diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Persistencia y fracturas de una trayectoria intelectual
María Teresa Gramuglio
I. Después de estar dieciocho años fuera del país enseñando en universidades estadounidenses, Adolfo Prieto volvió definitivamente a Rosario en 1996. La fecha del alejamiento, 1978, no necesita explicaciones: dice a las claras que se debió a la imposibilidad de permanecer en una Argentina donde todas las puertas se le cerraban y la vida misma estaba amenazada. El regreso coincidió con la publicación de Los viajeros ingleses en la emergencia de la literatura argentina, uno de los dos grandes libros escritos por Prieto en el exilio. Para muchos de nosotros ambas cosas, el regreso y la aparición del libro, significaban un verdadero acontecimiento. Se programó entonces una presentación en el Salón de Actos de nuestra Facultad, con la certeza de que sería una merecida celebración institucional. No fue así. A último momento algo, otra actividad, impidió que se utilizara ese espacio. El acto tuvo que trasladarse de apuro a los altos de una librería, y ahí se realizó, en un ámbito destartalado, con una asistencia escasa y sin ninguna participación de las autoridades de la Facultad. Tan precario fue que casi nadie, ni siquiera Nora Avaro, que compartió conmigo aquella presentación y hoy comparte este panel, tiene un recuerdo preciso.
Pasaron casi veinte años y no puedo dejar de pensar que esta convocatoria viene de algún modo a reparar aquel episodio lamentable. En primer lugar, por la institución que la auspicia, la actual Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario en la que entre 1959 y 1966 Prieto desplegó una prodigiosa actividad de consolidación institucional y formación intelectual; luego, por una asistencia que reconoce en él a uno de los grandes maestros de la crítica de la literatura argentina: docentes, investigadores y estudiantes de la carrera de Letras que hoy formamos parte de su legado. Finalmente: porque en este marco se anuncia la publicación de Conocimiento de la Argentina, por la Editorial Municipal de Rosario. Una compilación necesaria de sus estudios de literatura argentina hasta ahora dispersos, precedida por una impecable biografía intelectual escrita por Nora Avaro a partir de su no menos impecable trabajo de investigación.
II. La exposición de Avaro y el minucioso recorrido que traza en la introducción biográfica me eximen de extenderme sobre los detalles del libro. Quiero sin embargo repasar el primer período de permanencia de Prieto en Rosario. Se trata en verdad de dos etapas, en plural, porque así se configuraron esos años anteriores a 1978, como partidos en dos tramos: el primero, el de los escasos siete años que van de 1959 a 1966, en los que Prieto generó transformaciones decisivas para la docencia y la investigación en la Facultad de Filosofía y Letras, fue interrumpido por el corte brutal que supuso el golpe militar y la subsiguiente intervención a las universidades; el segundo, los poco más de diez años posteriores, algo errantes, con cortas permanencias en Montevideo y en Besançon seguidas de un breve retorno para ocupar una cátedra que ganó por concurso en la Facultad, interrumpidos nuevamente por el otro golpe, aún más cruento, el de 1976, que finalmente motivó su alejamiento definitivo y la radicación en los Estados Unidos. Como se ve, una trayectoria académica fracturada por la violencia política, muy lejos de las comparativamente previsibles condiciones del presente.
A propósito de ese período, me permito introducir aquí una efusión personal: fui alumna en las clases de literatura argentina de Prieto. En esas clases descubrí un objeto y un enfoque nuevos, una aproximación a los textos que me permitió integrar lo aprendido en los programas enciclopédicos, con sus análisis descriptivos tradicionales, en una perspectiva crítica que los superaba. En el Instituto de Literatura que Prieto dirigía continué beneficiándome con sus proyectos, que incluyeron la creación de cargos para graduados jóvenes, y a esas iniciativas suyas les debo mi ingreso en la docencia universitaria, muy pronto zarandeado por los mismos acontecimientos. Esos pocos años fueron esenciales para mi formación, hasta el punto de que suelo pensar que en mis trabajos sigo interrogando los problemas literarios y culturales que descubrí entonces. Y lo fueron también para el inicio de una relación perdurable no solo con él, con Adolfo, que continuó y continúa siendo una presencia cierta en mi vida intelectual y afectiva, sino con sus familiares más cercanos: su mujer, la inigualable Reymunda Jarma (que los amigos, sin los prejuicios de la corrección política, preferimos llamar Negra Prieto), y sus hijos Agustina y Martín.
