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Al fin y al cabo un albañil corre riesgos mayores

Natalia Andrea Mera Sandoval


«Aleteos», colección del Taller Ctenophora
«Aleteos», colección del Taller Ctenophora

Aleteos es el primer proyecto editorial del Taller Ctenophora. Cuatro títulos de cuatro autorxs chilenxs se fabricaron en el taller experimental, itinerante e imprentero en el que Gaspar Peñaloza decidió exiliarse de la literatura para aprender a trabajar haciendo libros con las manos. Entrar en esta alfabetización de los procesos manuales provocó que se desplazara hacia distintas direcciones no solo geográficas, sino creativas, reflexivas, y mentales.

La colección Aleteos fue presentada recientemente en el invierno del hemisferio sur. Lxs autorxs y el editor participaron de las dos presentaciones. Ambas sucedieron en espacios abiertos a las artes gráficas. En Valparaíso ocurrió el 4 de julio en CasaPlan, un café, taller de grabado y espacio de arte contemporáneo. La segunda presentación fue el 5 de julio en Sala de Máquinas, Santiago de Chile, una casa laboratorio de artistas, fotografxs y editores.

Las manos de Gaspar estaban manchadas todavía cuando llegó a la presentación de Valparaíso. Es decir, las manos que sostenían la hoja blanca, en la que había impreso una pequeña bajada o discurso explicando, invitando a leer y describiendo la colección, se notaban rústicas, duras. Las uñas entintadas. Los dedos de coliflor, tienes los dedos de coliflor pensé en decirle y lo olvidé.

Después del evento me di cuenta de que me quedé con esa hoja y quise conservarla. Mientras escribo miro la hoja. Tiene  manchas negras. Gaspar tenía la hoja doblada en tres partes rectangulares, y aún se conservan las marcas del doblez. La sacó del bolsillo de su camisa beige para leerla. Había llegado cansado al evento. Leyó agitado: “La categoría Ctenophora reúne a casi doscientos tipos de organismos, llamados ctenóforos, animales marinos, planctónicos, con diversas apariencias y tamaños, pueden medir de un centímetro hasta un metro cincuenta. Pero tienen dos notables características comunes: a) son bioluminiscentes, es decir, son capaces de emitir luz de diferentes tonalidades. b) Están hechos de peines articulados que les permiten nadar (...)”

Gaspar me contó después que allá en el norte de Chile, donde vive y bucea cada verano, había conocido a estos bichos que lo sorprendieron y se le metieron en la cabeza. Le dio tantas vueltas a ese destello adentro y afuera del agua, que combinó esa bioluminiscencia orgánica con el deseo de una escritura potenciada al margen de la literatura. Una escritura que también implique su cuerpo fabricando sus propios libros. Que esa implicación no sea metafórica. Un escritor no hace libros. Un editor no hace libros. La idea fue hacer posible una escritura más cercana a los procesos de elaboración manual de los libros, hacer que el trabajo con las manos fuera más allá del tipeo en el teclado y la convención de una escritura digital apartada del papel.

Había aprendido antes la experiencia de ir más allá en la escritura y más acá en lo tangible del libro: aprendió junto a las herramientas de construcción, en la economía que implica una obra de albañil y aventurándose a construir su propia casa cuando tomó la decisión de mudarse a vivir en un terreno que pudo comprar lejos de Viña del Mar.

Durante un viaje a Buenos Aires en 2019, Gaspar Peñaloza fue huésped del escritor y editor Tomás Fadel. Allí, convivió con las Minervas de su amigo; máquinas tipográficas pequeñas, que han sido usadas desde finales del siglo XIX. Entonces, sintió la necesidad de tener una propia y usarla para escribir. En paralelo a ese deseo y mientras aprendía a manipular las herramientas de construcción para hacer su casa, escribió los poemas de «Compraventa», un libro de pasajes e imágenes que dan cuenta de sus preocupaciones durante la obra. Esta microhistoria del deseo por hacer libros, la cuenta mejor él en un texto inédito titulado «El nacimiento de un Cliché»:


“Fierros que se transformaron desde que las vi en un milagro para mí,

pero sobre todo en un misterio. Como si la letra al pasar por esas prensas

tipográficas adquirieran de golpe —literalmente —otro valor y escribir, por

consecuencia, otra exigencia (…)”.


