diciembre-enero 2023, AÑO 22, Nº 90
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Existe una frase popular que circula con frecuencia ante la posible pica entre dos personas: “Del amor al odio, hay un solo paso”. La escuchamos varias veces cuando alguien parece demostrar manifiesta aversión por otro y, sin embargo, algo nos hace sospechar lo contrario. De alguna manera, a medida que avanzaba en la lectura de Odio la poesía objetivista de Francisco Garamona, esa frase sobrevoló como un fantasma ante y en cada poema.
El epígrafe nos advierte que eso que leímos en el título tiene que tomarse en serio y, al mismo tiempo, no, como un chiste más de esa vida que se inventa mientras se escribe. Porque las palabras de apertura de Garamona reenvían a Martín Prieto: “No te olvides de la música/ pero no te olvides que la música cambia”. Es decir, el libro que odia al objetivismo arranca, sin embargo, con las palabras de uno de quienes, durante la década de los ’80 y ’90, a pesar de los sucesivos distanciamientos, fue reconocido como parte de ese cambio de marea de la poesía argentina que aún hoy no se clausura.
Entonces, ¿cómo leer ese título y este libro de Garamona? La cuestión no es simple, ni admite una sola dirección. Está llena de bucles, desvíos, contradicciones que el mismo dispositivo de los poemas se encarga de componer. En principio, podría leerse como la inscripción del parricidio tipo de nuestra poesía nacional. Me refiero a aquel episodio tan lejano y típico de Borges respecto de Lugones. Cuando las vanguardias comenzaban a configurar su público lector, los martinfierristas se distanciaron de la figura modernista de Lugones. Poco después, en la década del 30, Borges reconocía que sin él, la vanguardia no hubiera existido. Es decir, el parricidio tipo de la poesía nacional contiene en sí un gesto ambivalente. Y hablamos del padre, de la ley, no de la madre –de las innumerables madres de nuestra poesía que, casi siempre, juegan el escenario desde las sombras–, porque uno de los costados polémicos del objetivismo ha sido su vinculación a un imaginario heterosexual y viril. En este sentido, Garamona podría estar poniendo en acto esa ambivalencia del parricidio: un homenaje que consiste, en todo caso, en su desplazamiento odioso.
Algo que se puede leer en el poema “Nuestro secreto”:
-Dame un pucho, amiga…
Odio la poesía objetivista.
Porque siempre pinta una escena
que está predeterminada,
para eso están los pintores hiperrealistas
que además, si tienen suerte,
pueden vivir de su obra.
Yo en vez de vivir escribí que vivía.
(Lo dije en otro libro igual.)
Aunque me divertí bastante,
cogí, fumé, viajé, además conocí
a mucha gente interesante
y también me drogué un poco.
¿Un lápiz que no dibuja sigue siendo igual un lápiz?
La belleza es relativa.
Frente a la notación objetivista de la realidad, la escritura de una vida que no se vive; frente a la belleza de los objetos que hablan de nosotros, la relatividad. De esta manera, Garamona se despega del objetivismo a lo largo del libro, avanzando en planos de intensidad en una “especie de experimento”: “Todos los poemas que integran Odio la poesía objetivista fueron dictados personalmente o por teléfono (…). El proyecto surgió de la idea de hacer poemas sin inspiración alguna, dejándome llevar por la corriente propia que generaban las palabras. Fue una especie de experimento, que hice con mis amigos desde octubre de 2015 a febrero de 2016, guiándome bajo la premisa de que la poesía debe ser un acto experimental y colectivo”.
En ese fragmento se cifran los poemas de Garamona: la escritura de una vida por medio de un procedimiento experimental que toque lo individual con lo colectivo y que, de este modo, invente e intensifique una vida en la escritura, más que reproducirla en una dotación realista, documental y objetiva. Y esos momentos son los más interesantes del libro, como en el poema “¿Están aquí?”:
(…)
Muchas veces dije
que el fin de la lectura
sería el día en que
lleguen los extraterrestres.