III. Avaro organizó el ensayo biográfico siguiendo dos andariveles muy claros: el espacial, con los lugares en que fue transcurriendo la vida de Prieto, desde su infancia en San Juan en adelante, y el temporal, con las fechas de los desplazamientos de uno a otro lugar: Buenos Aires, Córdoba, Mendoza, Rosario, etc. En cada uno de esos tramos espacio-temporales inscribe los libros publicados por el autor. En esta disposición tan precisa, el comienzo es una anomalía que, como toda anomalía, vale la pena interrogar: se aparta de esos andariveles y elige empezar por el plan editorial que Prieto formuló en 1968 para una colección de la Editorial Biblioteca Vigil bajo el título “Conocimiento de la Argentina”. Que se haya seleccionado este mismo título para el libro que hoy se anuncia es un claro indicador de que para Avaro el plan editorial de Prieto funciona como un núcleo irradiante que apunta hacia sus libros anteriores y hacia los futuros, confiriendo así, por sobre los azares de la trayectoria, una fuerte compacidad o coherencia al entero proyecto intelectual del autor. La cito brevemente: “De tal modo que en ese annus mirabilis de 1968 (Prieto tiene 40 años) el plan para la Vigil cifra, hacia el pasado y hacia el futuro, su entero lance intelectual y, también, su más tenaz objetivo crítico: escribir una historia social de la literatura argentina”.
La disposición de los estudios en el libro confirma su hipótesis. Un primer bloque, circunscripto al siglo XIX, incluye prólogos del plan editorial cuya realización quedó trunca por obra y gracia del ataque militar que destruyó la Biblioteca Vigil en los años setenta. El segundo bloque reúne estudios sobre temas y autores del siglo XX: Boedo y Florida, Arlt, Marechal, Martínez Estrada. El conjunto permite advertir la trama que vincula esos trabajos con los libros de Prieto, tanto los anteriores [Sociología del público argentino (1956), La literatura autobiográfica argentina (1962), Literatura y subdesarrollo (1968), Estudios de literatura argentina (1969)] como los que escribirá después desde el exilio, en el ámbito tan distinto de las universidades estadounidenses: El discurso criollista en la formación de la Argentina moderna (1988) y Los viajeros ingleses y la emergencia de la literatura argentina (1996). Pese a ese cambio de escenario tan drástico, cabe afirmar sin vacilaciones que en todos ellos, libros y artículos, Prieto introdujo perspectivas críticas y metodológicas que transformaron las lecturas establecidas y generaron nuevas interpretaciones. Aun con su reconocida austeridad para plegarse a las novedades teóricas, o tal vez gracias a ella, es posible detectar en sus enfoques aproximaciones tempranas a propuestas que no siempre estaban del todo presentes en el panorama local de la crítica: el ingreso de nuevos objetos en la serie literaria al compás de transformaciones en las series socioculturales, que aprendimos a reconocer con los formalistas rusos; la atención a los horizontes de lectura que llegó con la difusión de la teoría de la recepción de Hans-Robert Jauss; el replanteo de las relaciones entre literatura y sociedad en un registro no mecanicista propio de los buenos estudios culturales en la línea de un Raymond Williams. De ahí que sus libros puedan ser propuestos hoy como “clásicos”: en el sentido de que se los considera obras “clave en la renovación de la crítica literaria y la historia cultural”.
IV. Quisiera complementar la tesis de Nora Avaro sobre la coherencia indudable del trabajo de Prieto con algunas breves reflexiones sobre algo así como el lado oscuro de la luna que se adivina en los textos reunidos en el tercer bloque bajo el subtítulo “Los lectores, el público, la crítica”. Dado que ella misma los analiza en el estudio preliminar, me limito a destacar unos pocos datos para sugerir que la relación de Prieto con la teoría literaria es un tema que merecería ser interrogado en el contexto de la recepción de las teorías críticas en el ámbito intelectual latinoamericano de la segunda mitad del siglo XX, atravesado en buena parte por las tensiones sintetizadas en la fórmula “entre la pluma y el fusil”.
Un primer indicador es para mí la interrupción en el ritmo de publicación de los libros: entre los Estudios de literatura argentina de 1969 y El discurso criollista de 1988 transcurrieron casi veinte años. A la fractura que supuso la violencia política que finalmente lo obligó al exilio se sumó la imposibilidad de debatir en un medio intelectual adecuado las transformaciones vertiginosas de la teoría literaria que se sucedieron a partir de la irrupción del estructuralismo, con sus proclamas iniciales de reinado del texto y exclusión de la historia. En un reportaje elaborado por Beatriz Sarlo y publicado en Punto de Vista en 1982 [(n° 16), no incluido en esta compilación] Prieto subrayó una coincidencia cronológica significativa: “la aparición en bloque, masiva, arrolladora del estructuralismo [en la Argentina], no se produce hasta 1966, el año en que, precisamente, se produce la intervención militar a la Universidad”. Y agrega: ‘… las circunstancias no favorecieron una correcta apreciación del fenómeno, y si debo hablar por mí mismo, diré que su modo de aparición, su carácter asertivo, sus presunciones de ideología representativa de la época me afectaron negativamente y afectaron mi ritmo de trabajo con largos paréntesis de retracción”. Tan solo un año después, en 1983, en un artículo sobre los años 60, este sí incluido en el libro, Prieto vuelve a destacar la convergencia entre las condiciones de la vida política y aquella imposibilidad de someter lo nuevo al necesario debate intelectual. “Demasiado ruido, acaso, para un diálogo –escribió–. De armas, desde luego; de puertas de universidades que se cerraron con estrépito; de rumores que estallaron finalmente en violentas manifestaciones callejeras”.
