¿Qué hacemos cuando hacemos?
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Cada vez que abrimos el juego a la edición comunitaria la respuesta está a la vista, pero es difícil trasladar esa experiencia a las palabras; lo que acontece en cada encuentro es semejante a convivir, durante una brevísima temporada, en el territorio de un poema que se lee desde adentro.
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Hay quienes nunca realizaron con sus manos una publicación y asisten a los talleres con una necesidad primordial: dar a conocer algo de sí, poner en circulación ideas, adherir procedimientos, intereses varios que devienen artísticos o al revés, propósitos estéticos que se vuelven invisibles en la combinación de materiales que una vez procesados constituyen objetos únicos.
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Imagino la edición comunitaria como una experiencia próxima al parangolé de H. Oiticica; un evento interdisciplinario que desenvuelve sus tramas sensoriales hasta transmutarnos en publicaciones danzantes.
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No se trata de ceñirse al patrón estético de una publicación determinada y mucho menos mimetizar los procedimientos con los de la edición industrial; se trata, más bien, de conversar con esos artefactos, animarlos, ofrecerles nuestras manos y herramientas para que puedan decirnos a qué han venido, de dónde han regresado, qué noticias del porvenir nos traen.
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La edición comunitaria apuesta no sólo a fortalecer la autonomía del trabajo artesanal. Un objetivo que trasciende dichas prácticas consiste en trabajar un mundo desconocido para la felicidad común.
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Trabajamos con materiales que el consumo capitalista descarta: cartones de diversa índole, envoltorios de productos alimenticios y de limpieza, libros y revistas que encontramos en las calles. Toda esa memoria gráfica cambia drásticamente su sentido cuando ingresa en el universo de las publicaciones artesanales comunitarias.
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Se produce un juego de expansiones creativas donde las fronteras van haciéndose cada vez más porosas: las herramientas se transforman en extensiones corporales y propician intervenciones inclasificables; los materiales se imprimen en cuerpos y herramientas.
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Observamos que las mesas están estalladas de materiales y las herramientas se pierden, el caos domina la escena de trabajo y parece que nada podría salir de ahí. Detectar este punto crítico y descifrarlo es formular un punto de partida donde hospedar las acciones colectivas de las que brotarán las publicaciones.
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La más pura improvisación empuja los límites del campo editorial comunitario, desbordándolo.
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El tallereo en la edición comunitaria visto (entrevisto, más bien) desde adentro como el desarrollo de una performance: ojo de huracán (enlace productivo y resistencia) donde un grupo hace el común, horizontaliza sus saberes, circula la transmisión de técnicas y resoluciones que de consabidas pasar a ser extrañas (en la perfo del taller, nada es idéntico dos veces).
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Quitamos todas las herramientas y materiales sobrantes de la mesa para dispersar en ella las publicaciones. Las observamos en silencio y luego iniciamos una conversación sobre las prácticas que nos llevaron a componer esos artefactos autónomos. El movimiento imprevisto, las articulaciones insólitas y la sorpresa de la puesta en común de las producciones nos conducen ubican, paradójicamente, en el umbral de un ecosistema cooperativo.
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Los cuerpos danzan (escriben: ¡activaciones!) y la composición editorial comunitaria se torna plenamente horizontal. Que concluya la jornada de producción no significa que la red de transmisiones se detenga. Por el contrario, hay una sintaxis de los haceres que escribe y desescribe las prácticas, las versiona y las resguarda para los próximos encuentros.
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Lo espontáneo (eso que no podemos predecir). La publicación, en plena efervescencia de la edición comunitaria, como un enigma siempre a punto de resolverse.
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¿Para quiénes hacemos en el taller de edición comunitaria? No se trata de fijar destinatarios específicos o audiencias de antemano porque lo importante es hacer lo que se hace. La cohesión en ese tránsito por los procedimientos enlazarán las producciones con otras experiencias colaborativas (ya sea de nuevas ediciones comunitarias o instancias de recepción por el momento desconocidas).
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La edición comunitaria que acontece en una cárcel, en un parque, en una biblioteca, en un museo de arte contemporáneo, en la universidad, en una favela carioca, en un mercado de frutas y verduras se tiñe con los colores, los ritmos y los modos diversos de cada espacio; las publicaciones se multiplican, un sinnúmero de manos anónimas se entrelazan al editar y otras manos las trasladan a otros espacios donde los artefactos gráficos editoriales adquieren sentidos insólitos y renovados.
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Una publicación surgida en la edición comunitaria selecciona qué experiencias protagonizar, hacia donde expandirse y cuáles serán las formas que garanticen su existencia y perdurabilidad.
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En la producción comunitaria de publicaciones (sabemos) se asienta una sabiduría (estrategia) política.
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El repentismo maniobra poderosamente sobre los materiales y se inscribe en las determinaciones efímeras: acciones directas, resoluciones inmediatas en el remolino de las ediciones que renuevan el aire en el taller, lo colman de recursos e indagaciones que no habían sido programadas.
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La danza febril y vibrátil de cuerpos, materiales y herramientas en pleno fragor del taller responde a una banda sonora editorial que jamás habíamos escuchado.
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Sorpresa (otra vez): cada publicación habla del trazo invisible que la hizo posible.
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Somos un núcleo de afectos que se deja envolver (abrazar) por la atmósfera del trabajo de edición e ingresamos en una temporalidad propia de una comunidad que hace del trabajo compartido su razón de ser.
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Zonas ambiguas de la edición, donde nada es lo que parece (¿es un libro, es un batir de alas?).
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No, no se trata únicamente de montar artefactos bajo formas de publicaciones que todavía denominamos libros: se trata, más bien, de involucrarse en las derivas procesuales y amplificarlas, de desmontar prácticas cristalizadas, cambiarlas de curso o de pulso, asimilar procedimientos y reinterpretarlos.
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La usina creativa de la edición comunitaria reside en una memoria orgánica y plural.
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Quedarse ahí, permanecer en el entrevero de las prácticas de la edición comunitaria (como quien entra en un remolino y va quedándose hasta hacerse remolino, también).
_NOTA. Una primera versión de este texto fue publicado en la revista Pogo, La Plata, Buenos Aires, nro. 5, octubre de 2024.
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