diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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No puedo evitar, al leer este libro, detenerme en las referencias inciertas, o abiertas, de los espacios en los que se despliegan los cuentos. A excepción de Puiggari, el resto de los lugares está exento de nombres propios: no son ciudades, ni pueblos, ni barrios específicos. Indagando en la narrativa contemporánea más actual —sobre todo en la que se está produciendo en distintas ciudades de Entre Ríos y de Santa Fe— me animaría a hacer una diferenciación basada en la representación de los espacios: por un lado, narraciones saturadas de nombres propios, de localismos, por otro, narraciones que permiten ser ubicadas, por lo incierto de sus referencias espaciales, casi en cualquier parte. El lugar en el que estoy cayendo entraría en esta segunda clasificación. En este caso, el tratamiento de lo espacial, a través de un proceso de difuminación, permite disipar la oposición entre, por ejemplo, la singularidad de la playa Nebel de Concordia y la generalidad de cualquier playa que tenga agua marrón y piedras negras, volcánicas, como en el cuento “El destino de los peces”. De este modo, las locaciones quedan relegadas a un segundo plano y el foco está puesto no en un paisaje geográfico sino en un paisaje emocional. Lo incierto de las referencias nos permite “ubicar” los cuentos en ciertos espacios solo por la negativa; así, podemos afirmar, en términos generales, que no son cuentos ambientados, por ejemplo, en grandes ciudades o en zonas rurales.
Cuatro de los seis cuentos están escritos en tercera persona. Solo “Diez inviernos” y el último están en primera. El uso de la tercera persona le permite a la narradora mantenerse a distancia de los lugares y de los personajes, le confiere una libertad espacial; la percepción se expande en ese distanciamiento, permitiéndole observar los escenarios y las acciones donde transcurren los relatos con una visión de mundo transparente, sin interrumpir con su voz lo que está contando. En “Imagine que esto es un corazón” una mujer espera que despierte su esposo en el sanatorio de Puiggari, pero el foco del relato está puesto no en la internación sino en la “aventura” de la mujer con un enfermero peruano en busca de una lata de cerveza. En “Puntos cardinales” un niño aprende la ubicación del Sur, el Norte, el Este y el Oeste subido al techo de la casa, a riesgo de que su padre lo amoneste; el espacio del cuento, si no incurrimos a definirlo por la negativa, puede ser cualquier lugar del mundo: los puntos cardinales son universales. En “El destino de los peces” dos jóvenes amantes vuelven a encontrarse en una playa, de piedras negras, volcánicas, con un lago de agua marrón, como mencioné anteriormente. En “Neptuno” un perro blanco se pierde y Ana, su dueña, lo busca incansablemente por su antiguo barrio, a pesar de haberse mudado al centro; los espacios barrio, centro y playa son, al igual que los otros espacios, extra-territoriales, para nada inmóviles ya que no tienden a la fijeza del nombre propio de un lugar determinado. Otra vez lo espacial se despliega bajo las características de lo universal, y el proceso de difuminación hace que las locaciones queden relegadas a un segundo plano. En el cuento que sigue, “Diez inviernos”, hay una fiesta, hay una casa al lado de otra, hay un vecino que tiene una moto, hay una chica que parece enamorarse de ese vecino; acá la narración está en primera persona, pero la forma del texto hace que, por momentos, parezca narrada en tercera. El tratamiento que se le da a las emociones de los personajes es delicado y se funde con el paisaje: “Guido y Alicia bailan abrazados, en el centro del salón. El aire a su alrededor es liviano, él tiene los ojos cerrados, ella le acaricia la nuca. La luz tiñe de plata sus frentes y narices. La gente abandona sus mesas, deja los platos a la mitad, y también se para a bailar. Mueven las piernas, estiran los brazos, se ríen y dan vueltas como chicos. Guido y Alicia, en cambio, se deslizan serenos, en los bordes de un ritmo interior. Ella le dice algo al oído, él sonríe, la hace girar. Después, miran de reojo a una pareja de extranjeros que baila a un costado suyo con gestos sensuales y exagerados.”