Cuando una mañana
nos despertemos
y al mirar al cielo
veamos cantidad
de ovnis enormes
detenidos en silencio.
¿Por qué, quién querría
leer la autobiografía
de una chica, o un libro
de poesía como este,
cuando seres de otro mundo
te muestran un video
de cómo construyeron
las pirámides?
La poesía está ahí donde una vida inventa una posibilidad (futura o presente) que es en la corriente de las palabras de una comunicación con amigos y que queda inscripta en el “muchas veces dije” del poema. Son poemas hablados, pero también cantados, sobre todo al principio, luego de que la música se declara como una búsqueda del poema. En esos poemas que abren el libro, hay un verdadero retorno de las asonancias, de las rimas, de los cortes sonoros del verso, de las frases anafóricas, sin llegar a conformar un silbato estridente, sino, antes, una música coloquial, medida, que convive con el poema, que ayuda a su fraseo y a su respiración. Una práctica que Garamona, como músico, supo recuperar para la poesía actual, sin caer, de todos modos, en la práctica residual de la declamación poética. Ese trabajo es tan intenso y sutil que, en algunos momentos, pareciera hacer eco con otros poemas musicales como el Martín Fierro, cuando Mario en “Lindera” deviene casi el Viejo Vizcacha y amonesta con consejos y determinaciones morales en una “llanura infinita”:
“Un criadero de pollos
es un trabajo de mierda”
le decía Mario a su amigo
mientras el humo pasaba
de su boca a los pulmones.
La cantata del desgano
siempre está por comenzar
Y en este sentido, los poemas de Odio la poesía objetivista son una respuesta en acto, en la escritura, a las frases de Martín de Prieto y al énfasis del objetivismo en el sentido saturado del poema por sobre la musicalidad del significante. Esto lo recorta a Garamona de una mayoría importante de poetas jóvenes y actuales que se reconfortan solo en el nivel del significado.
Pero esto no quiere decir que el nivel comunicativo y del significado, tan caros al objetivismo, se dejen de lado. Al contrario, los poemas de Garamona, en deuda, como toda la poesía actual, se elabora a partir de ese presupuesto objetivista que no descuida el nivel del sentido y comunicativo del lenguaje, apartándose de las retóricas del extrañamiento o de la búsqueda de tropos tradicionales. Y este es, en esa dirección, el amor que ocultaba el odio. Si bien los poemas de Garamona toman distancia del objetivismo, al mismo tiempo, no dejan de ser sus deudores en ese uso de la lengua, a pesar de la declaración experimental que alude al surrealismo con la que cierra el libro. Deudor directo, por el diálogo opositivo con que se entabla, o también indirecto, porque es el objetivismo el que impone una poética comunicativa en la poesía argentina extendida, a pesar de la existencia previa de poetas que apelan a ese uso de la lengua. El énfasis en las “cosas simples” es lo que aún une, a pesar del odio aparente, en un verdadero gesto de amor la poesía del presente con el objetivismo, para el cual la simplicidad de un objeto era el motivo de distanciamiento de la oscuridad lingüística de otras poéticas, al tiempo que el motivo de su escritura. En este sentido, Garamona escribe:
¿Hay pan en la panera?
¿Tiene el corazón amor?
¿Dio la tierra mientras dormíamos
una vuelta más al sol?
Son estas cosas simples, amiga…
Y en esta dirección se entiende por qué Odio la poesía objetivista integra el catálogo de Iván Rosado, porque se trata de una poesía que apela a ese nivel comunicativo de la lengua, a tono con un imaginario poético fresco y amistoso, liberado –afortunadamente– de la tradición como peso, que el objetivismo supo abrir en la década del ’80, y que aún en los poetas jóvenes no parece clausurarse, aunque haya señas claras de una búsqueda de otras escrituras del poema de las que también da cuenta el libro.
(Actualización noviembre 2016 – febrero 2017/ BazarAmericano)