Sobre:
Poesía estructurada, de Cecilia Pavón, Buenos Aires, Vinilo, 2025
«(...) la poesía está en el amor a las cosas y eso es algo muy difícil de explicar»
Cecilia Pavón. “Once Sur”
¿Qué pasaría si entrás a un bar y te encontrás con una libreta de anotaciones olvidada en la mesa? ¿Abrirla sería el equivalente a desenterrar un pequeño tesoro? ¿Espiar la intimidad ajena nos convertiría en algo así como un lector voyeur? ¿Mirar sus hojas se asemejaría a la sensación de observar por el agujerito de la puerta o quizá tendría más relación con la idea de escuchar una conversación que no nos incumbe detrás de una pared? ¿Seríamos capaces de construir un rostro en nuestra imaginación que le haga juicio a lo que encontremos? Leer Poesía estructurada se siente exactamente así, igual que mirar a escondidas, sin permiso, el cuaderno que algún extraño se dejó por ahí. Hay algo secreto y al mismo tiempo universal que opera en el último libro de Cecilia Pavón, una invitación a adentrarnos en una especie de intimidad compartida.
Esa libreta, entonces, no está ahí por accidente. Alguien la pudo haber olvidado, sí, pero es el propio cuaderno el que parece haber esperado, en “la quinta dimensión”, ser descubierto por un ojo entrenado, ahí en ese lugar donde existen los poemas que están esperando que alguien “los encuentre”. Porque el objeto olvidado, aquel que está repleto de escritura, quizá solo está buscando esconderse en la materia cotidiana, que alguien tropiece con él. Escribe Pavón: “(...) salir por ahí era siempre la esperanza de encontrar un poema en el paseo”, porque los poemas están afuera, en el mundo, al igual que reliquias ocultas que solo pueden ser halladas por quienes decidieron vivir de determinada manera.
Cecilia Pavón pone en circulación una serie de preguntas que activan nuevas formas de pensar el acto de escritura en relación con la experiencia. Ofrece múltiples teorías sobre la poesía, simultáneas y a veces incluso contradictorias, de tal manera que parece decirnos: es esto, es aquello y también puede ser esto otro. Porque más que una definición, lo que el libro despliega es una manera de mirar, de percibir, de concebir. En última instancia, nos propone una posibilidad otra, esto es, su modo de ver el mundo, de habitarlo, de estar en él.
Ser poeta, para Pavón, tiene que ver con una manera de acercarse a las cosas, de captar en una órbita invisible (que es la vida normal) los elementos que parecen más comunes y dotarlos de una intensidad inesperada, nos dice: yo siempre usé la poesía para “estructurarla”, no al revés, y postula a la escritura como una herramienta para ordenar, o al menos atravesar, la experiencia del mundo. No se trata de buscar la inspiración en lo que la rodea, sino de darle forma a esto mismo a través de la escritura. Inversión que lejos de ser inofensiva subvierte una lógica habitual e instala una idea en la que las cosas no son las que inspiran a la literatura, por el contrario, es la literatura la que actúa como una fuerza mayor que le da forma a las cosas, que hace habitable la realidad.
Y eso es, exactamente, la tarea que Cecilia Pavón nos indica que hará en Poesía estructurada desde un principio: al encontrar antiguos cuadernos manuscritos decide llevarlos consigo a cafés de Buenos Aires, hacerles preguntas y abrirlos al azar en busca de una respuesta. La escritura adquiere la forma de un oráculo, una temporalidad no lineal, circular; un oráculo en el que los textos que escribió hace veinte o treinta años atrás, esos que presentan otras versiones de sí misma, dialogan con su yo del presente y la orientan en todo tipo de asuntos. Alcanza una connotación casi de ritual, de modo que si todavía existía algún tipo de duda respecto de que los poemas ya no son sólo poemas, esa discusión queda cerrada por completo, ahora los textos son algo más: engloban en sus versos las respuestas a las preguntas existenciales.
Desde un deseo de ocupar el lenguaje como algo propio Poesía estructurada pone en juego una lógica en donde cada escena cotidiana (un paseo, una conversación, un ticket de supermercado) puede aparecer como la punta de un hilo que conduce a otra dimensión. Y un acceso que tendrá que ver con la manera en la que uno decida presentarse en el mundo: la clave es vivir poéticamente, hacerse de esa sensibilidad que permite ver lo que otros no, o ver lo mismo y entenderlo de otra manera. Salir a cazar poemas: esa es la tarea del poeta. Encontrar esa fórmula que “puede estar oculta en cualquier parte”. Una forma especial de vivir, entonces, que no parece ser solemne ni grandilocuente, por el contrario, se postula como afectiva, íntima, a veces acaramelada, siempre personal. Porque si algo hace Cecilia Pavón en su libro, es dejarnos en claro que no hay una única forma de pensar a la escritura, existen muchas a la vez: la poesía es “fuga”, es “amor”, es “ser cursi aquí y ahora”, es “siempre alguna clase de trance”, es “fuego”, es “llenar el mundo con tontas canciones de amor”, es “terapia, es refugio y obviamente magia”.