La narradora, como decía, se mantiene a distancia del mundo de los personajes y de los espacios que estos atraviesan; pero ese mantenerse a distancia no significa un tratamiento frío, seco, sino todo lo contrario: gracias a la amplitud de la percepción, puede indagar en los interiores y exteriores que conforman con las acciones y pensamientos de los personajes una especie de paisaje emocional. Ese “distanciamiento” es lo que le permite reparar en hechos y detalles en apariencia minúsculos, cotidianos, pero que tienen la función de revelar una verdad: “Sabe que en el fondo todo se reduce a una cuestión milimétrica, a cosas demasiado pequeñas y precisas para comprenderlas de verdad.”
Quizá la narradora se distancia durante cinco cuentos (incluyo “Diez inviernos” por su carácter impersonal), como si algo estuviera a punto de pasar o venir de las estrellas, con el objetivo de reunir las fuerzas suficientes para acercarse, en el último relato, “El lugar en el que estoy cayendo”, como un meteorito sobre el mundo, desafiando la monotonía cósmica. “Yo era real y me acercaba”. Y más adelante: “De cerca, de realmente cerca, todo era un rompecabezas de puros elementos. Tierra, cemento, agua, madera, cal. Mi vida, fuera de toda ley, se abría un lugar entre las piezas. Vi el humo y las chispas. Vi el lugar que me iba a recibir.” El lugar que la recibe, el lugar en el que está cayendo el meteorito de Galansky, con la fluidez de su estilo terso y flotante, con el envión de un meteorito que se distancia para luego acercarse a toda máquina, ese lugar es un mundo, un mundo con ciudades, playas y barrios, con una naturaleza propia que se manifiesta a través de la presencia constante de animales y plantas. Ya en el principio del primer cuento podemos ver esta presencia de la naturaleza y la indeterminación de los lugares: “Afuera, en alguna parte de esos campos hay ciervos, liebres, quizás jabalíes. Y más allá están los ríos y las rutas, rodeando ciudades a oscuras.”
Sin utilizar recursos de manual, sin una primera persona que se inclina sobre un sentimiento ordinario para observarlo, sin acudir a la facilidad del localismo de primera mano, sin replicar una estructura clásica de principio-desarrollo-fin, los cuentos de Galansky se lucen por sus recursos suspensivos, por la voz narrativa, musical, que fluye en cada frase. Los personajes se articulan con un paisaje bien cuidado a través de acciones en apariencia minúsculas pero que, vistas desde la distancia que toma la narradora, se convierten en una aventura, en un lugar que se abre invitando a descubrirlo. Un paisaje emocional. Así, en “El destino de los peces” los dos personajes, amantes que después de años alejados se vuelven a encontrar, se ven reflejados en dos peces casi muertos que encuentran en una playa, en un balde abandonado. Este hecho parece no tener importancia, pero sobre el final comprendemos que los peces no son un elemento decorativo, sino que cumplen una función determinada dentro del cuento (lo que le otorga un carácter esférico, compacto, sin cabos sueltos: características que fortalecen al cuento corto); al principio la presencia de los peces parece menor, pero con el pasar de las páginas notamos el peso simbólico que cargan:
“Y estos son los cinco peces, tres todavía nadan confundidos, sin alejarse demasiado de donde los soltaron Manuel y Lucía. Claro que ellos no conocen esos nombres, y solo vieron dos siluetas alargadas y oscuras a través del agua. Uno de ellos se mueve muy despacio. Va a ir quedándose quieto de a poco y va a amanecer flotando en la orilla. Otro, no va a tardar en encontrar su camino de vuelta hasta lo hondo del lago, en donde va a vivir muchos años, escondido de las redes y las cañas. Al tercero lo van a volver a pescar en unos pocos días, y esta vez sí va a haber alguien que enseguida le dé un golpe seco contra las piedras.
El rastro de los otros dos, pequeño cardumen de secretos, desaparece esa misma noche. Su destino es tan misterioso como el de los pescadores arrepentidos, o distraídos, que los dejaron en el balde.”
(Actualización mayo – junio 2022/ BazarAmericano)