top of page

La entrada y salida de la Villa de Regina Cellino

Cristian Molina

La entrada y salida de la Villa de Regina Cellino

Sobre:

La villa. Entre el espectáculo y lo real, de Regina Cellino, Rosario, HYA Ediciones, 2024

¿Qué pasa cuando damos con un libro que nos hubiera gustado escribir? No se trata solo de la fascinación que se produce ante uno cuya lectura nos cambia la vida o, al menos, cierta percepción, sino ante uno que, además, hubiéramos querido gestar, procesar y experimentar en la materialidad de su composición y después también salir transformadxs. Por supuesto que los universales no existen, pero si como plantea Goethe, siempre se presentan, de todos modos, en cualquier trazo particular, puedo decir que lo primero que se piensa ante una pregunta tan limitada es que, a pesar de tener ese deseo, también se constata que nunca lo hubiera podido hacer y, afortunadamente, porque ahora lo podemos leer tal y como se materializó.

Regina escribió un libro de la villa a partir del cual entra y sale de ella. Digo de la villa y no sobre la villa, porque esta se convierte en una protagonista que trae, desde el inicio hasta el final, una materialidad que queda incrustada en la escritura. Es un libro más que la villa escribió, tal como las ficciones de las que se ocupa. Se podría pensar, como sostiene Gabriela Milone, que estamos ante una ficción crítica que, a pesar de la limitación inevitable de las palabras ante las cosas, nos pone frente a algo de la materia encarnada en la villa que no podemos dejar de leer y advertir: están las tomas aéreas de los medios técnicos que recorren la lectura de punta a punta, con las lamparitas aireanas que imitan las líneas de nazca; están las voces y la cumbia de las crónicas de Alarcón, o los olores “sin síntesis” y villeros de Lisitra, como efecto del “hedor que despiden los basureros, los cuerpos enfermos, la contaminación del Riachuelo, la mugre que se acumula por doquier”, pero también están la imágenes mediatizadas de la comunidad festiva y contracultural de la Villa el Poso, de Cabezón Cámara; y desde allí, la lengua tumbera de los okupas de Bruno Stagnaro, o la mole en ruinas de Elefante Blanco como materialización del fracaso del Estado, o las figuras que desplazan a los personajes centrales a partir de la ambivalentes reivindicaciones de representación político-cultural de la película Estrellas, de León y Martínez o las comunidades de gestos y rostros  de niñxs, expresidiarixs, trabajadorxs y cartonerxs que desbaratan los clisés en la filmografía de César González.

Es una materialidad de sujetos, cosas, olores, visiones y voces a partir de imágenes (mediáticas, textuales, cinematográficas) sobre las cuales el libro se concentra en los dispositivos y tensiones de su efectuación. Porque si, como sostiene  Emmanuelle Coccia, la imagen es una configuración de lo sensible; a partir de Rancière, Regina desbarata la tradicional dicotomía platónica de imágenes versus palabras y se concentra en el dispositivo de exhibición que estas portan desde, de y sobre la villa con sus potencialidades políticas bien diversas. De este modo cruza lenguajes: de los medios en la literatura, en el cine, en las series y de la villa como un territorio abierto a una multiplicidad que, desde las artes, desbarata la sobre-exposición mediatizada que se construye sobre ella y la re-precariza como parte del mismo dispositivo de poder capitalista.

Si esto forma un estar en común de las materialidades que lee y mira Regina, es interesante, de todos modos, notar una cuestión que me impacta en su tratamiento. Es la tensión entre la comunidad de los materiales que lee con la singularidad de las prácticas en las que se detiene. Regina cuenta cómo la literatura, el cine y los medios arman dispositivos heteróclitos en los que se presenta la villa, por momentos desde la comunidad de los imaginarios culturales, pero siempre desde una lectura atenta a las diferencias y proximidades entre lo escrito y lo filmado. Una tensión difícil de mantener sin caer en las especificidades disciplinares o en su disolución como extremos dicotómicos sin alternativa que, afortunadamente, sortea.

Si el libro entra por la literatura, pasa por las series y la televisión y termina en el cine, lo hace, no obstante, a partir de relaciones chisporroteantes que sorprenden y arremeten con lo imprevisible de su constelación. Así, Auerbach se encuentra con Didi-Huberman a partir del concepto de figura, pero también, el magma de imágenes anuda los programas televisivos Policías en acción con Gran Germano, y antes con El otro lado, y después con las películas 21 Barracas, El Bonaerense, o con la novela La 31 de Ariel Magnus, o con la obra de teatro y luego película Los posibles; pero también encuentra a Passolini con González y Campusano, entre y a través de los tiempos e, incluso, antes con las marginalidades poéticas y cronicadas de Raúl González Tuñón. Me interesan esas relaciones que, según Auerbach, son la base de la construcción que toda perspectiva debe realizar como operación crítica y que, luego, María Teresa Gramuglio propondrá como herramientas de lectura que conectan series en tanto especulación y no como constatación positivista. Es decir, Regina arma relaciones especulativas sin necesidad de justificarlas desde aparatos conceptuales coloniales de original, copia, fuente y receptor, o de repeticiones por antecedentes o predecesores, o de intertextualidad, sino con lo que tiene sobre la mesa de trabajo, como plantea Raúl Antelo en Archifilologías latinoamericanas para proponer un modelo de crítica que no explora un archivo de imágenes dado de antemano, sino que lo hace emerger producto del acto creativo de la crítica en el que encuentra su justificación. De esta manera, Regina hace comparecer un archivo cultural –y propio– de la villa ante nosotrxs.

