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Una genealogía de las pequeñas cosas

Lucas Nicolás Quiroga

Una genealogía de las pequeñas cosas

Sobre:

Una forma de llegar al futuro, de Santiago Venturini, Buenos Aires, Gog&Magog, 2022


El deseo de la escritura se conecta al de la lectura; siempre que exista un poema, habrá una duplicación y un sentimiento. Una forma de llegar al futuro presenta múltiples tópicos desde los cuales es posible partir. Uno puede ser el siguiente: la retórica del lenguaje se asienta en lo doméstico y la extimidad, pero va más allá, los paisajes desdibujados por el motor diario de la costumbre son develados por el yo poético a través de una lengua depurada, atenta a detalles que todo lo ve y lo conmueve. Bajo ese precepto, la poética de Venturini, como un koan zen, presenta en sus versos una genealogía de las pequeñas cosas: tanto una pechuga de pollo pudriéndose en la basura como la pupila clavada en el pixel del celular son, además de fragmentos de versos, una forma de abordar parte de la módica vivencia cotidiana a la que se refiere Carlos Battilana en la contratapa; una alternativa que propone un ejercicio de inflexión sentimental.

El punto iconográfico en Venturini se traza en función de una mirada que atiende a los pequeños detalles, como si las cosas no fueran necesariamente cosas, sino parcelas de vida que despiertan una narrativa coral en su conjunto. Es sobre este terreno que el poeta asienta su mirada, sin escindir incluso la totalidad del libro mismo. Pienso, entonces, en dos detalles. Al primero le corresponde una lectura y una dialéctica. Al segundo, la experiencia en función de la lectura y la técnica de composición.

Me permito, entonces, una cita de Elina Montes, al igual que los mejores poemas de Plath, en algunos momentos de Venturini hay un ejercicio de concordancia a partir de un espacio redefinido por la voz enunciadora, que “elige objetos desestimados o menospreciados por la estética consagrada y los resignifica en las asociaciones detonadas por las secuencias de los versos”. Los poemas se presentan bajo un ritmo interno en donde la confidencia y la expresión son construcciones que atienden a estos “cuerpos que ascienden para seguir la curva de su caída”, sean por la inercia propia del ritmo situacional, la calle, el internet, o el amor mismo que atraviesa un síntoma particular en nuestra historia:


toda la semana rumiando algo

tu cabeza de vaca por las veredas

moviéndose entre autos

que eran el futuro de los noventa

ahora que dejaste de pastar

en tu cama matrimonial sin matrimonio

qué vas a hacer

las fotos viejas son los restos

de una civilización perdida (…)

 

O por ejemplo:

 

tengo una mesa de madera

y cuatro sillas por si llegan invitados.

mi idea de futuro era otra

pero no tan diferente.

todavía me doy ciertos lujos:

hay una tarta en el horno de mi cocina alquilada,

puedo prender y apagar todas las luces de esta casa

y algunas noches alguien que

nunca voy a conocer me besa y me toca

en una cama doble.

Lo más triste de la edad

pero lo más sereno de la edad

es que uno espera cada vez

menos milagros

 

 Es también acá donde podemos trazar esa genealogía como un decálogo propio del siglo veintiuno. En consecuencia, es imposible escindir lo personal de lo colectivo, como si en la totalidad de lo develado, el yo poético diera cuenta de un síntoma particular de una generación, presente y futura: los tópicos se inscriben así en las imágenes como en el material que se registra en ellas. Esta particularidad atiende a un stock de las emociones que se encuentran en correspondencia a una oscilación de la lengua, y que se resuelve en la frescura propia de un trabajo decoroso que permite ingresar al deseo, las pequeñas pugnas personales y sus detrimentos de manera despojada sin privarse de la contundencia, hay así, una nueva reinvención del espacio, exterior e interior.

En el segundo aspecto mencionado previamente, el poeta propone atender a cualidades que hacen de la lectura una experiencia. Una forma de llegar al futuro orada un tópico que permite pensar a los poemas como una especie de novela coral. Este detalle se significa, por ejemplo, en el hecho de las ausencias de los nombres de los poemas, la ausencia de mayúsculas en los inicios de algunos de ellos, en la ausencia de los puntos en el final, incluso en la experiencia misma de lectura una vez abierto el libro, es así que no sabemos por momentos cuándo termina un poema y cuándo empieza el siguiente. Este también resulta ser un movimiento crucial: una lectura continua y articulada por una voz que hilvana todo lo posible. Como escribe A. Ginsberg: “No hay ninguna esperanza en la escritura a menos que pueda reunir muchos pequeños detalles, pequeños corales que se van acumulando, una isla en lenta formación”. Ah, construir todo un universo poético de detalles, eso logró Venturini.

Mayo • Agosto 2025

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