La energía del Taller Ctenophora radica tanto en el movimiento de las minervas como en los bichos bioluminiscentes observados durante las inmersiones de buceo. Gaspar Peñaloza se aparta de las ciudades importantes para la literatura y desde ahí explora el funcionamiento de la mecánica de la escritura propia y ajena. Junto a la fotógrafa Kiara Ferrer logró reparar una máquina que compró rota, y que cree fabricada entre 1930 y 1950. Después de ponerla a andar, Gaspar cumplió su deseo de imprimir algo suyo y se aventuró con las 500 tapas para los ejemplares de «Compraventa», que salió por la editorial chilena Aparte. Después de esa primera aventura, quiso independizarse más radicalmente de los procesos de producción. Así fue como se le ocurrió una segunda aventura, la colección Aleteos para la que convocó a cuatro poetas chilenxs: Martín López, Mia Maurer, Rafael Cuevas Bravo y Valentina Fernández Fierro.

La forma de cada ejemplar concebidos como plaquettes conserva el aura conceptual proveniente de la etimología del panfleto, una mariposa o papillon que aletee, que permita una lectura directa, liviana y atractiva a la manipulación lectora. La colección está compuesta por 120 ejemplares numerados de cada título. Todos los ejemplares se abren y cierran, se despliegan hacia abajo en un papel Arena Rough de 120 gramos y de 14 x 70 centímetros de largo, arropados por tapas con el título y nombre de cada autor/a y contratapas con el nombre de la colección, impresas con tipos móviles y un timbre de cuño seco con el logo de la editorial, de 10 x 14 centímetros hechas en un papel que puede ser Concept Wove, Environmental o Cambric Hemlock de 216 gramos. Los ejemplares fueron concebidos en Chañaral de Aceituno (2025), mientras que el proceso de montaje tuvo lugar en Viña del Mar, Chile.

Para Gaspar cada autor/a juega de manera particular con la palabra y pertenece a ciertos «minimundos». Leer esta colección es acercarse a las formas de hablar y a las prácticas cotidianas, de cuatro vidas que se reparten entre la capital y la provincia chilena.

En El canon de Tilquín de Rafael Cuevas Bravo existe, dice Gaspar un camino de piruetas hacia un no lugar. El Tilquín que poetiza Rafael es una fantasía de Quintil, ese nombre inubicable, mapudungun, que es también la unidad de medida en su etimología latina, o el nombre antiguo que le dieron al valle donde se formaría la ciudad de Valparaíso. En el caso de “Lisis” de Valentina Fernández Fierro, una respiración adolescente situada en las experiencias casuales, pero que construyen una identidad sensual de la sensibilidad apegada a las condiciones del cuerpo, la enfermedad, la suciedad y los vínculos jóvenes. En cambio, la escritura de “Lozanas” de Martín López está plagada del desborde y recolección de lo que el editor llama las incomunicabilidades, observaciones cotidianas que no siempre se enuncian porque no significan nada sino que suenan, se cantan, se rapean. Por último, el caso excepcional y extraño de esta colección, los dos ejemplares o el poema siamés de Mia Maurer, Stepping Stone o En la Lengua Tiembla el Pez dos poemas que a la vez es uno, porque se traducen entre sí, exploran la naturaleza de la lengua madre (el inglés) de la autora, quien asegura que para escribirlos tuvo que «sentar a la mesa» esa lengua vibrando en su garganta.

El Canon de Tilquín, de Rafael Cuevas Bravo
El Canon de Tilquín, de Rafael Cuevas Bravo

Si bien cada escritor/a presente en Aleteos es distintx en sus procedimientos estéticos y la colección no guarda un eje conceptual respecto de sus lugares escriturales, sí existen lugares comunes en los cuatro. Primero, ningún poema de la colección fue pensado (en su origen) para esta publicación; segundo, lxs escritorxs se encontraban en el proceso avanzado de textos que buscaban un montaje aún sin forma material; y tercero, todos eran inéditos. El caso de Valentina Fernández Fierro es particular. Los poemas de “Lisis” eran escrituras que para ella estaban consolidadas y pensadas para ser una publicación que finalmente no se concretó. Esos poemas le llegaron a Gaspar y este vínculo lejano, sumado a que los textos coincidían con el formato, hizo que la invitara a la colección. Aunque todxs lxs autorxs de Aleteos viven en distintas regiones, la conexión comunicativa se confabuló desde la propuesta maquetada por Gaspar en su rol de editor-imprentero. Este diálogo fue un territorio por el que lxs involucradxs estuvieron caminando durante el proceso creativo.

