diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Un nuevo colectivo intelectual
Las revistas culturales independientes, ocupantes de ese espacio amplio, de bordes indefinidos, en el que se inscribió desde el principio Punto de Vista, necesitan una conjunción de cualidades y vínculos que, en ocasiones, funcionan de modo casi milagroso. Que una revista se publique durante más de veinticinco años es difícil y raro porque el choque de los conflictos y los temperamentos tiende a la división más que a la persistencia de una unidad tan indispensable como frágil. Las revistas que viven largo tiempo pertenecen más a las instituciones que a sus miembros. Pero una revista cultural como Punto de Vista, lejana de las instituciones e independiente en ideas y en su sostenimiento, sólo responde y sólo es posible por la acción de los intelectuales que la consideran necesaria.
Revistas como Punto de Vista viven siempre en un equilibrio difícil. Necesitan de la diferenciación interna para no convertirse en emisoras de un pensamiento repetido a varias voces; pero, al mismo tiempo, deben armar la escena donde las diferencias dialoguen sin excluirse. Las diferencias son la vida de una revista. Durante años, en Punto de Vista el conflicto fue moderado por la franqueza intelectual y la movilidad entre posiciones distintas. En una revista conviven ideas sobre cómo intervenir y sobre qué intervenir, sobre quiénes son los interlocutores y qué es necesario escribir, sobre el modo en que se piensa la coyuntura, política o estética, y sobre el estilo de su intervención en ella.
Las tres renuncias al Consejo de Dirección que publicamos plantean que esas condiciones a las que una revista debe ajustarse ya no se cumplían en Punto de Vista. En opinión de los renunciantes, la revista había dejado de ser lo que había sido en dos sentidos: el de su proyecto y el de la discusión colectiva de ese proyecto.
Más allá de sus motivos, esas renuncias implican la ruptura del grupo intelectual que produjo la revista hasta hace pocos meses. El Consejo de Dirección fue mucho más de lo que su nombre indicaba. Fue, con Carlos Altamirano y María Teresa Gramuglio, el núcleo de amigos que, durante los años de la dictadura, quiso reservar, en la peor de las condiciones, un espacio para las ideas y establecer el derecho al punto de vista. Y, en los primeros años de la transición democrática, en cuyo comienzo se agregó Hilda Sabato al Consejo del que se retiró Ricardo Piglia, la revista, para decirlo de algún modo, cerró su primera etapa y encaró un período en que muchas cosas debieron reformularse.
El Consejo de Dirección discutió muchas veces tanto sobre ideas como sobre estilos de intervención. De hecho, la revista fue modificándose porque nadie sostenía que debía ser igual a la que había sido en los años de la dictadura. Se enfrentaban problemas nuevos, en un país diferente y dentro de un campo intelectual que había recibido el regreso de los exiliados, entre ellos José Aricó y Juan Carlos Portantiero que, durante algunos años también formaron parte de Punto de Vista.
El Consejo de Dirección fue cambiando y también la revista cambió, no solo porque la hiciera un grupo de intelectuales donde se mezclaban los que venían desde el principio con los que llegaban después de 1982, sino porque la realidad en la que la revista se incluía también cambiaba.
Parte de esos cambios fue la creación, junto con al Consejo de Dirección, de un consejo ampliado, que reflejaba otros matices y también fortalecía temas que la revista había abordado antes. Esta breve historia institucional podría ser acompañada por la del ingreso de nuevas temáticas, de nuevas necesidades de intervención, al lado de las que ya eran acostumbradas. Como no podía ser de otro modo, Punto de Vista toma las preocupaciones de sus integrantes, aquellas que los mueven a la participación en el debate de ideas. La revista es lo que quienes la hacen quiere que sea, en la medida en que las diferencias tengan la fuerza de traducirse en propuestas y escritos..
