diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

logo.png

Editora

Ana Porrúa

Consejo editor

Osvaldo Aguirre  /  Irina Garbatzky
Matías Moscardi  /  Carlos Ríos
Alfonso Mallo

Columnistas

Ezequiel Alemian
/  Nora Avaro

Gustavo Bombini
/  Miguel Dalmaroni

Yanko González
/  Alfonso Mallo

Marcelo Díaz
/  Jorge Wolff

Aníbal Cristobo
/  Carlos Ríos

Rafael Arce
/  Ana Porrúa

Antonio Carlos Santos
/  Mario Ortiz

Javier Martínez Ramacciotti
/  José Miccio

Adriana Astutti
/  Esteban López Brusa

Osvaldo Aguirre
/  Federico Leguizamón

David Wapner
/  Julio Schvartzman

Valeria Sager
/  Juan L. Delaygue

Cristian De Nápoli
/  María Eugenia López

Colaboran en este número

Matías Moscardi
/  Osvaldo Aguirre

Carlos Ríos
/  Ana Porrúa

Carlos Battilana
/  Adriana Kogan

Ulises Cremonte
/  Antonio Carlos Santos

Julio Schvartzman
/  Federico Leguizamón

Javier Eduardo Martínez Ramacciotti
/  Fermín A. Rodríguez

Julieta Novelli
/  María Eugenia López

Felipe Hourcade
/  Carolina Zúñiga Curaz

Juan Bautista Ritvo
/  Marcos Zangrandi

Rodrigo Álvarez

Curador de Galerías

Daniel García

Diseño

Una revista en presente
Beatriz Sarlo

Homenaje a cuatro revistas culturales de los últimos veinte años: Punto de vista, viernes 26 de marzo 2004, Centro Cultural Rojas.

Los 25 años de la revista a nosotros curiosamente se nos habían escapado hasta que, a comienzos del 2003, un estudiante de letras de La Plata, Gonzalo Oyola, nos escribió ofreciéndose para organizar una reunión donde se hablara de la revista en su primer cuarto de siglo. Allí nos dimos cuenta de que el día a día de hacer la revista nos había hecho pasar por alto algo que otros consideraban de alguna importancia. Decidimos entonces hacer el CDRom con la colección completa de esos 25 años.

El olvido compensado por los estudiantes de la universidad de La Plata era inevitable. Para decirlo de la manera más breve: el presente de Punto de Vista se impone sobre su pasado. Y así debe ser.

Lo que quiero decirles ahora, después de agradecerle a Jorge Fondebrider por la invitación, forma parte de un programa ideal (como me gustan las revistas, cómo me gustaría que fueran) y también refleja los mejores momentos de nuestra revista. Naturalmente no los refleja a todos, porque una revista atraviesa también esas planicies grises donde todo el esfuerzo está puesto en sostenerla.

Paso entonces al programa ideal de una revista de intelectuales.

Una revista se conjuga en tiempo presente. A diferencia de un libro que la ambición de los autores piensa como algo destinado a la permanencia, aunque se la alcance pocas veces, una revista sólo tiene sentido si está conectada con aquello que le es estrictamente contemporáneo. Un libro puede pasar ignorado y revivir después de bastante tiempo. Una revista no puede darse esos lujos de posteridad.

Sólo si está conectada con el presente tendrá alguna oportunidad de seguir significando algo en el futuro. Esto proviene de otro rasgo de una revista como la nuestra: su carácter de banco de prueba de ideas e hipótesis. Se escribe en una revista cuando las ideas recién están formándose, cuando se trata de ensayar, en todos los sentidos de esta palabra, una interpretación. Una revista es siempre, de algún modo, experimental.

Estos dos rasgos (el vínculo con el presente y el carácter exploratorio, experimental) diferencian a una revista de intelectuales no sólo de los libros que estos mismo intelectuales escriben sino de las revistas académicas. La revista de intelectuales tiende a ser más ensayística, tiende a mantener con sus objetos una relación más abierta a la innovación y, por supuesto, más abierta a la crítica.

Para poner ejemplos: quien hoy lea el libro de Hugo Vezzetti, Pasado y presente, estará frente a un texto concluido, donde Vezzetti ha dispuesto sus ideas y sus análisis de un modo que aspira a ser definitivo (con toda la relatividad de la que hay que rodear este término). Sus artículos en Punto de Vista, que precedieron y prepararon ese libro durante más de diez años, fueron en cambio intervenciones cuyo destino no era evidente, hechas, muchas veces, en el repique de los acontecimientos, para responder a ellos. Sus artículos tienen el presente como horizonte. El libro se instala en una temporalidad menos volátil y pretende una estabilidad de ideas que en los artículos sólo comenzaban a probarse. Casi lo mismo diría de un libro que todos esperamos en estas semanas, el de Federico Monjeau sobre música, crítica y teoría musical contemporáneas: sale de dos revistas: Lulu, que él fundó y es hoy una publicación legendaria, y Punto de Vista, que Monjeau también integra.