Es, también, una “amiga”, porque nada tiene que ver con responder a los moldes de la Literatura con mayúscula, sino que se asemeja a escribir una carta, una confesión, una nota rápida (o inclusive larga) en un cuaderno que nos quepa en la palma de la mano. En Pavón, la escritura no es abstracta ni desapegada: se encarna en lo concreto, en lo vivido, en los vínculos. Se trata de una fuerza que irrumpe en la vida sin pedir permiso “y te secuestra y te vuelve una tonta enamorada”, una fuerza que al mismo tiempo se postula como una forma de compañía, como una manera de habitar la intimidad, como el encuentro con un interlocutor al que se le puede hacer un sinfín de preguntas.
Poesía estructurada evoca la impresión de leer un cuaderno porque, si bien fue pensado con cuidado, logra provocar el efecto de la espontaneidad de lo que se escribe en el momento, en la urgencia de registrar lo que se escapa. Una inmediatez —de quien arroja frases en papel, una tras otra— que atraviesa todo el libro. La poesía, la prosa y la vida conviven en el mismo plano que es lo cotidiano. El cuaderno, entonces, parece escribirse con retazos de otros viejos, donde se superponen edades, memorias, reflexiones e inclusive distintas versiones de una misma autora que sostiene “era yo misma pero no era realmente yo porque lo escribí hace diez años”. Hace lo que dice, consciente de su construcción como libro que busca ser cuaderno y todo esto al mismo tiempo que configura, o al menos así lo hizo conmigo, una sensación particular de lectura que subyace al texto en general: la de la invitación a hacer lo mismo.
Sin embargo, en la apertura de aquel espacio del interior en el cual la escritora nos introduce a sus propias reflexiones y teorizaciones respecto de la literatura, hay algo que no busca disimular. El oficio del poeta, nos dice, también cansa, requiere de tiempo libre y para eso hace falta plata. Dinero que habilite el ocio, que permita “tener otra percepción del tiempo”, porque si la poesía está escondida por todos lados, también es parte de este mundo, es precariedad, trabajo mal pago y lucha por la subsistencia. La autora denuncia las malas condiciones de vida, la hostilidad del presente, la dificultad de la supervivencia bajo gobiernos que, como el de La Libertad Avanza, convierten la vida cotidiana en una lucha. Pero, frente a todo esto, insiste: “en los momentos en que parece que voy a perderlo todo, está la poesía”, porque comprender que cuando ya no quede nada, habrá poesía es la clave para que la experiencia se vuelva más amena. Pavón sostiene: “no hay forma de ser rico soñando otro mundo” y pese a eso, prefiere seguir soñando, llevar un cuaderno en la cartera, encontrar respuestas en su propia escritura.
La idea de hacer poesía estructurada no tiene que ver con encontrar una forma acabada, ni una verdad definitiva sobre la poesía, propone, más bien, una manera de sostenerse. La estructura, en este caso, no es rígida ni se asemeja a las recetas, sino que se constituye como lo haría un “andamio de aire”, es apenas una forma de no caerse. La escritura, pese a que puede ser muchas cosas, en definitiva no es un resultado, sino una herramienta para transitar la existencia, desde el consuelo, desde el acompañamiento, desde lo mágico y, por qué no, desde el amor.
Ahora, estoy en el trabajo y empiezo a querer mirarlo todo con otros ojos. Los miércoles a la mañana no suele ir mucha gente a la frutería, tengo tiempo libre y me doy cuenta de que entre los cajones de mandarinas puede haber un poema escondido. Estoy más atenta, como si la lectura me hubiese entrenado en la actividad de detectar poemas potenciales, de los que pueden estar en cualquier lado, entre las caras de los clientes, los carritos del supermercado o sus bolsas llenas de mercadería. De abajo del mostrador decido sacar un anotador (que en verdad, no es lo mismo que un cuaderno) y escribo: $6000 + $1500 + $2000 = TOTAL $9500. Entonces, me pregunto ¿Acá puede haber un poema? Abro Poesía estructurada en una hoja al azar. Mi subrayado me responde: “lo que importa en la creación de cualquier obra de arte es el estado de la persona que la está creando”. Pienso, inevitablemente, en cómo me encontró, hace unos días, la lectura de Poesía estructurada. En una reunión con amigos, mientras las conversaciones varían entre nociones filosóficas y características de ciertos movimientos literarios, yo leo, vorazmente. Elijo fragmentos y cada tanto me siento en la necesidad de interrumpir las conversaciones para compartirlos en voz alta. Mis amigos los comentan y yo me pregunto ¿qué hacemos con nuestros cuadernos? Cuando levanto la cabeza, lo veo, todos estamos escribiendo en computadoras. Casi por instinto, y hasta con cierta vergüenza que sólo yo (además del libro, por supuesto) sé que estoy experimentando, cierro la mía. La decisión es muy clara, tengo que escribir mi borrador en papel. Porque de eso se trata la lectura de Poesía estructurada, de entender que hay algo que persiste en la materialidad frágil, que sobrevive al cuerpo, que resiste a la productividad, a las notas del teléfono, al Word. Algo que guarda, al igual que un “corazón portátil”, una forma de estar en el mundo.
Mayo • Agosto 2025