Durante los últimos años, el núcleo de intelectuales que hacía la revista discutió muchas veces sobre la pertinencia y la oportunidad de esas transformaciones; de eso dependía el funcionamiento de un colectivo intelectual que mantuviera relaciones vivas tanto entre sus miembros como entre ellos y la realidad política, cultural y estética del presente. Ese colectivo intelectual, sostenido por la franqueza y el debate se ha quebrado. La vida de la revista se sostenía en un grupo que ya no existe, porque se fueron tres de sus antiguos integrantes.
Se ha cerrado un capítulo y se abre otro que trae el desafío de construir un nuevo colectivo intelectual La revista depende hoy de esa construcción y de las formas que sus miembros encuentren para seguir cotejando sus posiciones con lealtad pero sin concesiones. Las nuevas condiciones de diálogo son un motivo de expectativa: una renovada dinámica de ideas, sostenida por una voluntad y un trabajo que continúan.
Punto de Vista
Renuncias
Al Consejo de Dirección de Punto de vista
Queridos amigos:
No hace mucho leí en el Corriere della Sera que Asor Rosa, al anunciar que había resuelto jubilarse de la universidad antes de tiempo, recordó una fabulación infantil. Cuando era niño, dijo, estaba convencido de que habían sido los propios dinosaurios, advertidos de los cambios climáticos que habían sobrevenido, los que decidieron decretar su extinción. Y se dijeron uno a otro: “Es hora”.
La storiella parece más inventada que recordada pero, como sea, Rosa encontró en ella una ocurrencia feliz. Quiero aprovecharla para comunicarles mi propia decisión de retirarme de Punto de vista. La verdad es que cuando el año pasado Daniel Link nos juntó a todos en una entrevista para hablar de la revista, sentí que era una especie dinosaurio del Consejo de Dirección -podía hablar del pasado de Punto de vista, pero no de su presente-. He sobrevivido mucho más que los dinosaurios de Asor Rosa, por cierto, porque el cambio climático en la revista lleva ya bastante tiempo. No voy a sorprender a ninguno de ustedes si digo que me encuentro fuera de ambiente, es decir, fuera del círculo de consenso que de unos años a esta parte define la línea de Punto de vista. ¿Necesito recordar una vez más que desde hace rato desempeño dentro del Consejo el papel siempre áspero del eterno desavenido? Sin dudas, ustedes han sido muy tolerantes con mis opiniones y todos hemos puesto la amistad por sobre las disidencias, confiando en que los lazos que ella crea, y que son muy fuertes entre nosotros, sostuvieran lo que ya no sostenían las coincidencias intelectuales. Pero cuando el cuadro de posiciones está congelado, como ocurre desde hace años en Punto de vista, el debate, por tolerante que sea, se vuelve estereotipado: siempre nos encontramos representando la misma pieza. Me parece que la amistad ya no necesita de ese tributo por parte de ninguno de nosotros.
Cada uno tendrá su versión respecto del origen de los cambios climáticos y sus causas. El tiempo seguramente nos ofrecerá la ocasión de conversar sobre ello en el futuro. Por ahora, como los dinosaurios de Asor Rosa, yo digo también: “Es hora”. Punto de vista, que es una gran revista, ya no es mi empresa (ya no lo era, en realidad, en el último tiempo), pero ustedes la seguirán haciendo con el talento de siempre.
Carlos Altamirano
20 de marzo de 2004
Compañeros del Consejo de Dirección de Punto de Vista:
A sugerencia de la directora de Punto de Vista, he decidido renunciar a su Consejo de Dirección. Lamento profundamente que el fuerte vínculo intelectual que me unió a los miembros del Consejo y a la revista durante veinte años termine de esta forma. Es cierto que ya desde hace algún tiempo el diálogo y la discusión abierta eran cada vez más difíciles en la revista, pero mientras la tensión crítica fue posible, valía la pena ser parte de este esfuerzo intelectual colectivo.
