diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Juana Bignozzi (Buenos Aires, 1937) publicó los libros de poesía Los límites (1960), Tierra de nadie (1962), Mujer de cierto orden (1967), Regreso a la patria (1989), Interior con poeta (1994), Partida de las grandes líneas (1996), La ley tu ley (obra reunida, 2000), Quién hubiera sido pintada (2001) y Antología personal (2009). Entre 1974 y 2004 vivió en Barcelona. En esta entrevista se refiere a su próximo libro, Si alguien tiene que ser después, que publicará este año Adriana Hidalgo Editora. También prepara la edición de La escalera de Aracoeli, y una recopilación de sus poemas sobre pintura.
Por Osvaldo Aguirre
Hace unos años, en otra entrevista, hablabas de “mirar el mundo con los ojos de la edad”. Esa idea está en acción en los poemas de Si alguien tiene que ser después, ya a partir del primer poema, en que se habla de la vejez. ¿De qué época son estos poemas?
Los últimos tendrán dos meses y los primeros unos ocho años. Son los que fui acumulando, dentro de lo que puede servir en la temática del libro, porque por eso tengo otros dos libros terminados. Es todo un recorrido. Algunos poemas los escribí estando todavía en Barcelona. Los poemas de mi madre son los más antiguos. Creo que se nota bastante en el libro, porque cambia la temática, ya hablo desde otro lugar; en la última parte ya hablo desde Buenos Aires, desde mi casa en Buenos Aires.
¿Como armaste este libro?
Se fue dando con los poemas. Por eso tengo muchos poemas descartados de este libro, que me interesan como poemas y los voy a publicar en otra parte, también este año. Yo creo que es como se dice de los fuegos artificiales en España, la traca final, ¿viste cuando se cierran los fuegos artificiales? Si alguien tiene que ser después, que va a publicar Adriana Hidalgo, tenía una primera parte que era La escalera de Aracoeli, pero es un libro de otra época. Quedaba como un rejunte. Como en Eloísa Cartonera me piden poemas y a mí no me gusta quedar como una diva y decir que no siempre, se los voy a dar. Son unos poemas que yo quiero mucho, esos poemas tipo cultos que amo. Y en Mansalva van a salir los poemas de pintura. En Si alguien... junté los poemas que formaban una unidad, no los que me gustaban, no los que yo decía “es un buen poema”, pero en el libro quedaba descolgado. La primera parte es muy coherente porque son los poemas de la edad, después está la parte de mi madre, que también es muy coherente y los otros se armaron un poco por temática, por escenario, por sentimientos. Por eso la última parte, que es la más nueva, tiene mucha unidad actual.
En Mujer de cierto orden se configuró un personaje literario que continuó en los libros posteriores. ¿Si alguien tiene que ser después se inscribe en la historia del personaje?
No, creo que desgraciadamente no. Este libro soy más yo. En este libro hablo además de sentimientos que en otra época de mi vida no me parecían prestigiosos.
¿Por ejemplo?
Nostalgia, o soledad, o tristeza. En Mujer de cierto orden la soledad es la soledad literaria de una chica que se dedica a la poesía. Sin ser demasiado autobiográfico, aunque lo es, en este libro hay sentimientos directos míos, hay una nueva etapa de mi vida, una nueva edad. Es otra posición mía como poeta, no otra posición ante la vida. Yo como poeta aquí hablo con más libertad. Será un privilegio de la vejez. Si quiero decir algo no pienso “pero, ¿esto quedará bien?, ¿esto será literario?”, ya no tengo miedo. Ese pensamiento lo he eliminado de mí, o se eliminó solo. He tenido la suerte, con la edad, de ir siendo más libre. A medida que fui cumpliendo años fui siendo más libre, fui escribiendo no como escribía, como si tuviera delante fotos de los jueces. Escribí durante años con esa idea: “Qué va a decir Fulanito, que va a decir el otro”. Eso por suerte lo he ido perdiendo. Entonces escribo desde esa libertad. Ahora el juez de lo que hago soy yo.
El primer poema del libro dice: “una mujer que ha entrado en la vejez/ vuelve a sentir vuelve a recibir el ramalazo del viento en la alta noche”. ¿Qué es lo que retorna en la vejez?
Ese es un poema de muchos años, porque ahí digo “una mujer que ha entrado en la vejez,” y ahora soy una señora vieja. Lo que quiero decir es que no he renunciado a demasiadas cosas por la edad. Aunque no lo viva como esa chica que fui, sigo con mi vida, todavía hago lo que me gusta. Todavía la edad no me ha marcado en el cambio de costumbres. Bueno, algo me ha marcado, en el sentido de que a veces estoy un poco enojada. Pero puedo seguir haciendo la vida que me gusta. Otra vez vuelvo a la madrugada como volvía de jovencita, otra vez vivo eso mismo. Pero ahora lo digo como antes lo ocultaba. Y es verdad: ahora puedo decir “volví a las seis de la mañana, no volví”. Tengo la libertad que da el tiempo. Normalmente escribo y descarto, tengo como la costumbre de escribir. Antes escribía y al leer sabía si me gustaba o no. Ahora, con la edad, me doy cuenta que cuando escribo ya voy teniendo un juicio. Tengo el mecanismo de tomar notas, de escribir. Toda la vida traduje con un anotador al lado de la máquina de escribir, primero, y de la computadora después, y mientras traducía pensaba algo y lo anotaba. Sigo teniendo ese mecanismo.
