucaracha muriente, para alcanzar el estadio más alto-más bajo, único, inexpresable e intraducible de la pasión. Allí ya no hay palabras. Es la consecución de lo atonal. El yo, detrás de la caída de la máscara de la máscara de la máscara… es otro “perdida de todo lo que se pueda perder y, aun así, ser” […] “la vida me es. La vida me es y no entiendo lo que digo. Y entonces adoro.-------- ”, sin eufemismos y, en rigor, con realismo descarnado, literalmente hablando. La pasión según G. H no es la narrativa de su pasión. La pasión es de Clarice Lispector, no cabe duda. Y allí se cuela la maldición pasión de escribir como la maldición pasión de vivir.

Novela escrita en 1963, publicada en el 64, habría de estar en línea con los narradores varones del boom. Lispector se desmarca, queriéndolo o no, para ser leída hoy otra vez, después de los mejores críticos del Brasil, con una desacostumbrada contundencia en Argentina. Las variadas ediciones -Corregidor, Adriana Hidalgo, El Cuenco de Plata-, las nuevas traducciones de las que ésta, de Mario Cámara, es una excelente muestra junto al prólogo de Gonzalo Aguilar -indiscutible referente de la cultura brasileña entre nosotros-, la explosión de la presencia Lispector en congresos y encuentros académicos, la circulación de las imponentes biografías –la de Nádia Battella Gotlib y la más reciente de Benjamin Moser-, la mención de su nombre, casi siempre, entre los escritores más jóvenes, podría augurar una relectura Lispector, toda Lispector. No sé decir, todavía, cuál será la hipótesis de producción de esta nueva lectura, su clave, pero apuesto por la recuperación vibrante de una emoción radical, la experiencia de ser “reintegración y continuación” (Spinoza subrayado por Lispector), en el testimonio de una imposible existencia trascendente, frente y desde la literatura: un acorde hace tiempo obturado a fuerza de ortopedias disciplinares.


(Actualización diciembre 2010- enero 2011/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646