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Por una política de la enunciación poética y crítica

Ana Porrúa

Por una política de la enunciación poética y crítica

Sobre:

Conviver, aleitar, costurar. Políticas da maternagem e dos cuidados na poesia latino-americana contemporânea, de Luciana di Leone, Rio de Janeiro, 7Letras, 2025

Hay libros de crítica que abordan un tema, un problema y hay otros que muestran, exhiben un modo de leer. Conviver, aleitar, costurar. Políticas da maternagem e dos cuidados na poesia latino-americana contemporânea de Luciana di Leone, hace las dos cosas y por eso es, a mi modo de ver, un libro de una potencia peculiar, necesaria. El modo de leer es, en este caso, un posición política y ética frente al objeto de estudio porque instala, ya en “Ler nas dobras (uma introdução)”, el sesgo crítico: parcial, dirá di Leone en la línea de Donna Harawey y Sara Harding, una encrucijada, un clivaje a partir del cual piensa el mundo. Esto supone despejar la cuestión de la propia maternidad, que está allí siempre puntuando las lecturas, más que como identidad, como experiencia. Porque, agrega di Leone, importan las estructuras políticas de sentimientos, las expectativas que una sociedad tiene sobre una madre, o sobre el ejercicio de maternar y, sobre todo, porque “maternar e suas figurações são dispositivos de experimentação, leitura e fabulação ou fantasia que me interessa analizar”.

Por supuesto que lo que Conviver, aleitar, costurar lee en los poemas no es el tema, no es el tema de la maternidad, del parto, el nacimiento de lxs hijxs, de los cuidados, sino posiciones, modos de enunciación que escenifican, performan la dimensión relacional y política del maternar. En cada caso, esa dimensión relacional está en contra de las posturas esencialistas, naturalizantes y dialoga con los debates históricos y las intervenciones contemporáneas del feminismo. La posición se mueve una y otra vez: no es LA MADRE como entidad universal, no se trata de la experiencia de la maternidad como el punto más alto de la identidad de las mujeres, sino del replanteo de las distancias entre cuerpos, identidades, de una subjetividad abierta.

El libro tiene cuatro partes, las tres del título y la no mencionada allí, en la tapa, “Abortar (interromper para continuar)”. La secuencia es, de este modo: conviver, aleitar, costurar, abortar. Y cada una de estas instancias se lee a partir de poemas de poetas latinoamericanas, argentinas, brasileñas, peruanas, chilenas, ecuatorianas, puertorriqueñas. Si hablamos de los libros centrales que serán interrogados por Luciana hay que mencionar Madre soltera, de Marina Yuszkzuk; Colecho, de Noe Vera; mamushkas, de Roberta Iannamico; Cuerpo, de María Auxiliadora Alvarez; Bagagem, de Adelia Prado; Ano novo, de Leila Danziger, Diario de una costurera proletaria, de Victoria Guerrero Peirano; Las horas extra, de Mara Pastor; Lundu, de tatiana nascimento, Lu Menezes. Y más.

Y acá retomo una palabra, un término que usa Luciana: escena. Porque cada una de las partes articuladas con verbos en infinitivo (listos para ser conjugados de distintos modos) abre con una escena. Cada vez, esta escena arma el lugar de enunciación de quien lee, la figura de Luciana como lectora crítica. No es casualidad, que la primera escena sea la de el cuerpo propio, cansado, la de un cuerpo que debe detenerse ante la posibilidad de interrupción de un embarazo:

 

Em junho de 2017, depois de certo esforço empurrando

um carrinho cheio de livros recém-catalogados

desde a biblioteca central da Faculdade de Letras da UFRJ

até o acervo do Departamento de Ciência da Literatura, a

minha rotina teve que parar. Tive que interromper as aulas

de Teoria Literária, interromper as idas ao Fundão, interromper

a frequência nas reuniões e na organização do dia

a dia da universidade. Eu estava chefe de departamento na

época. E empurrei o carrinho pesado de livros por longos

metros. Precisei interromper a rotina porque esse corpo,

que chamo de meu embora saiba muito bem que não é uma

posse e que é tudo vazado, estava querendo expulsar algo

que eu não queria que fosse expulso.

