diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90

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Editora

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Colaboran en este número

Osvaldo Aguirre
/  Carlos Ríos

Ana Porrúa
/  Carlos Battilana

Adriana Kogan
/  Ulises Cremonte

Antonio Carlos Santos
/  Julio Schvartzman

Javier Eduardo Martínez Ramacciotti
/  Fermín A. Rodríguez

Julieta Novelli
/  María Eugenia López

Felipe Hourcade
/  Carolina Zúñiga Curaz

Juan Bautista Ritvo

Curador de Galerías

Daniel García

Diseño

Juliana Regis

El reverso de la postal

Mula blanca, de Andrea López Kosak, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Caleta Olivia, 2018

En la contratapa, Paula Jiménez España afirma que Mula blanca, de Andrea López Kosak, puede leerse como una crónica de viajes. Agregaría a esta verdad que los poemas funcionan también como postales: al reverso de lo conocido, de las imágenes trilladas de esos lugares que prometen fascinar a todos los turistas por igual (cada poema o serie de poemas tiene como título el nombre de una ciudad: Cafayate, Tinogasta, Humahuaca, Salta, pero también Buenos Aires, Bogotá y Medellín, entre otros); al reverso de esos lugares, decía, está la anécdota, el comentario, la experiencia irreproducible del ojo que compone un paisaje. Estos poemas-postales, dirigidos a un lector incierto, se pelean con los clichés y les disputan su hegemonía para fundar un relato de viajes en el que lo que se mira no es lo que está en la foto, sino lo que falta en ella. Se trata de un lugar que se crea cuando entra en juego la subjetividad de la mirada, y que puede ser tanto un idilio como no significar nada: “¿Qué esperabas de un lugar? / Los lugares no son felices ni tristes, / una llega y se acomoda como puede”.

Desde el comienzo, un yo poético femenino y su acompañante, Ana, se nos revelan como las protagonistas de esta travesía. No sabemos dónde iniciaron el camino ni dónde lo terminarán, y tampoco sabemos si están juntas: ¿son novias? ¿amigas? (“flaca tan flaca todos dicen / quieren saber por qué / quieren saber qué soy / si la hermana, me miran”). Poco importa el título de esa unión cuando lo único urgente pareciera no ser la definición, sino la expansión, la apertura, la salida por fuera de los límites de lo familiar; en resumen, la exogamia que se esconde detrás de la misteriosa mula blanca del título:

 

A la luz del foquito amarillo / bajo el techo de parra / Pablo sirve más vino, pregunta / si conocemos la historia de la mula / que grita en la puerta del hogar / donde hubo incesto.”

Mula blanca / Patrona de la exogamia / Ruega por nosotros.”

 

Pero la historia no se trata sólo de estas viajeras, sino también de lo que las rodea y existe todo el año, y no únicamente en temporada alta, pues no todo son imágenes espectaculares de las montañas y los valles del norte. En la página 11, un poema sin título, perteneciente a la serie que inaugura el libro titulada “Cafayate”, ofrece un panorama que no es ni el de la naturaleza ni el de los niños oriundos del lugar, sosteniendo quizás un cabrito para la foto a cambio de unas monedas, sino que tiene que ver con “infancias comunes” que consumen reggaetón (como se haría en cualquier otro barrio) y con rituales contra los males humanos que evidencian el realismo mágico que forma parte de ese mundo:

 

A la noche juegan las nenas en el patio de al lado. Bailan y cantan una canción que se me pega:
dale que voy, vamos a hacerlo sin miedo, hoy
vamos a romper el hielo, hoy
porque la noche es perfecta
hacerlo hasta que amanezca.
Del otro lado de la medianera las voces vibran
en la infancia común, un barrio lejos del centro estrellas brillantes del verano.
Alguien dice shhhh cuando la radio anuncia
hoy en el cuadrilátero se presentarán los finalistas y
también: por primera vez reciba gratis
el cordón blanco sagrado contra los vicios.

 

Así, en ese universo de lo cotidiano común, el poemario incluirá imágenes de un pensamiento mítico transculturado (se le llevan cervezas al Pai Ogúm pero también se corre desesperadamente en busca de la Virgen, y el Curaca usa la 10 de la selección argentina), y hasta tendrán su lugar los pobladores ancestrales, imborrables de la memoria de aquellas geografías (“El proceso de reducción varía por cultura. / Miro una cabeza que cazó la comunidad Aguada. / En vez de ojos dientes de mamífero”, 37). En convivencia casi pacífica y -en apariencia- armónica con este mundo, la política también participa de la foto, y con su aparición intermitente nos recuerda que hay un Estado que no se puede dejar de nombrar y cuya presencia (y ausencia a la vez) hace que todo sea más real:

 

Enfrente escrito con aerosol / sobre bloques de cemento: Gracias Cáritas!!”

El gendarme mastica pasas / en la puerta del almacén al sol / al lado del pizarrón que dice / coca y bica / frente a hileras de vides / alineadas al surco con alambre.”

lluvia de glifosato / sobre cultivos de frontera / pasan los aviones, abajo / caminamos mojándonos por la ciudad”

 

Fiel a una estética de lo visual, la voz de Mula blanca alterna poemas más largos y anecdóticos con otros que coquetean con el haiku, en los que se destacan la brevedad y la precisión de la imagen evocada. De esta manera, se dice por ejemplo que la cerveza “Salta rubia fría / del pico a la sombra del damasco / siguiendo el zumbido de una abeja. / Es el zángano. / Mangangá, le dicen. O también, en una imagen que roza incluso lo gótico: “Al amanecer se agitan las ramas / del paraíso que sostuvo / durante la noche el cuerpo del ahorcado.”

Leyendo los poemas como una linealidad, vemos que en los últimos versos no hay noticias de un final feliz para las muchachas, sino más bien de un final abierto. Un quiebre amenaza, como un temible monstruo agazapado pero que se manifiesta en la forma de algo pequeño: “Un mosquito zumba alrededor del móvil / que sobre nuestra cama dice Good Luck / y ahora siento como una señal del desastre”. Después de todo, la mula blanca, “patrona de la exogamia”, es también una advertencia para cuidarse de las apariencias y para desconfiar “del animal que sangra / más de cuatro días sin morirse”. El libro de Andrea López Kosak finaliza, en medio del viaje, con la voz de un yo poético taciturno pero también intrigado por lo que pensará ese otro (esa otra) cuyo sueño vigila en medio de su desvelo, en el marco de la noche o quizás de un crepúsculo que, como todo recomienzo, trae la promesa de la continuidad: “Ocupamos cada una una cucheta. / No sé si dormís o seguís enojada. / Pienso que la casa debe haber sido un convento”.

 

(Actualización marzo-abril 2020/ BazarAmericano)




9 de julio 5769 - Mar del Plata - Buenos Aires
ISSN 2314-1646