diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Una lectura sobre Punto de Vista
David Oubiña
Homenaje a cuatro revistas culturales de los últimos veinte años: Punto de vista, viernes 26 de marzo 2004, Centro Cultural Rojas.
Aunque agradezco y me halaga la invitación para hablar sobre Punto de vista, confieso que me resulta una tarea difícil. La revista forma parte de mi propia formación intelectual y por lo tanto me es imposible hacer un análisis desde afuera, prescindiendo de la subjetividad propia de lo autobiográfico; pero, a la vez, y aunque desde hace un tiempo soy un colaborador esporádico, tampoco podría hablar en nombre de la revista porque su historia no me pertenece.
Hablaré forzosamente desde el único lugar que me es posible: como un lector interesado por los debates que propone Punto de vista. "Interesado", digo, así como se dice que un órgano del cuerpo ha sido interesado por alguna alteración que influye en su comportamiento. Interesado, entonces, en el sentido de estar "intervenido", "atravesado" o "interpelado" por la revista.
Leí por primera vez Punto de vista en 1983 y no entendí nada. Los debates, los temas y los nombres que circulaban por sus páginas me resultaban entonces, todavía, completamente ajenos. Sin embargo, junto con el recuerdo de esa incomprensión, persiste también el de una fascinación: la de alguien que observa desde afuera un paisaje denso y exuberante que no produce rechazo sino intriga. Para alguien como yo, que practicaba una lectura más o menos ingenua, lo que había allí era una perspectiva nueva y compleja sobre la literatura y los debates culturales.
Más tarde, en el número 27 (agosto de 1986), Beatriz Sarlo ponía esa sensación en palabras: "Un intelectual (quizás debería agregarse: de izquierda) presta sus ojos y sus oídos a lo nuevo y se empeña en escuchar los rumores diferenciados de la sociedad, en el espacio del arte". Mientras que el mercado del arte "tiende a proponer pactos que uniforman el gusto, porque es el éxito la prueba de la viabilidad de una estética (...) la mirada política se fijaría precisamente, en aquellos discursos, prácticas, actores, acontecimientos que afirmen el derecho a intervenir en contra de la unificación, exhibiendo, frente a ella, el escándalo de otras perspectivas".
Muchas de las críticas a Punto de vista (a veces, incluso, asumidas por quienes hacen la revista) se han enfocado sobre su actitud elitista. Debo decir que nunca tuve esa impresión; no, al menos, si es que la elite define a un cenáculo cerrado y autosuficiente o una especie de vanguardia iluminada. Creo, más bien, que en ese derecho a "intervenir contra la unificación, exhibiendo el escándalo de otras perspectivas", la revista ha sido minoritaria (aun cuando haya terminado por ocupar el centro del espacio intelectual). Minoritaria puesto que se aparta de los lugares comunes sobre la cultura, el arte y sus relaciones con la sociedad; pero aunque su postura suele no sintonizar con la opinión de las mayorías, eso no implica una voluntad de cerrar filas sobre un público de pares. Se podrá acusar de arrogancia a Punto de vista, y sin embargo debería admitirse que nunca ha despreciado el diálogo o la discusión.
En la palabra "revista" está la palabra "rever". Es decir, la posibilidad de una segunda mirada, de un nuevo examen, de una revisión. Una revista, entonces, está hecha para volver a ver e, incluso, para poder ver lo que no se vio bien la primera vez. Ya sea el publicitado libro Imperio de Toni Negri y Michael Hardt, el taquillero film La lista de Schindler de Steven Spielberg o la reciente mega exposición de Guillermo Kuitca en el Malba. Si Punto de vista ha sido siempre una revista polémica, eso no se debe a una voluntad pendenciera o a una afición por lo excéntrico sino a su capacidad para mirar de nuevo desde otro lugar, para descubrir núcleos polémicos que la doxa ha preferido ignorar, cubriéndolo todo con el manto de la uniformidad. Y esto, incluso, durante el Proceso militar, cuando los riesgos que se corrían no eran sólo intelectuales.