 

Es Luciana di Leone la que arrastra un carrito pesado con libros en la universidad  y siente ese límite: también se escribe desde ahí, desde el vaciamiento o desde su posibilidad. O mejor: desde la fuga, con la que ella misma asocia la memoria, la convivencia, la familia, la casa. La decisión de di Leone es leer desde lo perforado, desde la intermitencia de la pérdida (o desde la intermitencia en la pérdida) y no desde lo que permanece, desde lo cerrado, compacto, de sentidos certeros. Así,  lo que lee en Madre soltera de Yuszkzuk y en Colecho de Noe Vera es la imposibilidad de fijar figuras de madre e hijx, abriendo en cambio “uma pergunta pela alteração, pela relação” que hace pie en una economía no productiva, ajena a los sistemas de producción económica y de sentido habituales, de la experiencia de maternar.

La primera escena tiene la forma redonda y a la vez interrumpida de la narración y se enlaza con otra de un sueño propio —el de la casa de infancia que se llena de agua— que repicará en el sueño de un poema de Madre soltera: así se ve armando el hilo de las lecturas. Y digo el hilo porque el modo de leer de di Leone es el de tirar de una punta no para descubrir su origen o para aislarla sino para exhibir, poner sobre la mesa una trama siempre compleja, tensada por otras lecturas, por la historia política, por la antropología.

Hay otras escenas que se reconstruyen a partir de la lectura. Por ejemplo, en la segunda parte del libro, “Aleitar” (un verbo que en Argentina al menos hegemoniza un sinónimo que es claramente otra cosa, amamantar, o dar el pecho) el inicio es una noticia leída durante la pandemia de covid, en Página/12, la del descubrimiento de un centro de detención clandestino de los 70, en la calle Bacacay, en la ciudad de Buenos Aires. Ahí aparece una primera división del testimonio, de la reconstrucción documental buscada por la justicia con el relato de una de las detenidas, Emma Le Bozec. Un testimonio de doble vía, el que le permite a la CONADEP reconstruir el plano del centro de detención y la mención de un episodio asociado al dolor de senos de Ema Le Bozec, que estaba amamantando. Ella recordó que ante la solicitud de sacarse la leche por el dolor, los torturadores la llamaron “vaquita” y preguntaron quién “puede ordeñarla”. La memoria del dolor y de la leche le permiten a di Leone revisar las figuraciones de la mujer y de la experiencia de maternar desde otros ángulos; el testimonio se perfora, se trama de afectos y afecciones y aparece un lugar de enunciación diverso. La animalización también se da vuelta en un poema de Adelia Prado, es el modo de pasaje, como la leche, hacia otros mundos posibles. Y acá vemos en acción el modo de leer que propone a los poemas como pequeñas máquinas epistemológicas -blandas agregaría yo, “imprecisas pero llenas de conexiones”, dirá Luciana- que traen a la superficie todos los sentidos y van hacia el pasado, el presente y el futuro.  Porque di Leone pone el ojo en los sentidos estereotipados y en esos que abren la fabulación. Incluso cuando se vuelve sobre algunas escenas de la historia. Por ejemplo, en el apartado titulado “Costurar” la escena está tomada de un libro de la historiadora Glaucia Fraccaro que consigna, al hablar de la participación de las mujeres en las luchas sindicales, la de una obrera textil llamada Rodolphina Augusta en una asamblea  de los años 30 en San Pablo que interviene leyendo un poema. Nada sabemos sobre ese poema, ni su título, ni su autoría y Luciana especula, imagina posibilidades; es decir, especula –la lectura también tiene que tomar estos riesgos– y fabula, fantasea. Entonces, el poema que leyó Rodolphina puede ser uno de Jorge de Lima, u otro anónimo que salió algunos años antes en A Plebe y también podría ser un poema propio. En la pequeña historia Luciana lee lo que se fuga para el ojo de la Historia: el lugar que viene a ocupar la poesía; la relación móvil del poema con lo público, con el trabajo y lo político. Porque el poema está siempre situado y la lectura relacional de di Leone es, siempre, una lectura situada. Luego, tira de ese poema fantasma, como antes tiró de la leche, de la sangre, y da lugar a otra lectura, la de Diario de una costurera proletaria, de Victoria Guerrero Peirano para repensar el testimonio (1). El libro de Guerrero Peirano incluye una sección con un poema-collage hecho de imágenes y citas, recortes de testimonios. Pero antes están los poemas del “Levantamiento de las veinte mil” que dan voz a esas obreras textiles quemadas en el incendio de la fábrica Triangle en Nueva York en 1911, que también habían participado de la gran huelga de 1909.  

