diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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“El transmisor de radio es un caso particular de transmisor, en el cual el soporte físico de la comunicación son ondas electromagnéticas. El transmisor tiene como función codificar señales ópticas, mecánicas o eléctricas, amplificarlas, y emitirlas como ondas electromagnéticas a través de una antena”.
Esta información seguramente ya la conocen o pueden googlearla como hice yo. Lo que tal vez no sepan es que algunas personas, como Alejandra Saguí, pueden funcionar de una manera parecida a un radiotransmisor y acá voy a explicar por qué.
Mentira. No es tan fácil explicar por qué y es posible que yo no pueda hacerlo. Además, no es necesario explicar por qué, sino, sobre todo, lo necesario es agradecerle a Alejandra Saguí por traernos sus ondas electromagnéticas y pensar algunas cosas a través de ellas.
Para Steve Mac Caffery, la poesía sonora se basa en la vinculación del texto con su energía; entiende que la forma es una energía fija y el poema es “un conjunto de partidas en vez de llegadas”. La poesía de Alejandra es transmisora en ese sentido: está emitiendo sin parar una serie de fragmentos (de palabras, onomatopeyas, enunciados, dichos, canciones, cuentos, etc.) que arman una información nueva cada vez; por eso siempre están saliendo y si bien llegan (acá, en este libro, llegaron una vez), cuando volvemos a leer parece que están saliendo de nuevo. Un poco como esos cuentos de nunca acabar, pero mejor: no te fastidia que no terminen, sino que, al contrario, justamente fascinan porque no se detienen, siempre traen sonidos y referencias.
Si, como dice Voloshinov, todo signo es su referente y además es otra cosa, en la poesía de Saguí, poblada de signos y, sobre todo, de medios-signos, de casi-signos, eso que llega no termina de anclarse, no termina de definirse en un valor, en un único sentido y esa dinámica es su sinergia:
Mirá que hay lugares
pero es como
fruta después del almuerzo:
acá siempre gustó mantenerla
del otro lado de la puerta
o la cortina: escupir, hacer pis
de arribabajo
todo es la misma lluvia
entrar una tras de otra
o la que sola
suele descargar en altavoz:
esto así no puede ser.
Leídos en voz alta, los poemas tienden al exceso, a un flujo sonoro que podría seguir, continuarse, completarse, por la poeta o por quienes los escuchamos y traemos desde ahí nuestros propios referentes: la cortina de la casa de mi abuela, el olor de esa cortina, el ventiluz del baño.
Leídos en el papel, compilados en el libro, atendemos a otros rasgos: nos sorprenden las ausencias, los cortes, los espacios en blanco; también, como explica Mac Caffery: las descomposiciones, las fisuras y las invenciones: la poesía sonora transforma estructuras y las vuelve flujos.
Una alquimia de la sustancia fónica pareciera cocinarse en el libro, salen los vapores entre los versos que proponen codificaciones personales: dobles tildaciones para entender el tono de la persona adulta o de la que da instrucciones en el poema “Cá, si querés filmá”:
Estés el cámpaménto Bueno, dale
dale que me voy
que hace tres cuatro
horas tan armando
Tenémos lá cocína Cortá así vamos
preparando
todo el despelote
(tá chiche bombón)
Hemos émigrádo
cial patio
(una que senojó)
Cál resto
con lá comída
(no es cuestión)
Cál cámpaménto báse
Doble encolumnado para dar cuenta de las interacciones o superposición de voces. Disposición de sangrías para determinar las posiciones de las personas enunciadoras. Cuchitas negras como fondo de contraste para algunos textos que funcionan como separadores o presentadores de nuevas propuestas. Cursivas, sobreacentuaciones, hipersegmentaciones hiposegmentaciones y la lista de recursos que arman el código sigue. Conforman las fuerzas tipográficas, muy bien cuidadas en la edición, las que corren a favor de las fuerzas sonoras, que, en definitiva, son las que ganan terreno.
Y todo esto ¿para qué? preguntarán personas molestas. No me hagan ir ahí
El registro sonoro compone, paralelamente, uno visual, uno que construimos en la memoria individual de cada casa chorizo, frutal de patio o familiar en situación de almuerzo. En este caso, sospechamos, son las imágenes que habitan el universo de la poeta pero sabemos, estamos segurxs, de que podría ser el de muchas personas más. Y ahí está la fuerza transmisora.
Sostenida sobre ese cuerpo que le dio altura, la poeta reúne entre lo disperso la materia de su poesía: una lengua. Continua así algo que había iniciado en su libro anterior: Pareidolias pero con la fuerza que trae una lengua que ya no es creación, esa lengua poética pidgin ahora es una lengua que tiene descendencia, es una lengua criolla.
Claro que, en términos de creación lingüística, podríamos decir que en nuestra literatura tenemos una gran tradición, los recursos de Saguí a veces también son los de la poesía gauchesca; llegan, por supuesto, remasterizados y con los sustratos de los ritmos que la oralidad fue encontrando en la música; cuando la escuchamos, porque estar presentes cuando el cuerpo antena se presenta es lo trascendente, pensamos en el tango –sí, sobre todo en su léxico–, o en el rap –por la velocidad aunque sin rima–. Pero no: es una materia Saguí; es decir: la combinación precisa, y flexible, de información y sustancia con la que Alejandra compone unas realidades por momentos muy graciosas y otro tanto siniestras: unas que son familiares pero también frikis. Pienso en la transmisión que hubiese sintonizado David Lynch una tarde sentado en una vereda de Bahía Blanca, con sus toques oscuros, misteriosos; pero, como también hay ternura, hay irreverencia, pienso en un David Lynch bahiense matcheado con Edward Lear o, mejor, con el Roald Dahl de los Cuentos en verso para niños perversos; pero con los recursos de Hernández y la gimnasia de Venturini.
Esas bibliotecas y aquellas sonotecas podrían activarse en este anillo fonológico que no termina de cerrarse, que deja siempre una determinada reserva de no ordenación, de pequeño despelote con el que nos encontramos y nos sentamos a jugar y a escuchar y a jugar. Gracias, Alejandra, por este equipo de radio transmisión, antena, medio, modulación, no podemos dejar de leerte y escucharte.
(Actualización diciembre 2022 - febrero 2023/ BazarAmericano)