diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Colaboran en este número

Matías Moscardi
/  Osvaldo Aguirre

Carlos Ríos
/  Ana Porrúa

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Ulises Cremonte
/  Antonio Carlos Santos

Julio Schvartzman
/  Federico Leguizamón

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Julieta Novelli
/  María Eugenia López

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Diseño

Matías Moscardi

Rocky for ever
Es lo que hay, de Marcelo Díaz, 17 grises editora, colección "Literal/texturas", Bahía Blanca, 2010.

En las obras reeditadas, en ese recorte sobre el cúmulo de textos de una época determinada, puede leerse la voluntad de ordenar el presente en un trayecto de lectura hacia el pasado. La reedición constituye, en este sentido, un momento de apertura, de entrada en “los nuevos Clásicos”.

Precisamente, ahí están, como figuras de colección, en una misma repisa: Poesía civil, de Sergio Raimondi (reeditado por 17 grises en 2010), La zanjita, de Juan Desiderio (reeditado por Vox junto con Barrio trucho y El asesino de dios en 2007), Agua negra, de Martín Rodríguez (reeditado por Gog y Magog en 2009), Hacer sapito, de Verónica Viola Fisher (Gog y Magog, 2005) Segovia, de Daniel Durand (en El Estado y él se amaron, editado por Mansalva en 2006) y las casi Obras Completas de Fabián Casas (Emecé, 2010), José Villa (Gog y Magog, 2007) y Darío Rojo (Gog y Magog, 2009).

Es lo que hay (Berreta + Diesel 6002 + Laspada), de Marcelo Díaz, publicado por la editorial 17 grises, de Bahía Blanca, viene a sumarse a esta serie de textos clave de los noventa. Serie que, desde el vamos, es parcial.

La poesía de Marcelo Díaz tiene, sin exagerar, la potencia de Rocky Balboa. Es lo que hay reúne sus tres libros publicados hasta el momento, libros que, como Rocky, entrenan su pulso de combate contra un costal de carne cruda o trotando bajo la nieve, como un perro helado que ladra para entrar en calor. Digamos: nada los detiene, nada los saca de la cancha, ni la adversidad, ni el clima de época; son invencibles y se escuchan, todavía hoy, casi diez años después, como un disco punk a todo volumen.

Es lo que hay no deja dudas: la poesía aparece como imposibilidad de otra cosa, nunca como resignación. Por el contrario: hay el culto del aguante, de la resistencia; no la opción alienante, sino la elección, la voluntad: la poesía como el jarrito azul de tapergüer que usa el “negro Díaz”, en un poema, para apagar los chorizos quemados.

Saldo o resto: no la estatua terminada, sino lo que hay que quitar para darle forma. El acto poético no es un resultado: es lo que hay que sacar para llegar al resultado. Con esos materiales desechados se hace el poema, siempre con una especie de esplendor opacado, como leemos en la serie del Cisne de cemento que abre Berreta: “A su derecha se amontona la chatarra/ que el óxido corroe/ a su izquierda la maleza invade/ los bordes del camino./ Privado de grandeza, conserva, pese a todo,/ un aire digno, cierto estilo,/ entre flemático y banal,/ para disolverse en la intrascendencia”.

En Laspada, la patada en bruto se vuelve técnica, decisión formal, adecuación o respuesta a las necesidades de un contexto en continuo cambio, como en un partido de fútbol. A Laspada no le importa el resultado, le importa dejar la vida en la cancha; entonces la poesía asoma precisamente ahí, en su tracción de épica contemporánea, en la afirmación de la actitud de combate por sobre triunfo o el fracaso: “Día tras día,/ semana tras semana,/ mes tras mes y los noventa/ minutos completos que dura el cotejo,/ el Pelado Laspada roe con tenacidad/ el hueso de su torpeza:// marca/ rasca/ muerde/ traba”. Digamos: también hay algo de escritor en Laspada, en su insistencia rústica, algo que tiene que ver con el moldeo de un material que no se deja moldear (la pelota, el poema: la pelota es el poema).

En Diesel 6002, por ejemplo, el Saber se vuelve, otra vez, impulso, acto de amor: “paso firme, desesperación & deber” como el mantra de una mujer que escapa de un psiquiátrico y se roba una locomotora para ir a ver a su novio. Porque en cada centro de atención de la mirada palpita el acto poético en toda su amplitud simbólica: una enamorada que se roba un tren es, más allá de la anécdota, una forma de escribir.

En todos los casos hay una incursión en la herrumbre, en objetos curtidos por el tiempo (estatua, tren, pelota gastada). No en la ruina romántica, mejor: en lo que está a punto de derrumbarse, en la ruina antes de su devenir literario; en el minuto final de un partido que se sabe perdido; en lo que no resplandece, el cemento, el jardín familiar abandonado, en una noche fría sin destellos en donde se cruzan un comic de mutantes y un patrullero que circula, “otorgando a la noche/ su cuota de terror”.

Los textos que componen Es lo que hay pueden leerse, también, como una misma operatoria de lectura, que arranca con Berreta. En este sentido, “berreta” no es un objeto, es una práctica de lectura, de reciclaje de la tradición: Baudelaire, Darío, Wallace Stevens, Enrique Lihn, el objetivismo, lo contemporáneo, todo en clave berreta, cifrada como la cruza de lo alto con lo bajo, Roberto Galán y Osvaldo Lamborghini, Valeria Mazza y Apollinaire, Maradona y Camus, Palito Ortega y Góngora.

Por último, hay algo que quisiera contar: una vez, en un viaje a Bahía Blanca, Marcelo Díaz me llevó a conocer la ciudad. Recuerdo que fuimos a un lugar clausurado. Se llamaba nada más y nada menos que “El Castillo”: un edificio colosal a punto de caerse pero que, sin embargo, seguía de pie. Como una ola enorme que amaga pero no se desmorona nunca. Hicimos caso omiso de las cintas que prohibían el paso y nos metimos. Era como estar en la fábrica de chocolates de Willy Wonka, salvo que se trataba de una vieja usina ferroviaria. Desde la cima se veía Bahía y sus alrededores. Cada vez que releo la poesía de Marcelo Díaz, no puedo dejar de relacionarla con esa escena, y en especial con ese lugar vertiginoso, siempre al borde, a punto de caerse, pero no.

 

 

(Actualización agosto-septiembre 2010/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646