A partir de estas primeras comprobaciones, vale la pena seguir los dos artículos en los que Prieto elabora un verdadero ajuste de cuentas con el estructuralismo y su impacto: en “Estructuralismo y después”, publicado en 1989 en Punto de Vista, revisa con agudeza las mejores intervenciones que en esa línea produjeron Josefina Ludmer, Nicolás Rosa, Noé Jitrik y un grupo de estudio que integraban, entre otros, Beatriz Sarlo y Susana Zanetti; más contundente, en “Rama sobre Martí: examen de una estrategia”, de 1991, explora el desajuste entre el propósito de indagar la ideología de los Versos sencillos de Martí y la adopción de una metodología estructuralista de base lingüística “insólitamente incorporada por el crítico a su haber instrumental”. Un desajuste perceptible, advierte, hasta en la prosa crispada y proliferante de esa indagación, que remitiría tanto al duro cambio de la situación de Rama desde que tuvo que dejar el Uruguay como a los efectos perturbadores de la irrupción de las corrientes estructuralistas, cuyos preceptos descalificaban los análisis histórico-sociológicos.
Es quizá en el cotejo de los dos primeros artículos de este tercer bloque donde mejor puede percibirse la lúcida conciencia de Prieto de las tensiones entre la persistencia y las fracturas de su trayectoria crítica. Ambos derivan de dos encuentros de escritores, artistas e intelectuales organizados en 1957 y 1998 por la UNL en Santa Fe. Con el mismo título del primero, “La literatura argentina y su público”, pero seguido de un subtítulo significativo, “De antiguas presunciones”, Prieto se lee a sí mismo en el segundo, el de 1998, cuarenta años después de la primera formulación. [A modo de nota al pie: ¡De antiguas presunciones! Alguien tendría que analizar el estilo de Prieto, con su léxico tan peculiar, sus frases parsimoniosas y a veces hasta machaconas, su obsesión por evitar toda ambigüedad…] Se trata, podríamos decir, de un ajuste de cuentas consigo mismo. Pasa revista a las transformaciones que la teoría literaria y los estudios culturales introdujeron a partir de la década del sesenta en sus propias investigaciones. La serenidad con que reconoce esas nuevas perspectivas es un buen indicador de la incorporación inteligente que se comprueba en sus últimas obras, bien distante de tantas adopciones forzadas que se sucedieron en aquellos años.
Pero no es el reconocimiento de las renovaciones en el repertorio de las teorías críticas lo único relevante de esta intervención. Con idéntica intensidad, a partir del recuerdo de la muerte de Paco Urondo, uno de los organizadores del encuentro de 1957, Prieto trae al primer plano de sus reflexiones el horror de los años de plomo de la dictadura militar en los setenta y la indiferencia anestesiada con que se asistía al desmantelamiento del Estado en los noventa. Los “tornantes de la historia” [¡otra vez su léxico!], parecería decir aquí al referirse a esas fracturas rotundas en el tejido social, podrían ser aún más perturbadores para el trabajo intelectual que la irrupción de nuevos paradigmas teóricos que desestabilizan las certezas adquiridas.
Un comentario final: si pensamos que este artículo de Prieto precede en sólo un par de años a esa fractura irreversible de 2001, que literalmente liquidó a la Argentina del siglo XX, cabría preguntarse por los efectos de esa fractura en la vida social y en las instituciones universitarias. Se podría concluir, no sin cierto asombro, que a pesar de las cada vez mayores desigualdades y de las limitaciones evidentes, en el trabajo universitario hoy nos mostramos más atentos al ejercicio de la profesión que a involucrarnos en esas cuestiones. Esto es una simple constatación, no una de esas glorificaciones acríticas de aquellos años en que cometimos muchos errores. En todo caso, habría que reconocer que ahora no parecemos amenazados por aquellas irrupciones violentas que afectaron trayectorias como la de Prieto y destruyeron tantos proyectos y tantas vidas.
(Actualización noviembre 2015 - febrero 2016/ BazarAmericano)