Luciana di Leone va de la historia al poema y planta preguntas abiertas: ¿Cuál es la relación de un poema con la militancia y las luchas sindicales? ¿Tiene que ver con la búsqueda de otra lengua para decir algo? ¿Con la censura? Las preguntas suenan antiguas pero me parece muy relevante volver a hacerlas, no dejarlas de lado. Porque habilitan (en su precisión cada vez más situada) nuevas formas de leer. Así, una de las respuestas es que la poesía permite no la denuncia, no el testimonio sino, justamente, tener una voz; la poesía es la condición de posibilidad para imaginar voces y darles cuerpo. No para dar voz a quienes no la tienen –una de las respuestas clásicas de la literatura política– sino para imaginar/ fabular sus texturas y tonos. El poema es un dispositivo epistemológico que habilita enunciaciones y que escucha tonos, ritmos, porque es también, como dice di Leone, una zona de experimentación. El poema y la lectura forman parte de una epistemología sensible, de lo sensible.

En el último capítulo, “Abortar (interromper para continuar)”, retorna la aparición del poema en los avatares políticos: este es el caso del poema de Gabriela Mistral utilizado por la derecha conservadora en el debate por la Ley del aborto libre y gratuito en la cámara de diputados de la Argentina, del texto previo de un ex funcionario, Esteban Bullrich que publica un poema repleto de clisés sobre la concepción y la maternidad y también de la antología Martes verdes, que recupera los poemas que se leían en espacios públicos, los martes y los jueves, mientras se discutía la ley de aborto. Lo que revisa en este caso di Leone es la asociación entre el poema y lo público que, en los primeros casos tendrá que ver con una Mistral domesticada (la que entraría en la antología que no le interesa a di Leone: la de los poemas con madres, la de la oda maternal e íntima) y con una voz omnisciente, autónoma y retrógrada en el tradicional poema de Bullrich, cuando habla el feto. En esta trama, la de la disputa, se leen los poemas de Martes verdes, como derecho a la enunciación. Esta última antología se aborda, no por su valor literario (nunca entra desde ahí di Leone, por otra parte) sino como el tejido de formas de convivir, de estar juntas.

Lo colectivo, la experiencia de maternar como experiencia colectiva, atravesada por el trabajo, la economía, la política, la raza es la trama que vuelve a armar una y otra vez Conviver, aleitar, costurar.  En este sentido lee los distintos repartos de lo sensible, los lugares de los cuerpos, las estrategias relacionales, lo visible y lo invisible o invisibilizado. Pero además, la crítica forma parte de ese reparto, vuelve a buscar un lugar de intervención. Por eso, ya en el inicio del libro cuando lee un cartel en una de las marchas feministas, aquél tan conocido que dice “Maternar es un gesto político y no una imposición biológica”, sabe que lo mismo podría decirse de la poesía que está leyendo  y agrega la propia práctica a esta secuencia: “Politizar a maternidade e politizar a poesia e a crítica da poesía”. Celebro eso y cierro con un deseo: que Conviver, aleitar, costurar (2025) y ya que estamos Poesia e escolhas afetivas: escrita e edição de poesia contemporânea (2014), otro libro enorme de di Leone, se traduzcan y se publiquen en Argentina porque nos interpelan y porque enseñan modos de la crítica que son pura ganancia sensible.

 


(1)  El libro fue traducido recientemente como actividad del Laboratório da Palavra (PACC Letras/ Universidade Federal do Rio de Janeiro). Se trata de una traducción colectiva firmada por  Amanda Victória Lopes, Caju Lopes, Eduarda Rocha, Juliana Monteiro, Laís Lima da Cruz, Lays Gabrielle, Luciana di Leone y Mabel Boechat

Septiembre • Noviembre 2025

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