Según el editor recibió unas ochenta páginas en total, de las que leyó y seleccionó poemas enteros, fragmentos o adelantos de lo que podría ser un libro o edición en otro formato convencional o no. Cuando Gaspar pensó en la curaduría de estas estéticas, primero diseñó una maqueta del libro que les mostró. «Cuando me invitó a participar de la colección, ya venía con ese formato desplegable en la cabeza y me movía las manos en el aire intentando explicarlo», dice Martín López.

El tamaño del papel exigiría a lxs escritores textos que no sobrepasara las 1022 palabras. Para el trabajo de edición cuenta Rafael Cuevas Bravo que hubo idas y vueltas de los textos: Gaspar a veces no solo te corrige, también te propone versos, te escribe algunos, lo cual para mí requiere un compromiso especial con el texto. Es una disposición a trabajar desde una sensibilidad textual distinta a la propia que ya no es tan común. Debería ocurrir más a menudo. Las ideas de quienes escriben no tienen porqué ser tan buenas, ni los oídos tan infalibles.

Con la selección de cada trabajo, Gaspar diagramó los textos en el formato que la maqueta definitiva le permitía y ahí es cuando se dio cuenta de la apertura del material. Ese campo abierto del espacio en la página lo llevaría a tomar decisiones sobre la cantidad de texto. Los poemas son fragmentarios o pertenecen a una misma cohesión formal que el editor se encargó de proponer como montaje. Este proceso de diseño y visualidad de los poemas, como planos, dan cuenta de que la hechura de esta colección está dada por una escritura colectiva que surge desde la materialidad de la forma, del objeto. Las escrituras ampliadas involucraron a todxs lxs participantes y de alguna manera diluyeron los límites de la autoría en la confección de cada título. Mia Maurer hizo parte del proceso de numeración de los ejemplares y también estampó las tapas con la prensa tipográfica. Además, dobló y pegó el papel plegado a las cubiertas. «Me gusta que mis manos sean parte del libro, del proceso hasta el final. Hasta que pasa a esa mano que se lo va a llevar», dijo la poeta. Estos desplazamientos de los roles que permite la edición artesanal configuran la comunalidad del lenguaje hecho obra. Esto crea la presencialidad del libro y deja en evidencia los materiales que componen su cuerpo. A la vista y al tacto se encuentran rastros de sus procesos de fabricación.

Pareciera ser un manifiesto de los editores artesanales preguntarse qué de su proceso manual dejar a la vista, para que el lector también haga parte de esa escritura-lectura que invita a vivir en la atmósfera del objeto.

Así, pareciera que existe un solo código para identificar cada libro hecho artesanalmente: el número del ejemplar, escrito casi siempre a mano por el fabricante. Este código permite dar cuenta de su temporalidad, el lugar que ocupó en la serie de ejemplares correspondiente al título publicado, cuántos hubo antes y cuántos hay después. Ese número nos presenta la pertenencia a su mundo y nos ubica en el taller, en su cuarto propio. Ahí es donde existe un espacio-tiempo localizable y por tanto nos permite imaginar el origen de su nacimiento. La numeración escrita a mano es una muestra del cuerpo vivo que ha sido fabricado a través del esfuerzo de alguien, a su vez otro cuerpo que con sus manos trabaja cada ejemplar de su linaje.

En sí mismo el libro artesanal es una vida que replica generosamente el presente, un estadio más allá de las palabras. Este lugar y tiempo que ofrece es el de la imaginación que se puede tocar, ya no aquella imaginación abstracta que solamente es construida por la palabra y lo que el autor ha logrado con su escritura.

Los cuatro títulos de la serie.
Los cuatro títulos de la serie.

El libro artesanal no es un contenedor de palabras, sino un ser que está hablando a su manera, dispuesto a contarnos su vida, su universo y su historia a partir de indicios. En ocasiones, el final del texto escrito no determina el último pasaje de la experiencia lectora. Abundan los pequeños objetos que intervienen en la linealidad de la lectura, interrumpen el camino y posibilitan la conversación. A veces me he encontrado con fragmentos de hilo pegado en la guarda de la contratapa de algunos ejemplares hechos a mano. Estas apariciones silenciosas no necesitan palabras que expliquen su presencia. Desde la tapa hasta la contratapa, el libro hecho a mano ofrece rastros vivientes.

Septiembre • Noviembre 2025

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