La historia es una carga para una revista. Por un lado, si esa historia es relativamente exitosa y ha logrado persuadir y conservar lectores, hace posible que la revista siga existiendo. Esto es fácil de entender: una revista, por lo que dije antes, y a diferencia de un libro, necesita ser leída a medida en que va siendo publicada, no puede confiarse a la llegada de un futuro que le dé una visibilidad que no tuvo en el presente. Si una revista no operó sobre el presente, no tiene ningún futuro.

Sin embargo, su propia historia le plantea a la revista un problema: para ser fiel a su pasado, en el cual demostró que estaba en la sintonía de aquél presente de entonces, debe serle infiel. La clave es cómo, cuándo y qué cambiar. Y aquí es necesario pensar a la revista con una imagen: ella debería ser una antena y un observatorio del presente. Una revista demuestra su necesidad en el tiempo de lo actual y para poder hacerlo debe, en primer lugar, entenderlo y entender las necesidades profundas de ese tiempo.

Aquí aparecen dificultades. Una revista de intelectuales se diferencia de un suplemento o de cualquier otro órgano de difusión cultural por varios rasgos: en primer lugar, su escritura y la confianza en la extensión de su escritura que debería diferenciarse tanto del periodismo como de la academia; en segundo lugar, su resistencia a adoptar la agenda del mercado (o la de los suplementos culturales) como su propia agenda. Esto se dice fácil pero es complicado, porque una revista tampoco puede vivir de espaldas a esa agenda en la medida en que desee intervenir en el presente. Esa agenda es una parte del presente. A diferencia de un suplemento cultural que la piensa como todo el presente, una revista debería estar en condiciones de incorporarla como un rasgo más del paisaje. Una revista debe construir su propio programa intelectual. Pero, actuando en el presente, ese programa tendrá que estar en condiciones de abrir el debate con los “eventos” (y uso la palabra con toda intención) que se producen en los medios. No deberá hacerlo siempre, ni en todas sus coyunturas, pero una revista demuestra su sensibilidad y su sintonía con lo actual cuando sabe elegir sobre qué y de qué modo intervenir en el debate o provocarlo.

Por supuesto, tanto o más que los libros, una revista es un espacio de confrontación de ideas. Contra la costra del sentido común intelectual, estético, ideológico o político, una revista que quiera vivir en el presente debería estar en condiciones de abrir discusiones, que hoy no pasan por otros lugares. La colocación de una revista no consiste sólo en aquello que tiene para decir sino también en aquello que tiene para contra-decir. En el vaivén entre decir y contradecir una revista reconoce el valor del conflicto como motor del campo cultural. Si se teme al conflicto, la revista quedará instalada de modo demasiado seguro en lo que sabe hacer y no en lo que tiene que aprender a hacer si quiere seguir siendo una fuerza del presente.

Contra las certidumbres de lo que sabe, una revista explora para saber mejor lo que sabe y también para aprender, porque el presente es, para los intelectuales un tiempo de aprendizaje y no de cosecha. Lo peor que puede sucederle a una revista es girar con el capital ganado en el pasado: una revista debe saber renunciar a su curriculum. Y lo mejor que puede sucederle es aceptar el principio de la incertidumbre. El capital del pasado se gastaría muy rápidamente si en el presente una revista no siguiera interviniendo con la vitalidad que le permitió acumularlo. Hacer una revista es renunciar, de antemano, al ahorro.

Quizás quede claro, por lo que voy diciendo, que una revista salvo que elija su desaparición debe estar tan alerta a la renovación de ideas como a la incorporación de nuevos protagonistas. Una revista construye muy rápidamente un sentido común compartido. Esto es indispensable pero, al mismo tiempo, peligroso ya que en ese espacio de límites conocidos, los viejos integrantes corren el riesgo de empezar a actuar con el automatismo inevitable de quien se mueve en su propia casa. No se trata sencillamente de variar protagonistas generacionales. Se trata de variar relaciones establecidas en el interior de un espacio reducido de producción intelectual. La fijeza en su propia autoimagen es la fijeza en el pasado.

Pocas cosas más que decir: que les agradezco a los amigos de la revista que están acá y a quienes quizás hoy se llegan para conocerla. Ojalá haya alguno de estos últimos. Y quizás inevitable, una frase efectista, porque el sentimentalismo siempre lo es: podría suceder que yo dejara de dirigir Punto de Vista. Lo que es imposible es que Punto de Vista dejara de dirigirme. Muchas gracias.


9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646