Ante la gravísima crisis provocada por el alejamiento de Carlos Altamirano del Consejo de Dirección, entendí que era nuestra obligación revisar el funcionamiento del grupo y repensar Punto de Vista. No pudo ser. La directora eligió otro camino, uno que no me incluye y que ella inició con un despliegue de su veta más intolerante. Y si bien no hace falta remarcar hasta qué punto la revista ha sido obra de Beatriz Sarlo, eso no la autoriza a la descalificación de quienes tienen opiniones diferentes a las suyas ni al maltrato de que me hizo objeto. No quiero seguir integrando una institución regida por esas reglas y presidida por lo que Beatriz definió como su “estilo”.
Hilda Sabato
24 de marzo de 2004
Queridos amigos del Consejo de Dirección:
Como les anticipé en la reunión del 29 de marzo, he decidido presentar mi renuncia a ese Consejo. Les agradezco el generoso empeño de seguir debatiendo esa decisión y de invitarme a continuar en la revista. Lamento profundamente no poder hacerlo. Al reflexionar sobre lo que venía ocurriendo y sobre lo que hemos discutido en estos días, encuentro que las posiciones están definidas y es difícil que las diferencias se modifiquen. Sin pretensiones de alcanzar la verdad absoluta, trataré de sintetizar algunos de esos aspectos a fin de que los compañeros del Consejo asesor conozcan las razones de mi decisión.
La dinámica del funcionamiento de Punto de vista en los últimos tiempos hizo que en varias ocasiones no todos los miembros del Consejo de dirección conociéramos de antemano la totalidad de los artículos y que no realizáramos la discusión colectiva previa sobre ellos que fue durante años habitual en la revista. Aquí debo introducir una autocrítica severa: la indiscutible capacidad intelectual de Beatriz Sarlo y su dedicación constante al trabajo de la revista, admirablemente complementadas por las cualidades de Adrián Gorelik, me llevaron, en mi caso, a una especie de delegación de responsabilidades, fundada en la confianza cimentada a lo largo de tantos años de participación en un proyecto compartido. El desacuerdo sobre algunos artículos me parecía secundario frente a las coincidencias de fondo. El dossier Kuitca puso fin a esta comodidad equívoca, a lo que se agregó luego mi disconformidad ante la publicación del artículo de Jorge Dotti, que leí, como el de Quintín sobre la película de Kuitca, cuando vi las pruebas de imprenta. Pensé que era hora de replantear esa dinámica y volver a la práctica de las discusiones colectivas sobre el material y el armado del número. Con ese propósito fui a la primera reunión de Consejo del año, el 22 de marzo.
La renuncia de Carlos Altamirano, que conocí un día antes, me hizo pensar, luego del primer impacto paralizante, que esa discusión era aún más necesaria. Hilda Sabato llegó a la reunión con un propósito parecido. El lamentable episodio que forzó su renuncia me reveló que las diferencias eran más agudas de lo que yo suponía, no sólo por la negativa cerrada de Beatriz a escucharla sino además por la pasividad con que Adrián y Hugo lo aceptaron. Sentí de inmediato que para mí se había traspasado un límite que no admitía retorno. Las conversaciones posteriores, con todo el reconocimiento intelectual y afectivo mutuo que mostraron, terminaron de confirmar la impresión inicial. Tanto en lo referido al modo autoritario de algunas discusiones e intervenciones culturales de Punto de vista como en la evaluación de la figura intelectual de Hilda y de su papel en la revista, la unanimidad de las opiniones de Beatriz, Adrián y Hugo, distintas de las mías, hizo evidente que se había roto el equilibrio interno del Consejo de Dirección.
Cada una de estas renuncias ha tenido sus motivaciones y su tramitación propias. Juntas, revelan un estado de crisis. Ustedes tres, con el apoyo de los compañeros del Consejo asesor, lograrán que de la crisis esta revista, a la que me sigo sintiendo muy próxima, salga renovada y fortalecida. Ese es mi más sincero deseo.
María Teresa Gramuglio
10 de abril de 2004