A propósito de la juventud hay una especie de reconocimiento y distanciamiento a la vez con esa etapa de la vida.
Sí. Lamento ser autorreferencial pero estamos hablando de este libro. En un poema digo “ya no sé quién es esa muchacha”. Ya no lo conozco, ya no sé quién es. En la misma medida en que jamás podré volver a escribir como ella, jamás volveré a sentir lo que ella sentía, en la misma medida es una desconocida para mí.
¿Leés lo que aquella muchacha escribía?
No, trato de que no, no, no (risas).
¿Por qué?
Por un lado porque me da vergüenza haber dicho ciertas cosas de joven, que por suerte las dije cuando era joven. Y después porque no quiero sufrir nostalgia. Ya sufrí durante décadas la nostalgia por mí país. No quiero sufrir nostalgia por ninguna otra cosa. No quiero que aparezca un pensamiento de decir “ah, fui joven”. Sí, fui joven, fui señora madura y ahora soy una anciana. Listo, no quiero vivir fuera de los tiempos.
¿El regreso a Buenos Aires incidió en la escritura de estos poemas?
Muchísimo. Aquí hablo de mi casa en Congreso, de que de dos a cinco de la mañana no duermo, son todos poemas de Buenos Aires. En el regreso a Buenos Aires me enfrenté a un problema muy serio. Me había pasado 30 años añorando Buenos Aires, entonces no podía suplantar esa nostalgia por la nostalgia de Europa. Cuando empecé a escribir en Buenos Aires yo acechaba mucho ese sentimiento. Ya conseguí aquello de lo que tenía nostalgia, pensaba, ahora no puedo tener más nostalgia. Y eso sí influyó e influye en lo que escribo.
¿Cómo decidiste el regreso?
Siempre quisimos volver con Hugo (Mariani). No teníamos medios económicos porque los dos trabajamos en editoriales. Y acá con eso es muy difícil mantenerse. Cuando pudimos arreglar nuestra situación nos vinimos. Los últimos quince años antes de volver vine todos los años a Buenos Aires, a veces más de un vez al año, cada ocho meses. Yo quise volver desde el día en que llegué a Barcelona. Logramos hacerlo, finalmente.
Además de Buenos Aires en los poemas aparecen también Florencia y los viajes.
Esa es la Europa que yo me puedo permitir añorar. No vivir en Europa. Yo iba todos los años a Florencia, estudié en Italia, estudié en París. Esa Europa del viaje permanente es una Europa que primero me formó, es decir, yo me fui con una cultura y volví con otra. Eso lo debo bastante a Europa, eso sí que forma parte de mí y lo recuerdo con alegría. A veces cuando he tenido algún momento de decir “oh Florencia”, bueno, pensé que yo pude ir durante décadas todos los años a Florencia. No hay nada que lamentar, no hay nada por lo que sentir tristeza. En ese sentido siempre estuve bastante en paz con mi vida. Será que como soy hija única yo soy soberbia y todo ese tipo de cosas, pero siempre sentí que hacía lo que quería. No he tenido etapas donde yo no estuviera reconciliada conmigo misma. Y eso en la poesía se ve.
“Yo tengo algunas miserias que resolver con la voz poética”, dice un poema. ¿Cómo va eso?
Ya abandoné esa lucha. Ah, sí. Me han ganado. La miseria poética del ambiente en algunos aspectos me ha ganado. Yo tengo algo de cruzada, salgo por ahí a sostener guerras. Como mi ambiente es el ambiente poético sostengo ahí las guerras. Ya lo tengo más en claro. Estoy más prescindente. Siempre me he jactado de pertenecer al gremio, de participar en la vida del gremio, conozco a todo el mundo y voy a todos lados. Pero ahora estoy un poco más tranquila. Creo que algunos estamos en distintos lugares. Hay cosas que me interesan en lo que escucho, otras que me parece que son un momento de superficialidad que después pasa, como en todas las generaciones. En los 60 había diez poetas en cada esquina, así que eso no es ningún problema. Hay algún discurso de la poesía que me interesa, que no es el objetivismo. El otro día leí que alguien decía que soy como una figura del objetivismo, y eso me puso muy nerviosa. Yo no me considero una objetivista. Creo que lo que escribo tiene demasiada pasión para el objetivismo. Hay poéticas que me interesan y las leo. Y hay otras de gente muy joven, joven de no tener ni 30 años, ante las que tengo como una esperanza, aunque me parezcan muy juveniles. Pienso que ahí alguien va a escribir. Eso lo leo con mucha atención, porque me mandan libros o voy y escucho leer. Hay también cosas que rápidamente te decepcionan. Por ejemplo gente joven ante la que decís “que bien esto” y la escuchás de nuevo tres o cuatro años después y ya se fue por otro lado. Pero eso pasa en todas las generaciones. Incluso creo que aprendo algunos trucos de los poetas jóvenes, leo a Gambarotta o a Rubio y me da la impresión de que con ellos aprendo cosas y estoy actualizada.
