diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Desmadre, de Sabrina De Dios/ Verona Demaestri, La Plata, Ediciones Tutuca, 2019
La maternidad es un tópico literario rentable, una loba a la que se prenden de su urbe más de un Rómulo y varios Remos. La lista puede incluir desde la trilogía desquiciada de Ariana Harwicz, pasando por las confesiones póstumas de Lucia Berlín o esa edípica fábula titulada “Una muchacha muy bella”. Imposible no nombrar al “Fiord”: dos madres, una gore, la parturienta y otra fantasmal, lisiada, un alien que así como entra en el relato, desaparece. Como se ve, ejemplos sobran, porque, contradiciendo la creencia popular, madre no hay una sola.
“Desmadre” se suma así a una tradición y lo hace de la mano de dos autoras, por un lado Sabrina De Dios, con una colección de relatos secuenciados en torno al ciclo embarazo, gestación, parto y primeros días de crianza y Verónica Demaestri con una serie breve de poemas.
El primer gesto de Sabrina De Dios es deshacerse de la pesada carga de su apellido, porque en su narración reina la secularidad, mete los pies en el barro, muestra una primera persona vulnerable, un tanto almodovariana, por eso de estar siempre un poco al borde de un ataque de nervios. En la clasificación freudiana lo suyo sería humor, en tanto que insiste en exponer la catástrofe de su yo. Las situaciones cabalgan en sintonía con el llamado “nihilismo de Manhattan”, popularizado en series como “Seinfeld”. Por momentos la lógica standapera se apodera del núcleo de sentido y lo que se gana en eficacia risueña, se pierde en literatura. No está mal, son cartas que la autora, evidentemente, quiso jugar y el resultado alcanza lo que va a buscar. En esa línea el esporádico efecto de antropomorfización de los objetos, en clave película de Disney, infantilizan la potencia de la voz narrativa. Un recurso innecesario porque Sabrina sabe lograr una firme intensidad cuando pone el ojo en la densidad orgánica de ese cuerpo navegando por la odisea del embarazo. Ya sea en la inicial preñez o en posparto, allí donde las secuelas son heridas de una guerra que recién comienza, la autora construye relatos sólidos que saben transmitir un amplio abanico sensorial. Esa es su potencia, y ese magma no necesita de la urgencia perecedera de un chiste,
¿Hay un padre? Sí, pero reducido a una vocal, es una letra, la “R”, de Robin ya que sus desplazamientos están siempre en función orbital, sirven a los fines de un contrapunto que mantiene la balanza inclinada hacia la narradora.
¿Hay un hijo? Sí, claro, de eso se trata, pero en algún sentido su rol está “reducido”, espejo invertido de la humanización de los objetos, a padre e hijo los envuelve un cariz inerte. Esta decisión parece formar parte de un clivaje estético-ideológico, hay una postura, una tesis donde se reserva el centro de la escena a ese cuerpo (siempre) padeciente. No hay momento donde la protagonista encuentre algo cercano a la plenitud, ni siquiera al placer, sufre, se queja, respira hondo, vuelve a sufrir, vuelve a quejarse. Claro que como estamos en clave “catástrofe del yo”, nada, gracias a De Dios, llega a alcanzar un dramatismo solemne. Ayuda también el formato “episódico” del libro, son “cuentitos”, todos muy bien resueltos, con un nudo de sentido nítido. En este divertido muestrario se destacan “La gota”, por su juego de aliteración, “Para qué sirve un hospital” por la lucidez descriptiva de los ambientes, “Anestesia”, por la graficación expresionista del parto, “Bullying” por la exposición de la tilinguería social y “Romper un hijo” por su franco desasosiego.
En definitiva, Sabrina De Dios lanza sus ideas desde una muy buena plataforma de escritura, cuya sustancia pierde un poco de fuerza cuando deja escapar dos o tres pantomimas standaperas.
Al dar vuelta el libro nos encontramos con quince poemas de Verona Demaestri, quien también muestra un cuerpo a flor de piel, pero siempre coqueteando con las tinieblas. Se habla de suicidio, de órganos disociados, de lo erótico en lo tierno, de las profanaciones, de huesos como huesos de pollo, de la anestesia, del llanto anestesiado, del bisturí, de tomar a los hijos como una segunda oportunidad. Este escaparate de pequeñas (y grandes) cosas encuentran una voz directa, que sin perder lirismo no cae en tentaciones evocativas. “Seré un cadáver bello”, nos dice, pero no hay apuro por cumplir la profecía, porque frase tras frase nos entrega una vitalidad cotidiana, hecha de revueltos gramajos, de ollas a punto de explotar, de rostros que sonríen dormidos en el asiento de un auto. “La ternura es un lujo”, le dice a su hija y como todo lujo, no abunda. Sin embargo, hay una falsa trampa en estos quince poemas: si le abre la puerta a cierta oscuridad, es porque la presencia de la niña llena el espacio de luz.
(Actualización marzo-abril 2020/ BazarAmericano)