En el editorial que abre el número 30 (julio - octubre de1987), se recuerda —por si fuera necesario— que la mera aparición de una revista en 1978 formaba parte de una red de resistencia cultural frente al autoritarismo de Estado. Como se sugiere allí, los diez o doce primeros números de la revista "eran más de lo que decían". En efecto, eran más y decían más. No sólo porque la presencia misma de la revista suponía una impugnación a la metodología del terror, no sólo porque jamás se publicó "un discurso dudoso respecto de la dictadura", sino porque en su tarea de traducir y de importar autores, la revista reestablecía nexos con todo un universo de pensamiento que los militares habían pretendido eliminar. En ese contexto, las noticias de exposiciones en el exterior, la información sobre libros recibidos, las reseñas acerca de novedades editoriales o los comentarios de una retrospectiva de Fassbinder o de Syberberg son secciones que luego irán perdiendo presencia entre las páginas de la revista pero que, durante la dictadura, se convierten en actos fuertemente políticos.
Por lo tanto, si en la primera época de la revista (digamos hasta 1981 - 1982 aproximadamente), la actualidad política nacional no resulta evidente en forma inmediata, esa aparente ausencia constituye un vacío elocuente. Porque Punto de vista la invoca permanentemente en sus elecciones críticas y literarias: reconstruye laboriosamente desde un margen estrategias de resistencia cultural, como asediando la ciudadela miserable de la dictadura. Al igual que la revista Contorno en su momento, aunque ahora en un contexto más horroroso, Punto de vista advierte la necesidad de refundar el espacio de una cultura nacional y el rol de la figura del intelectual. Es decir, cómo definir una relación crítica con el Estado, con la sociedad y con la tradición.
En esa tarea de pura oposición y de soterrada confrontación se sobrevive a los años de la dictadura. Pero si la disidencia era entonces un impulso de reconstrucción del campo intelectual, su continuidad durante la restauración democrática pasará, en cambio, por instaurar ciertas polémicas entre los lugares comunes de la izquierda. En el número 17 (abril - julio de 1983), Carlos Altamirano polemiza con la versiones simplificadas del pasado tal como aparecen en el libro Filosofía y Nación, de José Pablo Feinmann, en donde se critica de modo superficial ciertas zonas del pensamiento argentino del siglo XIX y el carácter dependiente de la elite intelectual porteña. Y en ese mismo número, un dossier dedicado a Sur (con textos de María Teresa Gramuglio, Beatriz Sarlo y Jorge Warley), intenta rescatar a esa revista de los axiomas críticos que la asimilan, sin más, a la cultura de la oligarquía.
En cierto sentido, Punto de vista podría inscribirse en una línea de traducción propia de las publicaciones culturales tal como aparece de manera emblemática en la revista de Victoria Ocampo: la revista como puente entre la cultura local y la cultura universal. Esto se ha señalado en otras oportunidades. Y es, en parte, cierto. Pero, en primer lugar, no debería olvidarse que Sur siempre fue una revista de ideología conservadora (aun cuando sus elecciones estéticas pudieran orientarse eventualmente hacia la vanguardia) mientras que la obsesión de Punto de vista ha sido la redefinición —desde la izquierda— de la figura del intelectual crítico; y, en segundo lugar, no puede ignorarse que entre una revista y otra existieron Contorno y Los libros.
Como Contorno, Punto de vista intenta una revisión crítica de las posiciones de la intelectualidad de izquierda frente a los cambios políticos. Las diferencias van, justamente, desde la propia actitud hacia a una publicación como Sur hasta la noción de intelectual comprometido, que ya no es entendida en el sentido sartreano tal como planteaba la revista de los Viñas. Con Los libros el vínculo es más marcado y la continuidad más evidente. Al menos en sus inicios, Punto de vista puede considerarse un desprendimiento, una secuela y una reformulación de la revista fundada por Schmucler. Lo que se ha modificado es el contexto: Punto de vista sale en condiciones de semiclandestinidad y aterriza sobre un campo intelectual destruido y dominado por el miedo. Si Los libros había sido posible como resultado de un cierto desarrollo del campo intelectual, Punto de vista, en cambio, sólo puede aspirar a reestablecer de manera precaria algunas mínimas redes de pensamiento para que ese espacio no desaparezca por completo. De todos modos, es en Los libros en donde algunos de los futuros miembros de Punto de vista comienzan a proyectar un análisis crítico de la cultura que conserve una cierta especificidad discursiva respecto de la política y, a la vez, incorpore los nuevos saberes de las ciencias sociales.