En “De 2 a 5 de la mañana no duermo” decís que tal vez en medio del silencio haya alguien que “estará escribiendo la gran poesía de mi ciudad”. ¿Te imaginás un poeta en particular?
No, ahí sí que me imagino a mí misma escribiendo a los 20 años. Alguien que todavía no conoce el mundo literario, apenas si está entrando en ese mundo, puede estar escribiendo algo que va a quedar, eso sí lo pienso.
En otro poema, a propósito de los comentarios sobre tu obra, hablás de “una poesía que mantiene el desconcierto”. Y decís que se escribe para un fantasma.
Eso me duele, ves. Sí, escribís para alguien que a lo mejor no conocés muy bien, pero que nadie conoce. La única persona que tiene alguna familiaridad con ese fantasma es el poeta que escribe. Yo creo que hay un fantasma al que los poetas le deben, están atados y además es su compañía. Por eso el poema termina como termina: “sola con él cruzaré esa última plaza vacía”. Se escribe para un fantasma que uno conoce en distinta medida, pero que los demás no conocen.
Pensaba que tenía que ver con la figura de la madre, muy presente.
No. Con mi mamá también tengo las cuentas hechas, así que estamos tranquilas las dos. El fantasma es el fantasma que acompaña al poeta, o sea la poesía. Eso para lo cual uno escribe y que nunca termina de saber muy bien.
¿Y el desconcierto en poesía a qué refiere?
Tiene que ver con lo que vos recordabas de mirar las cosas con los ojos de la edad. Yo quiero seguir mirando el mundo. No lo he visto todo. Me sigo asombrando de cosas que después pueden resultarme absolutamente tontas. Pero ciertas conductas, ciertas actitudes, cierta gente, me siguen provocando asombro, e indignación a veces. No he perdido esa mirada.
El título del libro plantea una incertidumbre que queda en suspenso.
Sí, y además tiene algo de testamento. En el último poema, donde digo “si alguien va a tomar la llama, la palabra, después de mi certeza otra certeza”, es eso: si alguien tiene que ser después, yo la palabra que me tocaba a mí ya la dije, ahora es el momento de que alguien continúe, espero que alguien tome el relevo.
En un poema anterior se habla de “escribir unas palabras fuera del ruido” y después “para que alguien recupere una ausencia, una ciudad una calle/ en la que pueda ser eterno”. Parece referir también a esa cuestión de la transmisión.
Sí, creo que todos tenemos un escenario donde somos eternos. Cuando digo ruido digo tanto recital, es un poco una maldad, me refiero el mundo social de la poesía. Hay que aislarse de eso y alguien va a leer y se va a sentir acompañado y además va a recuperar un escenario único. Creo que hay escenarios únicos y eternos para cada persona.
La transmisión es entonces incierta. Y cuando comenzaste a escribir, ¿tomaste la posta de otro poeta?
Eso es una cosa que me ha pesado siempre. A veces lo dicen de mi poesía como un elogio y a mí me cae como una lápida. Que es única, que en el 60 yo tengo una voz muy especial. En ese sentido, no. Además la gente que me importaba era un universo que no podía recrear. Por ejemplo González Tuñón. Él ha sido una figura importantísima en mi vida, pero no en mi poesía, porque su universo y su lenguaje era algo que no tenía nada que ver conmigo. Yo no lo podía recuperar. Siempre digo que era el universo y el lenguaje de mi padre y de mis tíos, y de un hombre. No he tenido la osadía de creer que retomaba la voz de alguien. Considero que las grandes poetas dejan su voz y ya está. Yo he leído durante años Ajmatova y me siento muy identificada con muchas cosas de ella. Creo que no es retomarla, son figuras que están terminadas en sí. Viste que las poetas dicen ahora que escriben con la voz de la madre; con esas cosas no tengo nada que ver. Siempre digo que a mi mamá había que acallarla, no hablar en nombre de ella, por Dios, hablaba todo el día. No tengo esa cuestión de retomar una voz ancestral, no, yo no siento que haya retomado el discurso de nadie. Por incapacidad, hubiera querido retomar el discurso de Darío o de Verlaine, pero no soy ni Darío ni Verlaine, y no he tomado una voz sino que he puesto esto que es mi voz, lo que he podido y hasta ahí dio.
(Actualización abril-mayo 2010/BazarAmericano)