Esas imágenes y sus relaciones, por otro lado, no homologan y aplanan en un esencialismo común, sino que apelan a un estar en común dado por la escritura que monta y desmonta tiempos, espacios, cuerpos, objetos, percepciones, procedimientos, imaginarios, contextos y prácticas. Montaje: puesta en común. Desmontaje: señalar la singular. Dos operaciones que Didi-Huberman propone, pero que Regina, además, desplaza hacia los territorios materiales del mundo. Y desde ahí entra y sale de la villa.

Entra por la literatura, como dijimos, y desde la posición del letrado y el escritor, generalmente de clase media, que va a los márgenes para escribir sobre ellos. No necesariamente en operaciones de representación, sino de contacto con una otredad ante la cual toma diferentes posiciones para disponer un relato.  Luego sigue con las series y programas que usan a lxs villerxs –en el sentido de Ludmer respecto de la gauchesca– a partir de la actuación de voces y cuerpos que los interpretan, y termina con la toma del arte y de la cultura por los propios villerxs como reivindicaciones, a veces ambivalentes, de ser agentes –y no una mera temática a interpretar– desde su singularidad en las prácticas culturales.

Por eso, mientras leía el libro, no podía evitar recordar dos acontecimientos. El primero, cuando en 2021, en el marco del FIPR se presentó la propuesta de Poesía en las orillas, donde interesaba escuchar y traer a colación esas emergencias culturales en las que Regina intervino en un conversatorio con Lucía Tennina. Allí, Regina ya presentaba las operaciones de César González que se ponían en constelación con las de Mara Oviedo y el Colo Romaguera, además de con Sergio Vaz, desde las favelas de Brasil. Lo que rondaba en esas conversaciones era hasta qué punto estas nuevas escrituras y prácticas venían a reconfigurar de manera radical no solo las maneras en que podemos hacer y pensar la poesía, sino, también los valores demasiado modernos y posmodernos que circulaban en una ficticia neutralidad desde un arte ideado tradicionalmente por elites culturales a las que, pocas veces, y aunque no siempre de manera tan menor, accedieron los sectores subalternos. Y aquí aparece algo que ahora, con el libro enfrente, no dejo de especular para complejizar esa inquietud fascinante con la que nos encontrábamos en ese conversatorio.

Por eso, segundo, se hizo evidente que tanto en El discurso criollista en la formación de la Argentina moderna (1988), o en los abordajes sobre Arlt (“Silvio Astier, lector de folletines” 1987; “Roberto Arlt. Los siete locos, Los lanzallamas” 1978; “La fantasía y lo fantástico en Roberto Arlt” 1963) Adolfo Prieto definió cómo los letrados tomaban las voces y saberes populares para componer su ficción y, luego, cómo los subalternos y Arlt toman la literatura, reconvirtiendo y discutiendo valoraciones consolidadas. Pero en medio de estas publicaciones, Prieto había escrito un texto como Literatura y subdesarrollo (1969), donde señalaba que lo que rompía con el satelitalismo cultural argentino respecto de la metrópolis europea y permitía competir en pie de igualdad con ella, era la clase media, sus consumos culturales, pero también sus escritores. Me pregunto, ahora, a partir del libro de Regina, si no estamos ya, ante la emergencia de un cambio tan radical desde lo socio-cultural como ese que identificaba Prieto en relación con la clase media en el S XX. Es decir, si la potencialidad de la toma de la literatura, la televisión y el cine por la villa y lxs villerxs con el que cierra el libro (César Gonzáles es poeta, filósofo y cineasta), y se sale de la villa porque definitivamente esta cooptada en la cultura, si podrá, entonces, redefinir y reconfigurar las valoraciones y las prácticas culturales con la misma potencia. Me lo pregunto, insisto, en un momento donde cualquier atisbo de subalternidad es puesto a jugar en una maquinaria de abandono, persecución, censura y destrucción por parte de las instituciones estatales ajustadoras y neoconservadoras, pero que replica lo que durante mucho tiempo hizo el campo cultural desde los ‘90, por prurito y resistencia a tomar en serio producciones, valoraciones y emergencias que no proviniesen de sectores de clase media o alta, restándole valor y proponiendo la neutralidad o la disociación entre lo social, lo político y lo artístico como aparato de lectura. Es decir, si en este momento, es posible que la literatura y el cine haga lo que el Estado no: la emancipación de los subalternos a partir de la transformación de los códigos instituidos de las prácticas artísticas hegemonizados desde la clase media hacia otro mundo posible. O si, en realidad, lo que se pone en juego es la comparecencia de una parcela de humanidad excluida de la escritura y el cine, a los que toma por asalto para multiplicar los sentidos de lo cultural sin pretensiones de hegemonía, pero con la fuerza transformadora de lo vivo, de todos modos.

Una fuerza que Regina Cellino conoce y que puso en juego a lo largo de todo un camino durante la escritura de este libro que hoy presentamos aquí. Porque fue una investigación muy resistida, cuestionada, conflictuada por diversas perspectivas y saberes de cuerpos que no podían comprender, por un lado, la emergencia de una materialidad subalterna en la cultura, pero, por el otro, tampoco las operaciones –y el interés y deseo– que Regina estaba poniendo en juego en su lectura, acompañada por la generosidad de Sandra Contreras. Y, sin embargo, a pesar de esos momentos cooptados por las pasiones tristes de la academia, Regina, con la fuerza de lo vivo –y dos niñxs en el camino– resistió cualquier embestida y no solo entró y salió, sino que nos acercó a la multiplicación de una potencia imaginaria con un libro que, desde ahora, cada vez que alguien escriba de la villa, no podrá ser ignorado.

Mayo • Agosto 2025

bottom of page