Entre fines de los '70 y comienzos de los '80, Punto de vista introduce y traduce a muchos autores: Williams, Jauss, Bourdieu, Candido, Said, Schorske. Pero no se trata de una mera importación sino, más bien, de un diálogo. A diferencia de Sur, se podría decir que Punto de vista no traduce guiada por una idea de divulgación sino que traduce lo que necesita. No es tanto una política editorial como una línea de pensamiento. Punto de vista intercambia. Hacia atrás, con la tradición cultural argentina, y hacia afuera, con los debates contemporáneos en Estados Unidos, Europa y Latinoamérica. Establece una relación de horizontalidad. Y eso es clave porque la revista nunca procuró una periferia cultural sino que permanentemente manifestó su voluntad de definir la agenda de los debates.
Aun cuando en Sur la traducción no es una mera absorción serena o pacífica, nunca dejó de funcionar como un factor de europeización de la cultura argentina de elite. Y aun cuando la propia figura de Victoria Ocampo resume la tensión (a veces orgullosa, a veces patética) entre argentinismo y cosmopolitismo, esa relación es asimétrica y, a menudo, condenada al malentendido. El vínculo que establece Victoria Ocampo con Nueva York o París es indudablemente moderno y completamente diferente a la experiencia de sus mayores, pero de todos modos su posición está marcada por la ausencia de cualidades de quien recibe. En el logotipo de la revista Sur, la flecha apuntaba hacia abajo; señalaba un recorrido y una dirección: un espacio de recepción. El mérito de Victoria Ocampo fue construir su revista como un polo de atracción; pero el Sur es siempre Sur respecto de un centro. Frente a esa colocación remota, Punto de vista, en cambio, elige definirse por una perspectiva. Es decir: recorta y selecciona. Define un espectro posible en donde cabe todo un territorio con el que establece una relación dialógica. Antes que la pura recepción, un punto de vista supone una relación de equilibrio entre la mirada y lo mirado
Sobre todo en los años de la dictadura (cuando Punto de vista establece su genealogía y su corpus), traducir es más que nunca producir. Como una puesta al día de los problemas, como un cuaderno de apuntes en donde se resalta y se subraya aquello que servirá de material para el propio argumento. Se traduce lo que se necesita para escribir. Cuando Punto de vista traduce, no hace más que exhibir su caja de herramientas. Sus integrantes traducen como para sí, como si leyeran en voz alta, como si dijeran: "esto es lo que leí". No tanto como un servicio de divulgación o como punto de referencia para otros, sino como un marca de autopreservación. En este sentido, la traducción de determinados autores y la importación de nuevas líneas de pensamiento no es tan importante como el uso que Punto de vista ha hecho de ellos.
¿Qué supone, por ejemplo, la introducción de Richard Hoggarth y de Raymond Williams en un espacio dominado por el estructuralismo y el postestructuralismo? Se trata de pensadores ajenos al campo cultural argentino de los '70. Como se dice en el prólogo a esas entrevistas, la pregunta es "¿cómo leerlos?" O sea: ¿qué es lo nuevo que permiten pensar Williams y Hoggarth? El mismo uso se advierte en las lecturas de Bourdieu, Candido, Rama o Cornejo Polar. Digamos: enmarcar el análisis formal (lingüístico o semiológico) según parámetros sociólogicos y culturales. Es lo que dice Altamirano sobre Williams: "un nuevo sistema de relaciones entre lenguaje, ideología y experiencia". Las estrategias de lectura funcionan como una caja de resonancia que permite amplificar las propias ideas. No sólo leer lo nuevo, entonces, sino también leer de nuevo. Si por un lado ingresan Hoggarth y Williams, por el otro lado la revista traza su genealogía nacional: la Generación del 37, José Hernández, Martínez Estrada, FORJA, Contorno (aunque luego algunos eslabones de esa cadena —el populismo de Forja, por ejemplo— no conservarán el mismo peso). No es, como se ve, un trabajo de difusión y de revisión sino una tarea más ardua de reformulación y construcción. En la entrevista publicada en el número 10 (noviembre de 1980), Angel Rama dice eso que Punto de vista piensa: "la cultura argentina que, en su momento supo integrar multiplicidad de tradiciones aunque desde una posición dependiente, ahora necesita, para expandir su espíritu vanguardista, nuevos proyectos de futuro".
Se podría decir, entonces, que la actitud de la revista ha sido de permanente exploración. No ha dejado de ir a procurar lo que necesitaba allí en donde eso estuviera, y cuando no existía se ocupó de construirlo. El resultado, que se ha extendido a lo largo del tiempo, es un proyecto mutante pero en cada momento perfectamente definido.
En los aciertos y en los errores, Punto de vista no parece haber seguido otras orientaciones que las de su propio pensamiento, desatendiendo las imposiciones de las modas intelectuales, independientemente de las academias y aun cuando sus proposiciones fueran minoritarias o produjeran rechazo. Así como durante la dictadura, fue la publicación que con mayor continuidad y contundencia logró sostener un discurso disidente, con el retorno de la democracia debió enfrentarse al desafío de pasar de una posición de resistencia a una posición de construcción crítica. Si durante la guerra de Malvinas, la revista fue una de las pocas voces que se atrevieron a enfrentar al nacionalismo que (de manera ingenua o cómplice) proponía suspender cualquier cuestionamiento a la dictadura para encolumnarse detrás de la causa por la soberanía, con la restauración democrática se sometió a las críticas de quienes le reprochaban (yo me incluyo) su crédito inicial a las promesas modernizadoras del alfonsinismo.
No obstante, habría que reconocer que Punto de vista fue uno de los primeros núcleos intelectuales de la izquierda en comprender que una actitud democráticamente constructiva implicaba, también, una revisión crítica del propio pasado político de sus integrantes. Sin caer jamás en el maniqueo binarismo de un reparto de culpas y aun rescatando orgullosamente las utopías de la militancia, la revista entendió lúcidamente que esa perspectiva implacable consigo misma era la más auténtica expresión de una memoria crítica y la única base posibile para un proyecto político y cultural sólido.
La postulación de una relativa autonomía del campo intelectual, le permiten a la revista marcar una diferencia con las posiciones de los '70 (donde la esfera cultural terminó devorada por la política) pero hacia adelante. Es decir, permite una salida a ese dilema sin retraerse del debate político. No como una manera de renunciar a la intervención, no como una manera vergonzante del arrepentimiento o el olvido sino, al contrario: el discurso intelectual crítico elimina su subordinación respecto de la política pero sólo para replantear su vínculo sobre bases nuevas.
Punto de vista es una publicación exitosa, no sólo por su permanencia en el tiempo (insólita para una revista de cultura) sino también porque hoy ocupa el centro del campo intelectual. Y esa conquista es tanto más valiosa puesto que la ha conseguido sin dejar de ser minoritaria y sin abandonar nunca su independiencia. En una entrevista reciente a los miembros del consejo de dirección, Hugo Vezzetti lo explica: "El futuro de esta revista está en el campo intelectual. No en los medios ni en la academia aunque pueda apoyarse en ellos. Es un espacio virtual, que hay crear al mismo tiempo que se ocupa". Así como una vez que se ha ocupado el centro, la tentación —y el peligro— pasan por intentar desarrollar estrategias para sostenerse, el desafío consiste en asumir el riesgo de renovarse y obligarse a revalidar (reconquistar) constantemente esa posición. Hasta ahora, la revista ha sabido generar los anticuerpos contra la autoindulgencia. Primero se renovó mediante la constitución, en 1995, de un Consejo Asesor; luego, en 2001, creó el website Bazar Americano que —lejos de espejar digitalmente la producción en papel— ha sido tanto una expansión del proyecto de la revista como un espacio autónomo que ha generado su propias instancias de producción y debate; y finalmente, ha dado mayor presencia a las colaboraciones de una generación de críticos e investigadores que no es la suya. Si por un lado, esto último incentiva la apertura y el diálogo, al mismo tiempo introduce la pregunta sobre cómo negociará con esas nuevas intervenciones una revista que hasta ahora parecía funcionar casi de memoria. Aunque esa tarea, claro, no es sólo responsabilidad de Punto de vista sino, también, en parte, de aquellos que colaboramos con ella. Y entonces, antes de decir nada que luego pueda ser usado en mi contra, prefiero detenerme aquí.